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Participan en este cuentocompartido *inicio conjunción**desarrollo godiva***desarrollo kone****final andrudna

Internet adictivo
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“Cinco años atrás fui abandonada por mi marido. No hubo explicaciones. Me quedó de su persona el recuerdo de los años compartidos y una renta generosa que cubrirá de por vida mis necesidades. Debí aceptarlo, entonces; la soledad entró a mi vida.


Los cambios de hábito se notaron pronto; perdí la capacidad de concentración y mi pensamiento se dispersaba fácilmente, lo que resultaría en la imposibilidad de continuar, acaso transitoriamente, con mi profesión de sicoanalista. Dirigí mis esfuerzos hacia una superación de aquel estado, casi depresivo, inmerso en la tristeza.
Me propuse volver a ser quien era antes de la pérdida de mi identidad.

En la búsqueda de un proyecto que llenara las horas de ansiedad, despertó mi curiosidad un fenómeno actual: La adicción a Internet, considerada en los círculos psicoanalíticos y sociológicos internacionales como el nuevo síndrome que afecta a la sociedad.

Elegí entre otras, una de sus tantas manifestaciones: las llamadas “Relaciones interpersonales”.
Básicamente mi interés investigativo se centró en dos preguntas:
¿Por qué está ocurriendo esto? ¿Cómo podemos paliar su efecto destructivo?

El autodesafío estaba lanzado. Permanecer demasiadas horas diarias en contacto con una pantalla supone riesgos, pero tenía la convicción de poseer el mejor antídoto; mi profesionalidad y considerar Internet un instrumento, un poderoso medio de comunicación masiva. El arma que facilitaría mi búsqueda.
Tras un cuidado análisis concluí en determinar que las conductas adictivas, en este caso con la Internet, se manifiestan inherentes al individuo y coexisten con otros factores generadores, tales como la depresión, las fobias sociales y un número de patologías similares. Se realimentan estas conductas favorecidas por el anonimato, la negación de la presencia física, la ausencia de verbalidad.

**
A efectos de un muestreo, confeccioné un cuestionario con preguntas específicas que, en mayor o menor medida, dieran pautas de las reacciones ante el fenómeno: condicionamiento ante la actividad, capacidad de crítica sobre la misma, placer en su desarrollo, etc ., intercaladas con disimuladas insinuaciones que determinaran, desde un plano inconsciente, el probable deterioro y/o abandono de la relación familiar y amistades habituales, desaseo en la higiene personal, desórdenes alimenticios y de sueño y, en síntesis, una batería de datos tendientes a obtener, de la población tomada, una reseña útil a los fines perseguidos.

Comencé acudiendo a tres de mis pacientes cuya afición a Internet me era conocida como relevante.
El primer contacto lo hice con Carlos; de inmediato se mostró colaborador y entusiasmado. No descarté la posibilidad de que transitaba su fase maníaca; era bipolar y, en el momento, su energía desbordaba.
Con el segundo intento, María, la suerte fue distinta. Se disculpó alegando ocupaciones intensas y reconocí en la actitud una manifestación más de su fobia social.
Gustavo, el tercero, se mostró sorprendido gratamente; confesó hallarse deprimido, no obstante lo cual accedió a mi petición.
***
Fueron semanas de febril actividad, durante las cuales mantuve sesiones grabadas en secreto y transcriptas a archivos en mi PC. Asimismo, incluí mis impresiones personales en cada caso; no quise correr riesgos de perder la objetividad que aporta la impresión reciente que se desprendería de cada charla.
El Caso Carlos Rivas resultó el más complejo; el paciente está negado a la farmacología indicada, Benzodiazepina alternada con Carbamazepina) y evidencia un pico de depresión
( “No puedo dejar de notar la indiferencia de los demás. Tal parece que vago en solitario por un camino que se vuelve interminable y a nadie le importa. Podría caer muerto enfrente de ellos y sé que solo pensarían en que estorbo el camino. Ya desde ahora me siento como un maldito despojo.”) (sic)

Simultáneamente con el análisis comencé a recibir correos anónimos, amenazantes y cargados de términos soeces. Obraron además como portadores de un extraños virus informático que borró los archivos donde guardara mi investigación, salvo en el caso del paciente Carlos A. Rivas. Cito uno de los textos, reiterado luego con pequeñas variantes:

“¡BASTA YA, PERRA, Y METETE EN TUS PROPIOS ASUNTOS!”

Por supuesto he denunciado el hecho a la policía. Contrariamente a lo que me prometieron al hacerlo no he recibido visita alguna de la misma.
La situación se ha hecho demasiado crítica; me hallo atemorizada pues no tengo presunción de cómo seguirán las cosas.


Después de un mes y medio de trabajo me declaro en retirada. Las amenazas son permanentes, con una frecuencia cada vez mayor y una virulencia alarmante. He llegado a establecer que quien las produce no es otro que mi ex marido:

“MORIRÁS, PAGARAS CON TU VIDA LO QUE HICISTE”!

