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Mientras más pasa el tiempo y sigo callado, más me cuesta volver a hablar, menos lo necesito pero más lo deseo. El cuerpo entra en un metabolismo de silencio, en una economía de palabras, en un ahorro de caracteres en los pensamientos, en las acciones. Me vuelvo sucinto, conciso, algebraico. Si no hay novedad, no se transmite ninguna nueva.
Pienso en historia. Hay algo allí que es muy atractivo. Es tan humano, debe ser. En guerras, en nombres de países que antes no existían, en personajes. Las noches huelen muy bien en esta época. Hay mucho romance en el frío, en la vacuidad. A veces tengo imágenes agradables en los sueños, como de canoas que flotan a la deriva, o volantines sin cuerda que vuelan.

Si tuviera que estudiar algo sería matemático, físico o historiador. Viviría bien si estuviera encerrado en algún lugar, maravillándome, empolvándome, dejándome envejecer lentamente sin un propósito claro. Envuelto en ese romance de la nada, en fechas, en fórmulas. Dejándose derrotar.

Qué bonitas escenas hay a veces cuando me duermo, tan llenas de desolación plástica, de indiferencia apabullante con la realidad. De pronto cuando despierto la vida parece más falsa, menos creíble. No puede ser que no haya más en el fuego, entre los árboles. No puede ser que el hueco de los gusanos en las manzanas sea finito.

Tengo impulsos concretos y prácticos. Coger la leña y ordenarla. Hacer de ello un arte. Son muchos palos, y mucho el tiempo. Tardo dos semanas en armar gigantescas pilas. Elijo cuidadosamente donde irá cada leño, donde encaja mejor, su lugar exacto en la montaña. Acaricio los montículos ya hechos. Siento su textura en mis manos. Lo devoro.

Sudo. Mi sudor es frío y mi mente está clara, como la mente de un atleta. Lleno mis pulmones de aire, del aire de la tarde, de pasto húmedo, de amor rabioso y animal, de tierra, de barro. Pregúntame cualquier cosa en ese minuto y te diré la verdad, tan bruta y tosca como me surja. Una verdad punzante y heroica. Podría correr hasta morir.

Soy diez hombres a la vez, tensando mis músculos en el esfuerzo. Bufo como caballo. El frío aumenta y amorata mis dedos con astillas. Clavo cuchillos en las paredes, busco la lluvia y la contemplo hacia arriba, abriendo mis branquias para receptar el agua sucia que me escurre por las escamas.

Violo la niebla, porta mi semilla luego. La invado y la divido, soy su dueño. Aspiro mi patetismo con el torso descubierto, y el pecho hinchado de aire y bolas de linfa. Describo mi éxtasis con lo último que me va quedando. No creo que llegue a ningún sitio de importancia. Busco desesperadamente el origen de la burla y la risa. Canoas. Volantines sin hilo. Mucho viento.

29.3.11

Texto agregado el 02-05-2012, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


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