TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / ellaberinto / CINE PORNO

[C:494282]

CINE PORNO


Segunda semana de mayo


Abre un ojo, medio segundo después el otro. Mira el reloj en su mesa de noche : 8:30. Es lunes. Una tenue claridad penetra por la ventanita. Observa la rasgadura en la pared, pero no quiere verla. Corre la frazada y se despereza. Va al baño arrastrando los pies. Orina y luego se salpica la cara con agua fría. Está fresco, se nota que va entrando el invierno.
Deposita la pava con agua sobre la hornalla. Su rostro está serio, como casi siempre. Vuelve al dormitorio, y tras comprobar que el calzoncillo aguanta un día más, se pone el jean, una remera y la camperita azul. Retorna a la cocina y chupa el primer mate. Va hasta el cajoncito del armario y separa las monedas de los pocos billetes. Cuenta.
Está en la vereda. Ve pasar a dos señoras caminando, luego a un viejo en bicicleta, y tras éste a un camión de mudanzas desvencijado. ¿Llevará o traerá gente al barrio? Hay un sol tibio. Empieza a andar. Saluda a doña Chona, a don Camilo y a un chiquillo que no conoce. Compra medio kilo de pan francés y dos chipacas.
De regreso en su casa, continúa con el mate, ahora acompañado por las chipacas. Se mira los pies. No hay ninguna changa para hoy… ¡Qué cagada esto de estar al pedo!

…………………………..


Es miércoles, la noche ha llegado. Suárez aborda el bus. Debe cruzar casi toda la ciudad para visitar a su amigo el contratista. No es una visita social, va a preguntar si hay alguna changa. A poco, el colectivo se detiene en la plaza San Lorenzo. Mira por la ventanilla y el rostro se le agría al ver a su hijo con un cigarrito. Junto a él hay dos jóvenes. Decide bajar de inmediato. Cuando el chico descubre a su padre viniendo hacia él, tira lo que tiene en la mano.
- ¿Qué hacés fumando esa mierda? - le grita Suárez.
El hijo, sorprendido por la aparición de su progenitor, se asusta, los otros dos también.
- ¡Bueno! Solamente lo estaba probando para saber cómo era. - arguye en voz baja.
- ¡Te voy a dar : probando! - Hace una pausa, y con voz ronca por la ira, agrega : - ¡No quiero verte con esos porros! ¿Sabés? - Calla otra vez, contempla a los otros, y añade : - Eso les arruina la cabeza… -
- Tá bien, no vamos a fumar más. - dice uno de ellos.
Con ojos de furia, Suárez se vuelve hacia su hijo.
- Y ahora, boludo, andá a tu casa. Andá con tu madre. -
Sin decir palabra, cabizbajo, el muchacho comienza a alejarse. Un minuto después, los otros jóvenes también parten, pero en dirección opuesta a la de su amiguito.
Suárez vuelve a la misma parada donde interrumpió su viaje. Al cabo de un rato, ya sentado nuevamente en el colectivo, se dirige a El Espinillo, barrio en el que vive su amigo. Va angustiado por la situación que ha vivido. No quiero ser el culpable de que se drogue. Después de todo, no lo crío yo… Si hay una culpable, ésa es la Rosa… Ella es la madre y el chico vive con ella. ¿Quién tiene que cuidarlo, entonces?
Dos horas después está regresando a su casa, en Villa Pocho. Retorna abatido, el contratista dijo que no hay ningún trabajito para esta semana. Ni como albañil, ni como plomero, ni como electricista; nada, todas las obras en construcción tienen el personal completo.
Desciende del bus y atraviesa el inmenso descampado, luego camina por calles poco iluminadas. Al pasar cerca de un árbol, ve un bulto junto a éste. Se acerca y observa. Es un cuerpo sobre la acera. Se aproxima más, cree que es un muchacho. Parece que no respira. A éste lo deben haber ajustado. Suárez retoma el paso y entra en su casa ubicada a cincuenta metros. Poco después escucha corridas y gritos en la calle. Se altera, pero resuelve no dar importancia al alboroto. Otro muerto… ¿A quién le habrá tocado esta vez?
Enciende la hornalla y pone sobre ella la cacerola con la sopa que sobró del mediodía. Se quita el pantalón. Conecta la radio y escucha el “bum bum” de la Banda Brillante.
El caldo con fideos y verduras calientes, entrando en su estómago, le da sensación de bienestar. Engulle deleitado. Luego bebe un vaso de vino tinto de un solo trago.
Ya en cama, prende un cigarrillo. A lo lejos se oyen disparos y algunos ladridos.

