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La madrugada era fría. Muy fría, el mercurio del termómetro registraba cuatro grados bajo cero. En el hielo de las cornisas podían percibirse apenas los primeros rayos de una luz enferma que caía inerte sobre los muros de piedra de Namur.
Fría provincia. ¿Sería que toda la región de Valonia, toda Bélgica estaba hoy congelada, como muerta, igual que Namur?¿ Las corrientes del Sambre y el Mosa correrían insospechadamente rápidas y violentas bajo una capa de hielo?
Conforme la oscuridad se retraía, una húmeda, gélida neblina salía rápidamente para tender un manto color plata sobre la plaza de armas, cerrando, sellando aquella mañana del 10 de noviembre de 1941, un año seis meses después de que la Fall Geb comenzara y el Panzergruppe von Kleist de la Wehrmacht, se precipitara a través de las Árdenas.
¡Sí! Es extraordinario como el horror hace que el tiempo corra absurda y contradictoriamente, haciendo los días segundos y los segundos eternos. Desde el nido del campanario de la catedral de Saint Aubain, Gunter escudriñaba con la mirilla de su kar 98k cada rincón de la plazoleta francófona esperando que, exacto y predecible como un artefacto mecánico bien afinado, el capitán de las S.S. Klaus Barbie apareciera por la calle central después del puente de Jambes, tras dejar sus aposentos en la ciudadela a las 6: 00 am , ni un segundo mas, o menos.

La neblina trepaba, arrastrándose por el verde que circundaba al Mosa, llenando de tonos grises la pálida fisonomía de las construcciones y dificultando la visibilidad, convirtiendo un tiro limpio en un desafío, aun para el mejor de la 12a. División Panzer S.S. Hitlerjugend y sus cuarenta oficiales aliados, abatidos en el campo de batalla. Pero esto era diferente, no se trataba de escuchar el himno de las juventudes Hitlerianas mientras se recibía la más alta condecoración; ni de cenar con el mariscal Goebbels mientras la prensa del tercer Reich disparaba sus flashes contra los espejos del restaurant en turno, hiriendo los ojos con luz multiplicada. Gunter era ya un fantasma, aquel animal que se agazapaba bajo su apariencia maquinal le había arrebatado la vida dos días atrás, cuando en la estancia de la Citadelle llegaron dos soldados arrastrando a una fugitiva acusada de iniciar un grupo de resistencia y “proteger enemigos de la nación aria”. Y se proponía cazarlo.


La mujer de aproximadamente un metro setenta de estatura, cabello castaño y una complexión delgada (¿mejor decir famélica?) era llevada casi en vilo, como un pobre mariposa sujeta por las alas medio rotas, un tanto debido a la altura y la fuerza de sus agresores y otro, a la debilidad de su cuerpo, maltrecho tras días de crueles torturas y largos interrogatorios. El sonido homogéneo de las botas al recorrer la larga galería tenía una resonancia de marcha fúnebre que llenaba el vacío con una especie de lamento, anunciando el final de aquella frágil vida de apenas veintitrés años y quince días.

Klaus Barbie esperaba observando una estatua de Julio Cesar, solazándose con recóndita vanidad por su gran cultura, que le permitía saber que la efigie del César había sido traída a la provincia en la temprana Edad Media, lustros después de que el romano derrotara a los Aduatuci, en la temprana edad media, cuando los Merovingios construyeron un castillo en el espolón rocoso con vistas a la ciudad, en la confluencia de ambos ríos. La hoy llamada Namur vivía su auge económico. Mientras acariciaba con su mano derecha la suave y lisa textura del mármol, una sonrisa lúgubre, que ni el orgullo de sí mismo ensanchaba más, insinuábase en la comisura de sus labios al tiempo que los ecos de los pasos se acercaban hasta detenerse a centímetros de su espalda."
Un sonido gutural y al mismo tiempo delicado, lastimoso, violó el inmediato silencio cuando el cuerpo de Josephine fue lanzado contra el suelo, el capitán giró ciento ochenta grados, quedando la punta de sus botas frente al rostro antes hermoso y ahora deformado por los golpes. Con aires de sadismo (disfrazados de arrogancia) Klaus hizo un ademán para que levantaran el cuerpo maltrecho y casi agonizante de la joven y en un tono enérgico, pero seco, como un grave ladrido, preguntó.- Wer sind Ihre Kontakte? (¿quienes son tus contactos?)- para después hacer la misma pregunta en un francés perfecto y fluido.- Qui sont vos contacts?- Josephine, que hasta ese momento parecía inerte, alzó la cara y clavando su ojos grises en el teutón respondió: - d'abord morte qu'un chien te servir un nazi . (Primero muerta que servirte perro nazi.)- . Barbie soltó una carcajada y con la familiaridad de quien sabe lo que hace puso el cañón 9 milímetros en la sien de la muchacha y con su voz-ladrido, gruñó: -Será un placer.

