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Inicio / Cuenteros Locales / HLDolores / Laska Vuolderfol. El regreso de los Corwits a Lorwuéldorin

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Capitulo I. El cielo de la luna.

En una comarca muy lejana llamada Mirapaz, con gran orgullo los abuelos contaban a sus nietos la leyenda de un joven, que fue un gran héroe.

Un día, un extranjero que por allí pasaba, escuchó a alguien de la comarca, la leyendade aquel niño. El viajero quedó tan fascinado, que para no olvidar ni un solo detalle, decidió escribirla en un viejo pergamino, que a partir de entonces llevaría siempre consigo, en todos sus viajes.

Cuando aquel hombre llegaba a un nuevo lugar, repetía el mismo ritual, entraba en la taberna local, pedía algo de beber, sacaba su pergamino, lo desenrollaba, y se ponía a leerlo en voz alta, para que todos los allí presentes supieran de su existencia.

La gente, maravillada con la historia , se la iban transmitiendo unos a otros, y esos otros a otros más, y de esta manera, tanto los grandes como los pequeños de todo el mundo, llegaron a conocerla. Fue leída y contada, en todas las partes y en todas las lenguas, aun hoy, se sigue hablando de aquel héroe y de sus grandes hazañas.

Todo comenzaría en la tierra de Lorwuéldorin en un tiempo ya muy lejano.
¡Bueno, vayamos allá! Era un bonito amanecer
-Un momento- ¡esperad! ¿No creéis que antes sería mejor, que conociéramos algo más, sobre éste celebre jovencito?
¿Si verdad? A mí también me lo parece.

De modo que empezaremos primero por explicar que éste era un muchachito alto y muy apuesto, aunque estaba bastante delgaducho, aún así, poseía una increíble fuerza, cosa que resultaba extraordinaria en un niño que no había cumplido los doce años de edad. Tenía la piel blanca como la nieve, su cabello era largo y liso, tan suave como la misma seda y siempre lo llevaba suelto; su color rubio y brillante era como las candelas del sol. Tenía una mirada muy dulce, unos ojos pequeños y achinados de color azul profundo como el mar.

Este afable chico vivía con su querida mamá, una joven viuda, la señora Elein Vuolderfol, una mujer de grandes ojazos azules, de muy buen corazón que resultaba muy atractiva y esbelta, con una graciosa nariz respingona. Elein tenía una larguísima melena rubia y caracolada que normalmente peinaba en forma de un voluminoso moño.

Los dos vivían al sur, cerca del bosque de Guélomum, del que se decía que era un bosque encantado, muy pocos eran los que se atrevían adentrarse en él. Situado al norte de la comarca de Mirapaz, en una tranquila y pacifica aldea llamada Sambelás.

Esta aldea tenía la peculiaridad de que todas las viviendas estaban rodeadas por una gran parcela, con un pozo para sacar agua, y un pequeño establo con animales (cabras, gallinas y cerdos).

Pero había algo que llamaba la atención en la aldea de Sambelás, todos los hogares estaban pintados de color amarillo y tenían una forma muy pero que muy extraña; las casas eran redondas y sus tejados tenían la forma de sombrero alado, terminado en pico, por donde salía el humo de las chimeneas, pero además tenían una señal grabada en el centro parecida a una letra N. Las puertas eran de madera negra en forma de doble arco, con las ventanas cuadradas.

Tras esta descripción empezamos nuestra leyenda, cuyo protagonista respondía al nombre de Laska Vuolderfol, famoso por protagonizar una fascinante, peligrosa y aventurada historia que todo el mundo llegaría a conocer.

Era un bonito amanecer de un día de verano, un sol radiante se asomaba por la línea del horizonte, para reinar en un cielo azul despejado de nubes. Al mismo tiempo, se escuchaban las armoniosas melodías de los ruiseñores del bosque, que se mezclaban con el canturreo de una pequeña bandada de avecillas, revoloteando con mucho brío por encima del tejado con forma de sombrero de la casa de Laska,

Los pájaros esperaban impacientes y contentos, a la señora Vuolderfol para comer, la cual tenía por costumbre de darles comida, antes de ponerse manos a la obra con sus tareas domesticas. Elein salió fuera ataviada con un largo vestido blanco y un delantal azul de encaje, con su larga melena sin peinar todavía y con cara de sueño aún en su rostro. Sujetaba entre sus ásperas manos un cuenco redondo de madera lleno hasta los topes de miguitas de pan.