……………………………..


Es jueves a la noche. Se encuentra en el vestíbulo del cine porno. Ha comprado la entrada con el último dinero que le quedaba, pero esto no le preocupa porque sabe que al día siguiente cobrará el subsidio por desempleo como ocurre cada mes. Hoy va a disfrutar del único esparcimiento que suele darse.
Espera a que la función comience. Hay un grupo de siete u ocho muchachotes; los chicos ríen nerviosamente, como si estuvieran a punto de cometer una travesura. Varios hombres mayores están dispersos en los rincones; miran sin ver, parecen avergonzados por encontrarse allí, sus edades oscilan entre los cuarenta y los sesenta. Suárez hace bastante tiempo que dejó de sentir pudor, lo tiene sin cuidado que lo vean como un viejo que se masturba, lo cual, a pesar de las apariencias, no es verdad. A los cincuenta y cuatro años ha aprendido que, mal o bien, cada uno vive su vida, y más aún, cuando se trata de poner feliz al espíritu.
La proyección se inicia. Todos ingresan a la sala y se apoltronan. Salvo el clan de jóvenes, el resto ocupa butacas bastante alejadas unas de otras. La luminosidad proveniente de la pantalla brinda una claridad intermitente al recinto. Ahí está Suárez, su cara deja de tener la adustez que es casi constante. La alegría cambia sus facciones. Por poco menos de dos horas sus ojos no verán la cocinita lúgubre, las expresiones desdentadas de las viejas del barrio, los sitios baldíos inmundos, los borrachos en las esquinas, su rostro ajado reflejado en el espejo. En cambio, observará muslos, pechos, ojos encendidos. Es como un viaje de turista en el que se trasladará por paisajes muy diferentes a los de su cotidianeidad. Suárez hará turismo así, es la manera que conoce para escapar de la chatura. Únicamente de este modo podrá transportarse en primera clase y avistar panoramas radiantes y pletóricos de placer. En la travesía contemplará montañas-glúteos, valles-vaginas, labios-frutas y jadeos-música.

