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El glorioso atardecer se difuminaba tímido, con los ojos tristes del que parecía ser el único ser vivo del planeta. La arena que se perdía pálida en el horizonte hacía pensar que ya no existía nada más. Rodeada de vastas áreas de dunas y explanadas, aún de pie, con las ropas desgarradas y descoloridas; la mirada extraviada y las piernas entumecidas, se arrastraba renga, sin aliento, casi agonizante. Como un espejismo que se fusionaba con el árido paisaje…, era y no era; se asomaba evocando a un exhausto y estoico guerrero, desbordando virtud por cada uno de sus poros, como si fuera una frágil línea de esperanza, el eslabón perdido…, la vida misma.
Esparta caminaba ya más de seis días bajo un sol inexorablemente castigador, sus intensos ojos azules apenas podían mantenerse abiertos, por el agotamiento y el desgano. Sus cabellos largos y desgreñados enmarcaban un rostro impregnado de tierra y arena, que ocultaba en parte las erupciones que lo cubrían….En la profundidad de su ser, subyacían las heridas imborrables, las que se vislumbraban en cada gesto, en cada célula de su cuerpo…, en su mirada vacía. En un estado de abstracción absoluta, sin conciencia de tiempo ni espacio, Esparta parecía disfrutar de uno de aquellos mágicos baños, entre risotadas de primos y amigos, de miradas cálidas y llenas de vida, en un océano de sueños…, en un mar que no conoció. Sonrió entre lágrimas….y cayó.
Pareciendo mimetizarse con la arena, y con la luz del atardecer extinguiéndose ante sus ojos, Esparta pudo distinguir a lo lejos una figura enjuta y tan negra como la noche. No había visto a nadie en meses, y aquella sombra acercándose lentamente en el horizonte, le robó el aliento. La tenue luz de la vida se inflamaba en el dolor de sus heridas, mas sus fuertes emociones de miedo y angustia trascendieron….Se abandonó ante la amenaza inminente de ser saqueada o asesinada. Aquel ser sin rostro ni nombre le quitaría lo poco que le quedaba…, qué importancia podía tener ya. Con la cantimplora vacía, sin comida, sin hogar, ya no valía la pena vivir. Exhaló y enterró el mentón en la arena, sin esperanza....Una caricia de agua fresca entre sus labios le devolvió la conciencia y pudo verlo…, cauto, con la mirada transparente y con manos fuertes y firmes la sujetaba. Ella se desvaneció.
Era un ambiente sombrío y nostálgico, pero la acogía con calidez. Echada sobre frazadas tibias, Esparta pudo escudriñarlo todo. El refugio de aquel misterioso hombre era muy reducido, de corte alargado y muy profundo, invadiendo niveles subterráneos para evitar el calor y minimizar el consumo de agua. Estaba lleno de estantes viejos, hechos con distintos materiales, decorados con más de sesenta latas oxidadas, cada una con algún tesoro invaluable….una muñeca, canicas, una flauta o un palillo de tejer. Pudo distinguir también un trozo de manguera, de esas que se usaban para empapar extrañamente los jardines en las épocas de sus antepasados, los humanos cibernautas….Lo habían destruido todo, no quedó nada después de la guerra…, la guerra por el agua.
Esparta se hallaba inmersa en sus pensamientos apocalípticos cuando lo vio….El hombre que le salvó la vida se deslizó desde la superficie con una extraña soga hecha de harapos. Traía un costal repleto de cosas, el cual había sujetado muy bien a uno de sus hombros. Se desprendió de él muy despacio mientras la exploraba detenidamente. En medio de un laconismo intrigante para Esparta y con voz franca e imponente, dijo llamarse Quilón, mientras le extendía un trozo de pan casero, jalea y algo de agua. Ella le besó la mano suavemente con tal sentimiento de gratitud, que sus ojos se cerraron en lágrimas. No pudo evitar deslizarse a la comida, la cual devoró casi al instante sin formas ni decoro alguno. Quilón se divertía mirándola, con una sonrisa tan tierna e invitadora como la luz de un nuevo amanecer…