La señora Vuolderfol dió como unos veinte pasos fuera de la casa, se dirigió hasta el pozo con el cuenco, y lo puso sobre el muro, tiró de la cuerda con las dos manos y sacó el cubo de madera lleno de agua, poniéndolo en el suelo. Luego cogió un puñadito de migas de pan y las tiró bien alto al mismo tiempo que llamaba a los pajarillos diciéndoles en voz alta:

-¡Vamos, vamos chiquitines, venid a comer!
Los vivarachos ojitos negros de las avecillas brillaron de alegría, al ver por los aires las migas de pan; rápidamente todos salieron volando disparados desde el tejado para ir en busca de su alimento.

La señora Elein se apresuro en volver a la casa encendió la chimenea de leña y puso a calentar agua en una gran olla. Cuando estuvo lo bastante caliente la apartó del fuego, se la llevó a otro cuarto, y vertió el agua tibia en una tinaja de latón que le serviría de bañera.
La mujer se dio un buen baño mientras tarareaba una cancioncilla (que se cantaba en las fiestas populares del lugar) después de haberse secado, vestido y peinado, comenzó a preparar el desayuno.

Una vez estuvo listo, fue a la habitación de su hijo que dormía, lo despertó y juntos se sentaron a la mesa para desayunar, un tazón de leche caliente, una porción de queso de cabra y unas cuantas rebanadas de pan con mermelada. No habían terminado aun, cuando de pronto alguien conocido aporrea la puerta gritando y pidiendo ayuda. La señora Elein se levantó rápidamente de su silla dejando sobre la mesa el tazón de leche sin acabar, al que le estaba dando un sorbo en esos momentos, y fue corriendo a abrir la puerta, preguntándose preocupada que es lo que habría ocurrido.
-¡Señora señora Vuolderfol, necesito su ayuda, rápido por favor!
El que golpeaba la puerta, muy alterado era el señor Ulizes Julwil el vecino. Un hombre robusto alto y fuerte. Un cuarentón moreno de ojos marrones muy grandes y expresivos y un bigote inmenso.
-¡Señora Elein, por favor, tiene que venir conmigo!
-¡Se trata de mi esposa! , está apunto de dar a luz, he ido en busca del doctor Bratolz, pero no se encuentra en casa y no se que hacer, dijo el hombre muy preocupado, con la voz fatigada por la carrera y muy nervioso.

El señor Ulises ya había sido padre antes, tenía siete hijos, cuatro niñas y tres niños, más uno que venía en camino. Era un padre estupendo y aunque ya tenía experiencia en la paternidad, nunca dejaba de emocionarse y ponerse de los nervios cada ves que su mujer se ponía de parto. La señora Elein intentó calmarlo:
-¡Tranquilícese señor Ulises, tranquilícese! De acuerdo
Iré con usted no se preocupe, todo va a salir bien.
Laska que también había dejado su desayuno a medias para acudir a la puerta junto a su madre, al oír estas palabras, le preguntó:
-Madre ¿Puedo ir con vosotros?
- Podría servir de ayuda, seguro que la necesitarás.
-¿Puedo? ¡Por favor mamá!
El señor Ulises miró a la señora Elein esperando su respuesta, la madre miró a su hijo, pensó durante un segundo, en silencio sonrió dulcemente contestando:
- ¡Claro hijo! ¿Por qué no? Trae unos cuantos paños y gasas y date mucha prisa, nos harán falta, -dijo la madre.
Laska cogió rápidamente lo que su madre le había dicho, y salieron los tres corriendo hacia la casa de los Julwil.

Cuando estaban próximos al lugar, los gritos de dolor de la parturienta se podían escuchar desde la calle, mientras, en la puerta se encontraba, el hijo mayor del señor Julwil, Huno, un niño de casi nueve años moreno como su papá y con el pelo a lo tazón; que cuidaba mientras de su madre y de sus hermanos pequeños cuando él fue en busca del doctor Bratolz.
-¡Padre, rápido madre esta mal!
-He encendido el fuego y he puesto a hervir agua, -le dice preocupado Huno, al señor Ulises.
-¡Bien hecho hijo mío!, -contestó el padre, a la vez que ponía su mano sobre la cabeza de su hijo y le frotaba suavemente el pelo entre sus anchos dedos.

Pasaron primero por el salón donde algunos de los niños estaban cuidando de sus hermanos más pequeños, estando sentados junto a la chimenea encendida y con agua puesta al fuego. Siguieron hasta el dormitorio donde estaba la señora Mekalella.
Una mujer de pelo castaño y de ojos verdes, que se encontraba tumbada en la cama, sudorosa con una gran barriga y la expresión de su cara dejaba adivinar el gran sufrimiento que estaba pasando.

En la cabecera de la cama, estaba una niña, la segunda de sus hijos, Sara, que daba la mano a su madre, mano, que la señora Julwil apretaba con todas sus fuerzas.