……………………………


Al día siguiente, en las últimas horas de la tarde, Suárez acaba de cobrar su subsidio en el banco. Entra en el barcito llamado “El Sucucho” y pide un vaso de vino. Ya sentado, saluda a dos conocidos que beben en la mesa de enfrente. Mientras saborea la bebida, a través de una ventana, mira hacia la calle y ve pasar a una morocha muy parecida a su ex mujer. Y sí… ¡qué mierda iba a hacer la Rosa conmigo! El flaco Tito la debe tener mejor, él tiene un buen laburo, con eso le alcanza para mantener a sus hijos, a los míos y a la Rosa. Aunque podría haberse quedado…¿no? ¡Pero claro que no! ¿Para qué se iba a quedar conmigo? ¡Así está bien! Ella siempre tuvo aspiraciones. No creo que me haya dejado porque le pegué dos veces. No creo que haya sido por eso. Fue porque quería manejar guita. Yo, desde que me echaron de la fábrica, no pego una con los laburos. Y también la Mabelita, mi hijita querida, debe estar mejor; y hasta el Dieguito debe estar mejor, aunque fume porros. Todos deben estar mejor. Suárez se da cuenta de que estos pensamientos lo deprimen y decide ponerles fin. Termina su vino y se dirige al baño. Una vez allí, tras orinar, toma de su bolsillo los billetes que ha cobrado. Separa dos de ellos y los vuelve a donde estaban, al resto los pone en su media hechos un fajito; es para evitar robos o pérdidas. Antes de abandonar El Sucucho, escucha al Cabrito que le recuerda el asado que habrá a la noche en lo del Pato Negro. Suárez le responde que no se ha olvidado y que allí estará.
Camina dos cuadras. Toca el timbre en una vivienda cuya fachada está plagada de groseras leyendas. Doña Pepa, dueña de casa, le abre la puerta. La Pepa es una anciana menuda, bajita y superlativamente arrugada. Suárez le sonríe y pregunta :
- ¿Está la Vikinga?
- Está ella, la Norma y la Porota. - informa la vieja haciéndole saber que puede elegir.
- No. Si está desocupada, quiero a la Colorada.
La Pepa levanta el brazo para señalar.
- Andá nomás. Está en la pieza del fondo.
Suárez abre la puerta y la ve. Es una pelirroja alta, de carnes firmes y mirada intimidante. La mujer ordena ropa en un pequeño mueble.
- Hola. -
- Hola. -
- Hacía mucho que no venías. -
- Y, sí. -
- ¿Querés tomar algo? -
- No.-
- ¿Hacemos el largo o el corto? -
- El corto. -
- La tarifa sigue igual.-
- Está bien, mejor así. - dice Suárez sonriendo.
La mujer, cubierta sólo por una bata, se le acerca y le acaricia el rostro. El hombre saca un billete y se lo entrega. Ella, tras ponerlo en un cajón de la mesa de noche, se acuesta en una cama. Lo invita a hacer lo mismo. Él se quita el pantalón. Ella le acaricia el miembro y luego se lo chupa. Cinco minutos después, tras ponerse el condón, el hombre la penetra y termina rápido.
Media hora después aborda un ómnibus. Se dirige a Villa Pocho. Las costillas, la falda y los chorizos lo esperan.
La casita se ubica junto al cortadero de ladrillos. Desde lejos se ve el humo y se percibe el aroma a carne asada. Al entrar, es saludado con efusividad por el Carpincho, el Conde Rasputín, el Rengo y don Chicho. Una leve sonrisa se dibuja en el rostro de Suárez. Cuando llega al patio, ve a dos muchachos que no conoce, al Cabrito y, más allá, al dueño de casa : el Pato Negro.
- Llegaste con lo justo.- le dice el anfitrión. A su lado, la carne cruje sobre la parrilla. En un rincón, una mesa con mantel lila ya está dispuesta con tablitas, vasos y pan. En otro rincón, un aparato sonoro reproduce el “bum, bum” de la Banda Brillante. Dos lamparitas alumbran débilmente el lugar. El dueño de casa se le acerca, y por lo bajo, le dice que esos dos muchachos son el Empanada y el Ramallo. Hace una pausa, y bajando la voz más aún, le informa que acaban de salir de la cárcel.
La noche transcurre entre mandíbulas batientes, vasos que son llenados constantemente con fernet o vino, cuentos que provocan risotadas, y al final, con guitarras desafinadas que traen al presente viejas zambas. Es una fiesta de hombres solos. Nadie lo dijo, pero la exclusión femenina estaba tácita. Todos los allí reunidos saben que en este tipo de jolgorio, las mujeres suelen provocar finales poco felices.
A las cuatro de la mañana casi ninguno puede mantenerse en pie. Algunos han llorado, otros se han orinado en el pantalón. El “bum, bum” ya no se escucha. Los perros se han cansado de ladrar. El frío de la madrugada de mayo comienza a hacerse sentir.
Suárez enciende un cigarrillo y anuncia su retirada. El Pato Negro se le acerca tambaleante y le dice al oído :
- Ahora no puedo, estoy muy chupado, pero la semana que viene te quiero proponer un negocio. -
Suárez, tras mirarlo como desde lejos, asiente con la cabeza. Luego lanza un atronador eructo y los ojos se le enturbian.
- Sí, hermano, otro día hablamos. Ahora estoy muy en pedo. -
Media hora después Suárez llega a su casita. Va directo a la cama. Antes de desplomarse, se toca la media y comprueba que aún está ahí el fajito de billetes. Se duerme vestido.


