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¿QUEDA ALGUIEN ADENTRO?

CAPÍTULO IV

Estaba concentrada en mi situación, que parecía escapada de un cuento de Poe cuando Fray Clodoveo levantó la cabeza, como si recién regresase de un viaje intergaláctico, tan imbuido estaba en sus papeles.

Me miró y me dijo:

- Tienes que continuar con tus lecciones Jordana, sé muy bien que la muerte de tu padre te ha sumido en un profundo dolor, pero tus estudios te ayudarán a resarcir, al menos en parte, el sufrimiento. Ese latín, ese francés y esa geografía están muy abandonados y fíjate tú lo importante que son esos conocimientos.

Sin ir más lejos, este mapa que ha llegado a mis manos circunstancialmente, fue confeccionado por un jesuita hace ya muchísimos años, y en él se explica, sin ningún lugar a dudas, la ubicación del fuerte que posiblemente ocuparon mis antecesores en el sur, hace más de trescientos años.

Asombrada tomé el mapa entre mis manos con un respeto casi místico, como si todos los años de todos los tiempos estuvieran contenidos en esos croquis de los cuales yo no podía entender cómo eran tan perfectos en épocas de “no institutos geográficos”, “no imágenes satelitales”.

Se observaban nítidamente las costas del Golfo San Matías, la Península de Valdez y a la altura de San Antonio, muy borroso se leía “Ancien forteresse du tem” .... No pude entender más, lo anterior, prácticamente lo había adivinado.

¡Cuánto hubiese dado por poder explicarle a Fray Clodoveo que no existía ningún fuerte en esa zona actualmente, y mucho menos en épocas tan pretéritas. Pero lamentablemente no pude abrir la boca, era un croquis hecho a mano alzada por un jesuita hacía ya muchísimos años ¿cómo podía manifestarle que aún en mi época, esa costa patagónica no ofrecía nada ni siquiera aproximado, a ese fuerte o a sus ruinas?

Le devolví el mapa al fraile quien lo tomó con recogimiento.

Sólo agregó – Piensa Jordana en la importancia de esta cartografía, que demuestra que mis antepasados llegaron a estas costas cuando huyeron de La Rochelle, cosa que siempre se supuso en mi Orden, pero nunca tuvimos las pruebas -.

Sin saber a qué se refería cuando hablaba de sus antecesores, de su Orden y de la Rochelle dejé a Fray Clodoveo con sus divagues y estando atada de pies y manos para disuadirlo de sus ideas, recogí la sopera, la bandeja y el candil y me dispuse a salir al comedor para escuchar la llegada de quienes viniesen en mi búsqueda, cosa que ya me estaba creando serias dudas.

Cuando me iba acercando, observé que los padres Alonso y Figueras conversaban en voz baja y con rostro de preocupación a la luz de una vela.

- Sí padre, son dos noticias, a la cual más aterradora, mi única preocupación es Jordana – decía el padre Alonso.

Cuando me vieron entrar callaron, pero yo con mi mirada, creo que no les dejé dudas de que había oído parte de la conversación y que quería saber de qué se trataba.

Pero ¿qué estaba haciendo? ¡me estaba imbuyendo en los problemas de cuatro seres, que habían fallecido hacía más de trescientos años!. ¿En qué tenebrosa telaraña me estaba enredando? y al mismo tiempo me preguntaba ¿Dónde estaba la verdadera Jordana?.

- Padre Alonso – le dije – (me dirigí a él porque me pareció más comunicativo que el padre Figueras) - ¿Qué es lo que está sucediendo? -

- Son dos noticias muy aterradoras Jordana y sólo nos preocupa tu bienestar y tu destino. La primera la trajo Alquimero (era el sirviente kilmes que tenía la casa), se comenta que algunos sobrevivientes de sus hermanos, que pudieron salvarse escondiéndose en los montes, están preparando un ataque a la hacienda. Necesitamos hablar con ellos, decirles que los protegeremos, les daremos asilo, y que nada tuvimos que ver con la terrible masacre de sus ancestros hace más de treinta años. ¡Ni siquiera nosotros estábamos aquí!.

Al escuchar esas palabras el temor hizo presa de mí, recordando el relato de Octavio al comenzar el recorrido por la iglesia, miré fijo al sacerdote y más con la mirada que con vocablos le inquirí sobre el segundo problema.