Elein entró apresuradamente en el dormitorio y fue a echarle un vistazo a la señora Mekalella. Mientras que Laska y Ulizes se quedaban mirando desde el marco de la puerta. Tras un rápido vistazo Elein dijo:
-¡Oh Dios mío! ¡traedme los paños calientes, vamos deprisa!
Laska fue tan rápido en obedecer, que al señor Ulizes no le dio tiempo a reaccionar, mientras tanto, el jovencito ya se le había adelantado. Momentos después volvió trayendo en una mano un cardero de agua caliente, y en la otra un buen puñado de trapos blancos, que entregó a su madre. Ulizes se acercó a la cabecera de la cama, y su hija Sara se apartó para dejarle el sitio a su padre.
El señor Julwil, le cogió la mano a su esposa y le acarició la frente diciéndole en voz bajita;
-Esposa mía, ya estoy aquí, tranquila todo va a salir bien, te amo- Y al terminar de decirlo, le besó tiernamente la mano. A su mujer, por un momento le cambió la cara por el dolor pero mostrando en su cansado rostro una sonrisa, le dijo a su marido:
-Esposo yo también, te amo- frase, que quedó interrumpida por una fuerte contracción y un grito ensordecedor seguido de un breve desmayo.
En ese mismo instante Elein pronunció unas palabras que harían que el señor Julwil perdiera la compostura, y se echará a llorar desesperado, abrazando fuertemente a su mujer desvanecida.
-¡Santo cielo! el bebé viene de nalgas.-
Entonces Elein se dió cuenta de que era un parto tan complicado, que podría peligrar la vida de la madre y la del bebé. El señor Ulizes no paraba de llorar lamentándose y no soltaba a su esposa. Sus niños también se pusieron a llorar.
Fue cuando la señora Vuolderfol decidió que todos deberían salir de la habitación, pidiendo a Huno que se llevara sus hermanos y a su padre fuera del dormitorio. Una vez todos habían salido cerró la puerta, cogiendo a su hijo Laska, y sujetándolo por los hombros con las dos manos, lo miró fijamente a los ojos y muy seriamente le habló así, -hijo escúchame atentamente, tienes que hacer exactamente lo que yo te diga, ahora más que nunca necesito tu ayuda.
- ¿De acuerdo hijo?
-Por supuesto madre-, le contesto él.
Al otro lado, estaban el padre con sus hijos, abrazándose unos a otros y llorando a lágrima viva. Los gritos de la parturienta ya no se escuchaban.
Pasó como una hora y la puerta del dormitorio seguía cerrada y dentro no se escuchaba absolutamente nada.
Eran ya las diez y cuatro minutos de la mañana y todavía nadie sabía nada de lo que estaba ocurriendo dentro de aquel silencioso cuarto. La intriga se hacía eterna para los Julwil.
Pero a las diez y cinco minutos exactamente, el potente llanto de un bebé recién nacido se escuchó en la casa. La familia que estaba en el salón, esperando, al escucharlo salieron todos corriendo para el dormitorio sin pensárlo un instante; justo cuando Laska estaba abriendo la puerta, y todos pudieron ver a la señora Vuolderfol con una expresión de gran satisfacción en su cara y una maravillosa sonrisa en su boca.
Elein sujetaba entre sus brazos a un precioso, rosado y regordete bebé, que estaba envuelto en una mantita a modo de toquilla. Y a la señora Mekalella ya sin la enorme barriga, que estaba apunto de abrir los ojos.
-¡Todo ha salido bien gracias a Dios!. La madre y el bebé están a salvo.
-¡Enhorabuena señor Julwil!, dijo la señora Vuolderfol muy feliz, y dirigiéndose al señor Ulizes, se acercó hasta él y le puso el bebé en sus brazos.
Lo que sintió aquel hombre en su corazón, en ese momento, no se podría explicar con palabras, pero sin embargo su cara lo decía todo y al coger al bebé entre sus brazos lo miró lleno de gozo y exclamó.
-¡Mi hijo!
Elein sonrió de nuevo pero esta vez pícaramente y lo corrigió.
-¡No, no! su hija, señor Ulizes, es una niña preciosa.
El señor Julwil soltó una gran carcajada y alzando a la niña en alto dijo muy contento: -mi hermosa hijita.
La señora Mekalella que lo había escuchado todo, dijo desde la cama casi sin fuerzas pero contenta.
-El noveno será un niño.
-¡Esposa!
El señor Ulizes volvió la cabeza hacia atrás y vio que su mujer estaba despierta, se acercó a la cama con la niña en brazos, la puso junto a su madre y besó a su esposa en la frente.
Los hijos del señor y la señora Julwil también se reunieron al completo junto a su padre, su madre y la recién nacida.
-¿Cómo la llamaremos? -preguntó la mujer, mirando primero a su bebé y luego al marido antes de responder, el señor Ulizes se quedó pensativo, miró a la recién nacida y comenzó a acariciar su carita con su dedo, la niña cogió su dedo apretó con su pequeña mano y sonrió.
-Adayelian esposa mía, se llamará Adayelian- Contestó muy seguro el señor Julwil, después de ver lo que acababa de hacer su pequeña.
Mekalella, al escuchar el nombre que eligió su marido dijo muy alagada.
- La elegida por los dioses, precioso nombre para nuestra hija, esposo.
El marido de la señora Mekalella, abrazó y besó nuevamente a su mujer y a su hija recién nacida. Los demás hermanos hicieron lo mismo, mientras Laska y su madre observaban una imagen tan tierna y familiar.
El señor Ulizes se había olvidado de dos cosas muy importantes, pero al final terminaría por acordase.
-¡Por Dios! - perdóneme señora Elein se me había olvidado con tanta emoción, -¡Muchísimas gracias! -si no hubiese sido por usted y por su hijo, mi esposa no habría salvado su vida- dijo el hombre, no se como podría pagarles, me siento tan en deuda con ustedes.
-¡No por favor!- no se preocupe ha sido todo un honor para nosotros, el haber podido ayudar a traer una nueva vida a este mundo, -le aclaró Elein al señor Ulizes, y Laska lo confirmó, moviendo su cabeza.

