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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 2.

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Capítulo 2: “El Día en que Todo Cambió”.
Una brisa corrió por el puerto de la capital de Holanda aquel atardecer. Sin embargo, no consiguió mover ninguno de los buques de fierro puro que se encontraban anclados en las costas.
Dentro de uno de aquellos navíos de la Marina Holandesa la música de una pequeña orquesta contratada por las Fuerzas Armadas se oía de manera clara, las melodías parecían susurrar a los oídos de los presentes.
Y, dicho sea de paso, la concurrencia no era precisamente reducida. En la cubierta exterior del navío metálico, específicamente frente al puente de mando, se agrupaba una multitud de sillas, en las cuales ya comenzaban a ubicarse aquellos para los cuales estaban reservadas.
En las barandillas se amontonaban los periodistas, aquellos asistentes al evento que no habían recibido invitación alguna, pero sin cuya presencia todo carecería de sentido ante la opinión pública y, que el señor Van der Decken, se convirtiese en Almirante, sería lo mismo que comenzase a trabajar en una taberna.
Como todavía era relativamente temprano para dar inicio a la ceremonia la gente seguía subiendo por las escalerillas desde el muelle para tomar asiento en la elegante silla que según su importancia les correspondía.
La primera fila estaba ocupada por las autoridades de la Marina Holandesa, de la Fragata Zeven Provinciën y de Holanda.
En segunda, tercera y cuarta fila se agrupaban los marinos. Y, en las últimas filas los familiares de quienes estaban a la espera de un ascenso.
El sol ya comenzaba a regalar tenuemente los últimos rayos de luz que ese día verían en tierra, mientras se encargaba de bañar suavemente las aguas del mar que se teñían de rojo.
En ese momento tres muchachas de entre trece y quince años descendieron de un automóvil de color negro. La que parecía ser la mayor, con tan sólo mirar la intensidad descendiente de la luz, se alarmó e hizo caminar a las otras dos más de prisa.
-Liselot, es inútil, ni siquiera sabes en cuál de éstos barcos es la ceremonia-se quejó Ivanna, quien no era sino la gemela antipática de la cual les he hablado antes.
-Ya era hora de que probásemos de nuestra propia medicina, Iva, nos confundimos con tanto gemelo-rió Sophie, la gemela sarcástica.
Es que ya las tres estaban aburridas de buscar y buscar por entre todos los navíos que estaban anclados al muelle. Lo peor de todo es que eran siete, aproximadamente, y exactamente iguales.
Liselot buscaba y rebuscaba por las popas de todos, hasta que sus ojos se iluminaron y dio dos pequeños saltitos, claro síntoma de que habían encontrado el barco con el que querían dar.
Liss casi rodó por el suelo al tropezar con sus tacos por andar dando saltitos de felicidad y miró a sus hermanas, una de las cuales se daba un golpe en la frente y rodaba los ojos, mientras que la otra se reía y burlaba a más no poder.
Pero, eso no fue límite para ella, así que se alisó el vestido y caminó hasta la rampla.
-Señoritas Van der Decken, gusto en saludarlas, por favor: adelante-saludó uno de los marines, llevándose la mano derecha a la gorra a modo de saludo y dejándoles espacio para abordar a las tres chicas.
-Buenas tardes-dijeron las tres a coro antes de pasar.
En cosa de segundos, las tres recorrieron la estancia con la mirada y dieron un bufido de fastidio.
-Genial, nos tocan los peores asientos-adujo Ivanna señalando las últimas corridas de sillas, desde las cuales no se veía absolutamente nada.
-Ve el lado positivo: podremos cuchichear con los periodistas-replicó Sophie.
-No tiene ningún sentido: vinimos aquí a ver a papá en su ascenso-se escuchó la voz de Liselot.
En otra parte del barco, Lowie caminaba con aire derrotado. Hasta que por fin su padre lo había llevado a los famosísimos navíos de la Zeven Provinciën. Nadie sabía aquello, pero para él era una reverenda tortura estar ahí. Esos eran los célebres barcos que diezmaban piratas en Somalia, a gentes inocentes que estaban en busca de la libertad.
Liselot le había hablado mucho acerca de los piratas en el último tiempo y él había llegado, inclusive, a generar algún tipo de simpatía por ellos. Pero sabía que esa vida era nefasta e irreal, que no se podía vivir de romanticismos que habían quedado suspendidos en el aire desde hace siglos.
