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Un relámpago partió las vértebras de una nube descuajarrada en lluvia, y Maese Gimmel levantó el rostro bajo la capucha. Dirigió los dedos entumidos a los cachetes magros y apartó el pelambre untado a los pómulos.

Sus ojos como ranuras se aguzaron para distinguir la figura de un castillo recortado contra el cielo que recorría la grieta del rayo.

Apuró el paso dando traspiés contra los charcos y algunos pedruscos arrancados del suelo infestado por larvas de escarabajos.

Media hora después detuvo su figura gibosa, pues se hallaba ante un portón con relieves estilizados de caballeros con armaduras, yelmos y espadas que atenazaban contra los torsos hieráticos.

Dirigió los dedos laxos al aldabón incrustado en el hocico de un sapo de bronce, pero desistió al distinguir una rendija sobre la jamba, donde escaparon varias escolopendras ante la puerta empujada.

Enfrentó un salón de muebles polvorientos asperjados por la luz mortecina de una vela, y hasta el fondo definió un reducto gracias al fuego de una chimenea.

Se descubrió la cabeza evidenciando los cabellos equinos y las facciones de camello flaco. Luego avanzó arrastrando el hábito mojado que volvió lodo al polvo sobre las baldosas dispuestas por un geómetra perverso.

Instantes después arrostró la estampa de un anciano similar a él, pero con los rasgos ungidos por la dignidad de un sabio. El viejo dormía despatarrado en una silla con un respaldo que evocaba a un dragón bostezando. Frente a él danzaba un pabilo en una melcocha de cera, junto a un pergamino donde ya secaba la tinta emanada de un cálamo atenazado por los dedos sarmentosos.

Maese Gimmel se inclinó para leer. Repasó las hiladas de palabras como hormigas artríticas sobre el pergamino, y expulsó dos lágrimas disueltas con las esquirlas de la tormenta, pues contempló la descripción de él mismo divisando el castillo auxiliado por un relámpago que partía las vértebras de una nube descuajarrada en lluvia.

El viejo Gimmel junto a él despertó estremeciéndose y abrió los ojos “como ranuras”, pues había desencajado del sueño la imagen donde su alter ego recién bosquejado por la tinta se inclinaba tras él para leer el pergamino ante el cual le fluyeron “dos lágrimas que se disolvieron con las esquirlas de la tormenta”.

El anciano Gimmel sujetó el cálamo que introdujo en el pocillo de tinta y continuó escribiendo.

Texto agregado el 13-10-2012, y leído por 354 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
25-10-2012 Me parece el cuento ideal para el poema "Nadie" de Octavio Paz que acabo de leer. Felicitaciones por las descripciones, donde cada palabra urde con precisión fantástica este breve relato. luciaelsol
18-10-2012 Tiene algo que me recuerda a "La continuidad de los parques", claro que con las evidentes diferencias de contexto y de estilo. Saludos Dhingy
14-10-2012 Exelente cuento. Pródigo en símbolos y en lenguaje. Felicidades. umbrio
13-10-2012 Fantástico cuento fantástico . autumn_cedar
13-10-2012 Estupendo estilo que guarnece una historia donde el desdoblamiento del protagonista es sólo un pretexto para urdir un modo de narrar cuidado, rico en expresión idiomática y exacto en su significado. Tu riqueza y dominio del idioma te exponen a la tentación de adjetivar en demasía, pero también sobre eso se pasa rápido, como el viajero que contempla el paisaje desde la ventanilla de un auto en marcha sin percibir las eventuales macas del panorama. ZEPOL
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