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Reedición corregida de un capítulo de El libro de Laura, editada en la Página de los cuentos el 22 de Octubre de 2004.


Uno de los platos típicos de la cocina chilena, es la cazuela de vacuno, muy popular en el hogar familiar, Sebastián y Laura, recién casados, residen en la ciudad de Concepción, festejarían al hermano mayor de Sebastián y su esposa, de visita, con una típica cazuela de asado de tira de carne de vacuno. La compra había hecho mella en el escaso presupuesto de Sebastián, muy preocupado y más que nada desconfiado, le entregó a Laura la carne junto con los demás ingredientes: papas, zapallo, porotitos verdes, cebolla, choclo, arroz, ají verde, cilantro y perejil.

De soltera Laura nunca cocinó, su madre ante el inminente matrimonio, aterrada por el traslado de Sebastián a provincia, la inscribió en un curso de cocina. Durante cuatro meses, Laura asistió puntualmente a sus clases. Miraba la hora en su reloj, para asegurarse que su reloj funcionaba, miraba por la ventana el reloj de Correos de Chile, frente a la Plaza de Armas, un minuto parecía una hora, una hora no terminaba nunca, cortaba y freía, menudencias, pelaba verduras, nidos de papas fritas, carne, pollo, pescado y mariscos, secretos del buen gourmet, y un bagaje de " parches curita " en la cartera. Siempre un corte por descuido, quemaduras al pasar.

Transcurrieron los cuatro meses, finalizaron las tediosas clases, Laura solo aprendió a freír huevos, le quedaban redondos, presentables, bonitos, pero no sirvió de mucho, a Sebastián le gustaban los huevos revueltos.

Laura consideró el tema, no resuelto, y ya casi en vísperas de la boda se compró un libro, " Mi cocina no es problema ". El libro, voluminoso, enseñaba todo, desde cocinar lentejas hasta cómo preparar un pavo y así comenzó su nueva rutina de dueña de casa. Si cocinaba lentejas todos los días, todos los días leía su libro, pero mucho éxito no tenía, hacía todo lo que el libro decía, la comida se podía comer, a Sebastián le gustaba la buena mesa y nunca dejó de recordar que su madre lo hacía de otra manera.

El problema no era no saber, la cocina era un tremendo disgusto, ella con sus hijas había repetido el esquema de su madre, ni siquiera les enseñó cómo encender la luz de la cocina, sin embargo Laurita y Francisca, son excelentes cocineras, les gusta cortar prolijamente los ingredientes, crean sus propias recetas y nunca les pasa nada, como a Laura que optó por poner el adhesivo del Servicio Médico de Urgencia, en la puerta del refrigerador, ese lugar en su departamento es " zona de peligro ".

El día de la visita de sus cuñados, muy temprano, Laura comenzó a elaborar la cazuela, con el libro abierto, en la página indicada. Sebastián, preocupado, se paseaba por el pequeño departamento, a lo más cuatro pasos de ida y cuatro de vuelta, de vez en cuando, se paraba en la puerta de la cocina y miraba a Laura, ella concentrada en su trabajo, sin perder de vista la receta, obviaba la vigilancia. La carne ya estaba en la cacerola y muy concentrada peló las papas, cortó el zapallo, preparó los porotitos verdes, picó el cilantro y el perejil que irían colocados en pocillos, como el ají verde y el ají cacho de cabra seco. Estaba muy satisfecha de los resultados que obtenía, algo había progresado desde ese primer día que cocinó, en que entre los ingredientes de una receta, agregaba " una pizca de sal ", ¿ cómo saber qué era una pizca de sal ? No tenía un diccionario, no existía el google.

Sebastián seguía su interminable paseo, Laura concentrada en la cazuela, los cuñados llegaron muy temprano a conversar la vida, el día estaba hermoso y habían salido del hotel dos horas antes para visitar la hermosa Ciudad Universitaria.

Así, la vigilancia se multiplicó, entraban de a uno a la cocina y dejaban caer una vaga opinión, Laura solo sonreía y pensaba: - ¡ qué tan difícil será terminar con esta cazuela ! - La carne estaba ya casi lista, había que agregar las papas, luego el resto de las verduras y el arroz, Sebastián se relajó y se acomodó en el living para servirse el aperitivo con su hermano y su cuñada, sin perder de vista a Laura. Atenta al libro, Laura, antes de poner las papas en la cacerola lee: " colar el caldo ", y ella coló el caldo, en una espumadera y en el lavaplatos.

El grito que emitió Sebastián, asustó a Laura que terminó de botar, lo que quedaba del sustancioso caldo que su esposo lamentaba tanto. Sebastián le preguntó: - ¿ Qué vas hacer ahora ? -, Laura no entendía cual era el drama, solo necesitaba hervir agua y agregar un cubo de caldo concentrado. Sebastián entró en trance, su hermano lo consolaba, su cuñada reía a carcajadas y Laura presurosa por terminar con el suplicio de una buena vez, sin darse cuenta, se pasó los dedos por los ojos, mientras sacaba las pepitas del ají verde. En segundos, la cazuela de vacuno y Laura transformaron el departamento en un manicomio.

Cuando llegó la calma y la resignación de Sebastián, se sentaron a almorzar, se sirvieron toda la cazuela, se rieron y comentaron con bromas y buen humor la preparación de la cazuela.

Laura quedó inscrita en el " libro de chascarros " de la familia de Sebastián, nunca falta el episodio en el repertorio de los recuerdos del ayer, pero por sobre todas las cosas, la expresión de horror, en el rostro de Sebastián, al ver que su caldo se iba por el sumidero del lavaplatos, sin fotografías del momento, ha sido imborrable en el recuerdo de su hermano mayor.

Texto agregado el 17-01-2013, y leído por 541 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
24-01-2013 Je.- Lindos recuerdos. rhcastro
17-01-2013 ¿Qué Hay de postre? NeweN
17-01-2013 Qué narración más tradicional, real, además de excelentemente contada, me encantó... esa es mi generación, mujeres que fuimos educadas para ser profesionales... las labores del hogar se aprendieron en el camino y si falla, hay múltiples opciones, siento que lo importante es tomárselo con humor... Un abrazo!! gsap
17-01-2013 Ay!, el que no nació con dedos para el piano... Disfruté la preparación de la cazuela, con cada ingrediente se me iba abriendo el apetito, y también sufrí con Sebastián la dolorosa pérdida del caldo. Que pena que a él no se le haya ocurrido aprender a cocinar, ambos hubieran pasado mejores momentos a la hora de comer, por lo menos los domingos, jeje. Me encantó leer tu escrito, con frescor y mucha naturalidad. loretopaz
17-01-2013 Agradable anécdota. A mí, no me gusta cocinar. Antes, cocinaba 4 veces al año. Ahora, sólo 1 vez, pero me queda rico todo lo que hago y, también, cocino por receta. Menos mal, que tampoco soy comelona. Me divertí con tu texto. Un abrazo, Ignacia amada. SOFIAMA
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