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No era mi intención acostarme con la novia de mi mejor amigo, pero pudo mas la curiosidad felina de ver sus pechos desnudos al aire, que la moral. La señora obsesión, compañera irremediable de mis arranques patológicos, que golpeaba en la puerta cada vez que veía sus piernas pasar. Como una comezón sarnosa y pestilente, permanecía quieta y testaruda acariciando mi piel. Sus dulces y carnosos labios, rojos carmesí. Malditos y arrogantes, desafiantes a los mios.

Monserrat. El puro nombre es como una caricia a mi labio inferior, seguido de un mordisco.

Sus ojos llorosos, buscaban un consuelo de años de maltratos a su lado ¿Quién soy yo para negarle un alivio a su soledad? Nadie. La tomé y la consolé a mi manera, entre besos y gemidos. Es sorprendente las reacciones que llegan a tener las personas cuando el amor les arrincona.

No me sorprendería si lo que sucedió entre nosotros lo hubiese hecho para molestar a Rodrigo -mi mejor amigo y compañero de casa-. En este punto de su relación, cualquier artimaña vulgar entre ellos era de esperarse. Sin embargo, se aferraban a permanecer juntos. No podían vivir el uno sin el otro. Una tonta cualidad del amor. Yo solo soy un satélite, flotando en la órbita de ambos, al igual que todas las demás personas alrededor de ellos con los que se han engañado.

Monserrat, decidió que lo mejor seria que guardáramos lo nuestro como un secreto, “...una poesía sin publicar” me dijo. Leyó mis pensamientos. Pero mi despistada y olvidadiza naturaleza hicieron que nuestros planes tropezaran, cuando olvidé mi cinto en el departamento de Monserrat. Al encontrarlo Rodrigo, no tardó mucho en atar cabos y a sospechar la infidelidad de Monse, pero no en descubrir el propietario del cinto. Monse le negó todo. Yo permanecía inocente ante los ojos de Rodrigo; Ro, como solíamos decirle de cariño.

Ro, a pesar de clamar haber perdonado a Monse, no lograba dejar el incidente en el pasado. Así pasaron meses. No pasaba una semana sin que pelearan. Se volvió el eje de sus vidas. No tardaría mucho en que alguno de los dos perdiera la razón. Los ojos de ambos comenzaban a destellar desesperanza y fuerzas vacías. Aun así, no lograban comprender la existencia el uno sin el otro, aun si esto significaba vivir en discusión.

Ambos empezaron una guerra clandestina de infidelidades. Ro, tocó un nuevo fondo al dormir con Sofía, una de las mejores amigas de Monse. Fuera de buscar una caricia de consuelo, amor o lujuria, parecían impulsados a dañarse el uno al otro. Guardaban entre ellos las apariencias y los engaños; entre ellos solo había una pantalla de humo que simulaba un bienestar falso.

Los encuentros fugaces entre Monse y yo se perdieron en una niebla de culpa por parte de ambos. La estima por Ro, se sobrepuso ante el deseo que sentíamos. Mis dedos, comenzaban a extrañar sentir su piel, y recorrerla lentamente. Mi nariz, se encontraba confundida, no entendía la razón del porque no podía oler su perfume, náufraga en una isla de aromas extraños.

Estas eran las circunstancias para cuando llegó el día de mi cumpleaños. Rodrigo y yo, habíamos invitado a todos nuestros amigos a nuestra casa de renta, a compartir una noche de tragos y de viejos recuerdos. Como de costumbre, a copas entradas, les entró la picazón de la pelea. Ro tomó de la mano a Monse y se encerraron en su cuarto. Los gritos ahogados y reclamos, incomodaron a nuestros invitados. Tanto fue el caso, que creyeron mas apropiado marcharse. Terminé solo en una casa con una pareja en discusión. Después de haber vivido con Ro los últimos tres años, me he acostumbrado a terminar en medio de sus peleas y reconciliaciones.

La pelea terminó cuando Monse abrió bruscamente la puerta del cuarto y salió desesperada. Llevaba cargando en sus ojos el fracaso de la comunicación, lágrimas aventureras que parecieran buscar una escapatoria.

-¡Monse! ¡¿A donde vas?!- le grité mientras la seguía.

Trataba de evitar que se fuera de esa manera, ofrecí acompañarla a su departamento, pero cada vez que tomaba su brazo ella lo quitaba violentamente. Me detuve y solo la vi partir.

Cuando regresé a la casa encontré a Ro, desecho en lágrimas. Ahogado en su propio llanto, de rodillas a mitad de la habitación. Semejante panorama produce en mi una lástima y culpa, que me aplasta el pecho. Se que una de las razones de su desdicha soy yo, aunque el no lo sepa. Solo puedo imaginar, lo difícil que Monse la ha de estar pasando tratando de guardar nuestro secreto.

Me acerqué y me arrodillé a su lado. Sobé con mi mano su espalda, y suspiré profundo. Permanecí con el hasta que sus lágrimas cesaron. No puedo imaginar que clase de discusión habrán tenido que agotara de esta manera a Ro.

-Monse... ¿a donde se fue?- logró balbucear después de un largo rato de llorar.

-Salió de la casa, se fue caminando.- respondí con una voz suave y consoladora.

-Tenemos que ir por ella- dijo levantándose y limpiándose las lágrimas.

-No Ro, probablemente ya haya tomado un taxi o algo, no tiene sentido ir tras de ella... - le contesté con el afán de no hacer mas grande el problema.

Sordo a mis palabras, se levantó y salió por la puerta. No me queda mas que ir tras de ambos. Caminamos perdídademente tras de Monse, en vano. Ro, tenia la mirada perdida sobre el pavimento gris. Me vi tentado a tomarle de los brazos y confesarle mi traición, pero no seria justo para Monse. Considerándolo bien, tampoco quisiera que un momento de lujuria arruinara mi amistad con Ro, después de todo ha sido mi hermano por los últimos 12 años.

