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Inicio / Cuenteros Locales / JMPOGB / La ciudad se apaga.

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Se cae la luz, una ciudad entera se duerme en un sueño que parece permanente, un sueño que día a día se va transformando en una pesadilla sin final, donde los buenos son los malos, donde los caracteres desaparecen y aparecen como si nunca hubiesen existido, o como si fueran espectros andantes en un medio definido. La luz se apaga, ahora queda que los motores se apaguen, que la ciudad no se mantenga más, con el tiempo desvanecerse en el estado natural del caos, inmersa en la profundidad del turbio océano que la sostenía. Las formas ya van desapareciendo, subsecuentemente las sombras poco a poco se van esfumando como una brisa de viento entre los dedos, los objetos se pierden entre la fría oscuridad que pronto se hace absoluta. Lo que existía, lo que se sentía, día a día va dejando lugar a otras existencias, otros sentimientos que se alejan de lo que se conocía. Uno en este contexto sólo es un observador, a uno sólo le resta cuestionarse sí esas formas y esas sombras que veía eran reales o simple creación de su imaginación. Buenos Aires se apaga, poco a poco se va desvaneciendo, las figuras que nadie observaba detalladamente se van atenuando, las sombras se esparcen transfigurándose en el escenario final, escenario supuestamente ajeno a la identidad , identidad que lo sostiene. El espectador no puede concebir otra existencia que la viviente, condicionada por las quiméricas ilusiones que debe aceptar, falacias que se convierten en certidumbres. La esencia del circulo de la vida se hace compleja, nada vive, nada se siente, todo surge de un disfraz que se utiliza como equivalencia a la imagen y semejanza, tendiendo al cero absoluto. Ahora bien, hasta qué punto puede uno correr de lo que siente correcto, hasta qué punto puede uno vivir en la incoherencia, hasta qué punto uno puede no ser, no existir. Quizá que la luz se vaya, que el fuego se extinga, signifique algo más allá de la muerte, algo que se encuentra por encima de nuestra imaginación. De todas formas, lo cierto es que ya nada queda en esta ciudad más que la fría oscuridad, oscuridad que siquiera quiere acompañarla, hundiéndose en lo profundo del océano que la sostenía. Buenos Aires se hunde, empero uno queda libre, uno queda siempre libre, porque uno sin otro es sólo uno, uno puede volar, y por qué no ayudar a que otros lo hagan…

Texto agregado el 09-12-2012, y leído por 88 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-12-2012 Qué buen debut, te felicito por tus letras. Un abrazo!! gsap
 
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