Se miró en el espejo y no le gustó lo que vio.

-Gorda – se dijo.

Es palabra-etiqueta resonó en su mente con el ímpetu de oírla tantas veces disparada por decenas de bocas apuntándole a discreción durante su infancia. Sus padres, sus hermanas, sus compañeras de curso, etc. No había mucha diferencia porque venga de quien venga una bala atraviesa la carne y los huesos de igual forma. Cerró los ojos y recordó esa muñeca barbie que le regalaron para su octavo cumpleaños, recordó la esperanza que tenía de llegar a ser así, con el estirón de los catorce. Recordó sus fallidos intentos de ponerse a dieta. Una vez se propuso dejar de comer todo excepto manzanas. La acidez de la fruta destempló sus dientes al segundo día y ver comer a sus hermanas toda clase de delicias -delante de ella- la hizo desistir al tercero.

No hay caso -se dijo- así nunca seré bella, nadie me querrá jamás.

Con firme decisión tomo un par de tijeras y comenzó la dolorosa tarea de recortarse los rollitos de piel y grasa sobrantes.

Sorprendentemente no sentía dolor. La sangre fluía a borbotones por sus piernas. Recordó su primera regla, sola en el jardín una tarde de verano cuando jugaba con los aspersores que regaban el pasto reseco por el omnipresente calor de la temporada.

Continuó su tarea tironeando sendos trozos de grasa, corriéndoles tijera y arrojándolos al suelo. Se miró al espejo. Por fin estaba flaca, las heridas no le preocupaban, había cumplido su sueño y despertó.