Se detuvo ante un callejón entre edificios. Como con una manda, absorto en sus propias acciones entro al callejón. Yo le seguí. Había, sobre el callejón, un contenedor de basura. Decidido, caminó hacia el en un sordo estupor. Encontró sobre el piso, una máquina de escribir, muy vieja. La tomó y la examinó.

-Ro, hay que regresar, deja la máquina, es basura.-le imploré.

-No se ve rota, podría llevármela, arreglarla y escribir en ella.- me dice hipnotizado por la sucia reliquia.

-¿Para que quieres una máquina de escribir? Sabes, haz lo que quieras....-respondí indiferente, me di la vuelta y me encaminé de vuelta.

Levantó la máquina y me siguió, se veía algo pesada. De un segundo a otro, pareciera que esta máquina le hubiera hecho olvidar a Monse por completo. Aun caminando seguía examinándola, tecleando y recorriendo el rodillo.

-Oye...-le digo a Rodrigo mientras caminábamos- se que no es de mi incumbencia, pero ¿Que hay contigo y Sofía?

-No, no es de tu incumbencia ¿Por que? ¿Te quieres acostar con ella?- respondió defensivo.

-Olvídalo, no te tienes que poner de imbécil conmigo, solo trato de ayudar. Monse sospecha que algo pasa, parte de eso es por lo que esta tan molesta, no entiendo por que querrías desperdiciar tu tiempo con otra persona, cuando podrías estar perfectamente bien con Monse. No vas a encontrar a alguien igual que ella.- de cierta manera esperaba que su respuesta, fuera que terminaría su relación con Monse.

-Perdón Mono -así es como me conocen mis amigos-, estoy muy confundido. Monse... No es la misma persona de la que me enamore hace 4 años. Monse de pronto empezó a dejar de tomar las cosas en serio, ha dejado de ser ella. Sofía, me recuerda a como solía ser yo antes de Monse, ambiciosa y con muchos planes por delante, me hace sentir que yo puedo lograr grandes cosas. Pero no tiene ese espíritu seductor e hipnotizante que tiene Monse ¿Sabes a que me refiero?.

“¡Vaya que se a que aspecto se refiere!” Pensé mientras entrabamos a la casa.

-Pues mira, eres libre de tomar la decisión que tu quieras. Pero están dañando todo a su alrededor. - Le dije, después de echarnos rendidos a los sillones.

A la mañana siguiente, no encontré a Rodrigo en su cama, ni la máquina en el escritorio. No le di mucha importancia, yo seguí mi rutina diaria. Cuando regresé, lo encontré tecleando en la porquería esa. Tremendo ruidajo que desprendía. Pasó todo el día hipnotizado con la máquina. Café, hojas y teclas consumían su día, ni siquiera se presentaba a su trabajo. Este fue el hábito de los siguientes tres días.

El cuarto día me canse de tener la misma vista: Rodrigo en calzoncillos embobado con la máquina. Creí conveniente despejarme; salir y echarme una cerveza helada. Después de vestirme, pasé por el cuarto de Rodrigo para asegurarme de que estuviera bien. Pareciera como si la máquina le hubiera chupado toda la energía, y la hubiera aventado sobre un par de páginas. Lo encontré dormido sobre el escritorio, a un lado de sus escritos.

La curiosidad me ganó. Tomé las páginas y me puse a leerlo. La historia no tenia mucha explicación. En si, no había una trama. Las primeras partes eran meras conversaciones, como un intercambio de idea. Genuinamente creí que estaba escribiendo una tipo novela y me encontraba leyendo parte de un diálogo. Pero la conversaciones empezaron a tornar forma obscura y pérfida. Después, pasaba a describir actos violentos a detalle, por como estaban escritos, eran como una lista de pasos a seguir. No lo leí minuciosamente, pues el tiempo me correteaba. Había algo en sus palabras que me parecía macabro.

Hablaba de tomar venganza de una vida de injusticias, el inicio de retribución a quienes le han herido. Dentro de varios, hubo uno donde decía colgar a animales por el rabo, este seria como una señal de lo que estaba por venir. La primera víctima seria una mujer a la que desfiguraba a golpes, el segundo era un hombre que muere sofocado por que le embuten un reloj de muñeca por la garganta, después de haberlo desangrado con ligeros cortes en todo el cuerpo hechos con el cristal del reloj. Luego pasaba a describir toda una serie de estos actos, por propósitos de esta historia solo mencionaré estos dos. Me pareció un pobre intento de catarsis, una enferma manera de deshacerse de sus frustraciones. Puse el escrito donde lo encontré, y partí.

Mientras manejaba hacia el bar, me quede inmerso en mis propios pensamientos. Ro nunca tuvo una naturaleza violenta, nunca se expresó de tal manera, me extrañó que pudiera escribir esas cosas. Dejé la casa extrañado de sus palabras, como si no fuera Ro.

Ro y yo, pronto después de conocernos, comprendimos que con la única familia que podíamos contar, era nosotros mismos. Siempre estuvimos ahí el uno por el otro. Cuando el papá de Ro lo corría de la casa a golpes, yo siempre estaba ahí para darle techo y calor. Después de todo, Ro tuvo que aguantar mucha mierda a través de los años. Su neurótico padre llegaba y agarraba a la mamá como saco de arena para desquitar sus propias frustraciones. La mamá se evadía de la realidad, ahogada en licor y negación, tratando de disimular sus problemas. A pesar de todo esto, Ro siempre lograba mantener un buen ánimo. Podía no haber comido bien en una semana, y haber recibido una golpiza un dia antes, pero se tomaba el tiempo de escuchar mis problemas, darme consejos y palabras de apoyo, por muy tontos que fueran. Ese es el Ro que yo conocía, no el fantasma ausente tecleando en su habitación.

