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Sentencia de muerte.

Aún retumba en tu cabeza lo que dijo tu hermano.

- Cuidado si se lo dice a alguien esto que te he dicho. Ni a Mamá. ¡Oíste! Si se lo dices, la condenas a muerte a ella también.

Y sí que es peligroso lo que te ha contado. El es parte de un complot para tumbar al Jefe.

El está consciente del peligro que corre al involucrarse con ese grupo. Pero la desaparición del monaguillo
Carlos-su amigo- lo indujo a involucrarse con los panfleteros.

El sabe lo discreta que eres. Es una de las cualidades que más admira en ti. Y, además, eres su única hermana, no lo delatarías.

Pero el peso de lo que te ha dicho es muy grande. No lo soportas. El pensar que si lo agarran los del SIN o algún calié lo delata, es un muerto seguro. Te desesperas. No soportaría ver a tu hermano preso o muerto a tu corta edad.

¿Pero qué hago? Te preguntas. No se lo puede decir a tu madre, ni a tu padre, las personas que más confías. Y, mucho menos a tus compañeros de clase. A tu hermano le dijeron que todos son calieses en potencia, incluyendo los profesores.

Así que tu estado de ánimo es desesperante para una niña como tu, ingenua, inocente y hermosa. En el alba de la adolescencia.

Pero Dios no abandona a sus ángeles terrenales. Ayer, mientras oraba, la virgen de la Altagracia te mostró el camino a seguir. Confesarte con el padre Juan. A él le dirá lo que tanto te ha estado angustiando estos últimos días. Como es un hombre de Dios. No se lo dirá a nadie.

Escuchas unos ruidos en el sótano de la casa. Sabes que es tu hermano junto con sus amigos haciendo los panfletos. Lo hacen a esta hora para que tus padres, los agentes del SIN y los calieses no se den cuenta.

Te levantas de puntillas. Caminas hacia la puerta de atrás. La abre. Ahora, afuera de la casa, te diriges al sótano.

Al llegar a la entrada del sótano, te detienes unos segundos. Te llegan imágenes de tus padres dormidos. Lo viste al pararte en la puerta de su habitación.

Los muchachos se quedan petrificados al ver la entrada del sótano abrirse. Le has producido un susto enorme. Nos descubrieron piensan y se miran unos a otros. Pero el susto se disipa al ver los muchachos tu rostro en la entrada.

En fracciones de segundo tu hermano te agarra por un brazo. Y con un alón estrepitoso, te colocas al lado de los demás.

-¡Por Dios! Magdalena. ¿Qué tu haces levantada a esta hora? Te sintieron papá y mamá. Te vieron al levantarte.

Un silencio sepulcral envuelve el ambiente al terminar tu hermano de hacer estas preguntas. Lo miras. Y moviendo la cabeza, le dices que no.

-No ha pasado nada. Está bien. Dame un abrazo. Te voy a mostrar los trabajos que hemos terminado. Además, ya terminamos por hoy. ¡Verdad muchachos!

-Sí

Le contestan.

El te muestra varios trabajos. Y te dice en cuales lugares lo van a tirar. El contenido te deja sin habla.

Abres los ojos. Te levantas de la cama. Estás más inquieta que ayer. Lo que viste anoche no te a permitido un sueño placentero. Por el contrario. No podías conciliar el sueño después que salieron del sótano.

Comienzas a vestirte, y escuchas al mismo tiempo, unos pasos que se acercan.

-Magdalena. ¿Para dónde vas tan temprano?
-Sion Mami.
-¡Dios te bendiga! te pregunto otra ves. ¿Para dónde vas?
-Mami. Voy a confesarme con el padre Juan.

Una leve sonrisa se refleja en el rostro de tu madre.

-¡Mí niña se quiere confesar. ¡Qué pecado hizo mi hija! Si se puede saber.

Conociendo las virtudes que te adornan. Tu madre cree que es un capricho.

-Mami. Que qué hice. Nada Mami. Que quiero confesarme con el padre Juan. ¡Eso es malo!
- Yo sé que no has hecho nada malo mí hija. ¡Yo lo sé! Si quiere hacer tu primera confección. No lo puedo evitar. Además, el padre Juan es muy bueno.

Estas fueron las últimas palabras de tu madre. Y se marcho hacia su cocina con una sonrisa en rostro, pensando en el capricho que se te había ocurrido.

Ella no sospecha el cargo de conciencia que posees. Del estado de angustia por el que está pasando. es con ella que quiere hablar. Pero no puedes. Así que termina de cambiarte. Desea llegar lo más rápido posible donde el padre Juan.

Te paras en la puerta. Le besa las manos a tus padres. Y te despide de una vez.

Tu padre se queda sorprendido al verte salir tan rápido y tan temprano de la casa. Pero tu madre lo tranquiliza. Le dice que no es nada. Sólo un capricho que se te ha metido. Confesarte con el padre Juan. El se ríe, al igual que tu madre. Y le dice a tu madre que qué pecado puedes tu tener.