- Ese es mucho más complejo Jordana, tú eres muy joven para comprenderlo, han comenzado en España campañas en contra de nuestra Orden.

Claro – les respondí – los están acusando de instigar el motín de Esquilache y defender la teoría del regicidio.

Los dos curas saltaron de sus asientos y me observaron con los ojos desorbitados.

Yo quería que la tierra se abriese bajo mis pies ¿por qué no habría estudiado más biografías de músicos y menos Historia, que era mi delicia?. Ahora, había cometido un tremendo ex abrupto y rápidamente traté de pensar cómo salir de él.

- Discúlpenme padres, pero sin proponérmelo los escuché mientras me acercaba al comedor.

Parecieron tranquilizarse, ¡eran tan inocentes comparándolos con nuestra picardía actual!, además ¿cómo podrían ni siquiera imaginarse, semejante absurdo que estaba sucediéndome?

- Jordana – dijo el padre Alonso - el segundo problema no es aún tan grave y en caso de que injustamente, guiándose por calumnias e injurias infundadas nos expulsen de esta Colonia, te llevaremos con nosotros a Francia y ahí podrás convertirte en una gran dama que hasta podrá concurrir a La Sorbona.

El padre Figueras, desesperado, mirándome con los ojos brillantes de lágrimas olvidó su mal castellano y comenzó a lamentarse en francés.

Yo le tomé las manos y mirándolo fijo le dije – Ce n’est pas sorciere, pere.

Jordana – me replicó el padre Alonso – ¡Sí que es algo del otro mundo!, debemos preocuparnos por ti, pues en un ataque de los indios, a nosotros nos matarán, pero contigo ¡Dios misericordioso!, ¡No quiero pensar lo que harían contigo!. -

- Tienes que prometernos algo – continuó - Si hay un ataque, nosotros trataremos de distraerlos desde la torre de la capilla esperando ayuda y tú, a oscuras, comenzarás a desplazarte por el pasillo de detrás del altar -.

Pero padres – respondí - junto a Fray Clodoveo tampoco estaré muy protegida -

- No entiendes Jordana, lo que sucede es que no debes detenerte con Fray Clodoveo, deber continuar, se hará dificultoso, pues son tres leguas por un camino húmedo y obscuro, pero si sigues nuestras indicaciones, saldrás más allá del pueblo de Los Lules, junto a las montañas. Allí creo que no habrá tanto peligro porque nos buscan a nosotros y algún hacendado o algún arriero, podrá darte cobijo -.

Yo no cabía dentro de mí al escuchar tantas cosas inexplicables ¡estaba corriendo peligro de muerte frente a los indios! ¡pobres indios!, a los que habían masacrado hacía trescientos cuarenta años. Iba a introducirme por un túnel que según Octavio se consideraba leyenda y estaba dejando a mis dos curas amigos indefensos en la torre y ¿Fray Clodoveo?, ¿qué sería de él? o mejor dicho, en ese momento me preguntaba, ¿quién era él?. No era jesuita, era muy anciano, como si centenas de años se hubiesen depositado sobre él aportándole todos los conocimientos enciclopedistas, alquímicos, físicos, e históricos de todas las épocas y de todos los tiempos.

Por intuición me dirigí a mi dormitorio, el dormitorio de Jordana, que a mi llegada había estado admirando por su lujo, sus doseles y su mobiliario.

Yo era poco lo que últimamente estaba recordando a Dios, pero en esa noche terrible, donde no obtenía la más mínima respuesta a toda esa enajenación que estaba viviendo, creo que me encomendé a toda la de lista de la hagiografía.




No sé cuánto tiempo había llegado a dormir, cuando me despertó Alquimero. Se sentía a lo lejos un ruido sordo que avanzaba, yo a prima fascie pensé que al fin llegaban en mi busca, luego, al despertarme bien, percibí el galope largo, cada vez más cerca, de gran cantidad de caballos.

Alquimero me instó a que urgentemente hiciera lo que me habían indicado los padres (parecía como que él desconocía cuál era exactamente la orden y al verme dirigir presurosa al pasillo, debió haber pensado que iba a refugiarme con Fray Clodoveo).

Me atemoricé por el fraile, entré a su habitación y le insté a que me acompañara.

