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Eran ya las seis de la tarde y Raúl regresaba de la finca arrastrando el machete con el que se servía para hacer su labor de chapodar arboles. Desde lejos se oían ya los gritos en la casa de los niños y de Graciela quien los regañaba por no hacer sus tareas. Tanto que les costaba ponerlos en la escuela para que lleguen con la cabeza vacía, pensaba ya Raúl antes de entrar.

Entra a su casa y deja el machete a un lado mientras pregunta qué está pasando, entre gritos Graciela responde “¡Estos cipotes burros! Que no hacen nunca nada bien en la escuela, ya van a pasar de año con esa pereza que les anda pesando” Y bajo amenaza de castigo físico, los niños hacen su tarea entre sollozos.

Raúl ve por la ventana a los niños jugar e incluso a jóvenes como él, pues a la edad de dieciséis años ya tenía su primer hijo, se fue a su maltrecha cama de juncos y recordó su infancia, como siempre tuvo que trabajar desde los siete años para dar de comer a sus hermanos cuando su padre los abandonó, quiso que todos estudiaran para que graduados le ayudaran a su madre y el podría concentrarse en tener su propia familia, sin embargo no pensó que sería tan pronto.

Tenía ambiciones en la vida “Cuando mis hermanos se gradúen podré ahorrar y comprarme un gran terreno y ganado” tan simple y tan efectiva idea rondó siempre por su cabeza, pero incluso luego de formar una familia precoz y ayudar a sus hermanos no recibió la ayuda que esperaba, todos crecieron y se fueron del pueblo dejándolo encargado de su madre y de su esposa y de su hijo y sus sueños quedaron en un segundo plano.

Trabajar, trabajar y trabajar, era todo lo que sabía hacer, todo lo que podía hacer. No le era grato recostarse un momento en su hamaca pues los niños siempre estaban gritando, Graciela nunca dejaba de quejarse de lo poco que había para comer y de todo el tiempo que pasaba afuera en vez de ayudarle con sus hijos, le decía lo que sufría porque un indio cualquiera le había arruinado la vida. “Pues no te obligué a abrir las patas” decía en voz baja, sin que nadie lo escuchara.

Al día siguiente tuvo un accidente de trabajo en el que se lastimó el brazo y no podría continuar su labor por lo menos por el resto del día, ya que si esperaba a recuperarse otro tomaría su puesto. Así que llegó a su casa para descansar su brazo y recibir quejas y gritos. Uno de los niños se había caído y se había raspado la cara, por lo que lloraba desconsoladamente. “Ves lo que le pasó a tu hijo, ¡y no pudiste decirle que no anduviera corriendo!

Raúl nunca le había respondido a Graciela ninguna clase de reclamos, si faltaba dinero al día siguiente se quedaba hasta tarde y traía mas, nada más era importante, Graciela pensaba que su esposo no tenía alma y no se equivocaba, era una maquina de trabajar que no sabía nada más que traer dinero a casa y trabajar el día siguiente, así había sido desde sus seis años y veinte años después no había cambiado.

En ese momento en que hartada por todo el ajetreo de los quehaceres, estresada por el cuidado de sus tres hijos e indignada por la actitud de Raúl, Graciela lo abofeteó y con un grito penetrante le dijo que se fuera, que se muriera, que lo odiaba y jamás quería verlo de nuevo. Tomó sus hijos y entre empujones los metió en la casa y luego salió para exigir una vez más a Raúl que se largara, pero también estaba harto de las quejas de su mujer, por primera vez, se levantó ante ella y le gritó “¡Te callás! ¡A mí no me decís lo que tengo que hacer, esta es mi casa y si alguien se va sos vos con esos cipotes cabrones!”.

Graciela le tomó la palabra y tomó a sus hijos y se fue, Raúl por su parte, se fue a dormir. Cuando despertó, era ya la puesta de sol, se sentó en su hamaca como siempre lo hacía para pensar y torturarse con sus anhelos rotos, pero ya no pensaba en nada del pasado ni del futuro, por su cabeza sólo pasaba “Que bonito está el atardecer”. Era una obra de arte pintada en el infinito horizonte que rociaba de un color anaranjado todas las nubes del cielo, un color relajante, que entró en su pecho como aire y se manifestó como un deseo.

Raúl llamó a su esposa luego, pero ésta no quiso regresar, se quedó en la casa de su madre y no dejó que viera a sus hijos. Raúl continuó trabajando al día siguiente y el siguiente y el siguiente, trabajaba más de lo normal y tenía más de un trabajo. Al no tener nada que hacer en su casa, dedicó todo su tiempo a labrar. Graciela, por su parte, se las apañaba lavando ropa y ayudando a su madre para sostener a sus hijos, pero no era suficiente para suplir todas las necesidades.

Con el tiempo llegaron a un acuerdo y Graciela regresó a la casa de Raúl. Juró que se comportaría como una empleada o una inquilina pero nunca más como una esposa. Raúl acepto y la rutina se volvió más fría, Raúl ponía el dinero en una canasta donde Graciela tomaba lo que necesitaba para la comida y los niños y ya no podía hacer ningún reclamo pues Raúl solo llegaba a dormir y antes de que ella despertara el ya no estaba.

Una tarde, Graciela rompió su propio pacto y le dirigió la palabra a Raúl para decirle “El sábado es la clausura de escuela de los niños, les vas a dar unos premios, si querés podés ir, pero si no querés hay voy a ver yo cómo les digo que su papá no quiere ir a celebrar con ellos” Raúl le dijo “Menos mal que vos me hablaste primero, sino no sabría si me querías escuchar, sacó una caja con dinero y dijo, con esto me alcanza para comprar ganado y me van a prestar para comprar el terrenito de a la par, pero yo quiero saber si voy a tener familia para que lo disfrutemos, si no, te doy este pisto y vos ves que hacer con él para tus hijos o para vos”.

Esas palabras le llegaron a Graciela quien pocas veces oía hablar a su esposo, terminó aceptando y juntos reconstruyeron anhelos que se rompieron hace años. Raúl nunca había querido ser una persona de conflictos y peleas, se le daba más ser calmado y tranquilo, pensó que con eso su vida sería calmada y tranquila, pero nunca fue así.

Cuando Graciela comenzó a tratar de ser un poco más calmada entonces lo comprendió, que debe existir harmonía en todo, tal vez si con un tono correcto hubiera contestado a los reclamos de su esposa en vez de callar, se entenderían mejor, pero ahora había tranquilidad en la familia, existía la comprensión y el equilibrio, justo como aquel Atardecer naranja, tan apacible pero equilibrado, no se hubiera visto bello en un desierto, pero rodeado de la naturaleza junto con las nubes que soplaban un suave viento, se convirtió en una obra de arte, pintada sobre el infinito horizonte.

Texto agregado el 07-02-2013, y leído por 147 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
14-04-2013 Una buena historia, amigo.***** MujerDiosa
11-02-2013 Hermoso colofón con una fuerte carga de enseñanza, todo el texto muy redondito. Un abrazo amigo!!! Cinco aullidos yar
08-02-2013 Buen relato, me gustó leerle. Un saludo cordial. ***** Mayte2
 
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