Pero, como acérrimo creyente en la libertad que era, podía entenderles con toda claridad. En esos momentos se sentía atado y sin lugar a dudas. Él no había ido a ver el asenso de su padre a Contramaestre de la Zeven Provinciën, de hecho, que su padre subiese de grado militar le importaba un pimiento. Tenía que estar forzosamente en esa ceremonia porque su progenitor así lo quería, para armarle un destino al servicio de la Marina Holandesa.
Y él, lo último que quería era ingresar como grumete en agosto próximo, pero sabía que tarde o temprano eso iba a suceder, que se iba a ver vetado hasta de su propia libertad, de la poca que le quedaba. No valía la pena preguntarse cuándo iba a ser, pues sabía que aquello tendría lugar muy pronto.
Perdido estaba en sus cavilaciones, apoyado en la barandilla, sin ninguna intención de ir a sentarse para que la ceremonia diese inicio para luego ser domesticado por su padre e ir a presentarse más tarde ante los oficiales de alto rango para que le hiciesen cabida en el cartón de reclutamiento, algo que simplemente no podía soportar.
Su mirada perdida se cruzó con la de la chica más bonita de todo el lugar, a pesar de que todas lucían lo suficientemente guapas en sus trajes de gala como para llamar positivamente la atención de más de alguien.
Sus neuronas trabajaron frenéticas hasta que descubrió que la muchacha no era nadie sino Liselot Van der Decken, su “hermana”. Y al cabo de que debía serlo de todos modos, porque iba acompañada de ese par de gemelas fastidiosas que él no soportaba y que no le soportaban a él.
Ivanna y Sophie coqueteaban a cuanto ser viviente se les cruzaba por delante, sin importar quién fuese ni a qué raza perteneciese. Varios se la sudaban frío al pasar frente a las muchachas quienes iban empaquetadas en un vestido strapless rojo de raso, con unos finos tacos de mínimo doce centímetros de alto, los cuales eran plateados, con el cabello peinado con una tiara plateada y bolso de mano del mismo color. Aparentaban una edad mucho mayor a los trece años que en verdad tenían.
Sin embargo, al lado de ambas estaba Liss arreglada con un vestido plateado con tirantes, el cual le llegaba cuatro dedos sobre la rodilla. Aquella era una pieza muy fina, pues incluía encajes en la parte del escote y en el redondel con que terminaba. Era ajustado hasta la cadera y desde ésta hacia abajo se ensanchaba con un pequeño falso. El cabello lo llevaba arreglado de manera muy simple. Sus zapatos eran rojos, al igual que su bolso de mano.
Lodewijk respiró hondo y comenzó a caminar en dirección a su amiga, sabiendo que las hermanas de ésta comenzarían a aguijonearles a ambos con sus incesantes y odiosas bromas de inmediato.

-¿Qué hay, Liss?-saludó a su modo.
Liselot silbó estupefacta. Esa era la primera vez que veía a Lowie tan elegante, a su modo, pero elegante al fin de cuentas. Con ese terno de raso lucía de lujo.
Al ver el pasmo de su hermana, las gemelas comenzaron con la andanada de bromas de mal gusto que Lowie se esperaba desde el comienzo, las cuales se detuvieron abruptamente cuando Liselot tuvo el suficiente control de sí misma y les dirigió una mirada asesina.
-¿Buscas tu asiento?-preguntó Lodewijk a Liselot.
-Sí, pero de seguro que nos tendremos que sentar al fondo-dijo ella sin disimular su desencanto.
-No, ustedes se tienen que sentar en primera fila, junto a las autoridades. Liss, tu padre va a ser una autoridad y ustedes, sus invitadas, deben sentarse junto a él, lo vi en los letreros-dijo Lowie, haciendo gala de su eterna lógica.
En ese momento, la música orquestada dejó de sonar y todos aquellos que estaban de pié se dirigieron a sus respectivos asientos.
Liss y Lowie tuvieron que separarse, pues la una tendría que ubicarse en primera fila con sus hermanas y el otro tendría que ir a las filas de invitados, es decir, al fondo. Sin embargo, ambos se prometieron que terminada la latosa ceremonia se reunirían en el comedor del barco para estar juntos en el coctel.