Llegué a la esquina de la calle quinta. El lugar tenia las paredes negras con apenas unas luces neón rojas. El techo era de espejos decorados con viniles negros en las esquinas. La música, una recopilación de sonidos repetitivos, que la única manera de llamarle música era estar drogado fuera de conciencia.

Entré, y saqué del bolsillo interior de mi chaqueta de piel, un cigarrillo. Mientras lo prendía, vi alrededor del salón. Era el mismo panorama que encuentras un sábado por la noche, a excepción de algo que captó mi atención al final del lugar. Monse, recargada sobre la pared, con una cerveza en la mano, platicando con unas amigas.

Decidí darle una buena sorpresa. Le compré una rosa al florero y se la di al camarero. Le pedí que le mandara a la bella chica del vestido rojo, una piña colada junto con la flor. Yo me senté en la barra con mi cigarrillo, esperando ver la reacción de mi amiga.

-Dígale, que se la mando yo.- le aclaré al camarero antes de mandarlo.

El camarero llegó y la toca en el hombro. Monse voltea e intercambian un par de palabras. El camarero le entrega la rosa, seguida de la piña colada. Monse pone una cara de asombro, sonrojada, claramente seguida por la bulla de las amigas. De lejos, alcanzo a distinguir que sus labios le preguntan al mesero “¿De quien dices que son?”, el mesero señalándome le responde “del caballero en la barra”.

Monse volteó entusiasmada, y puso sus ojos sobre mi. Mientras me veía, yo levanté mi cerveza para saludarla. Pero sus ojos de entusiasmo, pasaron de una breve decepción a la sonrisa cálida de ver a un viejo amigo. Sus entaconadas piernas, levantan vuelo hacia mi para saludarme y agradecerme. Yo la veo contonearse pensando en sus piernas.

-Mono idiota, por un momento pensé que tal vez... tal vez era Rodrigo en un intento de disculparse por lo de la fiesta.- Su comentario me recuerda, que no importa los detalles lindos que tenga con ella, en su mente y corazón siempre va a estar Rodrigo.

-Que pues Monse, te vi. Ya te habías volado.- Le digo tratando de cambiar el tema.

En eso veo que se acerca, un tipo altísimo vestido muy finamente. De mirada prepotente y aires arrogantes. Abraza a Monse por detrás, la voltea, y le planta un besote en la boca.

-Hola chiquita- le dice el tipo.

-Hey, que bueno que veniste -responde incómoda Monse-, mira te presento a mi amigo, el Mono.

La mirada obvia entre los tres, deja su huella con un silencio incómodo. Saludé al tipo con el afán de romper el hielo.

-Mucho gusto- le dije.

Mientras sacudimos la mano, los celos me carcomen. Es un sentimiento, que a pesar que no me pertenece, hace que rechine mis dientes del coraje. ¿Quién es este intruso tomando de la cintura algo que no le pertenece? Pensándolo bien, tampoco a mi me pertenece. Siempre supe que Monse veía a otros hombres, pero de cierta manera lo veía como algo lejano, hasta que llegó este imbécil y me aterrizó en la realidad.

-¿El Mono, eh? ¿Y por que te dicen así?- preguntó el bien vestido semáforo.

-Por mono- le respondí secamente.

-Se llama Manuel Monocayo, por eso... Mono.- responde Monse.

-Bueno Mono, pues mucho gusto, yo soy Neto, bueno Ernesto, pero dime Neto.- me dijo con una sonrisa de príncipe soñador.

-Mucho gusto Teto...-le dije burlándome.

-Neto...- contestó malhumorado.

-Oh perdón Beto, no te había oído bien ¿Que les parece si juntamos unas mesas y nos sentamos todos?- le dije, haciendo intento de una ultima burla.

Monse sonrió ligeramente por ver que me burlaba de su acompañante. Neto solo asintió amablemente, soportando mis idiosincrasias por cortesía a Monse.

-Se amable...- me susurró al oído Monse caminando hacia las mesas.

Mientras platicábamos, las cervezas iban y venían. Neto nos contaba de su gran éxito profesional, de su desempeño sobresaliente en todas las actividades que se ponía en mente, inclusive en su tiempo libre escalando montañas y participando en triatlones ¿A quien demonios le importan los triatlones?

Mientras Neto hablaba, me podía dar cuenta que era lo que Monse veía en el. Era la viva imagen de todo lo que le faltaba a Rodrigo, todo lo que Monse le pedía que cambiara. Pero si mirabas muy de cercas, podías ver como Monse sonríe extrañando las faltantes de Ro.

Entrados en cerveza, decidimos seguir tomando en casa de Neto, después de que cerraron el bar. Bebimos, hasta embriagarnos. El tequila nos duró unas dos horas hasta que Neto cayó dormido. Monse y yo nos vimos con ojos de burla. Le dije que lo mejor seria que nos fuéramos, y dejáramos al atleta descansar en paz. A hurtadillas, salimos por la puerta de entrada. Ya en la calle, Monse y yo carcajeábamos a tropezones mientras caminábamos hacia mi auto.

Cuando llegamos al auto, Monse se recargó sobre la puerta del carro. Tomé mi chaqueta y se la puse. Esto nos dejó frente a frente, rozando nuestras narices. Sus labios, me hablaban en murmullos. El sereno nos abrazaba y mecía entre sus brazos. La luna sonaba una canción de cuna, que me fue acercando a su boca. Monse acelera su respiración y fija su mirada sobre mis labios. Cuando me acerqué a ella, se voltea y se suelta de mis brazos. Actuando como si nada hubiera pasado, suelta una risa. Rodea el cofre y se sube al auto por la puerta del copiloto. Yo hice lo mismo, pretender que nada había pasado y subir al auto.

