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Capítulo 33: “La Toma de San Marcos”.
Lunes 25 de abril del año 2012. Es una simple fecha que tal vez muchos niños recuerden, muchos profesores también lo llevan como un legado en su memoria. Es una fecha de la historia muy importante y muy poco difundida a la vez, de hecho pocas personas saben lo ocurrido en ese día, así que me detendré a narrar los hechos desde ese día en adelante, específica y detalladamente los de ese día.
Eran las 8:00 de la mañana y como una lluvia tupida veo pasar los autos y los transportes escolares. El frío hace castañetear los dientes de todos por igual, nadie se escapa de sentir su cuerpo realmente congelado, la causa: el día anterior había llovido, no había sido solamente una lluvia, sino que un temporal que había dejado inundada la ciudad de Talca. Nos acercamos a la esquina de las calles 6 oriente y 5 norte. Por el lado sur se ve erguido el Liceo Abate Molina, ilustre establecimiento secundario al cual todos los estudiantes aspiraban con llegar algún día a realizar la enseñanza media, del lado norte se ve la Escuela Juan Luis Sanfuentes, distintiva, roja, igual de ilustre que el LAM, solamente que su excelencia académica era conocida por solamente un puñado de personas y era de enseñanza básica.
Respiro el helado aire de la mañana y en ese sueño que viví, divisé claramente varios pedazos de mi vida, entre ellos, algunos de antes de hacerme a la guerra y en todos ellos, llevaba mi uniforme, tan clara podía ver mi vida de estudiante y ver cuán enorme era a lo aquel instante, nunca más sería la misma, todo había cambiado, en lenguaje coloquial “se me había movido el piso”, y sentí un profundo deseo de entrar a la escuela, si bien es cierto no era el mismo colegio al cual yo había asistido hasta 5º básico, pero me serviría en parte a llenar ese vacío que se me había ido generando con el tiempo y a esconder el recuerdo que en mi interior había dejado la construcción ya demolida que para muchos de los integrantes de la guerrilla era más que solamente un edificio, era lo que había sido un hogar, el refugio de miles de tardes y mañanas llenas de emociones que ya no estaban en ninguna parte.
-Se me ocurre algo, entremos-dije.
-¿A cuál?-inquirió Karina.
-A la escuela-dije.
Y creo que en todos los supuestos estudiantes se sintió una suerte de estremecimiento, un deseo escondido en lo más profundo de nuestro ser de recuperar los sueños que habíamos vendido en la subasta de los sueños.
Manuel se mantenía al margen, guardaba sus energías, y además, al fin y al cabo él no sabía qué era lo que se planeaba.
Cuando entró el grueso del alumnado, el resto comenzó a entrar de a gotera, y entonces nos decidimos a entrar, los caballos fueron ingresados al gimnasio por un cierro vibrado tan frágil que se podía derivar con una sola patada. Y pedimos permiso para estar dentro del establecimiento, nos fue concebido. Y penas estuvimos allí nos decidimos a hablar con la directora del colegio. A su oficina ingresamos sin el más remoto respeto, la guerra nos había acostumbrado así. Manuel, Karina y yo nos encargaríamos de comunicarle nuestro plan.
-¡Manera de entrar!, ya bueno pasen, ¿qué necesitan?-dijo la mujer.
-Venimos a hacerle una propuesta que sabemos no va a rechazar-dijo con firmeza Manuel.
-No, no aceptamos nuevas extra programáticas, ni recursos-dijo señalándonos la puerta.
Luego se concentró en su notebook y comenzó a escribir sin parar, mientras contestaba el teléfono. No lo pensé dos veces y le cerré la computadora y arranqué el cable del teléfono.
-¡Pero, señorita! ¿Cómo se le alcanza a ocurrir? Ya, ahora se me van de acá si no quieren que llame a los auxiliares-dijo apretando un botón que se suponía era un citófono, acto seguido se lo desconecté.
-Esto es algo serio, señora, no venimos a ofrecer un taller vulgar, venimos a ofrecer la libertad-dijo Manuel.
Karina en ese intertanto pensaba como tener a la mujer de su lado y yo pensaba que haría si la dama volvía a oponer resistencia, probablemente ella no tenía ni la más remota idea de quiénes éramos y por consecuente tampoco sabía lo que podíamos hacer por la escuela y por la nación.
-No queremos problemas, recuerden que aquí peligra la vida y la integridad de niños, si algo les pasa a ellos la responsabilidad será mía-dijo la mujer como si ese fuese un gran motivo para que desalojáramos el lugar.
