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CINCO DÍAS


Guillermo nació el miércoles a las siete y media de la tarde. Era el último día de carnaval. Al tiempo que en la sala de partos lanzaba su primer llanto, por la calle pasaba una murga rumbo al corso. Yolanda, su madre, a pesar de la incomodidad ocasionada por el alumbramiento, sonreía satisfecha. El embarazo había durado más de lo normal.
Después de ser lavado cuidadosamente el bebé fue llevado a la nursery. Al llegar, el médico encargado de la sala notó algo extraño en la criaturita : sus ojos eran muy vivaces; miraban las luces y las incubadoras con inusitada concentración.
A las diez de la noche Yolanda, acostada en su habitación, intentaba relajarse, cuando advirtió que se abría la puerta y una enfermera depositaba al bebé envuelto en mantas sobre una cuna ubicada junto a su cama. De inmediato, con ansiosa ternura, se dispuso a contemplarlo. Al estado de emoción inicial, le siguió el de asombro. Lo que observó no fue a un recién nacido. El cabello estaba bastante crecido, sus labios se movían como si fueran a decir alguna palabra y, para terminar de turbarla, vio que extendía un brazo y le acariciaba suavemente la cara. No habiendo salido de su estupefacción, escuchó que alguien entraba en la habitación, era Tincho, su marido, padre del nene. El hombre se acercó y, tras mirar fugazmente el pequeño lecho donde estaba el niño, sus ojos se detuvieron en Yolanda. Esperaba encontrar felicidad en el rostro de ella, pero lo que descubrió fue perplejidad. La esposa quiso decir algo, sin embargo no supo qué, ni cómo. Tincho volvió a mirar la cuna, y el deseo de sostener al bebé desapareció al percatarse de que ahí había un chico de un año más o menos.
La madre fue pasando del asombro a la angustia, y de la angustia a la desconfianza. Lanzó un grito estremecedor, al tiempo que decía :
- ¡ Éste no es mi hijo..! ¡ Me lo cambiaron !
Como los alaridos se escuchaban desde lejos, de inmediato un médico acudió a la habitación. Después de gran esfuerzo el doctor logró detener los chillidos explicando que no había ocurrido lo que ella decía y que al día siguiente se realizarían pruebas de ADN para demostrarlo. Enseguida la misma enfermera que había traído al niño, tras una seña que le hizo el médico, salió del cuarto y, luego de un corto tiempo, regresó con un sedante. Yolanda lo tomó, aunque no de buena gana. Veinte minutos después se durmió profundamente. Ya en el pasillo del hospital, el médico trató de tranquilizar al padre diciendo que pronto hallaría una explicación. Luego le sugirió que fuera a dormir. Tincho, a pesar de sentirse alterado, aceptó la sugerencia.
En la mañana siguiente, a eso de las ocho, la madre despertó un tanto extraviada. Se incorporó con lentitud y vio junto a su cama, sentado en una silla, a un niño de entre siete u ocho años. El chico estaba semidesnudo, a su lado estaban las mantas que habían cubierto al bebé en la noche anterior. El niño parecía confundido y asustado. Con voz vacilante, dijo :
- Creo que sos mi mamá. Parece que me voy haciendo grande muy rápido… ¿ por qué ? –
Yolanda fue invadida por el terror. Quiso gritar, pero el sonido quedó atascado en su garganta. Una inmensa oscuridad impidió que soltara la voz. Se desmayó. Al ver esto el chico tuvo miedo y lloró.


