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Tengo un diccionario de la lengua castellana que ya es prácticamente un anciano, Su fecha de edición data de 1944 y realmente, si fuese representado por hombre de avanzada edad, éste luciría obeso, de rostro cetrino, desarticulado y apostado en un rincón oculto. Su ruina es quizás el resultado de la fatiga del material que va derrumbando los estantes virtuales del grueso volumen y aunque intenté repararlo en varias ocasiones, al final terminó convertido en una masa anárquica, con sus cuadernos sueltos y buscar una palabra cualquiera es una tarea en la que se deben extremar los cuidados para evitar que continúe deteriorándose.

Recuerdo haber recurrido a él en diversas ocasiones, ya sea para redactar un discurso, escribir un cuento o para desentrañar la definición de una palabra. En lo que respecta a los discursos, buscaba términos que me resultaban originales, aunque desconocidos para el habla común. Allí, los enquistaba en las frases laudatorias y parecían más interesantes éstas con el personajillo extraño que se me figuraba ese vocablo resucitado. Los oyentes, jamás se preguntaron que diantres significaba, por ejemplo: venero, cogitativo, socaliña y otros por el estilo, ya sea para no dejar al descubierto su propio desconocimiento o bien, porque al no extrañarse por dichas palabras, aparentaban una cultura superior.

Cierta vez, se me extravió un cuadernillo –o cuadernucho- de mi bienamado diccionario; imagínese usted el grado de destrucción del mismo, y fue como si una repentina y despiadada afasia me hubiese atacado. Me angustié al imaginar que ya no podría utilizar palabras que se encontraran en el legajo perdido y eso me provocaba una angustia enorme. Reconozco que el diccionario era mi todo, mi fuente de inspiración y mi aliado sempiterno. Durante todo ese tiempo, divagué por las palabras, evitando involucrarme en términos que estuviesen colocados dentro de esa brecha, la cual se me imaginaba un abismo inhóspito, repleto de ignorancia y de rostros burlones. Amando las palabras por sobre todas las cosas, el extravío de aquel legajo me provocaba insomnio y si el sueño caía como una bendición, soñaba que había perdido parte de mi cuerpo y ahora erraba por un desierto oscuro, cojeando lastimosamente.

Esta enfermedad de mi espíritu duró hasta que un día cualquiera, ordenando mi armario, descubrí el tesoro perdido: el legajo de palabras extraviadas y que aparecieron ante mí tal si hubiesen sido las joyas de la corona.

Hoy, Internet mediante, nada cuesta encontrar el significado de cualquier término. Esto, ha provocado que mi anciano diccionario ahora yazca en un rincón de la biblioteca, a resguardo de cualquier inconveniente, jubilado quizás para siempre. No es que yo haya perdido mi capacidad de asombro ni tampoco el deseo de descubrir una terminología poco frecuente. Sólo me anima más crear historias que no densifiquen su contenido por culpa de palabras rebuscadas. Espero haberlo logrado...






















Texto agregado el 17-01-2013, y leído por 178 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-03-2014 Debo confesarme entonces debo googlear tus escritos cada cierto rato. Sorry por mi ignorancia. Pero me recuerdas a alguien a quien quise mucho y que ya no está en este mundo, que disfrutaba de las palabras de la manera que tu describes Carmen-Valdes
17-01-2013 Si lo lograste, excepto por "socaliña"...¿qu diablos significara? ja ja ja Tu estilo es unico hermano, y me fascina la propiedad en el escribir; Tus textos son "redondos" en todos los sentidos, aprendo mucho leyendote. Un abrazo Gui!!!!!!! cinco aullidos agradecidos yar
 
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