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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / Brisingamen, el Futuro del Pasado: Capítulo 22.

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Capítulo 22: “La Venganza es un Plato que se Sirve Frío”.
Favor leer escuchando “Jack Sparrow”, un soundtrack de Piratas del Caribe: el Cofre del Hombre Muerto, autoría de Hans Zimmer.
-¡¿Qué hiciste qué?!-preguntó Esperanza abriendo los ojos como timones.
-¿Lo que hice estuvo mal?-preguntó Arturo.
-En serio, dime que no lo hiciste, no serías tan idiota…-suplicó la muchacha.
-¿Qué hice mal?-preguntó el muchacho despavorido.
-¡Aquí las malditas preguntas las hago yo!-indicó la chica.
-Entendido, capitana-musitó el chico.
-¿Cómo demonios es eso de que le robaste a un Gnomo?-preguntó la joven con severos deseos de aniquilarle.
-Yo no le he robado a nadie, está en contra de mis ideas, sólo le saqué una moneda a la mesa en la que dejamos los regalos para los Gnomos cuando decidimos desembarcar en Santos-se excusó el muchacho.
-Eso es robar. Les dimos el regalo a cambio de paz, pues ahora se lo quitaste. Y la que decide cuando desembarcar o seguir rumbo soy yo, ¿entendido?-replicó la chica.
-Claro, capitana. ¡Espere! ¿Eso quiere decir que pequé?-inquirió el chico completamente alarmado-. ¡Pequé! ¡Robé!-bramó para luego caer de rodillas en la fría y dura cubierta del castillo de popa-. ¡Robé!-exclamó justo antes de comenzar a llorar.
Pero, ¿cuál era la razón de ese episodio tan extraño, de esa conversación fuera de foco? Pues, tras que entregasen el tributo a los duendes, ellos se adueñaron del, pues les pertenecía por completo al ser parte de un contrato de paz. Pero Arturo les sacó una moneda para bajar a Santos con algo de dinero en los bolsillos (más que agujeros esperando a ser zurcidos, claro está) y ellos están tratando de tomar venganza por aquel robo hecho sin querer queriendo, por ende estaban en guerra.
Pero esa, no era una guerra común y silvestre, no, para nada, de hecho… Era fantasmagórica, espectral y con un tono sepulcral cada noche, bajo la luz de las negras estrellas y de la amarillenta luna.
Nada les dejaba en paz. La comida se volvía arena en sus labios, el agua se evaporaba y siempre debían estar alertas.
De la nada una sombra cambiaba el rumbo, de la nada surgía una ola gigante del tranquilo mar, una que parecía tener deseos de convertirse en leyenda siendo el tsunami más feral de la historia, de la calma surgía una horrible tempestad, de la nada las jarcias se movían, de la nada se cerraba una puerta, de la nada desaparecían las cosas, de la nada se encendía fuego, de la nada se escuchaba una risa maléfica.
Pero lo último había superado los límites. La noche anterior, Esperanza había ordenado a Arturo que fuese a buscar unas antorchas a la tercera sub cubierta, pero de la nada la puerta se cerró, las antorchas se encendieron y comenzaron a caer al suelo.
Cuando estaban en el suelo, explosionaban y llegaron al grado de casi causar un incendio.
La muchacha se había percatado de aquella situación tan riesgosa cuando escuchó los gritos de Arturo y, tras bajar raudamente las escalerillas, se topó con la horrible escena.
Eso llevó a Arturo a creer que había alguna presencia maléfica a bordo. Pero Esperanza no quiso quedarse con las dudas, así que esa mañana revisó los bolsillos de Arturo mientras éste dormía. Algo le hacía dudar de él, especialmente que la mayoría de los atentados fuesen en su contra.
Y la sorpresa no fue menor, aunque completamente predecible cuando encontró en un bolsillo del incauto, ignorante e inocente Arturo una moneda que si mal ella no recordaba había sido regalada a los gnomos a cambio de paz.
-Levántate de ahí. Llorando como un maldito idiota no solucionarás nada-le bramó manteniéndose de pié al timón, estoica como siempre, sin sentir nada de lo que el muchacho sentía.
