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Quedamos de vernos en un pequeño y tranquilo bar enclavado en el distinguido barrio donde Úrsula y Juan Pedro pretendían alquilar un departamento. El motivo del encuentro era doble, uno, festejar la decisión largamente aplazada, pues ocho años de noviazgo sin compartir el mismo techo representaba un muy largo periodo de vacilación y, segundo, estampar mí firma en el contrato donde fungiría como fiador.

Fiel a mi maníaca ansiedad, arribé al lugar pactado media hora antes de las ocho de la noche, tiempo suficiente para pedir una copa y recordar los viejos tiempos con mis amigos. Más con Juan Pedro, compañero de estudios y aventuras desde la niñez, y menos con Úrsula, a quien había tratado varias veces, pero solamente a partir de su noviazgo con mi camarada.

El reloj marcó la hora, y de la pareja ni sus luces. Pedí la segunda copa y no pude ocultar una sonrisa al imaginar la bronca que estaría echando Úrsula a mi amigo debido a su proverbial y ciertamente grosera impuntualidad.

En ese trance los vi entrar al lugar. Ella por delante, me ubicó de inmediato con sus ojos azules y pequeños, de ratón atento a todo el entorno. En cambio, Juan Pedro con su ancestral miopía y reciente obesidad, solamente la seguía esforzándose en no tropezar con el mobiliario.
Me llamó la atención que no se tomaran de la mano, pero más su mal talante, de ahí que nos hayamos saludamos sin mucho entusiasmo.

Apenas tomaron asiento, Juan Pedro pidió una botella de vino tinto, lo que ciertamente representaba un acto autoritario, aunque si se quiere ser indulgente, una forma de decir, “tomen o hagan lo que quieran, que no me importa, yo solo quiero beber”. Y si, en tanto Úrsula me describía entusiasmada los detalles arquitectónicos del departamento, y me mostraba el contrato a firmar, su pareja permanecía ensimismada en el contenido de la copa.

Una vez que hube firmado el contrato y con los efectos generosos de varias copas de vino, tuve la mala idea de proponer un "brindis por la nueva convivencia". Úrsula me siguió con entusiasmo, pero Juan Pedro con un gesto de rencor balbuceó algo acerca de las ocho ocasiones en que Úrsula habría festejado el mismo acontecimiento.

Despuès del choque leve de copas se hizo un silencio incómodo que pareció extenderse una eternidad. Para romper el hielo se me ocurrió hacer una pregunta banal sobre si el departamento presentaba problemas con el suministro de agua y la instalación eléctrica.

Un ¡no!como respuesta seca y simultánea me dejó ver la estupidez de la pregunta, pero sobretodo, confirmar que la pareja no andaba bien.

Pedí la carta porque no se trataba de amargarme la noche por problemas ajenos. Ordené canelones, elección que agradó a Juan Pedro quien con la mención del platillo pareció volver a la vida. Úrsula ordenó una ensalada a la vinagreta, seguramente para no aduleterar su estado de ánimo.

Con la segunda botella de vino en extinción y solicitud de la tercera, mi desfalleciente prudencia dio paso a su antónimo: "perdonen que me meta, pero no los veo muy contentos, quizás…No acabé la frase. Úrsula tomó la palabra: “lo que sucede es que ahora que ya es un hecho el vivir juntos, Juan Pedro se pone a recordar, a echarme en cara cosas del pasado, que sucedieron cuando ni siquiera nos conocíamos.

Eso de los "ocho" lo trae como obsesión, o pretexto para dejarme toda la carga de la mudanza, el contrato de gas y la televisión de cable.

Pero Juan Pedro no estaba dispuesto a entablar más lucha que con los canelones recién servidos que quemaban el paladar. Tampoco yo, que a esas alturas de la velada me sentía medio tomado e incomodo.

Me esforcé en comer pausadamente, exagerar los buenos modales en la mesa, mostrar finura en contraste a la poca que ellos mostraban.
Úrsula era un manojo de nervios aplicando fuerza excesiva al tenedor para desmenuzar la lechuga cuando Juan Pedro le preguntó: "¿Y la cartera de condones incompleta que llevas en el bolso, cuando hace tiempo que no tenemos relaciones?

Cuando los vi enfrentar la mirada con odio, me excuse y me escabullí al baño. No tenía la menor intención de ser testigo del desenlace.

Cuando regresé no había nadie ni nada en la mesa. A punto de preguntar al mesero qué había pasado, observe que Úrsula y Juan Pedro cruzaban el umbral de la entrada. Sonrientes y de la mano.

Nos saludamos con entusiasmo. La velada fue agradable, firmé el contrato, nos reímos de recuerdos del pasado y quedamos de vernos el fin de semana para ayudarles con la mudanza.

Texto agregado el 15-03-2012, y leído por 370 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
12-07-2013 muy bueno... joeblisouto
04-12-2012 para mi eres un cerdo avandemordesmi
04-12-2012 para mi eres un cerdo avandemordesmi
21-11-2012 me gusta tu estilo, tambien me gusta que subas biografias y ese tipo de narraciones. me gusto leerte. ruller
16-10-2012 Noto que tus textos son fluidos, me gustó porque tienes un final sorpresivo, no considero que sea un final flojo, al contrario, se debe de dejar algo a la imaginación del lector. Te felicito. fabiangs
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