Cierro aquí mi informe y me ocuparé de salvaguardar mi vida. El miserable se ha introducido virtualmente en mi casa y tengo la seguridad de que lo hará también en forma personal”.

****
Esto fue lo hallado por el personal policial en la PC de la doctora Elizabeth Evans, tras su desaparición. Cuarenta y ocho horas antes se produciría un pedido de auxilio, formulado al Detective Omar Lacros, de la División Homicidios.
Lacros se puso al tanto del contenido de cada uno de los archivos existentes. Luego de hacerlo levantó la vista y pasó a narrar los hechos por él conocidos:

“No me extraña, aquí está la prueba. Debo aclarar que conocí a la Dra. Evans hace unos años. Compartimos un seminario sobre criminalística y, lo confieso, sus experiencias profesionales sobre la conducta sicopática me resultó de gran interés. Tuve acceso a los apuntes de su próximo libro y nos hicimos muy allegados.
Pasó un tiempo, durante el cual no nos vimos.
La hallé por casualidad en una reunión social, un año después. La reconocí de inmediato, pero nos cruzamos la mirada y no pareció reparar en mí. Se hallaba en compañía de un individuo, de aspecto adinerado, que resultó ser un magnate, y esa circunstancia me pareció suficiente razón para su actitud.
Recordé entonces que justamente el que a la sazón fuera su marido, fue en su moment, el objeto de sus investigaciones profesionales.
No obstante, no pude con mi genio y cuando la circunstancia lo permitió tuve un acercamiento que me permitió hablarle. Pude ver entonces, debajo de su bien producido maquillaje, las huellas de penurias pasadas en los tiempos que precedieron.

Me sorprendió su gesto indiferente y despreocupado cuando me presenté. Noté en sus ojos, por lo menos en apariencia, la secuela de una afición al alcohol o a las drogas. Cuando le recordé sobre su trabajo investigativo, del libro aquel que se hallara escribiendo, tuvo un momento de mayor lucidez, pero pronto volvió a su aspecto anodino.
Nos apartamos de la gente; nos refugiamos en un balcón que daba al jardín de la mansión y charlamos unos minutos.
Sus palabras me impresionaron por la crudeza del relato. Su exesposo la había agredido de hecho, destruyendo sus apuntes y, al parecer, aporreándola de tal forma que había perdido la noción del tiempo. Despertó en un hospital; habían pasado casi dos meses, en los cuales su conciencia fue suspendida y su salud mental corriera serios riesgos de quebranto.
Su hogar se hallaba destrozado; la casa, vacía, solitaria, la recibió hostilmente. Había una nota de él: un abandono, una cuenta bancaria y las noches de la exasperante vigilia en búsqueda de un motivo para tanto dolor.

Transcurrieron más de cinco años sin noticias de ella.
Hace unos días recibí una llamada a la oficina.
Era Elizabeth; muy enigmática, hizo referencia a cierto peligro inminente; me pasó las claves de su sesión en la PC y cortó la comunicación.
Hice mis investigaciones y la sorpresa fue mayúscula
Establecí la dirección y volé a su domicilio. Me resultó sencillo ingresar; allí todo estaba revuelto, aunque sin señales de haber sido escenario de nada trágico.
Observando sus escritos, reconocí el anagrama que alguna vez inventáramos como medio de comunicación: “Carlos A. Rivas” significa “Avisen a Lacros”¿Qué quiso decirme?... Está claro, ahora.
Estas amenazas -que eran ciertas-, no fueron producidas por su esposo, sino por los ex compinches de éste en el lavado de dinero.
La Dra. Elizabeth Evans urdió esta comedia para atraer mi atención y obtener la custodias personal, pues la mafia traicionada buscarían venganza en su persona.
¿Por qué no denunció esto como corresponde? Porque ella –cómplice de su marido- era parte en el delito.
Pero el pedido de auxilio no llegó en la forma desead.
¿Dónde está el esposo? Detenido en Las Bahamas, por Interpol.
Mientras tanto, ella preparaba su huída del país con un pasaporte falso.
Iba a reunirse con su esposo tras dejar en la banca local el tendal de damnificados.
Pero no tuvo tiempo. Alguien la delató.
¿Quién? Una paciente: María.
Fue la que notó que le habían robado el pasaporte durante una sesión de sicoanálisis.
Y allí comenzamos el hilo de otra investigación: la nuestra.











Texto agregado el 12-09-2012, y leído por 277 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-09-2012 Muy elaborado y trabajada la trama del cuento original. Se aprecia mejor calidad literaria aunque las correcciones son mínimas, se percibe que quién lo corrigió tiene "tablas literarias". Un fuerte abrazo al equipo que lo escribió. Stromboli
13-09-2012 Muy bueno. Lo mejor, casi no se nota cuando se pasan la estafeta entre los participantes. ZEPOL
12-09-2012 La verdad que quedó muy bueno el cuento, me gustó el giro al cambiar el narrador..si es que entendí bien.. silvimar-
12-09-2012 Menuda trama, de película. Muy bueno amigos, es todo un cuentazo.**** senoraosa
 
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