Sólo un auto debió con esa velocidad que provoca cualquier urgencia o un imprudente accionar haber sido el causante. En medio de la vía mi cuerpo aún sufría las convulsiones del golpe y se desentendía patéticamente de posición humana. Era un gesto de caballo y forma de lombriz, encarnado en esa forma que convalece sobre el pavimento. Termino por convencerme de que permaneceré allí, tendido sobre mi propia sombra y con los ojos de los peatones encima. Al ser un espectáculo lo menos que puedo hacer es explicarle lo sucedido, de cómo ahora no soy otra cosa que una vida agónica sin resistir más allá de pocos minutos. Pero no es precisamente lo que les interesa. Ante el anonimato me exhortan a explicarme mejor, de mi vida, que describa quién era yo. Ahora no es el cuerpo a quien miran todos aquellos rostro ansiosos sino a mí. Entonces me represento. Todo lo que hice y pensé, sin dejar detalle por fuera, una descripción tan perfecta que siento en los otros una admiración poco usual de las que conocí en vida. Mi entusiasmo crece, hablo y no me detengo, ahora con fórmulas más metódicas, estructuras conceptuales que hagan de mí una referencia teórica. Planteo el hecho de seccionarme por categorías, y a su vez, estas, por subgéneros, dándole prioridad a la taxonomía como principal recurso de división. La tarde cae y el número de personas alrededor ha aumentado considerablemente. Por fin siento una especie de consideración por parte del mundo. Ante ese objeto en el que ha finalizado mi cuerpo me he convertido en un maestro perfecto. Uno al que todos miran con emoción. Entonces me percato de algo más: la ciudad entera se ha detenido sólo para oír la versión de mi mismo. Y luego sigue el país, parecido a una audiencia inmensa y descomunal que sólo vive para escuchar más. Esta situación se extiende hasta el mundo, el planeta dirige su atención hacia mí como si algo de lo que les cuento comenzara a develarles lo mejor de la vida. ¡De sus vidas! Y en un instante todo termina. Callo. El silencio devuelve cada cosa a su posición, al movimiento regular. Cada persona se retira del sitio y la masa que se había formado en torno mío comienza a disminuir hasta dejarme completamente solo. De noche levanto mi cuerpo de la carretera y me largo. Hasta otra ciudad donde volveré a representar el mismo espectáculo. Una atracción con la que burlo al destino.