Primero se dio la bienvenida a todos los presentes, mientras que los flashes de las cámaras de los reporteros eran los únicos sonidos que mantenían despiertos a todos.
Luego se entonó el Himno Nacional de Holanda y, tras él, Himno de la Marina Holandesa, el cual Liselot no se sabía en absoluto y debió improvisar según lo que oía que sus hermanas cantaban. Lowie tampoco estuvo mejor, de hecho se había negado a aprender semejante canción y permaneció sentado, muy ufano, de brazos cruzados, todo lo que duró la melodía.
Después de eso inició un latoso discurso acerca del orgullo que significaba servir a la patria y aquellas cosas superfluas para la concurrencia, al cual todo el mundo comenzó a cabecear. Liss no fue la excepción, de hecho se pegó uno que otro sueñecito entremedio del aburrido montón de palabras que oía.
Estaba segura de que quería ingresar a la Marina Holandesa, pero no sabía que fuese tan aburrido. No sabía que tenía que cantar canciones que ni se sabía, aunque había puesto intención en aprenderla, ni que tendría que oír discursos así de latosos durante todos los años que estuviese de servicio. Bueno, ya vería qué hacer en el momento preciso, pues ahora no tenía ni idea.
Pero, lo que la despertó definitivamente, por pura buena fortuna, fue la música marcial. Le encantaban aquellos temas que colocaban para los desfiles, además le fascinaban los trajes que los soldados usaban en esas ocasiones. ¡Qué suerte, estaba viendo uno! Sacó su cámara de video y comenzó a grabar.
Primero que nada, los muchachos que ingresaban definitivamente a la Marina, dejando de ser grumetes, como soldados rasos, recibieron el derecho de incorporarse al cuerpo marinero.
Luego se realizaron los ascensos de marineros tales como el señor Sheefnek, el padre de Lodewijk, quien ahora ocupaba el cargo de Contramaestre de nada más ni nada menos que la Zeven Provinciën.
Pero todos los aplausos se los llevó el ahora Almirante Niek Manfred Van der Decken, quien tuvo que dar su discurso como autoridad que era.
Y la temática fue la única que consiguió mantener a Liss despierta de todos los discursos que habían tenido que escuchar aquella velada.
El navío que sería barco insignia de su padre y la tripulación con la que trabajaría, no sería otro sino el que estaban ocupando en aquellos momentos para desarrollar la ceremonia. Además, estaban haciéndose las pruebas para probar el escudo anti torpedos que se había instalado recientemente en el bajel.
Lo único que le entristecía era que su padre, tras la ceremonia, tendría que partir rumbo a Somalia en una misión para combatir la piratería en dicho lugar y que no lo vería dentro de meses. Quizás lo mejor sería poder colarse al barco como polizona para emprender su cruzada personal de paz.
No tuvo mucho tiempo para pensar, pues anunciaron que todo el mundo tendría que bajar al banquete que se desarrollaría en el amplio comedor forrado en madera que estaba en la cubierta A.
Cuando la ceremonia terminó, Liselot, Ivanna, Sophie y el padre de las tres se reunieron en una de las barandillas. Tras darse un abrazo de oso, pidieron a uno que otro de los presentes que les tomase un par de fotografías.
Luego de eso, todo el mundo bajó definitivamente al comedor a servirse las exquisiteces que estaban disponibles para los comensales con los paladares más exigentes de todo el planeta. La música bailable sonaba cortesía de la orquesta, a la cual se habían añadido dos cantantes. Ya se había formado grupos que conversaban animosamente, con una copa en la mano y un trozo de pastel en la otra.
Ahí, entre las mesas de las bebidas alcohólicas, Liss divisó a Lowie apoyado, bebiendo una copa de vino.
Las hermanas de la chica, sin tener ánimo en lo absoluto de participar en conversaciones aburridas de políticos, se dirigieron a la pista de baile a acaparar miradas. Liselot iba a cumplir su promesa para con su amigo, cuando…
-¿Me oyes?-le preguntó su padre.
-¿Qué?-replicó ella, saliendo de su distracción.
-Dije que te voy a presentar con uno de mis superiores para ver si puedes ingresar a la Marina en agosto-repitió su padre indulgente.
Liselot midió ambas posibilidades, sabiendo que tenía dos segundos para elegir. Por un lado, sólo tendría una oportunidad de ingresar al servicio de la Marina de aquel modo, pero oportunidades de hablar con Lowie en un evento aburrido tendría muchísimas.
