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EL JOVEN QUE HABLABA CON LAS FLORES


Había una vez un joven veinteañero que se comunicaba con las flores. Era quien daba vida al jardín del palacio donde vivía su amo el rey. Éste se encontraba desolado al ver a su hija de diecisiete años, la princesa Aurora, postrada en cama desde hacía dos meses y ningún médico lograba recuperarla. Ella era su única bendición desde el fallecimiento de su madre, la reina, hacía solo un año. La falta del amor materno y la gran tristeza de perderla, llevaron a Aurora a una depresión severa, de no querer ver a nadie, comer muy poco y dedicarse solo a dormir.

Benjamín, el jardinero, estaba muy preocupado de ver a su amo triste y a la princesa enferma. Él se esmeraba en mantener el jardín lleno de vida, con plantas hermosas y flores multicolores. Mientras regaba, podaba, desmalezaba, les hablaba tiernamente a sus damitas, como llamaba a las flores, agradeciéndoles su hermosura y el colorido que daban a ese lugar del palacio. Ellas contestaban agradecidas y solo él escuchaba las respuestas que le iban dando.

Desde que la princesa dejó de bajar al jardín, todas las flores interrogaban a Benjamín del porqué ella no venía a verlas, pues la echaban mucho de menos, y especialmente ansiaban escuchar su linda voz con las canciones que interpretaba en ese lugar. Él les decía que estaba con una profunda depresión y no salía de su habitación desde que enfermó, y los médicos no lograban mejorarla. Al pasar los días, el joven Benjamín veía que el jardín ya no se veía tan alegre y los colores de las flores ya no brillaban como antes. Cada vez que les hacía preguntas, recibía respuestas tristes y por más que él las animaba no lograba cambiar el ambiente. Ante su inquietud, una mañana les preguntó si ellas podían ayudar a lograr mejoría en la princesa. Ellas, las flores, dijeron que sí deseaban ayudar y le pidieron llevara a su habitación un ramo con dos flores de cada una de las variedades que allí había, y luego lo pusiera en un lindo florero en el tocador frente a la cama de la princesa.

– Nosotras haremos el resto –, le dijeron.

Al escuchar tan lindo gesto buscó las tijeras de podar e iba a proceder a cortar las flores, cuando sintió un trinar de pajaritos revoloteando, que fueron trayendo en sus piquitos, flores de cada variedad de dos en dos, tal como se lo habían solicitado a Benjamín, hasta formar un hermoso ramo. Luego se dirigió a la cocina de palacio y pidió a una de las cocineras un florero para colocar el ramo. Al ver tan hermoso conjunto de flores, le preguntaron para quien era, y contestó que para la princesa. Le trajeron un hermoso florero de cristal y las puso en él, lo arregló de tal manera que alrededor quedaron ramas de helecho dándole un toque mágico al conjunto. Luego se dirigió a través de la larga escala hasta el segundo piso, acompañado por dos de las damas de compañía de la princesa, que se encontraban en ese instante en la cocina y escucharon a Benjamín. Al llegar a la puerta de la habitación, una de ellas se adelantó, abrió la puerta lentamente y le pidió esperara afuera. Pasados unos pocos minutos salió y le invitó a pasar, haciéndole un gesto con el dedo índice de su mano derecha colocado en forma vertical en su boca, para indicarle no hiciera ningún ruido. Nuestro joven ingresó de puntillas, y vio que la princesa estaba dormida en su cama, rodeada por un tul color pastel que colgaba desde el cielo de la habitación. Caminó hacia el tocador de tres cuerpos con un gran espejo, y colocó el florero en la parte central de ese lindo mobiliario. Luego se retiró lentamente, siempre de puntillas, mientras miraba hacia la cama para ver si la princesa despertaba. Salió de la habitación y se dirigió al despacho del rey.

A la entrada había dos guardias y les indicó necesitaba hablar con su majestad. Uno de los guardias ingresó al despacho y luego de unos minutos regresó e hizo pasar a Benjamín. Caminó hasta donde estaba el rey en su trono, y al estar cerca de él bajó la cabeza en señal de saludo y de respeto. El monarca lo observó con una mirada muy triste y cabizbaja, pero al ver que era el jardinero quien estaba frente a él, se alegró, pues le conocía desde su nacimiento, le tenía un gran cariño y además era hijo del que fuera su jardinero real durante veinticinco años hasta su muerte.

– ¿Qué te trae por aquí mi querido Benjamín?

– Su majestad, he venido hasta su presencia para decirle que tan preocupado como usted está de la señorita Aurora, lo estoy yo también y todos sus servidores, pues la queremos mucho, y las flores del jardín también la echan de menos, pues les cantaba lindas canciones que las hace poner más bellas. Por eso he venido a contarle que me pidieron llevara hasta la habitación de la princesa un hermoso ramo con las flores del jardín, pues debería ayudarla y ya lo he dejado en su tocador.

