EL REGRESO A CASA

Daniel era un niño de 12 años que vivía con su mamá en una casa en las afueras de la ciudad. Un sábado que no tenía clase, Daniel se levantó y se alistó muy temprano, ya que iba a encontrarse con su amigo de aventuras, Nicolás, que vivía cerquita, 3 fincas más adelante de la suya y era unos años mayor que Daniel.
La mamá, que estaba en la cocina, se mostró muy extrañada al ver que Daniel no se había quedado durmiendo hasta tarde como hacía los sábados que no tenía clase, sino que estaba listo en la cocina, para desayunar.
Daniel le comentó a la mamá que se había quedado de encontrar con Nicolás para ir a pescar en un nacimiento de agua que había cerca de la casa de Nicolás, con unas cañas de pescar que les iba a prestar el papá de Nicolás. La mamá le dio permiso a Daniel para salir con su amigo, pero debía regresar por la tarde, y salió de la casa con su canasta como todos los sábados a hacer el mercado en la plaza del pueblo.
Daniel caminó y pasó la primera casa, pasó la segunda, y llegó a la casa finca de Nicolás.
Nicolás lo estaba esperando afuera de su casa con su morral, las cañas de pescar y una pequeña atarraya que usaba su padre. Se saludaron con un abrazo y comenzaron a ascender hacia el nacimiento de la quebrada. El cielo estaba completamente despejado y hacía un sol radiante. Los pájaros cantaban y corría una brisa fresca. A lo lejos se escuchaba el ruido del agua corriendo. Los chicos saltaban por entre las piedras con sus pesados morrales, y decidieron sentarse a armar los anzuelos con las carnadas de lombriz en una playa tranquila de un estanque de la quebrada, junto a un frondoso árbol.
Los chicos lanzaban el anzuelo con tan mala suerte que los peces se comían sus carnadas. Duraron horas sin que un solo pez picara la carnada. Un pez tiró el nylon de Nicolás pero al tratar de sacarlo no tuvo la suficiente fuerza y el pez escapó. Era difícil sin la ayuda de un adulto como el papa de Nicolás que era un experto pescador. Pronto se empezaron a sentir desanimados y cansados. Nicolás había logrado pescar 2 pequeños bagres que llevaba en la mochila para que su mamá se los hiciera fritos como a él le gustaban.
Los niños empacaron y salieron buscando el camino que los llevaba de regreso hacia la casa de Nicolás. Se preocuparon porque habían estado mucho tiempo pescando y ya se hacía de noche, sabían que sus mamás les iban a propinar un fuerte regaño por lo tarde que iban a llegar, así que aceleraron el paso.
Siguieron andando por el camino que estaba lleno de espesa vegetación y arbustos espinosos. Al final del camino encontraron una casa grande y blanca con techos de barro que más bien parecía una hacienda, con grandes extensiones de cultivos de café y tabaco.
Estaban muy cansados, parece que habían caminado mucho más de lo normal y no habían llegado a la casa de Nicolás. Al parecer estaban perdidos y ya era bastante tarde, por lo que se quedaron a dormir dentro del granero de aquella hacienda.
Los despertó el ruido del portón del granero al abrirse. Era un joven que, al ver a los dos niños salió corriendo y pronto regresó con un señor muy gordo que parecía el dueño de la hacienda.
-Eh pequeños bandidos- dijo el hombre gordo. -Que hacen usurpando en mi propiedad? Seguro que querían robarse algo- .
-No señor nosotros no vinimos a robarle nada- dijo Nicolás.
-Eso dicen todos- dijo el hombre y le dijo a otro señor muy grande y muy fuerte que los condujera a los cultivos de café con el resto de obreros de la hacienda.
-Van a trabajar en esta hacienda como todos los demás obreros para que paguen lo que han robado del granero- dijo el gordo.
Primero los mandaron a los cultivos a recoger granos de café con los demás obreros. Les dieron comida y por la tarde debían completar otra jornada de trabajo en las cocinas, aseando y limpiando pisos y paredes engrasadas.
Daniel que era más pequeño tuvo que lavar y secar una torre de platos, barrer y trapear. Nicolás estuvo encargado de lavar los pisos y las paredes de la cocina, además de ayudar a lavar los pisos de los gallineros.
Al caer la tarde estaban exhaustos y a punto de quedarse dormidos, pero Nicolás planeaba la fuga así que despertó en la madrugada a Daniel para emprender la huida. Otro obrero se despertó pero Nicolás le dijo que ellos no eran ladrones, sino que se habían perdido en el camino a la quebrada y que necesitaban volver a su casa, así que el obrero no dijo nada y los dejó huir.
Salieron sigilosamente cuidando de no despertar a los perros guardianes; caminaban ocultos bajo la sombra de los árboles, por lo que resultaron imperceptibles para los vigilantes. Pronto encontraron el camino y apuraron el paso para llegar pronto a la quebrada.
Caminaron toda la noche. Ya empezaban a destaparse los primeros rayos de sol y ya veían la quebrada. Esta vez sí tomaron el camino correcto que los conduciría a la casa de Nicolás.
Pronto llegaron a la casa de Nicolás y los papás de Daniel estaban reunidos con los papás de Nicolás. Todos tenían cara de estar muy preocupados.
Al ver a los chicos, las mamás se emocionaron y los abrazaron con lágrimas en los ojos, mientras les decían que dónde habían estado, ya que llevaban 2 días desaparecidos.
Estaba también el policía que se había encontrado Daniel la primera vez, quien había estado buscándolos por las fincas vecinas, en todo el pueblo.
Los chicos les contaron todo a sus padres y estos recordaron que el hombre barrigón era Don Maloncio Ronquero, un hombre muy malo que tenía una gran propiedad.
Todos estuvieron felices de tener a los chicos de vuelta en casa e hicieron una gran comida. Allí los padres discutieron y llegaron a la conclusión que había estado mal hecho el haberlos dejado ir tan lejos sin la compañía de un adulto.

FIN