-O más bien su prestigio-dije con un tono de voz decidido que ella alcanzó a oír.
-¿Qué está queriendo decir con eso?-me inquirió.
-Pretendo decirle que usted no quiere perder su prestigio colocando en toma esta escuela, recuerde que la NHM está integrada en su mayoría por niños y nadie se queja: todos están vivitos y coleando-dije.
-Pero esto es una escuela, no un regimiento-contestó.
-Pero usted los tiene como en un regimiento por el simple hecho de no tomar en cuenta su opinión y ser una egocéntrica amante de su prestigio-repliqué.
-Me opongo tajantemente a que estos niños vayan a la guerra-respondió.
-Sin embargo, jamás se ha detenido a tomarles la opinión, cree hacer lo correcto sin saber lo que ellos piensan, puede que quieran arriesgar un poco en pos de mucho, esa decisión pende del alumnado-concluí.
-Tienen todo el recreo para conseguir firmas, deben ser 100 firmas, sino deben abandonar la idea-dijo.
-La NHM jamás abandona una idea-dije.
-Ustedes no son la NHM y sáquense esa idea de la cabeza-contestó.
-Nada es lo que parece, mi estimada directora, nada es lo que parece-dije y nos fuimos enigmáticamente dejando el resto a la imaginación humana.
Era hermosa esa escuela, hay que decirlo, el gimnasio se hallaba a medio construir producto del terremoto que dejó a la mitad de Chile con sus sueños truncados a la mitad del camino y que como a de remate recibió en su fatídica obra la terrible ayuda que le llagó desde la reconquista española días después de su rebelión contra el pueblo, las murallas eran de ladrillo y se encontraban pintadas de color rojo, cuantiosos patios dividían las naves dentro de las cuales estaban las aulas, frente a la nave principal, en la que estaban ubicadas las oficinas de los mandamases del colegio habían bellísimas jardineras con plantas, en los otros patios y tan solo en algunos patios los árboles hacían más amigable y acogedor, el duro, frío y tosco paisaje que el cemento dibuja.
Nos reunimos a la salida de la nave y frente a un plano de la escuela decidimos que grupos se encargarían de reunir firmas, envalentonar, dividir a quienes nos servían en el lugar de quienes no cumplían con tal función e ir a comprar para abastecernos definitivamente de alimentos en la larga espera que haríamos en la toma. El gobierno no titubearía en mandar fuerzas allí, necesitaban la mentalidad de todo el pueblo apoyándoles y si no tenían la del pueblo del futuro, su reinado del terror acabaría dentro de poco tiempo, esto los llevaba a estar conquistando las escuelas y liceos, todo lugar donde existiese un pequeño vestigio de juventud presente. No les convenía que una guerrilla, la que mayores problemas les había causado por lo demás, se apoderase así, de la noche a la mañana de una escuela básica y que todos los que en ese lugar estuviesen apoyasen la mentalidad liberal de los montoneros que lo que pretendían era desterrar y para siempre a España de la vida del pueblo chileno. Desde luego si sabíamos de grandes batallas en el exterior no nos quedaríamos todos en el colegio, simplemente la mitad seguiría con el espíritu de rebeldía vivo en el establecimiento, y la otra mitad de la guerrilla y de los estudiantes se irían del lugar a luchar, otro punto a favor del plan, era que los padres de los alumnos quisieran recuperar a sus hijos al cabo de un tiempo que de por sí sería bastante breve, si al régimen no se le ocurría sacar a “sus pobres hijitos”, que en realidad eran unos rebeldes que luchaban por todas las vías imaginables a diestra y siniestra contra del gobierno, esos padres se volcarían en contra de los ibéricos, luego serían las familias, luego la ciudad y al final cuando los tuviésemos en la frontera sería parte considerable de la población nacional incluido el ejército, a fin de cuentas eso era una bomba que en cualquier minuto tendría que explotar, esos niños y niñas sin querer eran unos agentes de cambio, no habían dudas de que eso era una idea revolucionaria…
Continuamos caminando después de dividir los grupos en diversas direcciones, a cada patio cada vez se bifurcaba más la extensa fila de guerrilleros que había entrado al establecimiento educacional. Recuerdo que entramos tres a la sala de un 8º año, justo el nivel que me hubiese correspondido cursar. Una guerrillera, creo que fue Lissette se encargó de reunir firmas, otra de acondicionar la sala, que fue Annays y yo de hablar con la profesora que estaba a cargo de la clase y por cierto con el alumnado.
