Pascua y el hombre pájaro
Leyenda creada por la autora, donde cuenta la realidad histórica sobre la Isla de Pascua, basada en hechos reales de tiempos milenarios, hasta la actualidad.
En un tiempo y lugar no conocidos, el hombre pájaro huyó de sus cazadores; hombres parecidos a él, de estatura mucho más baja pero sin alas. Él era enorme, con un corazón grande aunque simple y sensible semejante a cualquier ave. Triste por el infortunio de haber aterrizado entre seres de tan distintos sentimientos, con la fuerza de sus ojos logró liberarse de la gran jaula de experimentos. Antes de aquel extraño amanecer, rompió las descomunales cadenas y emprendió su vuelo. Se sentía frágil, debilitado; pues acogía futuras crías; huevos del tamaño merecedor de un gran pájaro. Cansado de volar, buscando un lugar tranquilo donde no corriera peligro, donde estuviera seguro para depositar, divisó una extraña tierra. Dejó de batir sus alas. Planeando secó con sus manos delicadas cada lágrima que brotaba de sus ojos de coral con una vaga y tierna mirada de obsidiana.
Arbustos muy robustos con ramas voluptuosas, de hojas grandes lujuriosas, cubrían esa tierra. No era un sueño... era realidad; y en su mente alucinaba: “Para mí, sí, para mí es ésa... tan singular.”
No pudiendo más, con tenue voz le susurró al viento: “Pronto, colócate debajo de mí que ya no me mantengo, eterniza mi caída, no sé si llego con vida.”
Cuando estuvo sobre esos tan llamativos tonos de diferentes verdes, se dejó caer desde gran altura, mientras las ramas se aprontaban rápidamente, ayudadas por el viento que lo acompañaba. Inciertas todas ellas, lo invitaban a que eligiera alguna para posarse y disfrutar la belleza del paisaje. Querían tener la primicia de sostenerlo por primera vez, aunque después saltara hacia otras ramas; pues nunca habían visto a un pájaro, decían una a una para convencerlo; tan hermoso, tan apuesto, tan bonito, atractivo, qué galán, vaya, guapo, verdaderamente agraciado, encantador, precioso, sugestivo, peregrino, simplemente fascinante, mágico y seductor.
Tantas cosas le dijeron que por fin una leve sonrisa le arrancaron.
Él sabía que era el único de su género, y que lamentablemente no iba a poder darle a ninguna la primicia de sostener su especie.
Esperaron con paciencia hasta que se sintieron alborotadas con la movida; su rostro dio con fuerza sobre la superficie rojiza; una tierra cobriza, dorada y colorada. Él, que era diferente a todo pájaro que volaba, que parecía tan saludable, tan fuerte, que a toda esa zona dejó acaramelada, quedó tirado para el asombro de todos, con sus alas extendidas. El viento ordenó silencio por tiempos indeterminados y les contó el gran secreto que él había notado. Entonces, las ramas, indignadas por la injusticia que a ese tierno y frágil corazón acongojaba, lo protegieron, volviendo a cubrir con sus grandes hojas la extraña tierra tornasolada.
De pronto, una de ellas, la que por su caída había sido quebrada, rompió el silencio. “¡Tengo una idea!”, le gritó al viento y continuó diciendo: “Lleva de mí las semillas, de las más bonitas flores que en mí halles para que crezcan en sus alrededores. Así podré embotarme tranquila; sentiré que en algo han sido útiles mis brotes.”
A todo esto, el hombre pájaro sin fuerzas escuchó el comentario y casi balbuceando, dijo: “Escuchen, esto deben saber; creí que este lugar era el apropiado para depositar a mis moais, mas, no lo es. Como supongo que aquí corro peligro, soportaré un buen tiempo sin respirar, pero mis ojos permanecerán abiertos, pues es en ellos donde guardo el poder. Debo refugiarme hasta… no tengo fuerzas…
Hubo un gran silencio, las flores crecieron y su cuerpo fue cubierto.
Un día, el rey de esas tierras se levantó muy temprano, abrió la ventana, vio que era primavera. Se sintió tentado de sacar a pasear a su amada reina. Su Majestad tenía cierta arrogancia; confiaba mucho en sí mismo y en sus instintos. Además, era muy prudente, y esto más aquello era lo que lo hacían tan poderoso. Pudo husmear el perfume de unas flores nuevas en ese renacimiento. Sin embargo, se equivocaba; fueron ellas las que hicieron fuerza para que el rey las olfateara, provocando una emanación de ese aroma bisoño, incipiente y de trazado retoño.
