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Soy el último hombre sentado en el taburete de un viejo bar.
Todos me han dejado ya. Todos se han ido sin mí, porque soy el único que no se anima a pararse y seguir, el único que no suelta la fría y triste jarra del olvido.
Unos beben para olvidar.
Unos beben para recordar.
El cliché de los bares, viejas y mugrientas máquinas del tiempo que transportan a los suyos a lugares inhóspitos que sus almas han clausurado ya.

Yo era – porque ya no lo soy, gracias a Dios – el último sujeto que escribía sobre la barra, encorvado sobre la jarra. A mi lado un compañero, ¡un camarada!, que citaba a Lenin como quien cita a Parra.
Brindaban los caídos por las viejas musas – y no las musas viejas – que los apuñalaron. Oh, si la vida es cruel con un propósito. En la barra no hay enemigos. El esposo con el patas negras se abrazan porque la misma mujer los engañó a los dos. Unen las cervezas con un brindis que estremece el llanto. Comparten secretos que desconocían de la misma mujer que los embaucó. Y el anarco invita a una copa también al sargento de la séptima compañía mientras dejan de lado las molotov y la “nueve milímetros” sobre la mesa en que ahora duermen el proletario junto al infame empresario.
Ahora sólo quedo yo.

Los poetas fueron los últimos en caer presos de la cirrosis, antes más bien les partieron el corazón, con el cincel y el martillo del viejo Dios.

En el bar. Allí escribí yo, solo, con el cantinero que limpiaba lentamente las copas con el afán de verme balbucear. Me ofreció un revólver y una bala, "úsela, – me dijo – úsela bien". Yo no sé qué quiso decir. ¿Quién podría ser mi blanco, por Dios?

Unos piden vodka, otros whisky, yo un café.
Ellos las invitan a cervezas, vino, yo a un milkshake.
Él le pide pisco, luego ron, un último ferné.
Yo me acerco a la cantinera, linda la muchacha, linda de verdad, con un piercing en la nariz y labios teñidos de coñac; con ojos que parecen dos shot de tequila; manos de vino blanco que destilan necedad.
"Me da un juguito", le dije.

Así que me quedé solo en un bar. Bebiendo leche con plátano con una bombilla. Nadie quiere estar sobrio conmigo, suena mejor alucinar.
A veces me preguntó si Jesús, el Señor, se sentaría a beber un jugo de mango - o quizás de frambuesa – conmigo en la cantina más pobre de la ciudad.

Texto agregado el 22-07-2012, y leído por 167 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-09-2012 imágenes nítidas teñidas de sepia, el mundo se cae a pedazos y son sólo los valientes quienes prefieren la luz por sobre las tinieblas tan "seductoras". jotaykaiser
22-07-2012 Interesante reflexión. Yo creo que sí lo haría... Él está en todas partes. Un gusto leerte. susana-del-rosal
 
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