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Una onda polar ha puesto en acción a las autoridades de la capital para salir al rescate de los seres que viven en la calle y que capean el frío con sucias frazadas y cartones, suficientes cuando el termómetro no desciende la barrera de las temperaturas bajo cero. Pero, esta vez, los cuchillos afilados e inclementes que dicha onda le confiere al frío, han traspasado las precarias indumentarias y han cobrado numerosas víctimas. Muchos de esos desarrapados, han preferido acudir en tropel a los albergues que se han implementado para ellos y allí, cobijados, con comida y una taza de café para sus rebeldes tripas, se han tendido luego en sus colchones para soñar quizás que disparatados sueños.

A propósito de esto, he recordado una situación que viví hace muchos años, cuando siendo un jovenzuelo impenitente, me enamoré de una mujer de carácter muy cambiante, lo que me atormentaba en demasía, ya que nunca sabía yo con que talante me recibiría en cada ocasión. Después de cada encuentro, yo recapitulaba: “hoy fue de agraz” o “esta vez fue dulce”. Su indecisión me mantenía con la angustia en la garganta, temiendo yo que cualquier día decidiera que no quería verme más. Y sufría y me desvelaba por ello. Hoy, en la perspectiva generosa del tiempo, siento que todo ese dolor pude habérmelo ahorrado con sólo haberlo querido, cortando de raíz tan enfermante situación. Pero, en esos primeros años, cuando el ímpetu y la obcecación superan a las buenas decisiones, ella me parecía muy importante, muy bella e idealizada en su estatura de mujer, tanto, que habría permitido ser un lacayo suyo, con tal de no separarme de su lado, aunque fuese para admirarla a la distancia y recibir de vez en cuando la limosna de un beso.

Estaba a su merced y lo sabía, pero sufría cada día con las veleidades de su carácter, por sus rabietas y sus cada vez más espaciados momentos de cariño y atención hacia mí. Supe que no podría soportar una eventual ruptura, que en el mismo momento en que aquello sucediera, mi vida perdería todo sentido. Ahora bien, no estaba dispuesto a transformarme en un ser lamentable, destrozado por dentro y por fuera, un guiñapo del cual todos se apiadarían y muchos harían escarnio de su triste situación. Por lo que, previendo el momento de la hipotética ruptura, me adelanté a los hechos y urdí mil maneras de autoinmolarme, sintiendo que esa era la única vía de escape. Ahora, siento un poco de vergüenza por esa ligereza mía de aquellos días, pero un afán entre romántico y destructivo me impulsaba a abandonar este mundo, presintiendo que estaba tejiendo con mis alocadas presunciones la más bella historia de amor.

Pensé que llegado el momento en que mi amada me desahuciara, me arrojaría desde las alturas de cualquier edificio. Lo deseché, ya que sufro de vértigo. Acaso, atiborrarme de pastillas y tragármelas en medio del último llanto. Craso error. Ya antes lo había intentado y despertado, después de varias horas, en medio de un páramo, absolutamente embarrado y somnoliento. Leyendo e informándome de las mil maneras que existen para despacharse de este mundo, supe que una forma bastante indolora de morir, era por medio del congelamiento. Esta capital sufre de noches heladísimas en el invierno. De hecho, ya sabía yo de los desdichados que amanecían yertos tras una velada de punzante hielo. Decidí pues que llegado el momento, aguardaría sentado en una plaza solitaria que mi cuerpo comenzara a adormecerse y de este modo, experimentar como la imagen de mi amada se diluía poco a poco y yo, pronunciando su nombre hasta el último suspiro.


Gracias a Dios, el amor se diluyó más rápido que todas mis alocadas maquinaciones y yo adquirí algo de experiencia para comprender que de amor ya nadie se muere en estos tiempos, acaso los ancianos, cuando la soledad es un verdadero baldón y no una oportunidad para reinventarse e incursionar en nuevas experiencias…











Texto agregado el 09-07-2012, y leído por 212 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
10-07-2012 ayer mori de amor...ya estoy como los niños que me cuentan que fueron a la playa y se ahogaron.*****Me gustan tus historias y como las narras.saludos. ana_blaum
 
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