Se vistió con sus mejores vestimentas. Eligió para la época los adornos apropiados. Vislumbraba en esa mañana un inédito romance con su amada. Ya era tiempo, después de tantos milenios, de intentar nuevamente adornar con un hijo, su reino. Su querida soberana tenía dificultad; hasta ese momento ni los brujos de la comarca habían logrado que ella le diera esa gran beatitud. Y él tenía la gracia de ser muy perseverante; pensaba que frente a tal desgracia, lo mejor era tener una positiva actitud. Aunque... lo único que le importaba sólo era la apariencia; en realidad el problema no era la reina, ni por ella sentía como decía, un gran amor. Ella, también intuitiva, sospechaba tal eventualidad, mas no lo sabía en forma cierta. Ah... todas las mañanas despertaba observando qué interés tendría el rey en ese día de remembranza. Pero como siempre, para todo lo que a él le concernía, ella estaba dispuesta sin perder el ímpetu constante de su esperanza en agradarle en verdad.
Partieron sobre sus caballos. Él la llevó por sus valles de deliciosos frutales, plantíos de raras sustancias y otras esencias. Cuando su Alteza se sintió inspirado por la belleza de la naturaleza, erotizado la convidó a bajar cerca de los aromas embrionarios. Ella, sintiendo el mismo deseo, corría sonriendo, jugueteando para que él la alcanzara, a la vez que iba tirando por la planicie del césped sus más íntimos ropajes; y cuando estuvo desnuda se dejó caer encima del colchón de los florales a ver si éste surtía el efecto. Al mismo momento que se recostaba, él se acercó hambriento de poseerla; pero las flores abrieron un hueco para que él pudiera ver que ella estaba sobre un hombre necesitado ¡quién sabe de qué!, pensó, y aunque la situación no era confiable, sabía que de algo y estaba dispuesto a arriesgarse. La tomó de la mano y la atrajo hacia sí para sacarla rápido de aquello tan extraño. No fuera a ser que algún brujo hubiera preparado una trampa y que la tierra se la devorara, impidiéndole traer al reino un heredero.
Cuando ella se dio cuenta que esa reacción no fue un desprecio sino algo precipitado y alarmante que lo llevó a protegerla, ambos pudieron apreciar que debajo de las flores yacía el cuerpo de un hombre envuelto en alas, pico abajo. Es decir, un hombre pájaro.
No respiraba. Mas, tenía sus ojos bien abiertos. Y hete aquí que al mirarlos, estaban llenos de una singular energía que los dejó inmóviles, estupefactos.
Sus manos fueron obligadas a voltear aquel rostro para que sin darse cuenta, una mirada fija, volcánica, de color negro lustroso con reflejos verdes de orígenes primitivos de otro mundo, le pasaran la información que había quedado guardada antes de quedar sin vaho, antes de dormirse por tantos siglos inhóspitos.
El espíritu del hombre alado se precipitó a penetrar y extasió sus almas con su magia.
Se apoderó de ellos una entrañable simpatía. Caso raro, pensaron, el hombre, alas tenía. Entre los dos planearon salvar su vida.
De pronto, se conectaron las tres mentes; los Nobles sintieron un vahído y escucharon la voz de este ser que resonaba con agudeza y desesperados chillidos, contándoles su urgencia:
“¡Tengo que depositar a mis moais... moais, moais! ¡Son mi descendencia!”
Tenían que ser prudentes para proteger el cuerpo embarazado, y para ello esperarían hasta la noche cuando todos, excepto algunos, estuvieran dormidos.
La noche que también escuchó, se aprestó rápidamente a tapar al sol de primavera. El rey pudo entonces montar sobre uno de los caballos, ayudando a subir, por las dudas, detrás de él, a su reina.
“¡Caballo!”, gritó el rey al momento de pegar la vuelta. Y ordenó: “No toques tierra, cabalga por el aire con ligereza. Antes de llegar al palacio detente lentamente. Esto merece mi atención; es grave y urgente.”
El caballo tocó tierra en la puerta del rincón privado y vacacional de ambos, bien apartado del palacio. Desmontaron. La blanca luna los alumbraba cuando ella miró a su rey como preguntándole qué iban a hacer. Él le respondió:
-Corre. Encúbrete en tu oscuro manto para no ser reconocida, ve y despierta a los más confiables sirvientes. Yo me quedaré, le prepararé una cómoda guarida.
Así lo hizo. Después de correr el gran trecho, entró al palacio por el furtivo túnel tal como había venido. Su ropa había quedado tirada en el verde césped. Subió a la recámara a convenir su manto. Se envolvió rápidamente y salió por el subterráneo, cerca de la gran mina, escondiéndose de las acostumbradas guardias de los brujos sabios; brujos que mantenían oculto el significado de signos indescifrables sobre piedras esculpidas. Pero ellos la estaban esperando. La atraparon. Introdujeron en su boca una pócima. Casi adormecida vio en visiones el misterio de intimidad que se le hizo eco, entreverando locos sueños de fertilidad con gritos de su futura, eterna y nueva identidad que los sabios le revelaban en un corto pero eficaz discurso. De esta forma escuchaba ella:
“¡El rey no debe enterarse e e e e e! ¡Sólo uste e e ed amada reina a a a a! ¡Ya no te llamarás más Rapa–Nuiiiiiii de Polinesia! ¡Pascua será su emblema a! ¡Porque hoy comienza a cumplirse la milenaaaaaaaaria le yeeenda a a! Guíanooos... ¿Dónde estáaaa?”