-Me duele… No sé en qué me convertí. Quizás debí quedarme en el Seminario y no llegar a ser un pagano, un pirata, un inmoral y un ladrón-farfulló aún de rodillas, con una lágrima corriendo por cada mejilla.
-No te has convertido en nada de eso. Pagano no eres, te la pasas rezando. Pirata no eres, este barco no es tuyo, eres un simple pasajero. Inmoral, no, eres demasiado puritano y un ladrón, bueno, robaste siendo un ignorante, lo cual dudo dejes de ser en tu vida, ¿entendido? Y no me vengas con esa estupidez de que debiste quedarte en el Seminario, pues ahora ya estarías muerto y sin haber visto nada de mundo. Si esto te asusta, no me imagino cómo te la llevarías con la vida que yo llevé antes de enterarme de mi secreto-le dijo ella con tono enojado a veces, pero la mayoría de los momentos dulce, hincada a su lado.
-Entonces esta vida no es para mí-confesó él.
-Claro que lo es, sólo que debes aprender a vivirla, a disfrutarla, a sentirla como tuya, como tu gran aventura, ¿entendido? Ahora en lugar de lamentarte deberías buscar una solución al problema que causaste. No podemos quedarnos con los duendes abordo, son un riesgo para ti… y para mí…-le indicó ella.
-Estamos en Brasil, ¿no, capitana?-preguntó el muchacho.
-¿Lo dudas aún?-inquirió ella.
-Me duele decirlo, pero creo que debemos ir a la selva, volver-dijo él.
-¡¿Qué?! ¿Acaso perdiste la poca razón que tenías?-inquirió ella-. Eso se llama suicidio.
-Sí, y tengo claro que es pecado, pero no precisamente a esa parte de la selva-contestó él.
-En todos lados es igual. ¡Espera, espera, espera! Ya sé a qué te refieres. A los rituales y sahumerios, ¿cierto?-inquirió ella con mirada pícara.
El muchacho se limitó solamente a asentir con la cabeza, después de todo, de algo servía hablar horas y horas con Esperanza, la enigmática viajera.
-Entonces no estamos muy lejos de nuestra libertad-dijo con mirada pícara y una media sonrisa en los labios-. ¡Rumbo a Río de Janeiro!
Y ante su pasmo…
-¡A la orden, capitana!-exclamó Arturo, por una vez entusiasmado en su vida. Riendo. Después de todo, ¿qué tan mala podía ser la vida? Le costaba acostumbrarse, pero desde luego no era mala idea vivir un poco…

Día 14 de Julio, media tarde…
El sol pegaba con toda su fuerza en el mar, en la piel de ambos, en el casco del Rosa.
Esperanza se preguntó si no sería exactamente igual en tierra, en Río de Janeiro, cuyas apetecidas y sobre pobladas costas, atiborradas de turistas, se veían en el cercano horizonte.
La muchacha maquinó rápido. Honestamente no les convenía para nada llevar el Rosa Oscura a esos muelles llenos de gente y turistas curiosos que pensarían que todo eso era un teatro para entretenerles en su estadía en la paradisiaca ciudad.
Razón número uno por la cual no les convenía ni en lo más remoto: No había pasado mucho tiempo desde que los dos barcos de la Zeven Provinciën habían atacado Santos y, de seguro, seguían buscando el Rosa Oscura y a ellos por todo Brasil para ajusticiarles. Así que la presencia de un navío así de extravagante y pintoresco no haría más que llamar la atención y en dos segundos les reconocerían.
Razón número dos: Los ilusos turistas que visitaban la ciudad creerían que su barco era una atracción turística más y no les darían ni respiro para cumplir el propósito que les traía a aquella ciudad. Ella se aburriría de eso y capaz que cometiese dos o tres asesinatos, como mínimo, y eso sería el pasaporte directo a la cárcel en el mejor de los casos.