Última semana de junio

Ya está oscuro. Garúa. Suárez camina por la vereda. El frío hace que se encorve. Dos muchachitos delgados pasan corriendo junto a él con un objeto metálico en la mano. No puede saber qué es. Seguro que acaban de chorear. Da vuelta la esquina y observa a dos mujeres introduciendo el elástico herrumbrado de una vieja cama en una pequeña vivienda sin revoque, y sobre el techo de ésta, a un viejito alargando dos cables para conectarlos clandestinamente a la red de alta tensión. Parece que las chicas han encontrado con qué calentarse esta noche.
Suárez se dirige al comedor comunitario. Hace tres días que sólo ingiere pan y mate. Espero que haya un lugarcito para mí en el salón. Si no como algo suculento, me voy a enfermar… Y encima, con este frío…
Cuando está a punto de ingresar al centro vecinal, oye :
- Che, Suárez, quiero hablar con vos. -
Es el Pato Negro.
- ¿Tiene que ser ahora?
- Sí. -
- No. Mejor andá esta noche a mi casa… Ahora quiero morfar algo. -
- Tá bien. Después voy para allá. - dice mientras una densa nube de vapor sale de su boca al hablar.

…………………………

Suárez tuvo suerte, lo aceptaron en el comedor. Está engullendo una polenta exquisita. El calor de la comida lo reconforta. Todos comen con avidez : siete ancianos, quince chicos y dos adolescentes embarazadas.
Una hora después se halla sentado en su cocinita junto al Pato Negro. El amigo va directo al grano :
- Bueno, Suárez. Basta ya de pasar hambre. Tenés que hacerte de unos mangos. -
- Pero ya probé de todo. - dice el dueño de casa con aire de resignación, luego se fricciona la cara y agrega : - ¿Te acordás cuando armamos la iglesia “Dios a toda hora”? : No funcionó. ¿Te acordás cuando hicimos el partido “Explotados del sur”? : No funcionó. ¿Y te acordás del boliche? : Tampoco anduvo, terminábamos más chupados que los clientes… - Vuelve a pasarse una mano sobre el rostro y concluye : - Ya probamos de todo, y acá estoy, en la miseria. -
- Eso ya es viejo, amigo. Aparte teníamos que laburar mucho. Lo que vengo a proponerte… - asevera el Pato Negro entusiasmado. - …es limpio, rápido y seguro. Y lo más importante : es el negocio del momento… Muchos lo hacen y les va bien. Algunos se llenan de guita. -
- Bueno. ¡Dale! ¡Desembuchá! - interrumpe Suárez con cierta incredulidad hacia lo que su interlocutor está hablando.
- Es sencillito. Tenés que entregar paquetes y nada más.
- ¿Frula, querés decir? - pregunta el dueño de casa levemente alterado.
- Tomalo como mercadería.
Suárez abandona la silla en la que estaba y comienza a caminar alrededor de la mesa. La propuesta lo ha intranquilizado.
El Pato Negro, en tono afectuoso, añade.
- Yo sé que la estás pasando mal. Es muy triste llegar a viejo y tener que vivir de la limosna que te tira el gobierno. Sos mi amigo y por eso te ofrezco esto. No se lo propongo a cualquiera. No quiero a esos pendejos arrebatados.- Hace una pausa, y tras restregarse las manos, a modo de cierre, lanza esta explicación : - Aparte, yo estoy muy junado. No puedo hacerlo. Me engancharían rápido. - Mira el techo de zinc y completa : - Así, nos beneficiamos los dos : yo te proveo sin arriesgarme, y vos, como sos nuevo, entregás sin problemas… Y lo principal es que te llenás los bolsillos. -
Se produce un absoluto silencio. Suárez enciende la hornalla y calienta agua. El frío húmedo ha invadido la cocinita. Extrañamente, el barrio está quieto y callado. Parece que la llovizna paralizó toda actividad.
Luego de succionar el primer mate, le da a su amigo. Éste, tras el último y sonoro sorbo, pregunta :
- ¿Y? -
- Dejámelo pensar. - responde Suárez con gravedad.

………………………….