Y así, llevada por la inercia, sabiendo a qué se referían, los dirigió hacia el hombre ave. Al llegar, ahí mismo le dieron de beber otra poción que la llevaría a una futura unión que se realizaría de inmediato, con fiesta y alegría.
Comenzaron preparando el ron con fruta molida. A eso le mezclaron Pisco Sour; pisco con limón, y además le añadieron algo de cola-coca, que al final con el entrevero no se notaría esa cosa loca de no parecer tan deliciosa. No conformes con esto, para darle más poder aún porque sería el aliento para despertarlo y poder cumplir su travesía, robaron del norte algunos limones del oasis de Pica, que se caracterizan de un exquisito pero más agrio sabor y dulzor. Y sí, lo robaron porque nadie debía enterarse; pues cada tierra se creía dueña de los frutos que le crecían; y al ver que les faltaría, era probable que se enojaran. Entonces, fue imprescindible sumarle un poco de tequila y otras raras cosas que en otras tierras nacían; futuras mezclas de harina con algo de membrillo, frescas hojas que pisarían de las cuales se desprendía un líquido que aderezarían con aceites y vinagre, y algo de carne asada picada proveniente de Uruguay; bebida que al final, festeja la partida de un viajero. ¿Cachai?
El ave del infinito espacio, por los embrujos, no moriría.
Entonces, le abrieron el pico, le introdujeron a penas un poco de la preparación y comenzaron la ceremonia. Ya sentados, encendieron en sus pipas hojas molidas de coca con el fuego que despedía el volcán Rano Raraku. Todos las copas llenas del sobrante preparado, sobre una mesa. Tras una fumada de pipa y un trago de los brujos, Pascua veía como se iba irguiendo la figura esbelta de aquel hombre pájaro. Embelesada con su mirada no dudó en danzarle mientras él, acompañando su baile, rozaba su piel expuesta con sus suaves plumas. Y se produjo el milagro; Pascua olvidó su amor por el rey Palmo de Polinesia, mudándolo por el ser extraño.
Mientras tanto, los siglos iban pasando por Su Majestad, que al ver que la reina se demoraba, presintió el suceso. Decidió hacerse un escudo para protegerse y permanecer joven por siempre. Así que mientras maquinaba su plan, se entretuvo moldeando oro macizo, poniéndole en su parte externa, turquesas en mosaicos. Al final lo decoró con xicalcohiuqui, y colocó en sus bordes hilo de filigrana; hilos que simulan los rayos del sol. Para terminarlo, lo trabajó en su parte inferior; le colgó cascabeles de oro de manera que hicieran bastante ruido por donde él pasara. Tenía pensado buscarla, pues no había otra belleza como su elegida en toda la comarca. Pelearía con cualquiera y no tendría piedad con tal de procrear. Pero él, no se imaginaba cuán difícil sería encontrarla.
Todo sucedía en desfasados tiempos.
Terminado ya el hechizo, la unión y la fiesta, Pascua, al volver en sí se vio rodeada de muchas aguas, y antes de ahogarse recordó la consigna; no se hundiría nunca porque tenía que cumplir una misión; debía acoger en su seno a los moais. Así que... como isla emergió en medio del gran Océano. ¡Por fin tendría su honra, y podría engendrar! Sólo que... tendría que esperar algún Pacífico tiempo.
Para entonces, los sabios brujos, invisibles por causa del rey Palmo, volvieron a estudiar los signos. Se miraron y asintieron; era menester enviar deprisa al hombre pájaro al ombligo del Planeta, por lo que lo despertaron del influjo de su borrachera para explicarle cómo y dónde debía depositar sus contados seiscientos huevos.
