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Es uno de aquellos días de primavera en mi tierra Matucana, que al recordarla me trae a la memoria ráfagas de frescura, trayéndome el aroma de las flores y el perfume de las chacras recién regadas, yo nunca vuelvo a mi pueblo sin emocionarme, es una urbe chiquita con sus callecitas tortuosas y nos parece que no debe haber nadie en el mundo que no la conozca, pero a uno le sucede con su tierra natal como con la novia y al evocar aquella mi vida de muchacho, se dirigen mis pasos sin quererlo a la puerta de la escuelita fiscal primaria, a la que sin desearlo ingrese y veo en un salón al maestro con su cara grave y seria, que con el brazo armado de una tiza repetía un problema ¿Cuánto es diez por veinte? Y arrastrado por mis recuerdos escolares conteste maquinalmente, como en mi tiempo lo hacia y hasta con el tonito como se contestan esas preguntas, diez por veinte son doscientos y oigo todavía la riza de la muchachada, que con sus cuadernos borroneados de aritmética repetían la pregunta, veo la cara de asombro del maestro que me toma por un bromista, me señala la puerta con ademan colérico, mientras llama al orden a sus discípulos golpeando la pizarra.

Caía la tarde, la poética tarde de mi pueblo que nunca podre olvidar, luego fui a visitar la parte donde estuvo la casita de mis padres, la humilde barraquita con su ventanita en el barrio bajo, cuando algo como una briza me acaricio y entonces la vi con los ojos del recuerdo a mi novia de los 11 años, esta sentada como siempre bajo el árbol que sombrea su patio, rodeada de claveles y alelíes, pero ya no es ahora aquel botón de rosa que tanto codicie, paso y me miro al pasar indiferente, la pobre chinita, gordita y olvidadiza.

Veo por la ventana entreabierta de una casa a un conocido, gozando de salud precaria pero viviendo todavía, después fui con dirección a la plaza vi el paisaje y las casas que la rodeaban, todo parecía petrificado en el tiempo y mi imaginación retrocedió muchos años, observo la figura de los vecinos mas respetables de aquel entonces y ninguno faltaba, hasta sin cambiar de ropas, todos estaban en los asientos o caminando alrededor de la pila de agua, de repente una música empezó a llegar hasta mis oídos y veo alineados en la vereda muy cerca de la iglesia, tocando la retreta de los días de fiesta y es aquella banda que hizo mis delicias de niño durante las serenatas por el patrón del pueblo, se escucha el reventar de los cohetes, las luces multicolores del castillo y allí estaban con su gran tambor, sus trompetas, los platillos, el saxofón, los redoblantes y sentí frio ante aquellos vecinos y aquellos músicos que según mis cuentas debían ser ya difuntos, sin esperar mas me encamine al hotel recogí mis cosas arranque mi vehículo y emprendí el regreso a la capital.

Texto agregado el 23-04-2013, y leído por 188 visitantes. (0 votos)


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