Manejé como pude hasta el departamento de Monse y la acompañé a tropezones, por los tres pisos hasta su puerta.

-Odio tus escaleras Monse, siempre me recuerdan que tengo que dejar de fumar.- Le dije sin aliento, en son de broma.

-Eso pasa cuando tienes que rentar barato -me dijo abriendo la puerta-, vienes muy tomado Mono, pasa para prepararte algo de cenar.

Las implicaciones de su invitación podían ser muchas, pero después del rechazo previo, mi orgullo no se quiso arriesgar a malinterpretar de nuevo señales y verme en un momento incómodo.

-No Monse, gracias, la verdad es que lo mejor será que me vaya a mi casa.- respondí a su invitación.

La tentadora oferta me seducía, junto con Monse recargada en el marco de la puerta jugando con su pelo. Mi mente divagaba imaginando sus besos en mi piel. Para que negarme ante lo que deseaba tan fuertemente, me dejé ir con la corriente.

-Ven Mono, lo menos que puedo hacer es ofrecerte un café.- me dijo en un tono maternal y seductor.

Me tomó de la mano y me metió a la casa. En la cocina, empezó a hurgar entro los cajones, hasta que dentro de uno de ellos encontró una cajetilla arrugada. Sacó uno de los cigarrillos y lo prendió con la estufa. Puso una olla con agua a calentar y se sentó sobre la barra de la cocina a sacar el humo. Curioso empecé a mirar alrededor de tan pintoresca cocina. Sobre el refrigerador, encontré un altero de fotos apiladas de ella y Ro.

Las tomé, volteé hacia Monse y cuando apenas iba a abrir mi bocota, la veo con los ojos enjugados en lágrimas. No pregunté nada, pues ya sabia exactamente lo que estaba pasando. Me senté sobre la barra a un lado de ella y la abracé. No me extraña esta situación, el terminar consolando el mismo problema de ambos lados.

-No entiendo por que no le pude bastar yo, no entiendo por que necesita sentirse deseado por todas las mujeres... - me dice Monse, en medio de dos lagrimas.

De ahí en ese momento, me pasó a contar todas las cosas que Ro le había hecho, y las cosas que ella también había hecho. Su relación, mas bien parecía una guerra de ver quien podía mas. Caí en la cuenta, que no me estaba buscando como amante, si no como amigo y confidente.

-...ya no se si las cosas que hago, son por que quiero o por que muy dentro de mi quiero lastimar a Ro, llamar su atención, hacer que se de cuenta de alguna manera que me esta perdiendo.- me dice Monse lagrimeando.

Saqué una botella de whisky a medio tomar de la alacena, serví unos vasos y regresé a su lado. Seguimos platicando y tomando hasta el amanecer. El desahogo, el licor y el cansancio me vencieron hasta el punto que no podía permanecer erguido con los ojos abiertos.

-Monse, no aguanto mas, necesito irme a recostar, lo mejor será que me vaya a mi casa...- le dije tallándome los ojos.

-No Mono, no te vayas, no puedes manejar así... mejor quédate aquí.- insistió convincente.

Me llevo a su sillón, y me tendió unas cobijas. Me dejé caer sobre ellas y cerré mis ojos. Monse permaneció sentada a mi lado en el sofá. La tomé y la acosté junto conmigo.

-Recuéstate un momento, solo hasta que me quede dormido- le imploré en un bostezo.

-Espera un momento, te tengo algo. Lo compré hoy, es tu regalo de cumpleaños atrasado.- Se levantó, y como relámpago trajo una caja envuelta en un papel azul eléctrico. La dejó sobre la mesita de la lámpara y se metió debajo de las cobijas. Se recostó de lado, quedando su cara encontrada con la mia.

-Gracias... oye ¿Recuerdas cuando nos conocimos?- le dije a Monse tomándola entre mis brazos.

-Si. En el curso de fotografía, que tu querías invitarme a salir todo el semestre pero después que le contaste a Ro de mi, se te adelantó y me invitó primero.-respondió Monse.

Mientras hablábamos, nuestros cuerpos y nuestros labios se fueron acercando. Llegamos al punto en que mientras hablamos, mis labios rozaban con los de ella. Nuestras respiraciones se confunden, se aceleran y se pierden de nuevo cada vez que uno de nosotros suspira.

-Siempre he querido saber algo Monse...- murmullé en su oído.

-¿Que cosa? - me dijo, acariciando mi mejilla.

-Tu y yo... ¿Crees que hubiera funcionado algo entre nosotros?- pregunté finalmente, seguro de mis palabras, pero con miedo de escuchar la respuesta.

Sonrió. Permaneció callada unos segundos. Ambos nos estábamos mirando fijamente a los ojos. La respuesta me había dejado de importar, la verdad muy apenas recordaba que le había preguntado. Cuando menos cuenta me di, nuestros labios ya se estaban besando.

No se en que momento le quité la ropa, pero se que fue después de recorrer su cuello con mi boca que se subió a mis piernas y arrancó los botones de mi camisa. Seguido de esto, pasó a tratar de desabrochar mi cinto. Se detuvo ¿Seria que mi cinturón le habrá activado algún intruso recuerdo?

-Esto no es buena idea Mono -me dijo vistiéndose-, mejor me voy a dormir... que descanses.

Se levantó y se metió a su recamara. Resignado, permanecí quieto y solo en el ahora frío sillón. Maldita culpa inoportuna. Me había arruinado el momento una vez mas. El cansancio calló mi coraje, no pasó mucho para que cayera dormido.

Cuando desperté, lo primero que llamó mi atención fue el regalo sobre la mesita de la lámpara. Como un niño en la mañana de Navidad, abrí el regalo. Desbaraté el papel desesperado para toparme con un brilloso y sofisticado, reloj de oro. La vista de esto me congeló la sangre y los escalofríos me acariciaron de pies a cabeza.

