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Participan :
*inicio loretopaz**desarrollo Gatocteles***desarrollo Dhingy****final alejandrocassals

Actuación memorable

Los actores se inclinaron y una ovación resonó en el pequeño teatro que venía presentando la misma pieza hacía ya más de un año. Lily paseó su vista por el público y sonrió aliviada al comprobar que no habían uniformes en la primera fila, por suerte no vendría a felicitarla ningún oficial de alto rango.

Los admiradores se agolpaban en la puerta de su camerino para solicitor autógrafos. Lilly estaba tensa. Le dolían las mejillas de tanto forzar la sonrisa a cada autógrafo que firmaba. Cuando quedaban tres o cuatro admiradores, pudo ver que el último de la fila llevaba dos rosas, una roja y una blanca en un envoltorio de celofán. Al llegar su turno se las ofreció a la actriz inclinando levemente la cabeza. Le tendió el programa de la representación y Lili preguntó ya sin sonreir:

- Muchas gracias, qué amable, ¿A qué nombre le hago el autógrafo? El desconocido respondió "Marcel", ella lo miró asintiendo con un leve gesto de la cabeza.

Lo invitó a su camerino y una vez dentro, cerró con llave y se puso a escarbar en un recipiente con talco, sacó un cilindro de papel, lo sopló y se lo pasó a Marcel, que rápidamente sacó el taco de uno de sus zapatos para deslizarlo al interior. Salieron del brazo, de común acuerdo y caminaron hasta el restorán en donde se juntaban a comer los colegas de Lily .Pidieron una copa en el bar para quitarse el miedo de encima; no era fácil evitar ser descubiertos y tener que actuar en la sombra de la clandestinidad.

Poco después Marcel acompañó a la actriz a la mesa de sus amigos, se despidió de ella con una cortés reverencia y salió a fundirse en la noche oscura. Lily ni siquiera imaginó que sería la primera y última vez que vería a Marcel.

**
El jefe de las Waffen-SS llamado Rudolf Keitel detestaba efectuar los interrogatorios en persona, pero esa ocasión no podía delegar su responsabilidad en ningún subalterno. Por eso acudió a primera hora del día al tabuco abyecto donde mantenían recluida a la actriz Lily Glennon detenida el día anterior en un restaurante donde convivía con sus compañeros.
De ella se había descubierto su ascendencia judía y su participación flagrante en el grupo de conspiradores que pretendían asesinar in situ al embajador Otto Abetz en su reunión con Pétain, el títere colaboracionista que encabezaba al Etait Français de Vilchy, y quien aseguraba que Francia tenía corrompidas las “escalas naturales del poder” a causa de la democracia.

De manera que Rudolf Keitel entró al sótano alumbrado por unas velas pringosas donde dos esbirros mantenían a la prisionera sentada ante una mesa cuya madera de nudos groseros y untados de azul cerúleo exhibía un folder con varios papeles embutidos a la mala, y ya hurgados por unos insectos minúsculos y repletos de pelos y de patas.

Rudolf Keitel hizo un esguince ante los guardias, quienes lo dejaron solo con la mujer desaliñada, cuyo cabello de caireles revueltos estaba a tono con el rostro rollizo de nariz respingada envilecido por una contusión que abarcaba el cachete y uno de los bellos ojos color esmeralda.

La mujer temblaba a causa del miedo, el frío y la repulsión del sitio de paredes ennegrecidas por la humedad y piso agrietado por donde corrían como ráfagas de pulgas unas ratas alargadas y macabras cuyos ojillos siniestros reflejaban la luz exigua del sitio.

El recién llegado hizo un saludo escueto y tomó el folder donde escrutó la fotografía del sujeto nombrado Marcel Haycox, que había sufrido “un lamentable accidente”, y a quien se le encontró un cilindro de papel con la lista de varios soldados nazis sobornados, y los planos del hotel donde se encontrarían el embajador Otto Abetz y Pétain.

La foto mostraba a un hombre de rostro alargado, ojos tristes y piel pálida, quien encajaría bien en una armadura medieval de no yacer ahora en la morgue al lado de cuatro cómplices más.

Lily Glennon levantó el rostro tembloroso hacia el sujeto de cuerpo magro y rostro demacrado de ojos fríos, quien se quitó al gorra schirmmütze para rascarse con fruición la parte occipital del cráneo de cabello escaso que reclamaría un homo habilis.

El tipo vestía el oprobioso uniforme negro, con la manga del sobretodo envilecida por la banda roja de la suástica, y la hebilla del cinturón con la leyenda “meine ehre heibt treue” “Mi honor es mi lealtad”.

En ese momento el nazi sesgó el rostro para observarla, y expulsó su voz apergaminada y cortante: “¿Cuál es su opinión sobre nuestro embajador y Herr Pétain?”