No, no era buena idea para nada, pero, ¿qué demonios podía hacer en aquella situación que la tenía tan complicada? Confió el timón a Arturo, quien cada día se volvía más diestro en su manejo. Se dirigió al palo mayor y, apoyándose en él, se sentó al estilo japonés preparándose para pensar en un buen plan.
No duró mucho tiempo sentada. Su carácter inquieto la obligó a ponerse de pié de cuanta nueva y se apoyó en la barandilla. Miró fijamente a cada uno de los confines del hermoso mar azul que se extendía a los cuatro costados y algo llamó su atención.
Volvió otra vez la vista hasta aquel punto y descubrió que era un paradisiaco islote. Su sonrisa pícara se perfiló en sus labios.
-Rumbo suroeste en 30º-indicó ella subiendo al castillo de popa.
-Eso sería devolvernos, capitana, además de que podríamos perdernos en estas aguas. ¡No las conocemos!-contestó Arturo.
-¿Crees que no lo sé? Devuélvete de una maldita vez-espetó ella con la paciencia pendiendo de un maldito hilo.
-A la orden, capitana-musitó el muchacho a la espera de ahorrarse problemas.
Media hora más tarde se encontraban atracando en las blancas y paradisiacas arenas del igualmente paradisiaco islote.
Era como una pequeña montaña emergiendo de las cristalinas aguas que tomaban tornasoles entre que verdes y azules, o bien, los que las piedras que estaban en el fondo del mar desearan.
Una brisa cálida jugueteó con los cabellos de ambos.
Echaron el ancla y desembarcaron, no sin antes lanzar al agua un pequeño esquife de su pertenencia.
Miraron a su alrededor. A alta y espesa floresta confundiría la vista de quien pasar por allí. Ese era su escondite secreto. Sólo ellos sabían dónde estaba el Rosa Oscura, su barco, su nave…
Costas de Río de Janeiro, tres horas después…
Caía la tarde en Río De Janeiro, se podía decir que el sol tentaba con esconderse, con desaparecer, con descansar del bullicio.
-Rema más rápido, maldita sea-le bramó Esperanza a Arturo.
Arturo hizo un intento de sacar fuerzas de flaqueza, pero rápidamente se dio cuenta de que no podía más, de que simplemente estaba exhausto. Ese era el bello resultado de estar casi tres horas remando desde un islote lejano de la mano de Dios que aparentaba estar más cerca de lo que estaba en la realidad de la ansiada, anhelada y deseada costa. Pero ya estaban cerca, lo malo es que ya casi anochecía.
-Maldición, ¿es que no te das cuenta de que ya anochece?-preguntó Esperanza.
-Por favor, no maldigas, no quiero estar más cerca del pecado de lo que ya estoy-pidió el muchacho, mirándola a los ojos, pero su mirada amenazaba con llorar otra vez.
-¿Podrías remar?-preguntó ella con sones de orden, no de sugerencia, amenazando con perder los estribos una vez más, algo muy típico en ella.
Al cabo de cinco minutos amarraban el esquife en un palo que a duras penas se afirmaba sobre sí mismo en la arena, que por pura buena suerte estaba apretadísima a su alrededor.
Había antorchas encendidas a cada rincón, sosteniéndose de la misma manera que el palo que afirmaba el esquife.
En un espacio techado, no muy grande, se encontraba un DJ que programaba música bailable para la numerosa concurrencia. Esa noche habría fiesta, tal como todas las noches, en la ajetreada y bella playa de Río de Janeiro.
En las extensiones llenas de arena se erguían los parlantes y alrededor de ellos cientos de personas apenas vestidas en bañador se agolpaban para bailar al ritmo de la música.
En distintos espacios techados con hojas de palmera se colocaban mesas sobre las cuales estaban las más diversas exquisiteces alimenticiamente hablando.
Sin embargo, Esperanza no quiso probar nada, no quiso bailar y bufó fastidiada cuando una garrota se acercó a Arturo para bailar con él, cosa que el chico de plano rehusó al mirar “la forma indecente” en que ella iba vestida y se ofrecía al poderío masculino.