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A pedido de Yolanda, lo sucedido no fue divulgado, tanto así que, aun muchos empleados del hospital no se enteraron. Si la novedad hubiera trascendido, el acoso de los curiosos y los periodistas habría tornado insoportable la vida de la familia. Al mediodía, el niño, la madre y Tincho partieron hacia el hogar sin que nadie lo advirtiera.
Ya en casa Yolanda iba del desconcierto a la angustia, no podía creer lo que veía; a eso de las siete de la tarde su hijo se había convertido en un adolescente, aparentaba tener unos catorce años, el acné juvenil comenzaba a aparecerle. La madre permanecía como en estado de alucinación.
Tincho entró en la casa y se aproximó a Yolanda. La mujer lo miraba desolada. Él quiso que la situación pareciera normal y dijo :
- Mirá, ya tengo el documento de identidad del nene… Le puse Guillermo, como habíamos planeado. –
La madre casi no podía pronunciar palabra, sólo atinó a decir :
- ¿ Nene ?
Tras un segundo de silencio tenso el padre decidió continuar con la normalidad y preguntó :
- ¿ Dónde está ?
Yolanda lanzó un llanto desgarrador y abrazó a su marido. Luego, intentando recuperarse, se apartó de él y, entre sollozos, dijo :
- ¡ Ay, Tincho ! ¿ Qué vamos a hacer ? Recién acaba de ducharse. Cuando entró al baño tenía como doce años, ahora ya parece de quince… ¡ Ay ! ¡ Dios mío ! No tengo ropa para él, está usando tus calzoncillos y tus camisas… Yo quería enseñarle a decir papá o mamá, pero… pero… ya está cambiando la voz… Aparte, no sé cómo aprendió, pero ya se expresa bien. - Ella hizo una pausa, pero pronto volvieron a brotarle las lágrimas. Dando otro alarido, exclamó : - ¿ Qué vamos a hacer ? Decime que esto no está pasando. ¡ Por favor ! ¡ Decimeló ! –
En la calle comenzaba a correr un viento leve. A pesar de la brisa, el intenso calor de ese jueves de marzo no cedía. Yolanda, abatida, alejándose de Tincho, caminó hasta una silla. Ya sentada intentó serenarse. Apenas entendible, preguntó :
- ¿ Guillermo, dijiste ? –
- Sí. – respondió él.

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A las once de la noche del viernes Guillermo estaba acicalándose. Había decidido divertirse un poco, iría al baile. Parecía de treinta años.
Esa tarde, después del almuerzo, se dirigió a su cuarto. Se paró frente al espejo. Luego de contemplarse durante varios minutos terminó estrellando su cara contra la propia imagen reflejada. Estaba fuera de sí. ¿ Por qué ? ¿ Por qué ? se preguntaba en su mente. ¿ Qué mierda soy ? ¡ No puedo seguir así ! ¡ No puedo ! Por su cabeza comenzaron a pasar cientos de maneras de suicidarse. Temblando, y con sangre en la frente, se acostó. Mientras conjeturaba : con un balazo, desde un puente, tomando algún veneno, inconscientemente encendió una radio que había sobre su mesa de noche. Sin quererlo, escuchó :
- Así que ya saben, hermanos. La palabra clave es aceptación… Se debe aceptar lo que el Señor nos manda, pues nadie conoce sus designios. Cuando aceptamos, no luchamos más y nos dedicamos a vivir lo que nos toca. Y si dejamos de pelearle a la vida y a Dios, es seguro que habremos encontrado la llave que abre la puerta de la felicidad… No importa si nuestra vida es larga o corta, la cantidad de años o de días no incide en nada… Y sino, miren a las mariposas. Observen cómo desarrollan su belleza en la brevedad… ¡ Sí ! ¿ Han visto cómo en pocos días llegan a ser una de las criaturas más hermosas de la creación ? - Hubo un corto silencio, luego prosiguió : - Hermanos, esto es todo por hoy. Y recuerden : acepten… Por ahora, nada más. Volveremos mañana con nuestro programa de vida y salvación. Los espero… Y que Dios los bendiga. –
Guillermo se puso de pie, y aproximándose al espejo estropeado, volvió a observarse. Las palabras del locutor giraban en su cabeza : “Belleza en la brevedad”. Tras resoplar, susurró : - Sí, me acepto así. Aunque mi reloj huya como si alguien lo persiguiera. Aunque no pueda agarrarme a nada, ni a mi infancia, ni a lo que pasó hace media hora… Sí, acepto. Voy a vivir así.
Saliendo de su cuarto abrazó a Yolanda y le dijo :
- ¡ Basta mamá ! ¡ Basta de llorar..! - Soltó una risotada y agregó : - Tenés un hijo mariposa. –
La madre, sin comprender :
- ¿ Qué dijiste ?
- ¡Nada! ¡Nada! Yo me entiendo. – Tomando el rostro de ella, y sonriendo, añadió : - Esta noche voy a salir… Quiero un poco de alegría. Despreocupate, voy a cuidarme solo… Después de todo, ya soy un adulto, ¿ no ? -
Volviendo a su cuarto se puso a escuchar música. Fuera, el suave viento que comenzara el día anterior, aún continuaba, sólo que soplaba a mayor velocidad. Las ráfagas penetraban por cuanta hendidura hallaban a su paso. A pesar de los extraños sonidos que la corriente provocaba, Guillermo no se sentía molesto por ello. A su ánimo sólo ingresaban Celia Cruz, Elvis Presley y Carlitos Jiménez. Así estuvo hasta la llegada de la noche, momento en el cual comenzó a prepararse para la diversión.