Al despertar, escuchó las voces de los sabios que le dijeron:
“¡Vuela, vuela, hombre pájaro viajero! Que tu magia y tu energía harán que de Pascua se diga la más buscada por sus secretos, la misteriosa. Y de las Marquesas, la gran envidia. Con tu sonido Te Pito, llamarás a las tribus que en ese preciso momento se encontrarán en conflicto. Ordénales arrancar las palmas para dejar tu terreno limpio. Polinesio querrá encontrarla y si ve cimeras, sus predilectas, Pascua correrá peligro. Hazte amigo de los Rapa-Nui; tribu de orejas cortas, y tribu de orejas largas. Carga sobre tus aladas espaldas a los más excelsos que te parezcan, y deja a unos pocos, un remanente pequeño vigilando hasta que vuelvas. Recién ahí levanta tu vuelo hacia el volcán Rano Raraku y pon allí tus huevos; estos amigos que llevarás contigo, te ayudarán a dispersarlos, a esconderlos en blancas arenas. La mayoría quedarán cercanos a las fuentes de profundas aguas, y algunos pocos en las grandes alturas que se encuentran en los recónditos senos de los adentros de tu honrada, para que cuando crezcan puedas encontrarlos. Una vez repuesto del gran esfuerzo, mientras los nativos preparan los ahus; excelentes sostenes de cabellos riscos, tus moais estarán seguros. Cuando todo esté listo no olvides borrar tu historia de su memoria. Llama a los tiburones para que rodeen a Pascua; de esta forma llegar hasta ella será más difícil; debes protegerla antes de irte.”
Pascua no se imaginaba cuánto sufriría; mas... su amor alcanzaría para cubrir cada punto que se movería dentro de la eternidad.
Hoy, Pascua ya no se siente segura. Ni los tiburones han impedido que vengan navegantes. Y... Hombre pájaro no ha vuelto.
En ocasiones medita:
“¿Estará muerto...? En vez de haberme hecho famosa he tenido que soportar al engreído de Palmo Polinesio y a las envidiosas Marquesas que le han revelado mi paradero. Ha enviado a través de los tiempos gente de toda clase. Quiere encontrarme para sus fines, conmigo malvados, y de los brujos vengarse. Modernizado, camuflado, ahora es asiduo visitante. ¡Ah! Pedí ayuda a los tornados pero han hecho en vez de bien, más daño. ¿Qué puedo hacer para llamar la atención de mi hombre pájaro y a la vez que el rey no se entere? ¿Será por eso que mi amor no vuelve? ¿O será que de sus hijos y de mí se ha olvidado?”
Su furia se enciende cada vez que observa a los moais convertidos en estatuas de piedra. Pensar que antes, cuando aún eran niños, los que crecieron en las alturas, miraban hacia el mar para recibir y dar honores a los inmigrantes. El resto miraba hacia adentro para ofrecer su maná; la misma magia y energía que heredaron de su padre; eso, lo que la mantenía enamorada, ya no lo pueden brindar a nadie.
Cuántos pueblos han pasado, casi se podría decir que de Latinoamérica, todas las etnias. Pero... ya han desaparecido, y éstos, los pocos que quedan no tienen memoria.
Pascua tenía razón; Palmo Polinesio, después de preguntar mucho dio con las Marquesas. Ellas, por envidia, le contaron que de él se había olvidado y traicionado. Y para poder dar a luz a esa extraña descendencia, permitió que le arrancaran todas las palmeras.
Por eso, el rey, al no poder descargar su ira sobre los sabios brujos, ordenó a los hijos de las Marquesas que le quitaran los ojos a los moais. Envuelto en nuevos tiempos se plantó ahí a observar el universo. Quiere ver y saber qué tenía o tiene de especial el hombre pájaro.
Pascua, a veces habla sola y se lamenta, y otras se queja con los únicos que pueden escucharla y entenderla. En ocasiones, llorando se desahoga y los interroga:
“Ustedes... ¡Ay, ay, ay!, ¡viento y tiempo que todo lo saben! Vengan. Díganme. ¿Es verdad que a los cien que ahora quedan, ponerles ojos, intentan? Ah... ¡Pero qué ridiculez! ¡Esos ojos no tienen energía! ¡Esos ojos no tienen el maná! Esos ojos no tienen esa magia, esa magia que me supo enamorar”.
Qué lástima que ella no lo sepa; hombre pájaro está vivo escuchando sus quejidos, y ha estado observando desde arriba. Es que allá, con sus amigos ¡hacen ron con fruta molida! No hay nadie desaparecido; uno a uno los ha estado llevando en cada paso de péndulo, en cada rodeo de Luna y en cada vuelta de Sol. Planea venir de nuevo, deslumbrar a sus cazadores no olvidándose tampoco de aquéllos buenos hombres, y especialmente, a unir Latinoamérica.
Porque los frutos de esas tierras se han convertido en su pasión. Volverá antes que queden sin su riqueza y se pongan tan viejas que ya no sirvan ni para beber su preciada poción.
Pese a que sus crías se petrificaron, su espíritu está contento porque al fin logró emborrachar al universo. Tanto, que le cambió las ideas; se las dio vuelta como a una media.
“Ah, sí”, dice, “Yo sé la solución para este oscuro y pérfido planeta. ¡Vamos muchachos! Pues ha llegado el tiempo de convertir en humanos a las más duras e impenetrables piedras, como a un simple y tierno corazón de pájaro”.
Fin
Autora: Cielo Vázquez (cieloselva) |