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VII
Al ver al hombre, Roberto nada dijo y sólo saludó con un gesto de su cabeza. Ana, evidentemente incómoda, previendo que tendría que dar una explicación, considerando que ella era absolutamente inocente, fue a acomodarse al living y aguardó la reacción de su hombre.
-Supongo que debo preguntar quién es él- dijo Roberto, mirándola con fijeza.
-Es un antiguo conocido, creo que se encontró con mi hijo e insistió en verme. Como puedes ver, era muy poco lo que teníamos que conversar.
-No sé. Uno tiene cierta capacidad de percepción y me di cuenta que el tipo aquel te contemplaba con ojos libidinosos.
Ana, se dio cuenta que la sinceridad evitaría un trance enojoso. Por lo mismo, respondió:
-Creo que no vale la pena hablar de él, pero, por otra parte, es necesario dejar en claro las cosas. Rubén, que así se llama, fue el hombre que llegó después de mi viudez. Nunca concordamos en nada, no existió enamoramiento de parte de ninguno de los dos y al cabo de un tiempo, desapareció de mi vida sin dejar ninguna huella.
Roberto, respiró profundo, se sentó al lado de Ana y se quedó en silencio un buen rato.
-¿Qué sucede, amor?- preguntó Ana.
-Mira, yo no hago buenas migas con tu hijo. Y ahora, él llega con un ex pretendiente tuyo. No soy tonto, puedo ser bruto e ignorante, pero no tonto. Creo que Tomás intenta sacarme de encima, pienso que ocupará todos los recursos que tenga a mano para separarnos. No temo tanto eso, como la forma en que responderás tú a dicha situación.
-Querido mío. No quiero que hablemos más de eso. Tú me importas y nada ni nadie podría separarnos.
Y aproximándose a él, lo besó con pasión. Roberto respondió de la misma forma, aunque su corazón estaba inquieto.

El amor, cuando se posiciona en dos corazones, no garantiza un estado de dicha atemporal, ni un paraíso en el cual ambos puedan retozar a sus anchas. También trae aparejadas rugosidades y múltiples obstáculos que sólo el verdadero amor puede superar. Empero, la dicha es frágil y los tormentos muchos, cuando estos dos enamorados están a expensas de la maledicencia y de las maquinaciones. Si bien, Tomás era un muchacho de buen corazón, estudioso y perseverante, se había acostumbrado a ver a su madre sin la compañía de terceros. Por lo mismo, y con mayor razón al verla junto a Roberto, se había propuesto distanciarla de él. Como los jóvenes cuentan con muchos recursos para ubicar a gente, ya que para eso existen redes sociales que permiten indagar, había ubicado al tal Rubén, un bandido de siete suelas, con el que no simpatizaba para nada, pero que podría serle muy útil a sus propósitos.
-Necesito que el “enfierrador” se aleje de mi madre, ella se merece un tipo con más alcurnia.
Rubén, sonrió con cinismo y comentó que hasta él podría ser el indicado para Ana, ya que ahora poseía una fortuna que le permitía vivir con relativa comodidad.
-Mira –repuso Tomás- sólo quiero que saques de circulación al tipo, no me interesan tus métodos, mientras no corra sangre. Hazlo todo con mucha sutileza.
-Mi mejor recompensa será reconquistar a tu madre.
Tomás nada dijo. El individuo carecía de valores, era un pillo, por lo que veía difícil que su madre se interesara en él. Pero, uno nunca sabe.

Los gritos de alerta, los ayes de dolor y el gran vocerío despertaron a Ana. Era temprano, pero en la empresa de Roberto, ya se trabajaba con intensidad desde la madrugada. En medio del tráfago, una enorme viga se había desprendido de las cadenas y se había precipitado sobre los trabajadores, Roberto, entre ellos. La mujer, al contemplar la escena desde su ventana, lanzó un desgarrador grito, se colocó una bata y bajó corriendo las escaleras.

Los obreros intentaban levantar la pesada estructura cuando la mujer ingresó desesperada al recinto. Ana fue detenida para que se mantuviera lejos de las acciones. Se le indicó que ya venían en camino una ambulancia y un carro de emergencia y el ulular de las sirenas indicaba que estaban a pocos metros de allí. Ana, no paraba de sollozar. Su Roberto, inmóvil, fue conducido a la ambulancia.
La tragedia se cernió sobre la metalúrgica: dos obreros habían recibido heridas leves y un tercero se encontraba grave en el hospital, éste era Roberto, a quien le había caído la estructura sobre el tórax y sólo la fortaleza del hombre lo mantenía con vida. Los médicos habían iniciado maniobras de reanimación y después de un buen rato, habían logrado estabilizarlo. Ana, aguardaba en la sala de espera, no pudiendo contener su llanto. Al poco rato, su hijo apareció cariacontecido y la acurrucó entre sus brazos. Tomás, no podía negarlo: sentía un gran remordimiento, tanto por ese pobre hombre que agonizaba allá adentro como por su madre, que parecía escapársele la vida en un mar de lágrimas.