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Yolanda había tomado una resolución : mentiría. Fue así que el jueves a la noche cuando, con la intención de conocer al bebé, llegaron Irene y Patricia ( su hermana y una vecina ), la madre abrazó a la primera de ellas y lloró desgarradoramente.
- ¿ Qué pasa Yoly ? ¿ Qué pasa ? – preguntó Irene entre sorprendida y conmovida.
- Mi bebito murió, hermana. ¡ Murió ! – dijo Yolanda mientras otro llanto explotaba en su cara, el cual, a pesar de la mentira, no le costaba fingir, debido a que la angustia que la dominaba sí era genuina.
- ¿ Cómo pudo ser ? – preguntó la vecina también con lágrimas.
- Nació muerto, asfixiado. –
- ¡ Ay ! ¡ Qué horror ! – exclamó la hermana. Luego las tres se fundieron en un apretón, al tiempo que un lacerante gemido surgía desde el fondo de sus almas.
Dos minutos después la madre se apartó de las otras y se sentó en un sillón, tras esto, Irene y Patricia se ubicaron en un sofá. Se produjo entonces, durante largo rato, un mutismo denso. Era un silencio habitado por los grises pájaros de la congoja.
Yolanda fue hasta el fondo de su desazón, y desde allá, como en trance, dijo :
- No pude cambiarle los pañales. No tendrá sarampión. No irá a la escuela. No habrá… - Y no pudo continuar, un silbido helado surgió desde su pecho. Las otras mujeres se le acercaron y la contuvieron.
En ese momento Guillermo, atravesando un pasillo, pasó del baño a su habitación. Patricia lo vio.
- ¿ Y ese muchacho ? – preguntó.
- ¿ Cuál ? - dijo la madre sobresaltada.
- Uno que pasó por ahí. Un jovencito. –
- ¡ Ah ! Ése es… Ése es… Ése es un sobrino de mi marido. Vino a quedarse unos días… El pobre llegó en mal momento. –
Queriendo salir de la embarazosa situación, Yolanda cambió de tema.
- Por favor Irene, quiero pedirte un favor. –
- Lo que quieras. –
- Encargate de avisarle a todos mis conocidos. Pediles que no llamen. No estoy de humor para hablar con nadie. –
- Sí, seguro. No te hagas problema por eso. –
Una hora después, tras repetidos lamentos, las dos visitantes abandonaron la casa.


