La ví volar, deseaba tenerla posada en mi mano. Sus colores, naranja y negro, me hipnotizaban.
La seguí por todo el lugar y me encontré con su familia. Todas esas hermosas criaturas me miraban desde las ramas de un frondoso árbol. Cómo deseaba ser parte de ellas, de esa gran y libre familia.
Sin darme cuenta, fue de noche, y sentí frío. Escuché la voz de Madre “Marcelo, ¡Marcelo!”. Era hora de cenar, pero antes de salir corriendo memoricé el lugar donde vivían mis amigas para poder volver a visitarlas. Llegué a casa, cenamos juntos y subí a dormir, ansioso por soñar con ellas. Y lo logré.
Por fin podía hacer lo que hacían, era parte de ellas. De repente una sombra salía de los arbustos, y con terror yo descubría que era mi hermano. Cargaba una red en sus rechonchas manos, quería cazarnos. Mis amigas eran capturadas y encerradas en frascos con agujeros en las tapas. Otras tenían un final más trágico, pues mi hermano abría un cuaderno y las clavaba con alfileres en cada página. De alguna manera yo lograba esconderme hasta que mi hermano se iba, pero al salir me encontraba solo, todas mis amigas habían desaparecido.
Desperté de mi sueño, mas bien una pesadilla. Bajé y desayuné con mi hermano y Madre, y volví al árbol.
El pasto ahora era naranja y negro, pues todas mis amigas estaban muertas.