Cuatro de la tarde. Hay sol, pero hace frío. Suárez baja del ómnibus en el barrio Sacate. Un hormigueo exasperante, mientras camina, atraviesa su cuerpo de a ratos. Lleva un boslito con un pantalón raído, una remera, un fratacho y una cuchara de albañil. Pero esto es sólo para despistar por si algún curioso pretende husmear, lo importante es lo que hay al fondo del bolso.
Trata de mantener firme su paso. Se esfuerza para que la marcha parezca natural. Hay momentos en los que piensa que los transeúntes con los que se cruza, saben lo que está transportando. Su corazón late como enloquecido, es como si le golpeara las costillas. Intenta distraerse mirando las fachadas de las casas. Es un barrio de trabajadores. Hay un hombre reparando un caño de agua, una mujer barriendo, un joven midiendo el lubricante de su camioneta, un niño inflando el neumático de su bicicleta, y perros, muchos perros : blancos, lanudos, gigantes, comiendo, durmiendo, oliéndose unos a otros.
Camina tres cuadras, y al dar vuelta la esquina, a pocos metros, divisa la casa del negro Irusta, su destino. Un segundo después, la cabeza parece estallarle : ve a tres patrulleros situados enfrente de la vivienda de Irusta y a varios agentes de policía merodeando en las cercanías. Suárez se detiene con brusquedad. Pasan veinte segundos, pero para él semejan veinte décadas. Sigo, me quedo, me vuelvo, corro… ¿Qué hago? Los agentes están a veinte metros; uno de ellos lo mira, o al menos eso supone Suárez. Esto lo hace decidirse. Me voy. Da media vuelta y comienza a alejarse, al principio lentamente, pero después a prisa. No quiere volver su cabeza. Ahora el hormigueo lo turba, es insoportable. Sigue y sigue. Cuando llega al final de la calle, gira. Corre. Recuerda que cerca de allí están las riberas desiertas del río. Toma ese rumbo. Por un segundo disminuye su marcha y mira atrás, ve a un hombre de azul y cree que es un agente persiguiéndolo. Vuelve a apresurarse.
Llega a la margen del río. Mira en todas direcciones y no ve a nadie. No sabe qué hacer. Tengo que dejar este bolso en algún lado. De inmediato, a poca distancia, avista varios caños de diferentes diámetros. Los caños son de cemento. Suárez tiene la certeza de que están abandonados. No lo duda, deposita el bolso en lo profundo de uno de ellos y huye. El valioso polvillo blanco queda allí, junto al río que fluye mansamente.

……………………….

Después de deambular sin sentido por las calles de la ciudad, y con la cabeza embotada por la situación de peligro vivida, Suárez resuelve dirigirse a El Sucucho; sabe que el Pato Negro está ahí. Ignora cómo reaccionará su socio ante el fracaso de la misión que le encomendara. Dos miedos constriñen su corazón : las secuelas del pánico por haber estado a punto de ser atrapado ( esa es su presunción ) y el temor a ser reprendido por su compinche debido a la decisión de deshacerse de la mercadería.
A pesar del frío de la noche de junio, entra sudoroso al barcito. En una mesa ve al Pato Negro bebiendo junto a otros hombres. Va directo hacia él. El establecimiento está atestado. En un rincón, el televisor muestra el clásico que todos esperaban, hoy juega Old Boys con Genoveses. Al verlo llegar torpemente, el amigo intuye su estado. Antes de que Suárez hable, le susurra :
- Acá no. Ya sé todo. Después te busco.
Suárez, aun desde su perturbación, comprende. Mira de soslayo el partido y abandona el bar.

……………………….

Cinco días después, el Pato Negro va a visitar a Suárez. Fueron cinco días de desazón. Cinco días en los que a toda hora esperaba la llegada de la policía; ya se veía encarcelado, menos querido por sus hijos, enfermo en un mugriento calabozo y rodeado de la peor escoria humana. Cinco días creyendo ver al negro Irusta que se había liberado de la policía y venía a buscar el paquete que él no tenía. Cinco días en los que casi no comía ni dormía. Cinco días viendo aparecer a su socio enfurecido.
Pero no, nada de esto ocurre. El Pato Negro entra calmado y se sienta junto a la mesa de la cocinita. Lo saluda ( sin afecto, pero tampoco con irritación ).
- Ya sé todo. Alguien batió a Irusta y le allanaron la casa… - Hace una pausa y continúa : - Dame un mate…
Suárez está confundido, no sabe qué pensar, sin embargo, como un autómata, pone el agua a calentar.
- Ya sé que te asustaste y largaste la merca… Voy a dejar pasar algunos días, hasta que se calme la cosa, y mando a alguien a buscarla. - Abandona la silla en la que estaba, y aproximándose al dueño de casa, tras depositar una mano en su hombro, le dice : - Quedate tranquilo, con la cana estás limpio. Lo que quiero saber es dónde la dejaste. -
Suárez exhala largamente, se aleja del Pato Negro y va a sentarse. Le parece extraño que el cambio de ánimo suceda tan rápido, pero así, de repente, después de cinco días de suplicio, se siente aliviado.