Después de estos agradecimientos, Ulizes dijo:
-¿Qué día es hoy? - no lo vais a creer pero es que no se en que día estamos, -pregunto entre la risa y el desconcierto. Y Elein fue la que aclaró su duda.
-Hoy es miércoles día veintiuno de junio. Señor Julwil, - dijo Elein.
-Su hija cumplirá años, exactamente un día antes que mi hijo.
Entonces la señora Mekalella llamó a Laska.
-¡Eh! jovencito, ¡Ven!, acércate -le dijo ella.
Laska se acercó y la señora le preguntó.
-¿Ves ese comodín que hay junto a la ventana?-
-¡Si señora lo veo!
-Pues ves allí, y en el segundo cajón hay una cajita pequeña de plata.
-¿Puedes traerla por favor?
El joven Laska fue a buscar la caja, se la llevó a Mekalella que seguía en la cama junto a su bebé; era una cajita muy chiquita, pero contenía algo muy valioso para la señora Julwil.
-Aquí tiene señora dijo Laska dándosela en la mano. La caja guardaba dentro una preciada joya familiar, era un diamante redondo de color azul oscuro, engarzado dentro de una luna de plata, sujeto por una cadena también de plata.
La señora Julwil abrió la cajita y sacó el colgante y la cadena, y dijo:
-Laska Vuolderfol, quiero agradecerte lo que has hecho hoy por Adayelian y por mí, como prueba de ello, quiero regalarte este colgante, que es el bien más preciado para mí, perteneció a la madre, de la madre de mi madre.
Mi abuela me dijo que su nombre es, el cielo de la luna. También contaba que este era su nombre, por que una noche de luna llena un mago miró al cielo y al mirar lo vió tan hermoso que se enamoro de él, entonces aquel hechicero sintió mucho miedo de no volviera a ver nunca más una noche tan esplendorosa , que formuló un conjuro para poder contemplarla por siempre.
cuentan que el brujo metió el maravilloso cielo de aquella noche, dentro de este colgante y que desde ese día jamás se volvió a repetir una noche tan maravillosa como aquella.
Mi abuela también contaba que el cielo de la luna, solo sería liberado, el día que el colgante se posase sobre el pecho de un valeroso corazón. Pero para ello la persona portadora del mágico colgante habría de resultar victoriosa de las duras pruebas designadas por el destino. Pero mientras tanto, el colgante protegería a todo aquel que lo llevase puesto.
Al terminar la ultima frase, la señora Julwil abrió el broche de la cadena y puso el colgante sobre el cuello de Laska, después cerro el broche y continuó diciendo:
-Jovencito, a partir de hoy quiero que lo lleves tú, - te protegerá como me ha protegido a mí.
La cara de Laska demostraba entusiasmo y gratitud, puso la mano en su pecho, apretó el colgante con su mano izquierda y sujetándolo contra su pecho, exclamó:

-¡Vaya! señora Julwil, muchísimas gracias, lo llevaré siempre conmigo, pronunciando esas palabras, Laska quitó la mano de su pecho y en ese mismo
Instante algo extraño pasó. del diamante emergioemergio de pronto un fuerte pero fugaz rayo luz, que nadie pareció advertir y rápidamente volvió a su normalidad.
Más tarde la señora Elein y su hijo se despidieron de los Julwil, invitándolos, a la celebración del decimosegundo cumpleaños del joven Laska que tenía previsto celebrarse al día siguiente en casa de los Vuolderfol.

Texto agregado el 19-03-2013, y leído por 79 visitantes. (0 votos)


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