El rey escuchó atentamente a Benjamín, y le sorprendió dijera que las flores le hablaban y él las escuchaba. En todo caso, dijo sentir alegría al escuchar palabras de aliento y esperanza, para lograr ver nuevamente a su hija sana, alegre y hermosa como siempre.

– Benjamín –, le dijo el rey, – Si logras la recuperación de Aurorita, me gustaría premiarte con algo, lo que desees. Te pido lo pienses pues si me das esa alegría te daré tu deseo.

– Gracias su majestad – Dijo y se retiró.

Bajó la gran escala de vuelta al primer piso y se dirigió al jardín, para decirle a las flores:

– Ya se encuentra el ramo con algunas de ustedes en la habitación de la princesa, tal como lo pidieron.

Al escucharlo, se oyeron voces de alegría desde todos los rincones del jardín y le dieron las gracias a Benjamín. También aparecieron los pajarillos que revoloteaban con su lindo trinar. Entonces les confidenció lo dicho por el rey, que si Aurora mejoraba con el ramo en el florero, le daría lo que él pidiera como deseo. Entonces algunas flores, le preguntaron cual sería su deseo. Contestó no saber aún y no se le ocurría nada especial, aunque su real deseo era un sueño imposible, el tener a sus padres con él, pues los echaba mucho de menos. Y la rosa roja reina del jardín le habló:

– Benjamín querido, sabemos que el rey te quiere como si fueras su hijo, y Aurora también te tiene un gran cariño, el que seguramente será mayor si la princesa logra su mejoría y saben que tú participaste en ello. Solo debes dejar hablar a tu corazón y así podrás decirle tu verdadero deseo a su majestad. Lo demás debes dejarlo en nuestras manos.

Benjamín prometió hacer lo que le dijeron.

En la habitación de la princesa, se comenzó a sentir un agradable perfume que llenó todo el lugar y una suave pero hermosa canción comenzó a brotar desde el ramo del florero. Cuando el aroma fue percibido por la princesa y la canción llegó a sus oídos, abrió los ojos lentamente y se incorporó en su cama, quedando sentada y mirando hacia todos lados como buscando a quien le cantaba. Al mirar hacia el florero en su tocador, éste emitió una suave luz celeste que rodeó todo el conjunto y se resaltó el colorido de las flores con un brillo muy especial. Comprobó que la melodía venía desde ese lugar. Entonces descendió de la cama y se dirigió al tocador para ver de cerca el ramo. Al llegar sintió que la melodía salía de las flores, y pudo escuchar claramente lo que decía: ¡Aurora! ¡Aurora! ¡Aurora!, y al oír su nombre transformado en una dulce melodía, dos lágrimas cayeron de sus ojos pero de alegría.

Mientras eso ocurría, una de las damas de compañía había entrado a la habitación, como lo hacían cada hora para ver como se encontraba la princesa. Su sorpresa fue mayúscula al verla en pie y junto al tocador. Fue hacia ella y le preguntó si estaba bien y si se le ofrecía algo.

– Mi doncella, quiero que vayas a buscar a mi padre.

La dama salió rápidamente y se dirigió hacia el aposento del rey. A los guardias les dijo traer una gran noticia. La dejaron ingresar y vio que el rey miraba por una de las ventanas hacia el gran jardín de palacio.

– Su majestad. – Le dijo bajando la cabeza en señal de respeto.

El rey se dio vuelta y al verla le dijo.

– ¿Qué sucede jovencita?

– Su majestad, la princesa ha despertado y quiere verlo en su habitación. Está de pie junto a su tocador esperándolo.

El Rey al escuchar esa linda noticia, se dirigió de inmediato hacia la habitación de Aurora, seguido de cerca por la dama de compañía. La puerta estaba abierta, ingresó, y allí vio a su hija querida de pie, quien al verlo corrió a su brazos. Él la beso repetidamente en la frente y le participó de la gran alegría que inundaba su corazón al verla recuperada. Ella le contó la especial experiencia de hacía unos pocos momentos con el ramo de flores y el florero, el exquisito aroma que aún perduraba en la habitación, y la canción hermosa cantada por las flores. El rey al escucharla, lo interpretó solo como un sueño de su hija, no literalmente como ella se lo contó. Entonces pidió a las damas de compañía la ayudaran a vestirse, pues la noticia debía ser comunicada a todos en el palacio. Salió de la habitación, y ya era otra persona, con cara sonriente, con energía y bajando los peldaños de la escalera hacia el primer piso en forma muy ágil. Llamó a su mayordomo y le ordenó reunir a todos en el gran salón de palacio.