-Buenos días, la razón de nuestra visita es bastante breve, somos participantes de la NHM y queremos pedir la ayuda del curso para hacer una toma general de la escuela hasta que el gobierno español se decida a hacer una ley que les prohíba colonizar centros estudiantiles, la sala será acondicionada si la mayoría pretende quedarse aquí y eso lo veremos con las firmas, Lissette se encargará de pasar con un cuaderno reuniendo firmas para la causa, intenten ser lo más leales que puedan con su corazón y con sus ideales-dije.
La recepción del grupo fue absoluta, hasta la profesora firmo para hacer la toma, en la gran mayoría de los cursos fue así. En el recreo avisamos a quienes se querían ir que debían hacerlo en ese preciso instante y recolectamos unas cuantas firmas más en el desayuno y en los patios. Para el final del receso estábamos listos para echar a la directora, conseguir una nueva e iniciar la toma.
-Volvimos-dijo Manuel.
-No se les olvidó hacer sus bolsos, ¿cierto?-dijo en tono sarcástico y burlesco.
-No tenemos porqué hacerlos-replicó Manuel.
-Recuerde, caballero, que deben haber reunido 100 firmas-dijo la directora.
-Y aquí tiene 600, ¿no es suficiente esta razón para que se realice la toma?-dijo Manuel extendiéndole una carpeta que en su interior contenía enumeradas las firmas y datos de los adherentes que estaban escritos en hojas de cuaderno.
-Pero aquí están también las firmas de los profesores, de seguro que los niños se sintieron obligados a firmar por temor a que sus maestros los reprendieran, estas no son pruebas concluyentes-replicó.
-Si los profesores tienen mentalidad revolucionaria, sus alumnos pueden también tenerla, y eso no es más que una mera casualidad que usted deberá aceptar-concluyó Manuel.
-¡Basta! ¡Basta, ya!, se van de aquí, no estoy dispuesta a que los niños sigan tomando más riesgos, ustedes no tienen derecho a influenciarles sus mentes-gritó la mujer haciéndonos un ademán de que debíamos irnos de la oficina y de paso de la escuela.
-¡Y usted no tiene derecho a mandarlos como si fuesen sus esclavos!, ellos tienen una mentalidad maravillosa, poseen grandes ideales y usted se está encargando de truncarlos-aullé despavorida y enrabiada, haciendo una dura réplica que tarde o temprano alguien debería hacérsela ver en un mundo donde ella creía ser el centro del universo con sus déspotas maneras.
-¡Tú no tienes derecho a hablarme de esa forma!-dijo y para concluir me dio una bofetada.
En ese segundo me sentí poseída de una rabia mayor, cada vez mayor, no me la contuve y me abalancé sobre ella, esa mujer no tenía siquiera un remoto derecho sobre mí, no podía hablarme de esa forma ni mucho menos golpearme en la cara. Suerte que Manuel y Karina estaban alerta y con una fuerza descomunal, ambos me cogieron de la cintura y me devolvieron a mi antiguo sitial, dirigiéndome una mirada de susto y temor, de incertidumbre y sorpresa, sin embargo ambos sabían y muy bien que yo no me quedaría tranquila si una mujer además de oprimir a otros se daba la libertad de que por el hecho de que yo le condujese a la realidad, de gritarme y bofetearme.
-Deme tan solo un motivo convincente para que yo piense que lo que usted dice es cierto y le crea, para que me convenza de que usted es poco más que diosa-dije en tono irónico y sarcástico.
-Porque yo soy mayor de edad, porque yo aquí hago lo que se me place, porque los apoderados me eligieron, los niños aquí no tienen pito que tocar-dijo, para luego seguir-¡Mira!, aquí ya tienes cuatro motivos, eso pienso que es suficiente.
-No, no lo es, ni siquiera está cerca, esos no son razones, son caprichos de una vieja loca que pretende adueñarse del mundo mandando de la peor manera-dije, y luego saqué mi revólver y la apunté-más le vale correr, su reinado del terror acaba de llegar a su fin, se me va de este lugar por la razón o la fuerza.
Se decidió a irse, luego la vimos enviar un correo electrónico al ministerio de educación renunciando a su cargo el cual fue contestado como afirmativo, ese era el final de su mandato en la escuela.
Su renuncia llenó de júbilo al establecimiento, desde los profesores que seguían al pié del cañón siendo leales para con sus alumnos que habían tomado la decisión de quedarse en la toma y por supuesto para el alumnado, la libertad de la escuela no sucedía precisamente todos los días, era un suceso merecedor de festejo, ya no se vería por allí nunca más la cara de la directora y mucho menos la de sus colaboradores, vestigios de ellos no quedaban en lugar alguno de la escuela, ni siquiera en la memoria de quienes estuvieron debajo de su yugo.