No Jordana, no, - me dijo – mi suerte ya está echada, sálvate tú, y eso sí, te pido que te lleves este mapa, así de esa forma, tus nietos o bisnietos sabrán de la existencia de mi Orden en la zona austral, en la tierra de los patagones y tal vez lleguen a descubrir qué injustamente fue perseguida y masacrada, como ahora lo son los jesuitas -.

A pesar de mi pánico, tuve tiempo de asombrarme de sus palabras y tomé el mapa, besé su mano y pensé en un lapsus la ironía de que yo, bien podría ser esa bisnieta de Jordana o pariente lejana, a la que el fraile se refería.

Con el mapa apretado, comencé a caminar a oscuras por el pasillo que se iba estrechando poco a poco y en una curva, dejé de percibir los gritos que comenzaban a oírse fuera de la capilla.

En un momento dado, en que lentamente me iba desplazando asiéndome a las paredes húmedas, tropecé con algo que pareció un cofre, un baúl o algo similar, no había dado dos o tres pasos más no gritando por el golpe del primero, cuando choqué con otro de tamaño aproximado.

No entendía nada, sabía que tenía que seguir, pero ¿llegaría a alguna parte?, ¿no se desmoronaría todo ese túnel?, ¿no sería una ironía del destino tener que morir, trescientos años antes de nacer?. ¿cuánto tiempo habría transcurrido afuera? y ¿dónde estaría Jordana?.

Yo calculaba, que de acuerdo a lo que había dormido, debería estar por amanecer, de modo que me ilusioné con que en algún recodo comenzaría a vislumbrar un haz de luz, pero ¡no fue así!.

Casi se me paraliza el corazón al chocar una vez más, comprobando que no lo había hecho nuevamente contra un cofre sino contra un montón de huesos, ¡contra un esqueleto diseminado en el piso!.

No quise pensar más, no quise razonar, no quise sentir, seguí como una autómata, tropezando, resbalando, pero seguí.

Me puse a pensar que los padres me habían dicho que eran tres leguas más o menos de camino ¿podría llegar? y en caso de llegar ¿a dónde lo haría? ¿qué me deparaba el destino más allá del túnel?.

¿Cuántas horas habré pasado caminando?, pienso que aproximadamente un día, debido a la dificultad del camino aunada a lo que me detenía presa de la sed y del hambre. El aire se estaba enviciando, debía tratar de no cansarme tanto, para no agotar el poco oxígeno que quedaba.

Me senté un momento en el barro para reponer energías, cuando un aleteo casi golpeó mi cabeza, esquivándola justo a tiempo.

¡Qué felicidad! siempre había sentido pánico frente a los murciélagos, pero recordé que eran herbívoros y a pesar de detestarlos, en ese momento me llenó de dicha el pensar que la salida no estaría muy lejana.

Efectivamente, me puse de pie y habré caminado una media hora cuando meció mi cabello una suave brisa que me anunciaba el final del túnel.

El camino comenzaba a ascender, llegué al exterior temerosa de con qué habría de encontrarme y casi se me detiene el corazón al observar a no más de cien metros de distancia la sombra de una cadena montañosa y a mi derecha, percibí la corriente de un río ¿sería el Salí?.

Me tiré en el césped y estaba dándole gracias al cielo y a todo el coro de ángeles de la guarda, cuando un ruido ensordecedor me hizo volver la cabeza hacia el túnel.

No pude apreciar mucho debido a la oscuridad, pero supuse, aún sin entender el porqué, que el túnel se estaba desmoronando. Pocos minutos más que me hubiese demorado y habría quedado sepultada para siempre, en un lugar donde nadie, ni en sueños, hubiese pensando encontrarme.

Traté de descansar algo, la noche estaba cálida, las estrellas tachonaban el cielo y la luna asomaba su cara cómplice entre los senos del que supuse que sería el Ñuñorco.

Conservaba el mapa entre las manos, lo guardé en el bolsillo de mi pantalón... ¡Sí, de mi pantalón!. .




¡No quiero pensar más en la terrible confusión que viví en ese instante! y que hoy, tantos años después, me perdura.


CONTINUARÁ EN BREVE

Texto agregado el 28-05-2012, y leído por 148 visitantes. (3 votos)


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