Recordé lo que había leído en las páginas de Ro, “...y su mirada permanece fija en mi mientras introduzco su preciado reloj dentro de su boca, lo deslizo lento pero con fuerza segura, abriendo paso por el paladar hasta su tráquea. Me mira con sorpresa, incapaz de articular sonidos con el objeto metido en su garganta, incrédulo de que le este pasando esto. Ingenuo espera que en algún punto me detenga y le diga que todo es broma, lo siento, no lo es. Estas finalmente tragándote tus palabras de orgullo y vanidad. Mueres a causa de tu propio lujo y arrogancia...”.

Me invadió un terror frío ¿Estaría hablando de mi? Me puse a pensar si los días que ha estado teniendo Rodrigo lo podrían orillar a un tipo de impulso psicótico, pero era tan difícil de creer, no me lo podía imaginar hablando de tal manera o cometiendo semejantes atrocidades. Lo descarté como una mera coincidencia y me puse el reloj. Me quedó justo a la medida. Para ser honesto, estaba muy elegante, y se me veía muy bien.

Absorto en mis propios pensamientos me levanté, y salí del departamento sin despedirme de Monse. Es esta y será, la cruz de todo hombre, tomar un riesgo y afrontar que este riesgo pueda ser rechazado. Un riesgo de un beso aventurero, que en vez de deslizarse por una nube se estrella en el piso. Comprendo que para Monse he sido un error, una sensación pasajera a la que no ha dado cierre, a la que le aterra entregarse. Pero su indecisión me confunde, los suspiros que llega a regalarme son como estrellas fugaces, brillan un instante antes de desaparecer. Por esto y mas, partiría sin previo aviso para reagrupar y definir mis sentimientos por ella.

Llegué al puesto de periódicos por un paquete de cigarrillos mentolados y un café. Buscaba confort dentro del humo danzarín, y del combustible matutino, una rica taza que me terminara de despertar. Mientras preparaba el café, el encabezado del periódico captó mi atención. Mis ojos leyeron repetidamente las mismas palabras. ¡Que sensación aquella! comparable con lo que habría de sentir un perro al ver las luces del auto apunto de atropellarle. Autoridades locales se encontraban horrorizadas al haber encontrado 15 gatos decapitados colgados por la cola del puente central. La noticia me resultó terriblemente familiar. Mi cuerpo aun esperaba alguna señal que le indicara que la mente había cometido un error, pero no cambió el titulo del encabezado. Le aventé el dinero al intendente y corrí a mi auto.

Seria Ro tan estúpido de buscar realizar la ficción ¿Tendría dentro de su ser lastimar a una mujer de tal manera en la que estaba descrita? ¿Será que planea algún daño para Monse, o para mi? No entiendo, no hay manera que Ro pudiera saber que Monse me regalaría un reloj de oro ¿Como pudo describirlo dentro de sus escritos? Tal vez Monse se lo pudo haber mencionado unos días antes de comprarlo. En ese momento, mi mente estaba inundado de múltiples “tal vez”. Tengo que releer ese escrito, hablar con Ro. Marqué a su celular, pero me mandaba directamente a buzón de voz.

Llegué a la casa, directamente buscando a Ro. No se encontraba. Si no lo encontraba a el, al menos tenia que releer el escrito. Tenia que encontrar algo que me diera respuestas, algo que pudiera encontrar equivocado, un indicio de que la noticia era solo una coincidencia. Busqué por todas lados el maldito escrito. Esculqué todos los recovecos que me pudiera imaginar. No estaba ahí. Volteé la casa de cabeza ¿Que estaría pasando por la mente de Ro? ¿Donde se pudiera encontrar a esta hora? Si yo hubiera escrito semejante carta de odio y venganza ¿Que haría con ella? Se lo tuvo que haber llevado. No lo dejaría a manos de cualquier intruso, incluyendo a esa persona con quien vive.

Regresé a su habitación a pensar. Trataba de ponerme en sus zapatos y seguir su lógica de pensar. Mientras estaba ahí, miré en la esquina de mi ojo la máquina. Noté que había un papel sobre la máquina, y en tal unas palabras escritas. Me acerqué para leerlas y decían:

“La curiosidad mato al mono.”

-Máquina estúpida, es al gato... - dije en tono burlón y con desdén hacia la máquina.

Fui a la cocina para servirme un vaso con agua. Cuando le estaba por dar el sorbo, escuché el escalofriante timbre de la máquina de escribir que hace cuando hay que regresar el rodete. El vaso escapó de mis manos estrellándose sobre la fría cerámica. Mis pasos titubeantes se acercaron hasta la máquina, esperando que se pudiera tratar de algún desperfecto mecánico. Al acercarme, se leía en la hoja lo siguiente:

“La curiosidad mato al mono.”

“Máquina estúpida, es al gato.”

No pude evitar dar unos pasos hacia atrás por semejante encuentro. Leer esto me espantó y paralizó. Helado y temeroso, escurrió una gota de sudor nerviosa por mi cien. No cabe en mi mente alguna explicación lógica para este evento. La máquina había replicado mis palabras. Estoy solo en el departamento, ni siquiera he oído a las teclas.

Sin comprender esta cobija de dudas que me envuelve, mi pensamiento viaja hacia la cara de Monserrat. Su dulce cara y la idea de que pudiera correr peligro, hace lanzarme desesperado a su departamento. La había dejado sola, a la merced de la voluntad de Ro. Recordé las palabras descritas sobre el papel. Me resonaba en la mente donde describía como le desfiguraba la cara “...tan lindo, dulce y seductor rostro ahora irreconocible, despojándola de aquello que definió toda una vida de conquistas hasta ese momento...”. Manejé apresurado. Timbré desesperado, pero no había respuesta inmediata. Hasta que finalmente abrió, con una camisa de hombre entreabierta.