Mientras tanto Benjamín había estado ocupado en sus labores de jardinería, cuidando de mantener siempre bello ese su mundo. De pronto escuchó una hermosa canción, y captó que venía de todas las flores del jardín. Entre la melodía pudo escuchar que decían:

– ¡Aurora!, ¡Aurora!, ¡Aurora!

Intrigado preguntó a las flores.

– ¿Qué sucede mis damitas?

– La princesa ha despertado y se ha recuperado. – Le contestaron a coro.

Al escuchar esa noticia, sintió a su corazón agitarse de alegría. Justo en ese momento llegaba el mayordomo para invitarlo a la reunión con el rey. Entonces se fue corriendo al baño de servicio junto a la cocina, para lavarse, peinarse y estar presentable. Estaba intrigado por no saber que sucedía en palacio. Luego se dirigió al salón principal y vio que allí estaba toda la servidumbre. Se inquietó un poco, le preguntó a la ama de llaves si sabía el motivo de citación y ésta dijo que el rey les comunicaría una noticia.

A los pocos minutos ingresó el rey al salón, llevando del brazo a la princesa Aurora, radiante y sonriente como siempre lo había sido. Al verlos ingresar todos irrumpieron en aplausos y risas de alegría, pues la princesa además de muy querida era quien le daba vida al lugar. Benjamín se emocionó por la inmensa felicidad que sentía en ese momento. Entonces el rey les dijo estar muy contento por tener a su hija por fin recuperada, y les agradecía a todos por la gran preocupación tenida para con ella.

– En forma especial debo agradecer a Benjamín nuestro leal jardinero, por demostrar un gran cariño para con Aurora y en el día de hoy me confidenció que sus flores le habían pedido hiciera algo especial por mi adorada hija. Al parecer dio resultado, pues ella me ha contado lo sucedido esta mañana en su habitación, pero lo más importante es que ha vuelto a ser mi hermosa princesa.

– Recuerdo también esta mañana, cuando prometí a Benjamín que si mi hija se recuperaba con la magia del ramo de flores del jardín, le daría un premio, el que él eligiera, y es el momento de preguntarle cuál es el deseo que debo cumplir.

Entonces pidió a su jardinero se acercara.

– Dime Benjamín, cual es el deseo que debo cumplir.

Benjamín se acercó e hizo una reverencia al rey, a la princesa y dijo:

– Su majestad, mi corazón late con más fuerza por la alegría de ver a la princesa Aurora recuperada y feliz. Es cierto que las flores han logrado este milagro, pues aunque no lo crea, ellas hablaron conmigo esta mañana, tal como lo hacemos todos los días, y me pidieron llevara un florero con un lindo ramo de ellas a su habitación y creo fue quien logró mejorarla. Ellas la echaban de menos por las canciones que la princesa les cantaba. Yo soy un fiel servidor suyo, tal como lo fueron mis padres que le sirvieron con mucho amor. Me he criado y he aprendido junto a la señorita Aurora a quien quiero con todo mi corazón y mi gran deseo es pedir su mano, si su majestad lo permite.

Al termina esa frase se sintió un ¡Oh…! en el salón, de todos los presentes. El rey curiosamente al escuchar a Benjamín mostró una sonrisa en su rostro y le dijo.

– Hijo mío, si tú me lo pides debo cumplir mi palabra, pero antes debo saber que piensa de esta petición nuestra princesa. Miró a Aurora y le consultó si le parecía bien.

– Padre mío – dijo la princesa –, nada me haría más feliz que casarme con Benjamín. Si tú lo aceptas yo también lo acepto.

Entonces el rey miró a Benjamín y le dijo que contaba con su bendición para desposar a Aurora. Al decir esto, los presentes aplaudieron y lanzaron vivas demostrando su inmensa alegría. Pero esa alegría no solo se sentía en el salón, sino también en el jardín, pues se comenzó a sentir un aroma exquisito que fue llenando el lugar y llegó hasta el salón del palacio donde se encontraban todos reunidos. Conjuntamente se comenzó a sentir una hermosa canción entonada por un coro proveniente del jardín. Al escucharla, Benjamín dijo que las flores estaban demostrando su felicidad, enviando exquisitos aromas y dulces melodías hacia nosotros. El rey solo hizo suaves movimiento de cabeza de arriba abajo, como dando a entender estar de acuerdo con lo que ocurría. Ante tanta alegría que observaba, fijo la fecha de la boda, y la princesa con el joven jardinero se casaron, y como en los mejores cuentos tuvieron muchos hijos y vivieron muy felices.

Guillermo Gaete - Alfildama ©
04 06 2011

Texto agregado el 10-01-2012, y leído por 165 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-01-2012 Es un cuento tradicional, muy bien redactado, rescato tu sensibilidad para poder poner en palabras tanta ternura. Y yo quisiera un ramo así también, jajajaj! chilichilita
 
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