-Claro-dijo ella.
Tras charlar con uno de los superiores de su padre durante media hora, su progenitor se percató de que la chica iba a aburrirse en demasía, así que la despachó.
Tras eso, ella se dirigió al lugar en que había visto a Lowie por última vez y, lamentablemente, seguía ahí.
-Hasta que llegas-le soltó él.
-Lamentable por las copas, ¿no? Desearía haber podido salvarlas-dijo Liss enternecida.
Lodewijk soltó una ronca risita ante la ocurrencia de su mejor amiga. De pronto, la música comenzó a sonar y la chica empezó a menear las caderas al ritmo de la melodía. Absorta en su éxtasis musical, no se dio cuenta de que se había enredado con el mantel y dentro de dos tiempos todas las copas salieron volando de su lugar y se quebraron. La sonajera atrajo las miradas de estupefacción de todo el mundo. Sin embargo, tan pronto como la música reanudó su existencia en el ambiente, todos siguieron en lo suyo.
-¿Es así de distraída siempre?-preguntó uno de los colegas del padre de Liselot al susodicho.
-No tiene usted idea-dijo Niek, meneando vergonzosamente la cabeza.
-¿Y usted la enseñó?-le aguijoneó uno de sus superiores.
-Desearía haber hecho de ella alguien prudente, pero como su padre no puedo poner mano dura sin dañarla y prefiero no ser yo quien la enriele. Después de todo, no hace mal a nadie-se defendió el señor Van der Decken como pudo.
Por mientras, Liss tenía a Lowie tomado muy firme de la mano y le dirigía su mirada asesina, la cual de pronto cambió al decirle…
-Vamos a bailar, di que sí-le pidió por enésima vez.
-No-se negó Lowie.
-Pero si es salsa-se quejó ella.
De pronto, al compás de la música, su deseo se cumplió. Verlos bailar, claro, no era una delicia, pero sí eran buenos bailarines, pues ambos habían tomado clases de salsa desde pequeños en la escuela.
Cuando el tema terminó, ambos volvieron a la mesa, donde les esperaba el padre de Lodewijk.
-Ven-le bramó a su hijo con una cara nada amistosa. Al muchacho no le quedó otra que seguirlo.
Entonces ahí, de pié, sola, Liselot se puso a meditar de nueva cuenta en las palabras que Naomie le había dedicado aquella tarde. “Uno de ellos te llevará a la fama”, esa frase le repiqueteaba en la cabeza.
¿Qué tan cierto sería? No tenía idea. ¿Y si sucedía algo malo? Tampoco tenía idea. No quedaba sino probar por sí misma la verdad y la mentira en cuanto a aquel asunto.
Después de todo, nadie le necesitaba en aquel comedor, nadie la echaba en falta. Sus hermanas estaban bailando felices de la vida, con suerte habían recalado en ella. Su padre estaba parloteando de lo mejor junto con Lowie, el contramaestre Sheefnek y unos superiores, así que la había vetado de su grupo. Y Lodewijk, bueno, Lowie tenía mucho en que pensar, por ejemplo en cómo mantenerse despierto ante esa conversación.
Tras comer un poco, que de ahí no se iba a ir con el estómago vacío, miró hacia todos lados y salió del lugar, hacia la escalera que llevaba al puente de mando.
Lowie la vio cuando hizo eso y, excusándose para ir al baño, salió siguiéndole el rastro a su amiga.
Cuando Liselot entró a la cabina de mando todo estaba oscuro dentro de ese habitáculo. Cuando presionó el interruptor, todas las luces se encendieron de repente, haciendo un extraño ruido al reactivarse el voltaje. Dio un respingo, pero no vaciló. Al fin y al cabo, quería descubrir qué tan ciertas eran las palabras de Naomie.
No le fue difícil ubicar el timón ni los botones de los cuales esa mujer les había hablado, pues conocía muy bien la estructura de un barco.
Al presionar uno de los botones, todo pareció detenerse. Se sintió mareada.
-¿Qué haces aquí, Liss?-le preguntó Lowie al entrar.
No alcanzó a responder nada, el tiempo la encontró. De pronto, la cabina de mando comenzó a temblar con una fuerza inusitada, las luces comenzaron a titilar y las máquinas se cimbraban de un lado a otro.