-¿Que pasa Mono, a donde te fuiste?- preguntó aun medio dormida.

-Ábreme por favor... - le respondí desesperado.

-¿Que pasa Mono? Me estas asustando.- me dijo abriendo la puerta.

Pasamos hasta su habitación. Se sentó al pie de la cama, seria y viéndome a los ojos. Esperando alguna explicación. Paseaba en círculos frente a ella, buscando la manera de explicar mi sentir y preocupación sin que sonara como si estuviera perdiendo la cordura. Comencé a contarle del escrito de Ro. De las palabras de odio que resonaban en mi mente, como una espina clavada. Le conté de la similitud de ella y mia, con dos de los personajes de esas páginas. Del encabezado del periódico que me llevó a creer que Ro pueda estar tratando de llevar a cabo su historia. Consciente de que pudiera ser una mera casualidad, había que estar seguros.

-Mira, se que puedo estar terriblemente equivocado, ojala ese sea el caso. Nunca habría pensado que Ro pudiera ser capaz de semejantes actos, pero hasta no estar seguros, lo mejor será permanecer juntos. Solo en caso de que algo llegue a suceder.- Le dije a Monse, poniéndome de rodillas frente a ella.

-Si, esta bien...- me contestó.

Permanecimos silenciosos e inmóviles por unos momentos. Viéndonos las narices. Los ruidos de la casa y falta de plática crearon un ligero momento incómodo entre ambos. Faltaba el sonido de un grillo para completar la imagen. La tensión se podía cortar con cuchillo.

- ¿Y ahora que hacemos? ¿Quieres ver una película?- pregunto Monse buscando terminar la incomodidad.

-Si, estaría bien, la verdad.- Contesté sonriendo.

Ambos sonreímos, de ahí en delante pasamos el día viendo películas en la cama. Nos perdimos en un mar de cobijas y cine. Por unas horas, olvidamos todo peligro y fuimos una pareja enamorada. Ella recostó su cabeza sobre mi pecho, escuchando mi respiración. Con la yema de su travieso dedo, trazaba círculos alrededor de los botones de mi camisa. Yo la sostuve, acariciando su pelo. Tenerla entre mis brazos, me hizo entender que era donde me gustaría estar siempre, sentí un completo sentido de pertenencia. Mi mano perdida entre los océanos de sus rubios, deseaban pasarse a sus caderas descubiertas. Seguidas de unas piernas interminables y bien torneadas. Imaginé mil mañanas y despertares a su lado.
-¡Que rápido late tu corazón!- me dijo volteándome a ver y poniendo su mano sobre mi pecho.

No me digné a darle una respuesta. Solo acerqué mis labios a los de ella como con la fuerza gravitacional de un sol. Me veo perdido en la telaraña de sus encantos. Me encuentro gobernado por la idea de tenerla siempre y no dejarla ir. Obligado a perderme en el iris de sus ojos. Me resigno, sin esperanza de que esta idea terca me deje ir en paz.

Nuestros labios a una distancia milimétrica se detuvieron con el sonido del celular de Monse. Nuestra realidad aterrizó y se partió como el hielo de un lago al llegar la primavera. Leerlo la dejó petrificada con la mirada fija en el aparato.

-¿Que pasa?- le pregunté susurrando.

-Sofía esta en el hospital - me responde seria-, ha sufrido un accidente.

-¿Quien te avisó?- pregunté inquieto, esperando no escuchar la respuesta que estaba en la punta de mi lengua.

-Ro...- responde asustada, dejando ver en sus ojos por primea vez en el día, un brillo de credibilidad en mi historia.

Con una urgencia diligente nos dirigimos al hospital. Repasé en mi mente varias veces múltiples escenarios, buscando una explicación lógica que desmintiera mis sospechas. Lamentablemente, las conclusiones a las que llegaba eran dos: una explosión de azar en los que coincidieran estos eventos con los escritos de Ro o bien, la segunda opción, que Ro verdaderamente buscara lastimar a las personas que le rodeaban. Entre mas cerca del hospital estábamos, mas consideraba la segunda opción. Si planeaba llevar a cabo lo que ha escrito, seria yo el siguiente. Solo pensar esto hace que me suden las manos de los nervios. Me preguntaba en si llegara el momento, podría vencer físicamente a Ro. Aun que así lo fuera, pudiera ser un buen coctel de coincidencias y paranoia lo que pasaba por mi mente, así que decidí mejor no hacerme de ideas prematuras.

Al llegar al hospital, encontramos a la mama de Sofía escurrida en llanto junto con la hermana buscando consuelo. Monserrat, acudió a ellas inmediatamente. Yo me dirigí hacia el cuarto, esperando no encontrar a Ro. Tal vez, por mi propio bien, esperaba encontrar un mal diferente en Sofía, algo que no fuera lo que estaba en esas páginas.

Cuando entré, lo primero que vi fue a Ro. Ahí de pie enseguida de la cama de Sofía, con la calma de un cadáver. Pareciera no que ninguna preocupación le agobiara, totalmente zen. Ro se voltea dejando ver a lo que quedó de Sofía, totalmente diferente, abandonada en dolor, con la cara destrozada. Tenia el rostro hinchado e irreconocible. Su cuerpo estaba cubierto con moretones. Si tan solo sus labios pudieran hablar y decir la verdad, lo que verdaderamente le ocurrió. Volteo a ver a Ro, con un coraje silencioso. Impotente de saber si había sido el quien le ha traído esta desgracia a un ángel inocente que no había hecho mal alguno, mas que involucrarse con un lunático. Su pura presencia hace que sienta un escalofrío helado en la sangre. Mis ojos vidriosos le miran con desprecio e impotencia.

