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El Cuarto Rey Mago entregó su regalo y desapareció

I
Después del interminable viaje en automóvil, llegué al sitio convenido y abrí la puerta. Frente a mí, no había ningún pasillo, ningún laberinto, ninguna ensoñación fluorescente, sólo una amplia estancia de formaba cuadrangular, cerrada por una bóveda toral. Todo estaba inundado de luz. Una luz cegadora que empalagaba el aire y se movía, envolvente, por las paredes de cal y las cornisas. Una luz que hería los ojos. Busqué, pero no encontré nada. Al intentar salir me franqueó la entrada un fotógrafo ciego con su cámara de luz cegadora. Márchese antes de que lo trague la luz, dijo, usted es oscuro y lo que busca está en lo oscuro.

II
Cuando volví a entrar en la habitación ya no estaba el fotógrafo ciego con su cámara de luz, sino que había un desorden infinito de objetos evanescentes de apariencia extraña que flotaban. Algunos se movían torpemente, otros permanecían ingrávidos, suspendidos, mirándome aturdidos. En un primer momento pensé en los volátiles de Fra Angélico, pero no. ¿Objetos que miran, me dije, dónde estoy? Todo estaba tirado por el suelo en una confusión absoluta. Entonces le pregunté al tipo de barba blanca que estaba sentado, absorto, frente a una pantalla de plasma, si sabía cuál era el regalo. No me respondió. Deduje que estaba intentando poner orden en el caos, un trabajo, por demás, devastador. Será un matemático, pensé. Cerré la puerta y lo dejé creando mundos.

III
Abrí la puerta por tercera vez. Ya no había habitación. En su lugar, un precipicio. Metí la mano en el abismo. Tenía que seguir buscando. El abismo era una noche atravesada por leves susurros. No había puertas. Seguí bajando y palpando con la mano la oscuridad. Cuando llegué al fondo los ojos se fueron haciendo a aquella oscuridad y pude ver que había pequeñas bolas de vidrio, montañas de monedas de oro y vasos de cristal de Murano que tintineaban. Todo estaba en reposo. Dejaron de oírse los susurros y empezó a sonar el hilo de una melodía lejana. Me acerqué al sitio por donde salía el hilo de la melodía y se convirtió, poco a poco, en una voz. Alguien repetía las mismas palabras: “¡Busca! —serpenteaba la voz envolviéndome—, ¡busca al Cuarto Rey Mago que entregó su regalo y desapareció!”.


* * * *

Al maestro Jim Dodge, al poeta John Seasons y a George Gastin por ser buena gente. Autor y personajes de El Cadillac de Beep Bopper.


JUAN YANES

Texto agregado el 21-12-2012, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


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