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Inicio / Cuenteros Locales / dalmacio_rodriguez / Cuento para niñatos: “No te entristezcas, Amaranta”

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“Amaranta”, escúchame, te voy a contar una historia. “Erabase” una vez la civilización en nuestro pueblo bambino. Nosotros entonces corríamos por las calles y jugábamos a los conejos hasta muy entrada la noche. Erábamos centenares de niños. La calle era nuestra. Recuerdo que hacíamos correr a nuestras tricicletas, ya de mecaniquetos, ya de copilototes, o con fortuna, de pilototes, llorando y riendo de “espertidumbre” feliz y ahora que lo pienso de inocencia también. Erábamos niños para siempre. Y solo vivíamos para comer, jugar y ser felices, hasta que llegó un día que no me acuerdo ese hombre de cara bueno y sombrero viejo, soga a lo vaquero y costal de viajero con mentiras pasteleras. Prima parte nos preguntó mientras tu hermana y yo jugábamos a la seguidías si sabiabámos y conociabámos de aquel o cual lugar. Que no le dijimos. Nuestro juego era nuestra labor. Pero el forastero este de saque insistió descaprichadamente ofreciéndonos a cambio no ya del dato ubicatitativo de lugar aquel sino del buen acompañamiento que le debiéramos de prestar rumbo a la mercadotecnia. Nos dijo que nos invitaría e invitaría más y más hasta el infinito, ricos y riquísimos pasteleros. No razonamos la invitativa como nunca lo hicimos hasta que llegó la civilización y entonces fuimos con este hombre medio vaquero, medio costalero.

Este hombre, Amaranta, nos cagó la vida… Era el primer progresista que conocimos de la civilización y nos cagó ahí mismo. Hasta entonces solamentemente habiabámos escuchado que los gringatos, cómo son tú lo sabes, llegaban a la Bamba para llevarse no a los niños sino a sus tripas y cordones umbilicales. Pero que yo y tu hermana, nunca vimos un gringato por Bamba. Así que el vaquero de los pasteleros no era un gringato. Pero no razonamos de cuesta manera. No. Supongo que nosotros confiamos.

Más tarde nuestro papá nos cuestionó dónde estábamos mientras la merienda. Le dijimos que con el pastelero. Cuál pastelero, dijo nuestra madre. Pues el pastelero de la mercadotecnia, le dijo tu hermana. Y con qué plata habrían ido ustedes a donde el pastelero, cuestionó más nuestro padre; y yo dije de inmediato: pues con la plata del forastero, de quién más podría ser, terminé riéndome. Nuestro padre y nuestra madre de instante, apenas oyendo lo que oyeron, se levantaron del cachetín, ordenáronnos que ahí y así los esperáramos. ¡Ahí, Cachimil!, me gritó nuestro padre y ambos, tu hermana y yo, comprendimos que algo malo estaba ocurriendo.

Muchos años después cuando nuestra madre moriría recién nos explicaría la cosa reacción de aquella tarde-noche de los pasteleros. Pero la explicación era cosa secundaria para el tiempo en que nosotros crecimos y jugamos en el callejón junto a todos los conejos. Ahora solamente la cosa explicativa parece importante.

Ahora somos civilizados y así razonamos en el acto y la palabra. Pero tú me dirás cuál es la cosa manticosa esa de la cosa reacción de nuestros padres. Fácil, yo te lo digo, Amaranta. Ellos temieron que razonáramos rápido, que aprendiéramos a razonar. Pero no te confundas, ahora te explico porqué aquel vaquero sin costal nos quiso cagar la vida. No pienses en la palabreja cagar del verbo cagar civilizado. No. Piensa antes en la prima significación de la palabra cagar. El diccionario ramoncito dice que cagar es marcar o detener la cosa manticosa. Así que a nosotros nos marcó la cosa manticosa. El pastelero de la mercadotecnia a él, al vaquero ése, sí lo cagó civilizadamente. Vimos que sin respetación lo cargó a la pared hasta preguntarle sus apellidos más dolorosos. El forastero dijo que no sabía lo que hacía, que era presa de la sorpresa, que ya no más, ay qué dolor. Porque el pastelero, tú lo conoces, Amaranta, es un hombre macetón, le cagó civilizadamente la cara y la hombría.

Contemplamos todas esas cosas manticosas y por eso a nosotros nuestros prima padres nos cagaron. Nos detuvieron como si fuéramos los mismísimos gringatos y nos marcaron como si fuéramos el reloj relojero de Bamba. Después y antes de nosotros, el forastero y el pastelero, los conejos se fueron a su casa.

No te entristezcas, Amaranta. Tú sabrás que yo siempre seré el niñato de los pasteleros. Inocenciaré antes que el razonamiento. Me preocuparé sin ocuparme de ti y solamente de ti. Te quiero ver feliz como hasta hace poquito. Burlándonos de los cojos y los conejos. Riendo y siendo felices en la noche antes de la civilización. No te entristezcas, Amaranta.

Texto agregado el 07-05-2013, y leído por 191 visitantes. (0 votos)


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