Ellos no sospechan del peligro que corre su hijo y sus amigos. Ni de la angustia que tiene al no poder decirle nada.

Te acercas a la casa del padre Juan. Reduces al andar. Un acelerón del corazón te hace detener. Le pides fuerzas a Dios. Sabes que es para donde uno de sus representante que va. Y eso te tranquiliza de nuevo.

Llegas a la puerta y tocas. Después de unos segundos de espera, abren la puerta sigilosamente. Ves el rostro juvenil del padre Juan al abrir la puerta, y una confianza se apodera de ti.

- Buenos Días padre Juan.
- Buenos días señorita Magdalena. ¿Y qué la trae tan temprano a mí casa? En qué puedo ayudar a éste ángel de Dios.
- Padre... perdóneme por venir tan temprano a su casa. Pero es que sé algo que no se lo puedo decir a nadie. Ni a mis padres. Sólo a usted padre. ¡Sólo a usted! La virgen de la Altagracia me dijo que a usted si se lo puedo decir. ¡Qué a usted sí! Poe eso quiero que usted me confiese ahora.

Al terminar de decir esto el padre Juan te agarró por un brazo y te aló para adentro de la casa. El está conciente de la capacidad de escuchar las paredes en estas tierras. Además su intuición de confesor le dice que es algo muy importante lo que sabes.

El padre te manda a sentar en una mecedora que está en la sala. Y él se sienta en frente de ti.

Tu angustia se triplica al ver la foto del Jefe que está encima del cristo crucificado que está detrás del padre Juan.

Vuelven los recuerdos de los panfletos, los de tu hermano y los del sótano al ver la foto de Trujillo.

Tu rostro está pálido. El miedo que reflejas sólo es comparado con el rostro de los cobarde que van a fucilar.

El padre Juan lo ha notado.

- Señorita Magdalena. ¿Qué le puede estar mortificando? Si usted en un ángel. Dígame si algo la molesta para librarla de tan pesada carga.
- ¡Hay padre! ¡Hay padre! Se lo voy a decir porque es usted un hombre de Dios. Mi hermano me dijo que no se lo dijera a nadie. Ni a mamá. Que si se lo decía la condenaba a muerte. Pero a usted sí se lo puedo decir padre. Es usted un hombre de Dios. ¡Verdad padre!
-Claro mi hija. Que el manto del Dios padre, hijo y espíritu santo los proteja. A ti y a toda tu familia. Que la virgen de la Altagracia interceda ante Dios por tu familia. Ahora, hija mía. Dime, Dime hija...
- ¡Hay padre! ¡Hay padre!

Una pausa para observar la foto de Trujillo hace intuir al padre de la peligrosidad de lo que sabe.

- ¡Hay padre! ¡Hay padre! Los panfletos en contra del Jefe que han aparecido en el liceo y en el correo, es el hermano mío, con un grupo de amigos, que lo han hecho. Ellos lo hacen en el sótano de la casa. Anoche estaban ellos haciendo. Yo los vi. Me levanté al escuchar unos ruidos en el sótano. Y estaban ahí. Ellos se asustaron mucho padre, cuando me vieron. Pero cuando me vieron se tranquilizaron.
- ¡Mi hija! ¡Es muy grabe lo que está haciendo!
- Sí padre. Mi hermano me lo dijo. El me dijo que si otra persona lo sabía. Lo mataban a él y a sus amigos. Y eso me tiene mal padre. Si matan a mi hermano, mi madre y mi padre se mueren. ¡Se mueren padre!
- Sí, Sí. Es muy peligroso lo que están haciendo. Están corriendo un riesgo muy grande. Pero vamos a rezar el rosario por varios días seguido. Para que tu hermano desista de eso. Yo voy a rezar varios padre nuestro para que Dios lo proteja.
- Sí padre, eso mismo. Yo también voy a rezar el rosario todos los días por un mes. Yo sabía padre que usted me iba a ayudar. Gracias padre, gracias.
- De nada mi hija. Vamos a pedirle a Dios por tu hermano y sus amigos. Regresa en paz a tu casa mi hija. Que Dios te acompañe. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amen. Tus pecados te son perdonados.

Te paras de la mecedora. Besas la mano derecha del padre y te marcha.

El padre Juan se queda sentado. Meditando por unos segundos. Pensó en el último informe que le había dado a Alicinio Peña. El jefe del SIN en Santiago. El servicio secreto de Trujillo. Un informe intrascendente. Que le había costado la vida a una persona, sí. Pero de ahí, nada. Pero este informe es diferente. En todo el país se habla de estos panfletos. Dicen que hasta el Jefe tiene algunos. Así que con éste informe las cosas serán diferente. Trujillo admira los hombres leales.

Sandy Valerio.

Texto agregado el 10-06-2012, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


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