Liselot se afirmó como pudo de las modernas computadoras, pero estuvo pronta a caer al suelo metálico.
Lowie corrió como pudo hasta su amiga, aunque el movimiento no se lo permitía del mejor de los modos. Medio caminando y medio gateando consiguió alcanzarla.
Apenas estuvo al lado de Liss, la abrazó con fuerza y se lanzó al suelo junto con ella, protegiéndola con su cuerpo de los objetos que caían del techo y volaban por la sala.
Cuando el movimiento cesó, ambos trataron de mirarse el uno al otro, pero la penumbra no se los permitió. La oscuridad era solamente quebrada por la luz verde de los números de un reloj digital que hacía cuenta regresiva, avisando cada vez que habían transcurrido treinta segundos más desde el inicio del accidente.
-Tenemos que salir de aquí-adujo Lodewijk.
Uniendo la acción a la palabra, el muchacho se puso de pié y, tras levantar a su asustada amiga del suelo, la llevó afirmada hacia la salida de la cabina.
-¿Qué hice?-se preguntó Liss, tratando de devolverse hacia el reloj digital.
-No lo sé-respondió Lowie, afirmándola con fuerza y llevándosela a rastras hacia el pasillo.
Sólo el reloj de números verdes fue testigo de aquel incidente, el cual ahora marcaba “7 horas, 31 minutos, 20 segundos”.
Cuando ambos muchachos regresaron al comedor del barco, el panorama que ahí se encontraron no fue mucho mejor. Las mesas yacían en el suelo, las copas estaban quebradas, igual que la vajilla, la gente estaba aterrorizada, todo estaba sucio. Incluso, había una herida, una pobre viejita que había caído con el remezón al suelo y una mesa se le había ido sobre el cuerpo.
-¿Feliz del desastre que causaste, Lodewijk?-inquirió el Contramaestre Sheefnek a su hijo, agujerándolo con la mirada.
El muchacho no respondió, sólo se limitó a medir su mirada con la de su padre. El Almirante miró a su hija.
-Vámonos-le dijo, sin siquiera poder disimular su mirada de decepción para su primogénita. A ella no le hubiese costado nada haber permanecido tranquila aquella noche, pero tenía que arruinar la ceremonia.
El despertador de Liselot sonó muy temprano aquella mañana, específicamente a las cuatro de la mañana. La muchacha se refregó los ojos y parpadeó un poco.
-Ya es hora de que tu deseo se cumpla, Liselot Van der Decken-le susurró una voz muy conocida para ella.
La chica se giró un tanto confundida y miró en medio de la penumbra de su cuarto. Entonces descubrió que la persona que le había hablado no había sido otra sino Naomie.
-Que los buenos espíritus soplen a tu favor durante el viaje que ahora has de emprender, porque ahora tendrás que batirte sola-le dijo Naomie antes de desaparecer de la vista de la muchacha, quien iba cerrando los ojos para dormirse de nueva cuenta.
Sin embargo, no pudo volver a dormir, pues recordó de golpe lo que iba a hacer aquel día. Se refregó los ojos y miró su reloj. Todavía era temprano, de hecho demasiado temprano. Pero no podía perder el tiempo, era su única oportunidad.
Encendió la luz de la lamparita que estaba en su mesa de noche y escogió la ropa que usaría ese día, además de las cosas de cambio que colocaría en su bolso morado.
La noche anterior había llevado comida a su closet, la suficiente como para alimentarse un poco en el trayecto como polizona, el resto la obtendría gracias a Lowie, quien había sido aceptado para emprender el viaje junto a su padre con rumbo a Somalia y así ingresar a la Marina Holandesa.
Juntó las cosas que consideró necesarias dentro de su mochila y se vistió. De hecho, cuando terminaba de observar el resultado de su trabajo frente al espejo sintió que su padre echaba a andar el vehículo negro que manejaba para ir al muelle, luego un marino lo llevaría de vuelta a casa.
Bajó a tomar desayuno, pero en el último peldaño de la escalera cayó al suelo y el sonido de su caída sonó por toda la casa, que, dicho sea de paso, estaba en total silencio.
De inmediato se escucharon las queja de la nana y las gemelas, tales como.
-¡Cállate, Liselot!-.
La chica no puso importancia en el asunto y fue al refrigerador a tomar un poco de yogurt con cereales.