Ante no tener nada que hacer en aquella fiesta playera y Espe desconfiar de todos y de todo, decidieron perderse entre las palmeras que cercaban la playa.
Al cabo de unos diez minutos habían cruzado el lugar y miraban, desde las calles brasileras, completamente embobados, el enorme y grandioso Cristo Redentor con su fantástica y bellísima iluminación, la cual había sido recientemente inaugurada.
De pronto, la mirada de Esperanza se posó en una extraña mujer, una mendiga. Su memoria corrió hacia Sheila y un dejo de desconfianza apareció en su corazón.
La mujer era de mediana edad, morena hasta decir basta, de ojos negros. Maciza, rallando en la gordura y bastante alta. Vestía una túnica blanca hasta el suelo, con un cinto dorado y unos cuantos brazaletes de oro puro. El largo cabello negro lo llevaba trenzado y una mirada pícara se distinguía en sus ojos, era una persona de esas que parecen poder ver dentro de los pensamientos de los demás.
Sin duda, aquel panorama no le pareció nada alentador a Esperanza… Menos aún cuando la mendiga, sentada en el suelo, confesó a una mujer que estaba a su lado que esa misma noche conjuraría al marido de ésta para que volviese a amarle.
“Con que una bruja, ¿eh?”, pensó la chica. Ahí cabían dos opciones: que la pitonisa le ayudase con el “pequeño” problema que tenían o, bien, les llevase a lo más apartado de la selva brasileña para perderles allí o inclusive hacerles algún mal. Esa mujer sabía mucho, no convenía ni siquiera acercarse a ella.
La clienta pagó la mitad del monto fijado y, recalcándole la hora en la que debían juntarse para aprovechar la flamante luna llena, se marchó por la calle tal y como si nada hubiese ocurrido.
Esperanza, por su parte, tironeó a Arturo del brazo para que dejase de mirar completamente embobado el Cristo Redentor y comenzase a caminar.
-¡No tan rápido!-exclamó la mujer. La luz de los faroles le dio un tono más lúgubre a su piel, casi siniestro. Hablaba el español al parecer perfectamente, pero se le notaba su acento brasilero, era una raíz innegable.
-¿Acaso no tenemos derecho a andar?-preguntó Esperanza de refilón.
-¡Detente!-exclamó la mujer de nueva cuenta, con un tono de voz completamente imponente.
-Ni siquiera nos conocemos-aclaró Esperanza, tratando de suavizar su tono de voz. Con esa mujer no convenía ir de malos modos, porque, aunque quisiera negarlo, le irradiaba un fuerte respeto, casi miedo y eso no le agradaba en lo más mínimo.
-Sin embargo, debo ayudarles-dijo la mujer con voz sugestiva, que atraía al oyente tal cual lo haría un imán, como si contase una leyenda que trataba de cumplirse.
-No necesitamos su ayuda-Esperanza trató de parecer altiva.
-¿Segura?-inquirió la mujer con mirada pícara.
-¿Usted quién es?-preguntó la chica.
-Alguien que puede ayudarte a quitarte una maldición que pesa sobre ti y tu compañero-dijo la mujer mirándoles alternativamente.
-Ya sé lo que me sucede, pero creo que buscaré otra persona-dijo la chica tratando de ser sutil.
-Hoy estaré en la Cascatinha, podrían venir y…-fue interrumpida.
-No, gracias, ya he dicho, buscaré por mi cuenta-dijo Esperanza cortante y se marchó.
La luna llena brillaba en lo alto. E iluminó medianamente el rostro de la pitonisa.
-Interesante…-musitó ésta-. ¿Segura, Esperanza, de que estaré ahí?...-musitó con su característico mirar pícaro. Ella ya sabía dónde buscar a la muchacha.

Medianoche, Floresta de Tijuca…
-Capitana, disculpe mi falta de respeto, pero no consigo comprender por qué rechazó la oferta de aquella mujer-inquirió Arturo a medias, tratando de no tropezar ni resbalar.
