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Mirinda (capírulo doble por ser Domingo)


Mirinda sentado en el vetusto tren, miraba por la ventanilla pasar las estaciones. Mientras más se alejaba de la Ciudad Autónoma más decaía el paisaje urbano. De preciosos chalets junto a Buenos Aires a ruinosos ranchos tan sólo a 40
kms. La estación de San Miguel y luego la de José C.Paz eran sencillamente deplorables.
Tendría que descender en la próxima estación que era Derqui. Se puso de pié y caminó hacia una de las puertas del vagón.
Cuando el tren se detuvo y comenzó a bajar, vió que una mujer corría hacia él, gritando
—¡Pedro! ¡Pedrito mío! — y lo abrazaba sollozando .

Se quedó inmóvil, sorprendido y en eso llegó un hombre, seguramente el esposo de la mujer, quien al verlo, también lo abrazó, con lágrimas en los ojos. Con voz entrecortada el hombre le preguntó que adónde se había ido. La mujer lo besaba y no dejaba de abrazarlo y de llorar.
El hombre musitaba —¡No es posible! ¡No es posible!

Entre los dos y en medio de muestras de cariño, lo llevaron a una casa casi frente a la estación.

—Tu cuarto está como lo dejaste, Pedrito, hijito mío —le decía ella

Mirinda entró a la casa. Era una casa completamente desconocida para él. El que decían era su cuarto, jamás lo había visto.
Nunca había estado ahí. Mirinda estaba seguro
de ello.
Trató de hablar, de decirles que lo confundían con alguien, que seguramente era un error de identidad, que él no era quienes ellos creían, pero el hombre como adivinando su intención le hizo una pequeña seña indicándole a su esposa.

Mirinda totalmente confundido no dijo nada. La mujer que creía ser su madre corrió a la cocina a preparar el té, según dijo y el hombre quedó solo con él.

—No sé quién eres ni lo que eres, pero ten compasión de mi mujer. Eres igual a nuestro hijo, que murió hace apenas un mes. Quédate con nosotros por favor…—suplicó el hombre
con tanto fervor que Mirinda se compadeció. Asintió en silencio.

Se sentaron a tomar el té que la mujer le sirvió con tanto amor, colmándolo de atenciones y mirándolo con una adoración inexplicable para Mirinda.
Sabía del amor terrestre entre un hombre y una mujer, pero no conocía lo que era el amor maternal.
Ahora se daba cuenta que era un amor totalmente diferente, pero quizás mucho más fuerte…

Cuando saboreaba un último trozo de bizcochuelo,
escuchando el agradable parloteo de la mujer, bajo la mirada atenta y agradecida del marido, golpearon con insistencia a la puerta…

El hombre abrió la puerta y afuera había un grupo de personas que le gritaban al hombre:

—¿Dónde esta Carlitos?

—Los vi que traían a mi abuelo ¿Dónde está?

—No, no era tu abuelo. Era mi sobrino. Yo lo vi

—No, tu sobrino murió el jueves. Ya está enterrado. Era Ramón, mi hermano

—¡Era mi amado esposo! ¡No está muerto!

—¡Calma, calma! ¿Qué dicen? El que traían es mi padre. ¡Lo vi, lo vi…!

El dueño de casa cerró la puerta de un golpe. Ella se levantó de la mesa y trataba de llevar a Mirinda al interior de la casa…

—¡Ven, ven! Escóndete acá. Que no te encuentren, hijito mío…

El hombre tomó a su mujer de los brazos y tratando de serenarla le dijo:

—Esta persona no es Pedrito. No se quién es y tampoco creo que sea Carlitos ni el abuelo de ese joven, ni el esposo de Lucía… Déjalo ir, porque el pobre ya tiene demasiados problemas…

Mirinda besó a la mujer en la frente, estrechó la mano del hombre y salió por la ventana trasera. Un montón de personas lo vieron y corrían detrás de él.

—¡Hijo mío! ¡No te vayas!

—¡Carlitos! ¡Volvé, por favor!

—¡Abuelo, no me dejes!

Todos gritaban creyendo ver en él a la persona querida.
Mirinda corrió velozmente huyendo de esas personas enloquecidas.
Varios autos frenaron de golpe y se bajaron los
conductores, llamándolo también con cien nombres
diferentes. Lo reconocían como el ser querido ausente y perdido para siempre y no pensaban que eso era imposible.

Al fin Mirinda pudo esconderse de sus perseguidores, subiéndose a un árbol añoso. Entre su follaje se quedó quietecito, mientras veía pasar a la muchedumbre llorosa y decepcionada.

No pudo evitar que la congoja lo atrapara. Lloró como jamás lo había hecho…

Texto agregado el 07-01-2012, y leído por 304 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
09-01-2012 no hay duda, mirinda representa a todo lo perdido. hermoso cap. y con gusto te corono con estrellas********** yosoyasi2
09-01-2012 no puedes decir que esto es el final. ¿verdad amigo querido? un abrazo inmenso como mi afecto avefenixazul
08-01-2012 Me emocioné...Mirinda es el rostro del amor de un familiar querido, es sin duda alguien que todos quisieramos tener muy cerca, un gran abrazo por hacernos sentir y emocionarnos con este hermoso capitulo.****** silvimar-
08-01-2012 En Mirinda el reflejo de los seres amados.¡¡¡Què hermoso!!!********** almalen2005
08-01-2012 Maravillosa posibilidad servir para hacer presente, en la vida de cada uno, a sus familiares fallecidos. Es tan sano darles el lugar que les corresponde, sin negar a ninguno... Ellos forman parte de los integrantes actuales y futuros de cada grupo familiar, independientemente de sus actitudes, y de que hayan o no sido queridos; hicieron y dieron lo que pudieron, hay que agradecerles. ¡Loable actitud la de Mirinda, con su llanto parece haber podido empatizar con cada uno! 5* Susana compromiso
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