-No te preocupes, madre. Él es fuerte, saldrá de este trance. Estoy seguro de ello.
Ana, inquieta, se levantó y comenzó a pasearse por la sala, aguardando que apareciera alguien que le diera noticias sobre su hombre. Transcurrió aún una hora, antes que ingresara un médico, con su rostro severo.
Ana, se abalanzó sobre él, -¡Doctor! Dígame por favor: ¿Cómo está?
El facultativo respiró profundo antes de hablar -Tiene varias fracturas y el traumatismo lo mantiene inconsciente. Sólo resta esperar y ver como va reaccionando.
-¿Puedo pasar a verlo?
-No se lo recomiendo, esperemos mejor hasta mañana.
Ana dijo resuelta: ¡Esperaré aquí lo que sea necesario!
El hijo intercedió: -Madre, es mejor que nos vayamos a casa y que descanses un poco. Mañana regresaremos a primera hora.
La mujer accedió después de un largo rato de cabildeos.

Aún aguardaba otra sorpresa a la mujer. Sentado en una banca que se encontraba frente a la casa de Ana, Rubén fumaba un cigarrillo. Al verlos llegar, se levantó, arrojó lejos la colilla y se apresuró a abrazar a la desconsolada mujer.
-Son cosas que pasan- dijo el hombre, mientras la abrazaba y la ayudaba a subir las gradas. Tomás, lo miró con cara de pocos amigos. Ahora le producía repulsa aquel tipo, pero, ya no podía deshacer el trato y eso lo angustiaba. La juventud es impulsiva y sólo después de muchas trastadas y porrazos aprende a visualizar los caminos que parecieran ser los más correctos. Lo que aún no suponía Tomás era que el tipo aquel era muy peligroso, y que haría cualquier cosa para lograr su objetivo.

Acomodada en una poltrona y bebiendo una taza de café, Ana, ajena a todo, ni siquiera se impactó demasiado con la presencia de Rubén, ya que lo que ahora le preocupaba, la mantenía en un estado de suprema exaltación. Imaginaba a Roberto, luchando contra la adversidad, intentando recuperar la conciencia y restablecer su salud, apelando a su fuerza sobrehumana y a lo que escapa a todo ser humano, tratando de restablecer los delicados hilos de la existencia, ya sea por medio de la fe y gracias a los ruegos de los que lo amaban.

Ana se acostó para reponer sus fuerzas, pero lo que estaba por suceder, ni siquiera se lo imaginaba. Tomás, despidió a Rubén, y luego se fue a dormir. Todo quedó en silencio y la tenue luz de la luna apenas se filtraba por los visillos de las ventanas. Cerca de las tres de la madrugada, si alguien hubiese estado despierto, habría escuchado el suave chasquido de la cerradura de la puerta de calle. Luego, en medio de la penumbra, se habría dado cuenta de que imperceptibles pasos, subían los peldaños de la escala. El asunto es que Tomás y Ana dormían profundamente en sus respectivos lechos y no podían percatarse de la presencia de ese extraño que violaba su intimidad. Rubén, que se había apropiado de una llave de la casa, ingresó como un ladrón y con mucha precaución, llegó al segundo piso y abrió la puerta del dormitorio de Ana. La mujer dormía sedada, ya que de otra manera no lo podría haber hecho y su rostro pálido se visualizaba en la penumbra. El hombre, sonrió con placer y quitándose sus ropas con ligereza, se metió bajo las sábanas. La mujer continuaba dormida y no sintió las manos lascivas que comenzaron a recorrer su cuerpo. Pero, aún así, en medio de un sueño inducido, ella comenzó a darse cuenta que algo extraño sucedía, y haciendo un esfuerzo supremo, abrió sus ojos y se encontró cara a cara con el infame tipo. El grito habría alcanzado a escapar de su garganta sino hubiese sido por esa mano tosca que cubrió su boca.
-Silencio, mi muñequita, que esta noche es nuestra y nadie debe interrumpirnos- susurró el infame con su voz entrecortada por la excitación.
Ana, intentó levantarse y escapar de esas garras, pero el amodorramiento era supremo, tanto como el terror que la asaltaba.
-No intentes nada o tu hijo pagará las consecuencias –dijo el infame y le mostró un puñal que había ocultado bajo sus ropas.
El espanto hizo presa de la mujer, tanto que no pudo emitir sonido alguno. Pero cuando vio dibujada la silueta del forajido con el arma en ristre, gritó con todas sus fuerzas y éste se amplificó en la habitación, vibrando como un diapasón en esa noche de terror. Ello, no bastó para despertar a Tomás, quien en esos momentos dormía placidamente.
-Ten piedad, por favor. Haz de mí lo que quieras pero a mi hijo no lo toques.

La noche se hizo eterna en esa cama, y mientras el

tipo se refocilaba con su cuerpo, ella gemía quedamente, sintiendo que nada ya valía la pena después de esa noche impía. Sólo sería un cadáver y renunciaría a todo, incluso a Roberto, que no merecía enterarse de esta pesadilla.


CONTINÚA































Texto agregado el 03-10-2012, y leído por 193 visitantes. (0 votos)


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