La verdad de la Biblia hay que cotejarla con los adelantos que ha realizado la humanidad hoy: excavaciones, descubrimientos e investigaciones, que nos llevan a una mayor comprensión de las costumbres, idiomas y acontecimientos de aquellos tiempos. Todo esto ha contribuido a una mejor lectura e interpretación de la Palabra Divina.

Se ha experimentado un gran progreso en los estudios bíblicos, que nos ayuda a entender mejor la Salvación que Dios nos regala en su amor infinito para con nosotros. Y hasta provoca cierto remezón a la modorra y rutina que hemos dejado que envuelvan la fe de los creyentes y sus conocimientos religiosos.

No podemos hoy mantener en todo una interpretación literal de la Biblia. Eso puede llevar a error, confusión, desorientación.

Tampoco podemos pensar que fe y ciencia se oponen: el Dios de la fe es el mismo Dios de la razón y de la ciencia. Y es nuestra tarea presentar nuestra fe a la gente de hoy de una manera adecuada a la mente postmoderna.

La fe hay que cotejarla con la razón, con la historia universal y sus diversos acontecimientos.

Estos avances podemos considerarlos como un nuevo regalo de Dios. Un desafío, una ocasión de los creyentes para renovarnos y darnos cuenta de que es necesario estudiar y prepararnos mejor para dar razón de nuestra fe y esperanza, en un mundo que ha cambiado, que está mejor documentado, y en el que todo se pone bajo la lupa de la duda. Mucha gente alejada de los grupos religiosos piensa, más de lo que creemos, en estos asuntos.


Algunas personas se asustan ante estos nuevos enfoques bíblicos. Piensan o creen que le están cambiando la fe. No hay que temer.

Ninguno de estos avances bíblicos tocan o cambian lo esencial de nuestra fe. Nosotros, los cristianos del siglo XXI creemos lo mismo que los primeros cristianos. Sólo que, con el correr de los siglos, muchos aspectos de la fe se han ido aclarando, gracias a la reflexión y a la investigación.
El Espíritu Santo está siempre presente en su Iglesia para que sea fiel a la revelación salvadora que nos entregó el Padre Dios por medio de su Hijo, Jesucristo Nuestro Señor.