-Ha quedado en coma...- dijo Ro, con una voz ligeramente mas alta que un murmullo.

-¿Que le sucedió?- le pregunté a Ro entre dientes.

-Fue asaltada, la encontré desnuda y golpeada, en el piso de su departamento. Imagino que ha de haber sorprendido a los hombres en pleno saqueo. Los malditos bastardos... -se quiebra su voz mientras habla ¡que buena actuación!- le han hecho esto.

-¿Que hacías en casa de ella?- le pregunté sospechoso.

-Habíamos quedado de ir a cenar y ver películas ¿Donde has estado tu? No te he visto desde ayer en la tarde.- me respondió igualmente sospechoso.

-Solo fuera.- le respondí secamente y sin verle a los ojos.

-Lindo reloj...- me dijo tomándome de la muñeca para verlo.

-Gracias, lo compré esta tarde.- le dije quitando la muñeca de su mano.

Sale Ro, dirigiéndose a la sala de espera.

-Lindo...- me dijo, justo antes de salir.

Una vez fuera del cuarto me asomé a ver a donde había ido. Lo encontré intercambiando palabras con Monse, aun sereno y sin perder ese humor tranquilo que parece desprender. Habrían durado unos buenos 15 minutos platicando. De lejos, vi como Monse se fue derritiendo a sus engaños. Ro, la toma con una mano por la cintura y con la otra acaricia su mejilla. Prácticamente, se escurrió entre sus brazos y cayeron los dos en una catarata de disculpas. Ninguna diferencia de la rutina de pelea y reconciliación de la que están acostumbrados, no se que ingenuidad me poseyó para creer que las circunstancias cambiarían en esta ocasión, pero la verdad es que nunca han cambiado. Monse, camina hasta el cuarto donde estoy y se acerca a mi.

-Mono, Ro me va a llevar al departamento – me dijo como en son de disculpa.

-¿Estas loca? Como te vas a ir con ese demente...- le reclamé molesto.

-Mono... ni tu ni yo sabemos bien que esta pasando. No hay nada que nos compruebe o niegue que Ro le haya hecho esto a Sofi, menos lo de los gatos. Aparte, si no me voy con el, va a sospechar, hacerse de ideas y hará mas grande el problema -lleva su mano a mi mejilla y la acaricia- voy a estar bien. Intenta comprenderme.

-Monse... nunca me perdonaría si algo te pasara, solo quiero que estés bien.- le dije preocupado, con la mirada cabizbaja.

-Ay mono -me dice dándome un beso y con los ojos llorosos-, deja que Ro me lleve. Yo te mando un mensaje cuando esté en el departamento. Cuando recibas mi mensaje, te vas a mi depa.

Asentí en silencio, y la vi partir tomada de la mano del psicópata. Mientras caminaba, volteó y me regaló una generosa sonrisa. Sus ojos me regalaban un rosa de gratitud, los míos le mandaban versos.

Como a la media hora, tal como me había dicho, recibí el mensaje de Monse. Me despedí de la familia de Sofi y me fui directo a su departamento. Subí las cansadas escaleras y toqué su timbre. Abrió y me dio el pase. Apenas entré, me detuvo y me recargó contra la puerta.

-¿Es en serio lo que dijiste en el hospital? ¿De verdad, te preocupas por mi?- me preguntó acercando sus manos a mi pecho, y yo rodeándola con las mías de la cintura.

-Monse, la verdad es que, he caído en la cuenta de que estoy enamorado de ti. Traté de negármelo o de evitarlo, pero simplemente no puedo. No puedo dejar de pensar en ti, en tus ojos, en tu boca, en tus manos, en tus piernas... Mi mente no entiende lo que mi corazón le pide, solo tercamente grita tu nombre, perdido entre tinieblas... -interrumpió mis palabras con un beso.

Rodeó mi cuello con sus brazos, y me cubrió de besos. De sus ojos desprendían lágrimas que volaban, y lentamente sacaban a Ro de su sistema.
-De verdad ¿lo dices en serio? ¿Es lo que verdaderamente sientes por mi?- preguntó con los ojos cubiertos en lágrimas.

Limpié con mis manos sus lágrimas. Ella lanzó sus besos a mi boca, con una fuerza animal. La tomé en mis brazos y cargándola, con sus piernas rodeándome, nos abrimos paso hasta la cocina. La recargué contra el refrigerador y desgarré su blusa. Pasamos a besarnos impulsiva y repetitivamente. Hicimos el amor sobre el piso de la cocina.

Sudorosos y sin aliento permanecimos quietos sobre la cerámica. Traté de tomar la mano de Monse, pero la quitó al sentir mis dedos. Una parte de ella aun seguía indecisa y temerosa. La pasión que había invadido su mente se esfumó. Aun tenia compromisos que responder, aun si correspondiera mis sentimientos, no lo podía hacer libremente. Su corazón aun se tenia que decidir de entre dos amigos. Una decisión que me mantendría de nuevo en la oscuridad de la incertidumbre.

-Ro podría sospechar si no llegas a tu casa a dormir -me dice seria-, será mejor que te vayas y le vigiles de cerca. Me sentiría mas segura.

Esta petición no se trataba de de la máquina, ni de nada relacionado con el desquicio de Ro. Esto tenia que ver con la culpa y miedo que sentía Monse respecto a lo que acababa de pasar. La moral había invadido su mente.

Acaté silencioso. Nos vestimos sin cruzar palabra. Fui al baño, me quité el reloj y lo puse arriba del inodoro. Me lavé la cara y las manos. Me quedé viendo fijamente a al reflejo de mi rostro sobre el espejo, pensando si estoy perdiendo mi tiempo con Monse. Soy una marioneta de su voluntad.