La mente de la mujer fue asaeteada por la imagen del embajador Otto Abetz, un individuo de gesto altivo, barbilla casi prognata, orejas lobunas y frente despejada y amplia que parecía repeler la compasión. Después Lily evocó al octogenario Pétain exudando decadentismo con su abrigo de lana y sombrero de bombín a tono con el bigote copioso sobre la boca incapaz ya de sonreír.

Y después un pensamiento donde los relacionó con la deportación de judíos a los campos de concentración, y una crispación de ira reprimida al pensar en su familia desaparecida meses atrás…

“¿Y bien fräulein Gennon…?”, presionó el nazi.
***

—Yo sólo soy una actriz—alegó Lily Glennon, recelando el polígrafo sobre el que Rudolf Keitel hacía bailar las yemas de los dedos—. Respecto de Marcel Haycox…

—Noto que se adelanta usted a las acusaciones…

—Marcel Haycox, decía—porfió Lily, con rebeldía inconveniente—, era un admirador que me invitó a comer luego de regalarme un bello ramo de …

—Advierto que habla en pasado. ¿Cómo sabe de su deceso?

El jefe de las Waffen-SS levantó desproporcionadamente una ceja, el entrecejo formaba un puente rubio que se volcaba violentamente por sobre la nariz aguileña. La sutileza con que acariciaba el detector de mentiras daba cuenta de una fina y entrenada capacidad de manipulación.

—Es muy bella, Lily—dijo—. Sería una pena echar su carrera al bote por malentendidos… ¿No cree?

Lily Gennon permanecía de brazos cruzados, con la boca fruncida y la mirada cansada.

—Deme datos de sus informantes y la dejamos ir bajo palabra de no dispararle por la espalda. Claro que si reincide…

—Yo soy una actriz-repitió la mujer —no tengo secuaces.

Keitel chasqueó la lengua y se incorporó dejando caer la silla. El caño metálico de ésta retumbó en la celda oscura y vacía.

—¿Secuaces...? De modo que usted es... ¿la cabecilla? Eso es una pena…—murmuró, mientras abría puertas escondidas bajo el recodo de la escalera y extraía instrumentos—. Voy a tener que aplicar los métodos de la verdad con una actriz… tan bonita…

Un cableado espiralado lleno de electrodos fue depositado sobre la desvencijada mesa. Luego un serrucho. Le siguió un encendedor. Agujas. Tijeras. Un bisturí. Una masa. Lily deslizó furtivamente la mano hacia la ampolla escondida en un bolsillo interno del sostén. Pero Keitel tenía experiencia y bien conservados reflejos. Se le abalanzó, tiró todo el peso de su cuerpo sobre ella. La inmovilizó en segundos y, tras un lastimoso forcejeo, terminó ganándole la píldora de cianuro.

—Sin trucos—regañó, ahora prescindiendo de eufemismos gestuales, con cara de franco hijo de puta—. No pierde nada, sepa, ya los matamos a todos. Si usted sigue con vida es porque uno de los suyos es uno de los nuestros. Así que empiece a hablar.
****
Pero antes de hacerlo quiero que visite “mi casa”, acompáñeme.
Se dirigieron hasta un ángulo de la “sala de recepción”.

«Por mi se va a la ciudad doliente,
por mi se ingresa en el dolor eterno,
por mi se va con la perdida gente.
La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»

Estas palabras estaban escritas en letras oscuras en el dintel de una pequeña puerta, a entrada de un húmedo y repugnate laberinto.

—¡Abran soy el coronel Rudolf Keitel —exclamó en voz alta y autoritaria después de golpear tres veces la pesada puerta con el mango de su pistola.

Inmediatamente, un chillido de goznes oxidados rompió el silencio.

—¡Fräulein Gennon! Quiero que recapacite y entienda cual será su destino si sus respuestas no satisfacen mis demandas. Aquel que atraviesa esta puerta, no retorna —dijo Keitel mientras guiaba a Lily tomándola de un brazo y avanzando lentamente hacia el interior —la conduje hasta este lugar sólo para mostrarle qué sucede con los duros, a aquellos que no logramos hacerles confesar y… creemos que aún tienen alguna historia para contarnos —concluyó con una sonrisa sádica.

Quejidos, llantos, ecos de quejidos y llantos ciegos, viajaban por el aire enrarecido de aromas repugnantes provenientes de las oscuras celdas a ambos lados del estrecho corredor.
Cuando llegaron al final. La luz de la pequeña lámpara que portaba el coronel en su mano derecha, iluminó un cartel que colgaba de una de una reja… “Leichenhaus”.

—¡Sí fräulein Lily!... esta es la morgue, la última morada de los pecadores. Aquí descansan los restos de Monsieur Haycox y mis cuatro traidores. Como sus familias no reclaman los cadáveres, después de unos días le damos cristiana sepultura en el Canal de la Mancha —acotó Keitel. Ni una palabra escapó de los labios de la actriz

Una decena de cuerpos desnudos y mutilados, colgaban de ganchos atacados al techo como las reses en una carnicería. Un espectáculo que ni el mismo Gustav Doré hubiese imaginado para plasmarlo sobre una tela.
Lily Gennon no lo soportó, cayó desvanecida a los pies del verdugo.