La calamidad se percibía en cada recóndito espacio de la Tierra Negra. Los humanos cibernautas, los destructores de siglos pasados, vivieron inmersos en su mundo virtual y descuidaron la realidad. Abandonaron la naturaleza, dejaron a sus hijos a su suerte, se olvidaron del planeta y se quedaron dormidos…dormidos..., hasta que se desencadenó la guerra. Ya no quedaba nada, el desierto en la mente de Esparta era parte de su delirio. Eran calles destruidas y desoladas, sin rastro de vegetación, donde todo estaba pintado de hollín por efecto de las explosiones y tiroteos. Eran ruinas abandonadas ante el desgano de quienes solo pensaban en comercializar un poco de agua. La lucha diaria por la supervivencia, se tornaba cruenta y ajena a los valores que alguna vez reinaron en los corazones de aquellos que precedieron a los cibernautas…, los conservadores. Sin embargo, la bondad intrínseca en los hombres no pudo ser exterminada por el caos. Aún las carencias, aún la destrucción; aún las pérdidas humanas día a día, existían hombres como Esparta y Quilón, que idealizaban un mundo que nunca conocieron, y que saboreaban a través de Los Libros Dorados….Imágenes desgastadas de más de medio siglo atrás, que compilaban la cultura, la historia de las civilizaciones, las maravillas de tiempos pasados, y que ahora parecían ser…una utopía.

Las ruinas que atiborraban el litoral en esa parte del planeta, estaban mayormente deshabitadas, hasta que alguna sombra perdida, se aventuraba a abandonar su refugio en busca de uno mejor. El conformismo se había apoderado de muchos..., no todos tenían la energía guerrera de Esparta, como tampoco su suerte. Las interminables y desoladas callejuelas estaban infestadas de cuerpos sin vida, que nadie se preocupaba en reclamar. Ni siquiera las aves de rapiña, ya casi inexistentes, mostraban interés por lo que alguna vez fue un alma en pie de lucha. Todo fue exterminado por la sequía….Los mares del planeta, contaminados en su totalidad por las nocivas sustancias químicas, estaban cubiertos por frías y gigantescas plantas desalinizadoras, que utilizaban los rayos de la estrella amarilla para la evaporación y condensación. Los residuos salinos y sustancias tóxicas contaminantes que despedían estos monstruos de hierro, habían acabado con la flora y fauna marina….Animales y plantas, que alguna vez compartieron el planeta con el hombre, habían dejado de ser importantes….La perpetuidad de la especie humana, había dejado de ser importante. Tan solo se libraba una lucha instintiva y animalesca por salvar la vida y evitar el dolor.

Descoloridos retazos de tela, con símbolos que aún significaban algo para alguien, se sacudían con furia sobre las enormes estructuras de hierro que deslucían el bajo nivel de los océanos, e identificaban el dominio de los grupos más poderosos. El agua se había convertido en privilegio de algunos y en el sueño de muchos. Ya no existían naciones, ni sentimientos de patriotismo alguno. Los pocos sobrevivientes de La Tierra Negra habitaban en La Ciudad De Las Sombras, a pocos kilómetros del refugio de Quilón. Era un sitio triste, lleno de personajes famélicos, de caras y cuerpos envejecidos y llenos de llagas por las quemaduras del sol…, que ya no era más el sol radiante que alguna vez iluminó la vida de sus antepasados, se había convertido en la estrella asesina de sueños, por el intenso calor y la creciente ausencia del agua. Desde los acantilados costeros, los hombres sombra, expertos en las artes de la negociación y el trueque, podían divisar desde lejos la negruzca agua en las cóncavas fosas oceánicas desde cientos de metros sobre el nivel del mar….Ya no existían playas al mismo nivel de las aguas en todo el planeta.

Esparta dio a luz dos hermosos hijos, a quienes llamaron Atenas y Platón…, dos ángeles luminosos producto del amor de dos almas filántropas, en medio de aquel inhóspito mundo. Los hombres sombra tenían muy bien desarrollados el don de la intuición y la clarividencia. Ellos lo sabían…, desde tiempos de los primitivos y las civilizaciones más incipientes, Atenas y Platón, evocaban las luces inextinguibles del universo y las almas más puras. Atraían sentimientos de exaltación por la belleza, las artes, la música, el conocimiento y la verdad. La ahora frágil y delgada línea de la libertad, la educación y la esperanza, se alzaba briosa cual cometa sin rumbo fijo, sobre un sistema alguna vez tirano y matemáticamente organizado, y que ahora se hallaba absolutamente dominado por la anarquía y el caos.
Atenas y Platón trascendían de manera apoteósica las miserias de aquel mundo….Inmortalizaban el planeta verde y celeste que siglos atrás brilló ante la indiferencia y el descuido de los cibernautas. El agua…, alguna vez dispersa en océanos vírgenes, largos y caudalosos ríos; perennizada en hermosos nevados…, generosa y fresca; dadora de vida y de sueños, tal y como es exaltada en Los Libros Dorados…, ahora parecía escurrirse literalmente, como agua entre los dedos…, de aquellos que inconscientemente luchaban contra la extinción..., los hombres de la Tierra Negra.

Texto agregado el 07-05-2013, y leído por 60 visitantes. (1 voto)


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