…………………………

Pasa una semana, el paquete es encontrado por un muchachito que trabaja para el Pato Negro y entregado a éste.
Suárez sale del banco. Acaba de cobrar el subsidio de cada mes. La noche anterior cenó en el comedor comunitario.




Tercera semana de agosto


Mabelita, de veinte años, ha venido a visitar a su padre, ésta es la segunda vez en la semana que se presenta por aquí. Es mediodía. Un viento gélido atraviesa la ciudad. Hace diez días que Suárez permanece acostado tosiendo. La hija está en la cocina preparando bifes a la criolla.
Mabelita le lleva la comida hasta la cama, sabe que su padre se siente débil, por eso quiere evitarle la fatiga de caminar.
- ¡Qué rico está esto! - dice Suárez mientras traga con lentitud. En sus ojos apagados se advierten los síntomas de la enfermedad.
- Si mañana no mejorás, te llevo al hospital. - dice la chica en tono de fingida severidad.
- No te hagás problema. Dentro de poco voy a estar bien.
Suárez ha tenido mucha fiebre. La neumonía está haciendo estragos en su cuerpo, le cuesta mucho respirar. Para colmo de males, la rigurosidad del clima de agosto no ayuda en nada. Sin embargo hay un dejo de bienestar en su alma. Su espíritu siente un leve regocijo porque su hija está ahí. El tiempo y los cuidados que ella le prodiga lo emocionan sobremanera, hasta podría decirse que lo ponen feliz. Hacía mucho tiempo que no lo mimaban, y menos aún alguien de su familia.
- Bueno, papi… - susurra Mabelita a modo de despedida. - Tengo que ir a la facultad. Mañana voy a volver. Y ya te dije, si no te veo mejor : al hospital. - Se aproxima a su padre, y tras ordenar las frazadas, lo arropa por quinta vez desde que llegó. - ¡Ah! No te olvides de tomar el medicamento que te traje. Está sobre la mesita. -
La chica le da un último y tierno beso antes de partir.
Suárez, a pesar de la lasitud que lo embarga, percibe una incontrolable euforia correr por sus arterias. Las palabras, la comida y los besos de su hija lo llenan de la necesidad de que ese estado se prolongue. Piensa en una locura. Se levanta y mira en el cajoncito del armario. Saca los pocos billetes y los cuenta varias veces. Contento, dice :
- ¡Sí! ¡Me alcanza!
Acto seguido, comienza a vestirse. Pone en su cuerpo todo el abrigo del que dispone.

…………………………….

A duras penas pudo llegar. A las seis de la tarde está sentado en la butaca del cine porno. La fiebre aumenta. Su mente inicia el viaje conforme las imágenes van surgiendo en la pantalla. Saborea labios como jugosas manzanas. Oye gemidos de pájaros paradisíacos. Ya casi no puede respirar, sólo un hilo de aire llega hasta sus pulmones. Pero sigue la travesía : baja por valles púbicos, corre sobre glúteos que semejan inmensos y mullidos pastizales. La fiebre continúa subiendo, la temperatura llega a cuarenta y dos grados. Los espasmos lo sacuden. Aparecen las convulsiones. La chica de la pantalla se introduce un miembro erecto en su humanidad.
A las siete de la tarde lo encuentran desvanecido sobre la butaca. Hay una cálida sonrisa en su cara. El empleado del cine da aviso a una ambulancia y a la policía, pero ya es tarde.









CINE PORNO por sergio heredia
( mayo/2011 )












Texto agregado el 19-02-2012, y leído por 201 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
19-02-2012 Interesante, una descripción detallada de la cruel realidad social de muchos pero que pocos reconocen. bigardo
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]