—El coñac, es lo único que aprecio de los franceses —dijo el coronel mientras le ofrecía una copa a Lily, que ya recuperada y sentada de frente a él en una pequeña mesa en la “sala de recepción”, acepto —¡Ahora sí fräulein Gennon! llegó el momento de contar alguna historia interesante sin tratar de subestimar mi inteligencia.

Los fríos y penetrantes ojos del nazi, indagaron, clavados en los de la mujer.
Lily Gennon habló sin prisa, sin pausas y sin interrupciones, por más de dos horas.
Dio nombres, lugares, fechas que Keitel anotó prolijamente en una libreta.
Cuando el nazi estimó que el relato había concluido, dijo:

—Muy interesante su exposición. Pero nada nuevo para mí. Sabemos de la colaboración de todas estas personas con la resistencia; Beker, Auriol, Tzara, Weil, Eluard, Camus, Beauvoir, Bécaud, Mitterrand, etc… artistas, intelectuales, políticos.
De ellos nos ocuparemos más adelante, por ahora no son peligrosos. Eso sí… me llama poderosamente la atención, y con esto pretendo reconocer su calidad de agente, que usted pertenezca a la red de espionaje que comanda Nancy Ware. Es la persona más buscada por la Gestapo. Por “El ratón blanco” ofrecen cinco millones de francos como recompensa por su captura. ¡Estoy seguro que usted no conoce su paradero! Pero… fräulein Gennon, lo que yo le he preguntado específicamente, no lo ha confesado. ¡El nombre del quinto traidor! —gritó Keitel dando un golpe con el puño sobre la mesa y retirándose del lugar.

Aparecieron cuatro sayones sedientos de sangre.
La joven, pateaba, mordía, insultaba, pero fue inútil, sus fuerzas cedieron. Ataron sus dos piernas a dos patas de la mesa, volcaron su cuerpo hacia adelante y ligaron sus manos a las otras dos patas.

—¡Nazis asesinos, sodomitas hijos de puta! ¡No sé nada! —vociferaba Lily.

—¡Desnuden y amordacen a esta perra mentirosa! Con el culo roto recordará el nombre del quinto traidor —ordenó Keitel desde las sombras.

Lily Gennon no se entregaba. Bañada en sudor, de su boca escapaba rabiosa espuma. Sus ojos desorbitados, extremadamente abiertos, lanzaban fuego. Las venas repletas de sangre, negreaban inflamadas. Reptaba sobre la mesa como una serpiente enloquecida.

Cuando el primer torturador se dispuso a penetrarla notó que de su boca amordaza y de sus narices fluía sangre a chorros. Desparramada como un lago sobre la mesa caía a densas gotas sobre el piso de la inmunda sala.

—¡Perra Judía! Eligiste reventar antes de darme el quinto nombre —Gritó el coronel cuando lo advirtió, mientras que, aferrando los sus cabellos de la mujer golpeaba su cara contra la mesa.

Tal vez enceguecido por el odio, experto torturador nazi Rudolf Keitel, no consideró o desconocía, que el pueblo Hebreo, desde siglos, aún despojado de sus riquezas y de sus vidas, jamás entregó la dignidad.

—¡Serénate Rudolf! ¡Bebe! —ordenó un hombre que emergió de entre las sombras. Inclinando levemente la cabeza, ofreció al coronel una copa de coñac —Tú no has fracasado, estoy seguro que en ese teatro encontraremos una pista válida. Esta infeliz no conocía la existencia del quinto traidor.

Antes que los sayones desataran el cuerpo para arrástralo a la morgue y colgarlo, el hombre depositó dos rosas, una roja y una blanca en un envoltorio de celofán sobre las nalgas amoretadas de la infeliz mujer.

En una tarjeta atacada al presente floral, estaba escrito:
“Lily, tu última actuación fue memorable. Te admiro…. Marcel”


Texto agregado el 05-10-2012, y leído por 488 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
06-10-2012 Extraordinario argumento. Pero aún mejor el estilo. Felicidades a 8 manos crearon literatura. umbrio
06-10-2012 Me hicieron recordar la pelicula de "bastardos sin gloria"... aunque ahi no habia tanto sadismo... Un abrazo a todos. Miriadas de estrellas yar
05-10-2012 Literatura de alto vuelo! De lo mejor hasta el momento! Aplausos! hugodemerlo
05-10-2012 Un cuentazo. Aplausos por mayor. Salú. leobrizuela
05-10-2012 es una hermoso y trágico, cuento mis felicitaciones a los participantes********* yosoyasi2
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