Gunter, quien hasta ese momento permanecía en las sombras a la otra orilla del corredor, vió el cuerpo inerte de la muchacha y al alzar la mirada reconoció el brazalete que días antes en la orilla del río iluminado de un plata fantasmal por la luna, le había puesto a Josephine, con devoción, en la muñeca izquierda. El beso que le dió luego en el anverso, le hizo percibir el cálido pulso de su sangre. Tuvo la visión de esa misma sangre corriendo en un pequeño río que se congelaba rápidamente, y en ese momento sintió que le habían matado el alma y con la voz quebrada musitó: - Mon papillon.
El silencio reinaba la larga galería; tal, que aquel grito ahogado se reverberó en todo el recinto.
A lo que Josephine sin alzar la mirada, entre dientes exclamó:-. Mon chasseur. Al tiempo que un delgado río plateado atravesaba su mejilla.
Klaus Barbie entendió la complicidad que esas frases encerraban y con la frialdad de verdugo que encubría su ferocidad, jaló el gatillo. Acabando con la líder de la resistencia y a la vez con la hombría del teniente de los S.S., Gunter Kán, quien al instante de la detonación cayó de rodillas, para segundos después yacer inconsciente.


Eran las 5:56am. El francotirador quitó la pañoleta que cubría su rostro para que el aire que recorría sus pulmones se enfriara y así su presa no pudiera distinguir su posición por el vapor de su aliento; ajustó una vez más la mirilla y enfocó hacia el largo callejón. Los segundos parecían eternos, podía distinguir el avance de la débil luz solar por la plazoleta, podía escuchar como el latido de su corazón se acompasaba casi al ritmo del reloj.
Se había acabado el sueño del tercer Reich y la nación aria. Cada medalla ganada en este momento ardía en la consciencia, cada bala era un grito que cimbraba sus oídos. Lo único a lo que había amado se lo había arrebatado el mismo ejército al que juró defender. En ese momento supo, no importaba si adoraba a la estrella de Israel o a cualquier Valkiria, si el color de la piel era azul o rosa, no existía tal cosa como la superioridad de una raza.
Terminando el pensamiento se escuchó a lo lejos un tic- toc – tic-toc que se volvía cada vez más grave y fuerte para convertirse en un Tac- toc –tac-toc. El sonido que hacían las patrullas de las S.S. al marchar uniformemente; venían en formación de tres en línea adelante del perro carnicero de Namur.
El tiempo era eterno, y a la vez fugaz, con una velocidad irreal, perfectamente sincronizado con el avance de su objetivo, ajustó la mirilla y midió la velocidad del viento del oriente, fijándose en el vuelo de los abrigos cuando los rozaba , cuando calculó que había alcanzado unos dos nudos, comenzó la cuenta hacia atrás 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2 1 BANG , una explosión de fragmentos de cráneo, sesos y sangre, ríos rojos corrieron por las baldosas de granito, el estruendo que sacudió a aquel pueblo fantasma, sorprendió a los guardias que marchaban, y antes de que pudieran sobreponerse, uno a uno los fue derribando en un tiempo paradójico, a la vez suspendido y veloz, para sembrar cuatro cuerpos en aquella mañana de invierno.
Marcó en el brazo del rifle el número 41 y exclamó: Cela a rendu mon papillon… Segundos después se dispersaba en pedazos, cuando el proyectil de un panzer estacionado a contraesquina alcanzó la cúpula de la catedral de Saint Aubain.

Texto agregado el 05-06-2012, y leído por 214 visitantes. (1 voto)


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