-Dos razones: Esa mujer sabe demasiado y nos puede hacer un maleficio si nos acercamos más de lo preciso y la segunda razón es que ella nos podía tratar de perder por aquí, y no me vengas con eso de que te orientas maravillosamente por acá, ¿entendido?-explicó la muchacha.
-Pero ella dijo que estaría en Cascatinha, eso queda cerca de aquí…-dijo el chico.
-Ya te dije, prefiero perderme por mi cuenta, esa mujer no me dio confianza, ¿entendido?-explicó la muchacha ad portas de perder la paciencia.
No pasaron ni cinco segundos cuando Arturo pegó un grito. Casi se había caído con todas las ramas esparcidas en el suelo terroso. Luego a que el volvió a tener firmeza en sus dos pies un ruido sobrevino desde la arboleda y el follaje se movió. Esperanza casi pudo apostar que era humano.
El intrépido chico estuvo a punto de ir tras la sombra que se escabulló velozmente con linterna en mano. Esperanza lo retuvo, no quería correr riesgos innecesarios.
-Mejor fíjate por dónde vas-le espetó venenosamente y siguieron el camino.
De pronto dejaron de atravesar árboles y más árboles para llegar a un hermoso claro. Esperanza miró el mapa rutero que habían conseguido con una amiga del contramaestre Ferreiro en las Favelas y entonces supo que habían llegado al lugar que tanto habían estado buscando aquella noche: La Laguna de las Hadas, conocida y reconocida por los sahumerios, encantamientos y demases que se llevaban a cabo allí.
La luna llena brillaba hermosamente en el agua verdosa, dentro de la cual había algunos árboles que crecían tal cual lo hiciesen en tierra, eran bastante altos y por el nivel que el agua tenía en ellos se podía intuir que la laguna no era muy profunda.
Alrededor de la hermosa laguna, a la que bien le venía su nombre de Laguna de las Hadas, se agolpaba un grupo de no más de siete personas entre las cuales estaba la mujer con la que habían hablado en la calle.
Arturo ya iba a salir de la floresta para acercarse a los bordes de la laguna a saludar amablemente a la mujer y a sus acompañantes, cuando Esperanza lo sujetó del brazo y le dirigió una mirada amenazante. Ambos se adentraron en los árboles que estaban en tierra y la chica se arrimó a un tronco para poder mirar mejor sin arriesgarse a ser vista.
-¿Qué demonios hace ella aquí? ¿Qué no era que iba a estar en Cascatinha? Este parque nacional es muy grande y está en medio de una ciudad doblemente grande, ¿acaso no podía perderse por otra parte?-farfulló la chica.
-Podríamos aprovechar la oportunidad, capitana-dijo Arturo.
Esperanza le dirigió una mirada fría y aterrante, casi de poseída, la cual le heló la sangre al muchacho.
Luego Esperanza logró ver que la clienta le pagaba a la hechicera lo restante y se dirigía hacia una salida clandestina del Parque Nacional Floresta Tijuca. Pero los otros seis continuaban ahí, como esperando a alguien… o algo…
-Capitana Esperanza Rodríguez y Contramaestre Arturo Gómez, sé que están aquí, así que acérquense-dijo la mujer con la mirada fija en la luna llena.
El tono de voz seco de la mujer les heló la sangre a ambos muchachos y Esperanza no pudo evitar vincularle con un conjuro. Ya de nada les valía seguir ocultándose allí, Esperanza pensó. Era mejor enfrentar la realidad de que les habían descubierto y así evitar un problema mayor que esa extraña mujer podía causarles.
Ambos salieron de la arboleda y la amarillenta luz de la luna les alumbró el rostro. La mujer dio media vuelta, quedando completamente enfrentada a ellos.
-Sabía que estarías aquí-dijo dirigiéndose expresamente a la chica.
Dicho ésto, a ambos les colocó una túnica blanca, similar a la que ella y sus compañeras llevaban puestas y les hizo entrar en el agua.
Luego, aprovechando la fogata que habían hecho hacía un rato, cogieron unas antorchas y cada una de las mujeres sostuvo una, haciendo un círculo alrededor de la laguna, que tenía a Espe y a Arturo dentro.
