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“No temo a la oscuridad; tampoco a la habitación en sí. El miedo nace de regiones profundas e incomprensibles. La ausencia de libertad, el silencio de la razón. Eso es; lo que verdaderamente me petrifica de terror es lo que la habitación representa: un final vacío; un final eterno.”

Un hombre se encuentra solo. En aquella habitación se encuentra solo él y nada más que él. Está atorado en la oscuridad, confinado involuntariamente a una silla de ataduras eternas. Siente el peso de sus manos amarradas y la inequívoca prohibición de sus labios, silenciados por un asfixiante candado de cadenas de hierro. Nada es visible ante la única esperanza que reside en sus ojos, debido a la profunda opacidad que se eleva frente a ellos. Le es difícil saber cuánto tiempo ha pasado desde que llegó allí; como si se tratase de un tiempo muy lejano y casi olvidado por el pasar de los años, de las vidas; no lo sabría con certeza. Ya no siente ni respira. Su cuerpo está paralizado en medio de las tinieblas que encierra la maldita habitación; sus huesos raídos por la inmovilidad de aquella sentencia del diablo. Pero, de pronto, en las sombras que desgarran lo alto de la recamara se empieza a entretejer un sueño; el último rayo de luz que atraviesa la tenue mirada del confinado moribundo.
Se puede observar sentado en una silla; una silla corriente, marginada del sufrimiento eterno y de la oscuridad de la habitación. Parece vislumbrar un nuevo amanecer mientras el sol se eleva por detrás de las montañas que ensombrecen el borde del horizonte. Una brisa de vida golpea su rostro, y respira, respira luego de milenios y se siente libre; sus manos se encuentran carentes de ligaduras, al igual que su lengua del hierro, que exclama ferozmente el derrocamiento del silencio.
Sus ojos pueden observar el verde de los árboles y las flores que brotan con el arribo del astro rey. La tibieza del aire roza su cuerpo avejentado y maltrecho. El aroma de la primavera penetra sus pulmones de arena desiertos. Percibe otra vez lo que es vivir; el peso del tiempo se aleja poco a poco de su materia y vuelve a experimentarse liviano y satisfecho. Es la razón que lo invade de nuevo, y los recuerdos que lentamente comienzan a apoderarse de su memoria. Rememora ahora lo que era y lo que es. Se encuentra inmerso en pleno optimismo, y olvida las penas y el dolor que erosionaban su corazón y sus pensamientos. El tiempo parece pasar rápido y furtivo a su alrededor. En medio de toda aquella paz y tranquilidad, puede observar como un ser se acerca caminando lentamente hacia él. La figura de un ángel endulza su mirada, un fantasma sin alas que se aproxima a su encuentro. No es que alguna vez hubiese visto alguno, pero su belleza era algo que jamás había atestiguado en el pasado, en cualquier otro momento de su existencia. Se detiene frente a él y ofrece su tributo; su sonrisa, cálida y gentil, obliga al hombre a tomar el obsequio celestial. El sabor inerte se filtra por su boca como un néctar de vida, sin embargo, servido por el Ángel de la Muerte
Repentinamente, como defenestrado por un agujero sin fondo, es sustraído de aquel sueño maravilloso. Se encuentra nuevamente en soledad, atado por las sombras de la silenciosa habitación. El pensamiento lo abandona nuevamente, y en su eternidad pierde otra vez el sentir y la expresión. El olvido vuelve a tomar su mente, y el dolor engulle su corazón abandonado. Una vez más, las cuatro paredes rodean su espíritu, atrapándolo en la insondable umbría de la aborrecida sala tortuosa.
Fuera de la habitación hay un hombre sentado en una silla bajo un árbol; una nueva mañana de primavera se gesta tras la bruma plateada del horizonte. El sol se alza alto y hermoso en el cielo; pero el hombre tiene sus ojos fijos en el piso, en la fría y uniforme vereda que recorre el patio que se encuentra rodeado por unos altos paredones de piedra blanca. A su lado hay otro hombre sentado en un estado de inconsciencia semejante, tendido sobre una reposera blanca, recluido en la esclavitud de la nada, padeciendo el calvario de la habitación. Una mujer se acerca a este y le otorga algo: un presente divino. El hombre no sabe qué es, pero cuando lo recibe, entiende que nunca podrá escapar de la habitación en la que se encuentra. Siempre estará atado a la oscuridad, y el olvido reinará su espíritu. Absorto, perdido en la perpetuidad del tiempo, yace sobre una silla, inmóvil, ciego; sin luz ni sueños que rompan con las oscuras cadenas que lo aprisionan en la Habitación del infinito.

Texto agregado el 22-09-2012, y leído por 319 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
21-08-2016 me gustó, me recuerda a la película Brazil, y a las cámaras de silencio en la que un hombre puede escuchar el latido de su propio corazón, de alguna forma todos estamos encerrados en una habitación oscura cafeina
01-09-2013 Es...impecable. Que gusto encontrarse con textos como este. Un saludo. Mildemonios
31-08-2013 La habitación del infinito, atrapado en sus propios sueños, como la muerte. Muy bueno. silvimar-
03-07-2013 Me pareció que cuando vió todo aquello maravilloso,tan lleno de paz era cuando había sentido la muerte,donde pudo observar la belleza que puede existir en otra vida. No sé eso es lo que sentí... Es un texto tan bien escrito que se lee de manera perfecta****** Victoria 6236013
22-09-2012 Una vez que mori pude valorar la grandeza de vivir. Lo se, lo entiendo. Filosofico. rhcastro
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