Cuando iba a dejar su plato en el tazón del lavaplatos escuchó desde la planta superior:
-¡Liselot no está!-.
Seguramente Ivanna había querido ir a su cuarto para pedirle silencio a su nada amigable forma y se había topado con la sorpresita. De inmediato se escucharon los correteos por la escalera.
Liselot salió disparada por la puerta de la cocina para no volver nunca más a su casa. Tras caer de bruces al suelo, tras correr dos cuadras para huir de su hermana, se percató de que nadie la había seguido.
Abordar el barco fue algo para nada difícil y, apenas estuvo dentro, corrió a la cabina de mando, en la cual no había nadie.
Bueno, eso es lo que ella creía, pues se encontró con la sorpresa de que Lowie estaba dentro de ella.
-¿Liss?-preguntó al verla, pero de inmediato se rehízo, sabiendo que tratándose de su mejor amiga todo era posible.
Liselot no le contestó nada, se quedó mirándole a él y nada más.
-Tendré que avisarle a tu padre que hay una polizona abordo-le comunicó.
-No, no serías capaz, es mi sueño-contestó Liss.
-Uno muy peligroso. ¿Sabes lo peligroso que es ir a Somalia? Podrían secuestrarnos a cualquiera de nosotros, matarnos, abusarte, nadie sabe lo que pasará allá, recuerda que son piratas de verdad, no los de los cuentos que te gusta leer-le replicó Lowie.
Liselot lo miró con lágrimas en los ojos, no podía creer que su amigo fuese a ser desleal con ella, avisándole a su padre sobre su presencia en el barco para que perdiese la única oportunidad que tenía de cumplir su sueño.
-Por favor, vuelve a tu casa, no te expongas a este riesgo-le pidió Lowie, suavizando su voz.
No alcanzaron a terminar su conversación cuando tocaron la puerta. Lowie miró a Liss a los ojos y la escondió debajo de un piso falso que había en la cabina, tras eso hizo pasar a quien estaba aguardando en el pasillo, que no era nada más ni nada menos que el Almirante Van der Decken.
-Falta media hora para zarpar, muchacho-le dijo con un cierto cariño. Había llegado a querer a Lowie casi como a un hijo.
-Sí, señor-asintió Lodewijk, con un dejo de ira y tozudez en la voz.
Niek miró al chico.
-Recuerda que esto es por tu bien, muchacho, pues tu vida será mejor con un título en las manos-le dijo.
-Sí, señor-asintió Lowie de nueva cuenta.
-No olvides limpiar bien ese timón-le pidió.
-Sí, señor-.
Tras eso, Niek Van der Decken salió de la estancia. Lowie sacó a Liselot del doble fondo.
-¿Ves? Todavía tienes media hora para salir del barco y volver a tu casa-le pidió Lowie.
-No, no volveré-se negó ella.
Enfrascados estaban en su conversación al grado que no descubrieron a tiempo que el reloj de cuenta regresiva había marcado cero, sólo lo supieron cuando un agudo pito sonó en todo el navío.
De pronto, la cabina comenzó a remecerse a tal grado que el movimiento de hace siete horas parecía de chiste. El navío giraba como loco sobre sí mismo.
Liselot trató de mover el timón de la manera que Naomie y su padre le habían enseñado en el sentido contrario a la costa.
Pero el remezón era cada vez más fuerte y ella comenzó a caer, trató de afirmarse de las ruedas metálicas unidas, pero sentía que caía.
El movimiento fue violento. Lowie saltó de su lugar, del cual se había sostenido con esfuerzos heroicos.
-¡Liselot!-gritó justo antes de caer al suelo con su amiga en los brazos, tratando de protegerla de los objetos que caían y del enloquecedor movimiento de la nave.

Texto agregado el 26-02-2013, y leído por 161 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-05-2013 1* FOGWILL
26-02-2013 Este capitulo no me gusto, lo veo muy largo para la poca accion narrada, las descripciones estan bien, lo que cansa son las frases largaaas como: "Bajó a tomar desayuno, pero en el último peldaño de la escalera cayó al suelo y el sonido de su caída sonó por toda la casa, que, dicho sea de paso, estaba en total silencio". puedes dedicar muchas palabras para describir tu ambiente y personajes, pero si usas muchas para narrar las acciones, parecera que es el relato del caminar de una viejita. morgund
 
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