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Su padre le dio una buena cantidad de dinero. Tomó un taxi rumbo al baile. Iba solo, la velocidad que llevaba su existencia no le permitía hacerse de amigos. Mientras viajaba suponía lo que viviría a continuación. Aunque nunca había estado en un lugar así, no le resultaba difícil imaginar cómo era.
Al llegar, el espectáculo había comenzado. La Mona Jiménez desplegaba sus movimientos sobre el escenario. Pidió una cerveza en el bar, y dirigiéndose a un rincón del salón comenzó a observar a los bailarines, desde allí estudiaría sus pasos.
Guillermo tenía buen porte, cabellos renegridos y ondulados, sus ojos eran vivaces y azules. No pasó desapercibido para muchas de las chicas. Dos de ellas fueron acercándosele lentamente. Cuando estuvieron a dos metros, él notó que lo miraban. Ambas poseían curvas perfectas. Una era baja, de cabellos rubios y de pechos admirables; la otra, morocha y de culo sobresaliente. Sin perder tiempo se decidió por la de cabellos oscuros y le hizo una seña, pero las dos vinieron hacia él. Guillermo sonrió; iba a explicar el malentendido, pero calló. Pasándose una mano por el pelo, dijo :
- Bueno, entonces con las dos. –
Un minuto después, los tres giraban sobre la pista.
- ¿ Cómo se llaman ? – gritó
- Yo, Belén – respondió la de menor estatura. – Y yo, Lucía. –
Él, atrayéndolas hacia sí por la cintura, le dio un beso en la mejilla a cada una. Luego, exultante, dijo :
- Yo soy Guillermo. –
Contentos continuaron deslizándose por el recinto. Iban y venían. Se rozaban intencionalmente y reían. Se daban algunos besos superficiales, pero cargados de picardía. La Mona movía sus manos y transpiraba. Los minutos transcurrían a toda prisa. Guillermo gozaba sin pensar en nada, hasta que al mirar sin querer el reloj de una de las chicas, algo sombrío atravesó su corazón. La palabra “tiempo” se instaló en su mente.
Abruptamente dejó de bailar, y tomando de las manos a sus acompañantes, las sacó de la pista.
- Hagamos otra cosa, ya me cansé de bailar. Vayamonós de acá. – dijo él.
- ¡ Uy ! ¡ Qué rápido vas ! – acotó Lucía.
- Es lo que hay, si no quieren, está todo bien… -
- Tenemos mucho tiempo… El baile no va ni por la mitad. – agregó la de cabellos dorados.
- Ustedes tendrán tiempo, yo no. –
Ellas iban a protestar, pero tras mirarse con insinuante complicidad, decidieron cerrar sus bocas.
- Bueno chicas, ya les dije, si no quieren, no hay problema. -
Lucía dirigió una mirada de asentimiento a Belén.
- Perfecto, señor Apurado, vamos. –
- ¿ Qué hacemos y dónde ? – preguntó la morocha.
- Vamos a disfrutar hasta que no podamos más. Hay que aprovechar esta buena onda que hay entre los tres. – Haciendo una pausa, y tras mirar nuevamente el mismo reloj de hacía un rato, dijo con una sonrisa apagada : - No dejar para mañana, lo que se puede hacer hoy. Talvez el futuro nunca llegue. –
A Belén le brillaron los ojos, y entusiasmada, añadió :
- Listo, vamos a mi casa, pero antes compremos algo para tomar. –
Así me gusta : chicas rápidas, pensó Guillermo. Yo no puedo darme el lujo de titubeos.
Cuando salieron a la calle, ya era la madrugada del sábado. El viento seguía. No paraba desde el jueves.


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El vendaval, a través de una ventana entreabierta, llegaba hasta la cama de Belén. En ella parecía que las rachas mezclaban todo : muslos, labios y cabellos. El viento era como un pincel dibujando sobre las sábanas. Formas que se fundían y se alejaban, se encendían y se transformaban : manos esculpiendo senos, lenguas deleitando vaginas, líquidos derramándose como lava.
Eran casi las cinco de la mañana. Sobre la mesa de la sala había cerveza, fernet, coca cola y restos de un porro. Belén daba chillidos, Lucía lanzaba maullidos, y él, embriagado por semejante derroche de placer, pensaba : No sabía que tenía tanto… Tengo que aprovechar. ¡ Darle y darle hasta caer !
Media hora después los tres dormían entrelazados y extenuados.
Cerca de las diez de la mañana Guillermo se levantó para orinar. Antes de salir del baño se miró de soslayo en el espejo. ¡ Ah, la mierda ! Me había olvidado… Parezco de cuarenta… Las minas se van a dar cuenta… Me voy.
Ya en el cuarto se vistió rápida, pero silenciosamente. Bebió un trago de gaseosa y miró hacia la cama : las chicas, desnudas, roncaban. En sus caras brillaba la satisfacción. ¡ Lindas ! ¿ no ? pensó, y se despidió de ellas con un movimiento de mano.
Cuando estuvo en la calle se le acercó a una viejita :
- Perdone, señora, ¿ qué barrio es éste ? –
- Patricios, m’hijo. -
- Gracias. –
De inmediato detuvo un taxi y partió rumbo a su casa. El viento aún estaba ahí.