Al mediodía se cerró la puerta de la escuela, los niños de primer ciclo considerábamos eran demasiado inocentes como para asistir a una guerra, eran muy pequeños, desde ese día no volvieron a entrar en un buen tiempo, pero igual recibieron educación a través del sitio web de la escuela de donde podían descargar pruebas y guías de trabajo para desarrollar y seguir aprendiendo, ellos lo merecían, más que mal ellos no tenían la culpa de nada de lo que en el país acontecía.
Celebramos con un gran almuerzo que compartimos todos al aire libre, acarreamos sillas y mesas del comedor y de las salas. Un brindis nos recordó la causa de nuestra estadía allí, un suspiro y eso era lo más magnífico del mundo.
Llego la noche tranquila, quieta, se empezaron a organizar los puestos de guardia y las funciones, todo debía quedar bajo el mayor resguardo y en un total secreto. La libertad era la consigna, todo lo que quisiésemos hacer era posible con tan solo intentarlo, de ahí germinaba nuestra filosofía de vida: “Jamás sabes si nunca intentas”. La mayoría durmió en paz, fue tranquilo, desde hacía ya mucho tiempo no sentíamos una sensación tan reconfortante como esa, de calma absoluta, de seguridad eterna en nuestros actos, como si el mundo para nosotros no se fuese a acabar.
Llego la mañana siguiente, asistimos a clases, todas las mañanas de lunes a viernes haríamos eso, el horario era el de costumbre, hasta que llegaron las tres de la tarde y se comenzó la elección prodigada por el alumnado en busca de la directora o director del establecimiento, podía ser un alumno, un profesor, quien supiera que era lo suficientemente tolerante y responsable como para no engañar a quienes creyeran en él, le era posible lanzarse a candidatura. A las siete de la tarde supimos el veredicto que nosotros mismos habíamos forjado, era una de las profesoras, la asignatura que enseñaba la desconozco pues jamás fui su alumna. Y tuvimos una manera de acabar la enseñanza básica, nos inscribió como alumnos libres a los que deberíamos haber estado cursando un nivel básico.
No estuvimos exentos de problemas, a pesar de que supimos sortearlos todos de buena manera, hubieron algunos que fueron emblemáticos, o bien yo los considero como tales. A continuación les narraré uno:
Era el día 15 de julio del año 2012, la mañana estaba gélida, el frío calaba los huesos de todos, empezaban las clases y sentimos un quebrazón de vidrios, entraban piedras al salón de clases, a los cinco minutos cesó la pedrada y pudimos recoger unas, todas tenían mensajes escritos y pegados con scotch, todos los papeles decían lo mismo: “Desalojen la escuela si no quieren batalla, es de propiedad española”, los anónimos en lugar de asustarnos, nos envalentonaron a seguir con la toma y nos subimos a los techos de las naves que bordeaban a la escuela y lanzamos piedras con anónimos nuestros, les dimos a unos cuantos, les disparamos y tiramos lanzas mientras ellos seguían con su ofensiva, al rato se llenaron las orillas de la escuela de gente nos apoyaba y de los padres de los alumnos que les gritaban a sus hijos que bajaran y que volvieran a casa, mientras que otras personas les rogaban que siguieran luchando, todos hicimos lo que nuestro corazón nos decía y eso era seguir peleando, teníamos que triunfar, la batalla no se tornó sangrienta para nosotros gracias a nuestra posición estrategia que era tras los muros de la escuela y en los techos, no se podía decir lo mismo de los ibéricos que cada vez teñían y por segundo se podría decir la calle con su sangre, allí morían por su causa, a nosotros más nos valía vivir por la nuestra.
Al final de la jornada que se extendió hasta la noche éramos los campeones invictos de la contienda, estaba claro que no desalojaríamos el establecimiento y eso ellos lo sabían muy bien, lástima que algunos hubiesen seguido las vías del suicidio en una ciega decisión de venir a quitarnos nuestro sitial.
Hubo más batallas, más rencillas, todas con una importancia remota que ni siquiera vale la pena recordar, sería un burdo e imposible intento de remontarnos en un hecho que carece de importancia y trascendencia en la historia de la Nueva Húsares de la Muerte y para la nación.

Texto agregado el 20-01-2012, y leído por 144 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
18-02-2012 Sigue en una línea apasionante. Curiosa forma de derrocar a un director de un establecimiento educativo. Felicidades. Weissturner
20-01-2012 Te felicito por esas ganas de escribir... achachila
 
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