Y, mirando la luna llena, la hechicera nativa comenzó a conjurar a los Gnomos en su lengua nativa.
La muchacha podía comprender lo que la pitonisa decía en su idioma aborigen, probablemente de la selva del Amazonas y podía saber que el conjuro sería efectivo.
Pero, a la mitad del ritual, ofreció su cuerpo como intermediario entre los duendes del Rosa, que era con quienes estaba negociando, y los tripulantes de dicho navío.
Sin más, Esperanza supo lo que vendría. Un fuerte viento comenzó a soplar y arremolinó las hojas de los árboles, formando una suerte de tornado alrededor de la pitonisa. Comenzó a temblar suavemente y la luna brilló con mayor fuerza aún.
La horda de hojas se retiró del cuerpo de la mujer, dejándolo al descubierto, pero Esperanza a las claras notó que ya no era de aquella extravagante hechicera.
Se acercó al agua, símbolo de pureza y limpieza.
-Nos habéis robado a nosotros, los Gnomos-dijo una extraña voz desde los labios de la brasilera.
Arturo entró en pánico, esos siniestros ojos le estaban mirando. Esperanza le apretó el brazo, dándole con ese simple gesto más fuerzas de las que serían posibles en el mundo entero. Y, al captar su atención, le miró indicándole que ella solucionaría todo aquel embrollo.

-Estamos conscientes de lo que ha acontecido y queremos deciros que ha sido un completo error, producto de la ignorancia de mi compañero acerca de estas materias. Estamos arrepentidos y os ofrecemos una solución si así lo gustáis-dijo la muchacha acercándose a la orilla, sin salir del agua y tratando de mostrarse lo más respetuosa posible.
-Por supuesto que gustamos de una solución-dijo la dura y cruel voz.
-Os quiero preguntar algo: ¿fuisteis vosotros quienes causaron que nos perdiésemos en la selva hace no mucho tiempo atrás?-preguntó la chica.
-¿Qué os esperabais? ¿Qué os bendijésemos por robarnos, acaso?-preguntó de vuelta la voz.
-Disculpad, por favor. Aquí hay diez monedas de oro, idénticas a la que mi compañero os robó. Así pensamos compensar lo acaecido-dijo Esperanza-. A cambio queremos que abandonéis el Rosa Oscura y nos dejéis en paz-pidió. Ese era el momento de aventurarse para saber si todo eso era una realidad o una farsa del destino.
De pronto la mujer empezó a temblar más que al recibir dentro suyo al espíritu del Gnomo.
-Hecho-dijo la voz.
De pronto, el viento, que no había abandonado el lugar, se acrecentó y, tomando la forma de una mano, le arrebató a la muchacha el puñado con las monedas y desaparecieron éstas del lugar.
La mujer dejó de temblar y cayó desmayada al lado de sus acompañantes, quienes habían cantado en voz baja durante todo el rato.
Entonces las jóvenes brasileñas indicaron a Arturo y Esperanza que podían salir del agua, que ya todo había terminado. No debían pagar nada, todo era un favor de la agotada mujer. Esperanza, al adentrarse en la floresta se devolvió y dejó disimuladamente diez monedas más junto a la mujer, nunca sabía cuáles eran los verdaderos propósitos de ésta y era mejor irse por sobre seguro.
Tras eso se encaminaron a la Favela y entre disparos, gritos, sirenas de la vapuleada policía local, ruidos, muertes, olor a droga y luchas divididas, pasaron la noche en la casa de la conocida del contramaestre Ferreiro.
A la mañana siguiente volvieron a la playa en la cual había atado su bote, el cual afortunadamente seguía allí, y tras otras tres horas de navegación arribaron al islote, donde el Rosa Oscura les esperaba sin novedad junto a Hopkins y su tripulación a bordo del Medianoche. Abordaron y zarparon tras media hora, ahora con una nueva y extraña vivencia en su memoria. ¿Sería un sueño, uno muy extraño? No, no podía serlo, era muy funcional…

Texto agregado el 29-12-2012, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


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