++++++++++++++++++


El domingo al mediodía Guillermo estaba sentado a la mesa comiendo ravioles con pesceto junto a su familia. Tras beber un sorbo de vino miró a su madre y, en tomo sombrío, dijo :
- ¿ Te das cuenta, mamá ? Parezco mayor que vos. –
Yolanda se había percatado de eso, sin embargo, al escucharlo en boca de su hijo, sintió como si un latigazo lastimara su corazón.
El padre intervino :
- Guille, no digas eso, no hagas sufrir a tu madre. –
- ¡ Ay, papá ! Basta de esquivarle al bulto… Soy más viejo que vos. –
- Mañana vamos a ir a un especialista. – aseveró el padre.
- ¡ Qué especialista, ni especialista ! No hay cura para esto. –
El hijo metió un raviol en su boca y, con frialdad, acotó :
- Anoche estuve en internet. Me pasé horas leyendo. No hay ningún caso como el mío. Soy un fenómeno, una rareza, una especie de monstruo. –
Mirando la botella de tinto sintió una tiniebla compacta cubriendo su ánimo. Mientras algunas lágrimas corrían por su cara, añadió :
- Lo peor, no es lo que me pasa, sino lo poco que me queda. Se dan cuenta de que, si sigo así, no voy a vivir mucho. –
- ¡ Ay ! Ni lo digas. – interrumpió Yolanda con el rostro desencajado.
- Es la verdad, mamá. Es la verdad.
- Algo se podrá hacer. – dijo Tincho.
- Nada, papá. Nada. – Tras secarse las lágrimas con una servilleta, continuó : - Perdonen lo que les estoy haciendo sufrir. –
- Nadie tiene la culpa… Esto debe ser obra del diablo. Tu padre y yo debemos haber cometido un pecado enorme. –
- No, mamá… Lo acabás de decir : nadie tiene culpas… Yo ya lo acepté. Esta es la vida que me tocó… Lo que lamento, es la gran cantidad de cosas que no viví, ni voy a vivir. No tengo hijos, no fui al cine, no conocí el mar, no tuve amigos… Es más, casi nadie me conoce. Es tan efímero lo mío, que, salvo ustedes, nadie me recordará después de muerto.
Mirando el pesceto de su plato, tuvo una ocurrencia :
- ¡ Ja ! ¡ Ja ! Ahora tengo como cincuenta años… Pensar que cuando cague esto, ya voy a tener unos sesenta o setenta… ¡ Qué cosa loca ! ¿ No ? –
Tras un prolongado silencio, Guillermo se recompuso. Bebió un gran trago de tinto, y sonriendo, aseveró :
- Para todos, la vida es corta. No voy a decir que no hay alegría y momentos de gozo, pero la mayor parte del tiempo es sufrir y aprender, aprender y sufrir, y cuando menos te das cuenta, ya estás viejo. Quien sea que diseñó esto, me parece que la pifió. Es injusto… Bueno, por otro lado, nadie dijo que iba a ser justo, ¿ no ? ¡ La verdad es que todo pasa tan rápido ! La vida es muy corta, y ni hablar de la mía. -



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Guillermo murió el lunes a las nueve de la noche. El corazón se le detuvo. Parecía de setenta años, quizá un poco más. Continuando con la actitud que tuvo ante lo que había vivido, la familia volvió a actuar con gran discreción. No hubo velatorio. Los trámites se realizaron manteniendo absoluta reserva; únicamente las personas necesarias para las diligencias se enteraron del parentesco entre el muerto y sus padres.
La inhumación fue al día siguiente. A ella sólo asistieron Yolanda y Tincho. Casi no hubo palabras, excepto por la madre, quien tras echar tierra sobre el ataúd, sollozando, dijo :
- ¿ Qué habrá querido decir cuando dijo : Tenés un hijo mariposa ? –
El viento se había calmado, pero algo trajo : unas nubes densas, que presagiaban lluvia, dominaban el cielo. Ellas aplacarían el polvillo que había por todas partes, limpiarían la mugre que los torbellinos acarrearon y aliviarían a la gente del calor que sintió, de este modo el verano iría cediendo paso al otoño.
El viernes de esa misma semana, tal cual lo había prometido, el médico en persona se presentó en la casa de la familia, diciendo :
- Ahora no hay dudas, señora. Los resultados del examen de ADN lo confirman : el bebé que estaba en la cuna junto a su cama, es su hijo. –








CINCO DÍAS por Sergio heredia
( 13 noviembre 2009 )















Texto agregado el 02-02-2012, y leído por 103 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-05-2012 Buenísimo.Hay gente que vivió un año, diez, cien. Sea como sea, la pucha que vale la pena estar vivo. GaryLuna
 
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