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Su ventana daba a una de las postales más imponentes y bellas del mundo, era una eterna vista de esplendor a cualquier hora. Su hogar yacía en la bajada de una colina que rodeaba el pueblo, en una especie de herradura gigantesca que abrazaba toda la bahía de San Antonio. Por su ubicación geográfica privilegiada al sur del continente se podía observar tanto todos los amaneceres, como las más maravillosas puestas de sol.
A la derecha del ventanal enorme, centenares de casas bajas del siglo pasado, de una fluidez rojiza, formaban la rivera para rendirle honor al antaño faro, custodio ilustre de la belleza del lugar.
Con fundamentos desconocidos la dueña de ese ventanal sublime, era una mujer de aproximadamente unos veinte años, que vestía siempre largos vestidos, generalmente blancos. (Llego a considerarse que era su única prenda), pero aunque se la podía ver a diario así, eran irrefutables sus impecables atuendos. Se la podía ver divagar por las proximidades del puerto, descalza, dibujando formas en la arena, deslizándose suavemente como si bailara un vals y apreciando con delicadeza, el aroma de una rosa artificial, fiel compañera en cada caminata después del mediodía. Luego de tales caminatas se perdía en las intrincadas escalerillas de los recintos, para mas tarde aparecer en su espectable balcón, y dejar que la brisa salina arrulle su cabellera, larga como los crepúsculos del verano y tan oscuras como la noche que adoraba.
Entre los pueblerinos se comenzaba a divulgar distintos comentarios y cuestionamientos al extraño comportamiento de esta dama de la noche, que pasaba horas al pie de su ventanal, en ocasiones se la oía cantar de madrugada, teniendo como espectadores a los pordioseros del lugar, o aquellos marineros de otras tierras varados en el puerto. Provista de una lindeza cósmica, sus devotos oyentes no dejaban mágicamente de elogiar su dulce voz, comparada solo con el canto de las sirenas.
En cambio entre las mujeres de la rivera no se dejaban de refutar tales halagos, impugnando cada acto de ella, y dando a conocer por cada rincón sus entredichos.
- Esta mujer es una loca.
- Esta mujer es una ramera.
- Esta mujer es una roba esposos.
Y así muchas inconcebibles razones para desmerecer la vida de esta dama, que solo provocaba una notoria escena de celos en cada mujer, que la rozara siquiera.
Cada noche sin importar el clima o la estación que acechara la costa, ella se mantenía inmóvil frente al ventanal o en su balcón dando conciertos, cuando la época de tormentas primaverales la dejaban maravillar a las estrellas. Inmersa en su éxtasis intimo no paraba de mirar el horizonte infinito, con exactitud sabia de cada constelación y el numero de estrellas que iluminaban sus noches de insomnio perpetúas. Así se mantenía hasta que los primeros albatros inundaban la playa y el sol comenzaba a acariciar su piel. Entonces ya siendo testigo de un amanecer mas se disponía a dormir hasta el mediodía.
En las tardecitas se sentaba en su sillón de madera, también ilustre custodio de aquel ventanal silencioso, observando el cielo rosa, gris del crepúsculo y la calma que empezaba a acaparar el mar de sus sueños. Esperando la noche ciega e interminable que solía sobrenaturalmente admirar.
Pero una de esas noches de insomnio sutil, se quedo perpleja al ver una estrella que nunca antes había visto. Esta estrella brillaba más que todas las restantes, que dibujaban el paisaje noctámbulo del pueblo. Aquella estrella, se deslizaba por el mar y se acercaba más al balcón, de sus plegarias y rezos. Se hacia mas imponente su presencia con el correr de los minutos, ella no dejo de mirarla y sentir la extraña sensación de que algo pasaría, atrás quedarían las miles de noches sin sueños, contando las vueltas del faro incesante desde su ventanal.
Ella sabia que había llegado el momento que todo cobraría sentido y que el final estaba cerca, miles de imágenes se perdían en los abismos de la memoria, el viento la acariciaba con un romanticismo inusual, sentía como en el pecho se quemaban cenizas de un recuerdo, arduos sentimientos ofrendados por el tiempo que espero, su mirada ya no era la misma, una lagrima rodó por su mejilla, acuno un silencio y un suspiro.
Ella felizmente estaba segura…Era él… quien hace algunos años prometió volver…

Texto agregado el 25-03-2013, y leído por 83 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-03-2013 Muy bueno, te transporta al lugar, casi convirtiendo al lector en uno de los pordioseros. Otro_Flautista
 
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