Regresé a la casa y encontré a Ro dormido en su cama, aun con la ropa puesta. Acostado ahí, durmiendo como bebé. La causa de mis preocupaciones, descansando pacíficamente y sin pena alguna. Me senté sobre el sillón, tratando de mantenerme despierto para echarle un ojo, pero me ganó el cansancio. Terminé dormido y con la guardia baja.

A la mañana siguiente, desperté abrumado de terror de pensar que me había quedado dormido, indefenso ante Ro. Me tomó unos minutos reaccionar. Yo estaba bien, Rodrigo me tuvo a frente suyo y me encontraba bien. Aun sin embargo, mas vale hablar con Ro. Entré a su cuarto para encontrar su cama vacía. En la esquina de mi ojo, capta la atención la hoja puesta sobre la máquina de escribir.

“Nunca me perdonaría si algo te pasara... Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat Monserrat.... ”

Tomé las llaves del auto y volé al departamento de Monserrat. De apretar mas el acelerador probablemente haría un hoyo en mi auto ¡Maldita máquina¡ Me encontraba como una hoja de árbol flotando con el viento bajo la voluntad de las circunstancias en las que me habían rodeado. Sentía que formaba parte de una obra, y nadie se había tomado la molestia de decirme la trama.

Subí las escaleras consumido por la manda de encontrar a Monse y asegurarme de que estuviera bien. Para el segundo piso me había quedado sin aliento y mis piernas ya dejaron de circular sangre y avientan agua hirviendo, pero sigo subiendo sin pensar en ello. Llegando al tercer piso, encuentro sentado sobre el ultimo peldaño a Ro, con mi reloj de oro en la mano. Mirándolo fijamente. Ausente en sus brillos y el correr de sus manecillas.

-Si hay algo que cualquier persona puede decir de ti, amigo mío – me dice con voz quebradiza- es que eres despistado y olvidadizo...

- Ro, yo nunca...- le contesté, quedándome mudo a medio enunciado.

-¿Cuantas veces te acostaste con ella?- me preguntó apretando la quijada.

Su pregunta me paralizó. Mi piel se ha puesto china de un escalofrío que dejo un rastro de su caricia ¿Que habrá hecho Ro al hallar el reloj? Tenia que asegurarme de que Monse estuviera bien. Traté de pasar sobre Ro, pero me tomó de los pies tumbándome al piso.

Repetidamente me golpeó en la cara con sus puños y con el reloj. Quería gritar, pero mis intentos se veían ahogados por sus puñetazos. Por un momento me puse a pensar en su dolor, en como mi naturaleza egoísta le llevó a este momento. Me solté y dejé que mi cuerpo absorbiera el dolor. Entre puñetazos, cayó sobre mi rostro, una lágrima de sus ojos.

Mis brazos tomaron voluntad propia y reaccionaron. Tomé con mis manos sus brazos y lo detuve. Apreté mis dientes y con mis piernas lo pateé. Perdió el equilibrio y cayó hasta el lecho del balcón. En este momento, mi cuerpo ha tomado mente propia. Sin darme cuenta de las consecuencias me lancé sobre el a golpes. Después de forcejear arrebatados de coraje, llegó su fin en forma de un derechazo mío, el que le llevó a caer de cabeza desde un tercer piso.

Monse, salió unos segundos antes de que Ro cayera. Sana y salva, horrorizada por ser testigo de semejante escena. Corrió hacia Ro, y lo tomo entre sus brazos.

-¡Auxilio, ayuda!- gritó desesperada.

Sacó su celular y mando pedir una ambulancia. Entre gritos y lágrimas, Monse me explicó toda la situación.

-¿Pero que tenias que estar haciendo tu aquí?- me dijo sollozando.

-Creí... creí que corrías peligro- le respondí confundido- no esperaba que las cosas terminaran de esta manera, fue un accidente.

-Yo le mandé hablar. Le hablé para terminar con el. Le hablé para confesarle todo, lo tuyo y lo mío. Para decirle lo que sentía por ti. Por eso tenia tu reloj, yo se lo di personalmente... Pero tu y tus tontas ideas de fantasía ¿Sabias, por lo menos, que Ro decía la verdad respecto a Sofía? Encontraron a los ladrones ayer en la madrugada, confesaron todo...- me grito desesperada.

-Pero, el escrito decía... los animales...- contesté aun tratando de armar el rompecabezas en mi mente.

-¿Cual escrito? ¡¿Cual maldito escrito?! Nadie mas que tu, ha visto esas famosas páginas. Le pregunte a Ro y no tenia ni la menor idea de lo que estaba hablando ¡Todo es un producto de tu puta imaginación! Si te hubieras tomado la molestia de leer algo mas que el titulo del periódico, te habrías dado cuenta que los gatos colgados, fue un acto entre pandillas, una advertencia entre ellas. Nada que ver con un tipo y su máquina de escribir. Tengo el periódico ahí dentro del departamento, lo compré esta mañana. - me respondió roja de ira.

En este momento, me desplomé al piso en lágrimas. Pensando en la maldita máquina de escribir. En mi propia paranoia, concluyendo en lo que siempre he sabido: Yo soy mi propio enemigo. ¿Imaginé ese escrito? ¿Como pude haber creado semejante fantasía en mi cabeza? ¿Como pudieron haber desaparecido?

He construido castillos de ideas falsas, con arena y paranoia. Me persiguen, y tu no te das cuenta que me persiguen. Mi propia obsesión por ella, nubló mi visión con malabares e ilusiones. Al menos eso me digo mientras oigo las sirenas de las patrullas acercarse a la escena. Finalmente después de todo, permanece quieta en mis labios la frase que me dijo la máquina.

“La curiosidad mato al mono”.

FIN.

Texto agregado el 07-05-2012, y leído por 134 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-05-2012 :) me gusto mucho la trama del cuento **** lalalalove
 
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