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Santa Rosalía BCS. Dic. 2011. El ultimo instante anterior a la muerte.


En aquel conjunto habitacional multifamiliar, el vecino del 1-A, declaraba a quien le quería escuchar que, el aroma que le llegaba era de rosas secas, de hojas marchitas y decoloradas bajo la inclemencia del la intemperie.
Aquella, ¿Viuda o madre soltera?, no se sabia, del 3-B, declaro, en cambio, percibir un suave olor a mantequilla derretida, a cobertor usado y no lavado por meses.
La pareja de metiches del 4-B, por su parte, no lograban ponerse de acuerdo; él lo describía como el penetrante aroma de la tierra después de una fresca lluvia, mientras ella, sencillamente decía apreciar el olor dulzón de esencias sintéticas usadas como saborizante de fresas.
Los niños del 2-C, con esa franqueza rotunda que caracteriza a la infancia, dictaminaron que apestaba a huevos podridos.
Mas sin embargo, el vecino de trabajo indefinido, soltero y con fama de mujeriego, que vivía puerta con puerta de los del 2-B, juzgo que a él, el pasillo del corredor, le olía a una rara mezcla de manzanilla, hierba buena esperma derramado y eucalipto, salpicado de un hedor a carne descompuesta.
Los del 2-B, sin embargo no notaban algún olor en especial, ajenos a estas especulaciones, ignorando el desconcierto que provocaba la reunión de sus vecinos frente a su puerta, continuaban discutiendo en la serenidad de su separación.
Ignorantes de la inexplicable pestilencia despedida por el cadáver de lo que fue su amor, y que se había colado bajo la puerta y se instalo en el pasillo para conmoción de sus vecinos, alarmados por aquel hedor a caricias difuntas, a besos no dados que se pudren en los labios.


En aquel sueño, la muerte llegaba de forma imprevista y tranquila.
Se hallaba adornando su casa con motivos navideños, y luces multicolores, subida en una escalera, mientras colgaba una cascada de foquitos resplandecientes en una pared.
De repente, algo fallaba en la escalera, perdía el equilibrio y se venia abajo, se golpeaba la nuca y el desarmador con el que trabajaba, se le clavaba entre las costillas.
En el suelo, se daba cuenta de que la vida se le estaba yendo, al mismo tiempo que crecía la mancha de sangre en el piso.
A medida que la muerte se acercando, se perdía el dolor de una manera serena sin escuchar los gritos de odio acompañados de golpes.
Justo en el momento en que la muerte llegaba a ella, envolviéndole, abrió los ojos a otro sueño, quiso moverse, sólo que el cuerpo ya no le respondió.
Adivino la presencia de aquellas personas, les recordó como quienes le habían abordado con el pretexto de pedir la hora y después hicieron plática mientras caminaba rumbo a su casa.
Eran ellos quienes sin previo aviso, le empezaron a golpear a puño cerrado y patadas, según para dar ejemplo de que debía comportarse como machito y no andar pervirtiendo a la gente, además de repartir el SIDA.
Les escucho hablar en voz baja, la sangre saliéndole del oído, no es buena señal.
Esto lo arreglamos ahora, le metemos algo en el cuerpo y ya.
Sintió como el tomaban el pulso al tiempo que exclamaban; No va a hacer falta que arreglemos mucho…ya no pudo escuchar más o simplemente, ya no le importo, porque prefirió volver a otro sueño.
Una luz iba creciéndole dentro, taponando las heridas que los golpes habían abierto, hasta que al final, se convirtió en aquella luz blanquísima, que le abraza de una forma totalmente indolora, serena, produciéndole algo parecido a aquello que, en ciertas ocasiones, había escuchado describir como la felicidad.
Aunque ahora, testigo de una muerte entupida e inútil.


La oscuridad, los espacios cerrados, los espacios abiertos, la soledad, las multitudes, la soledad entre las multitudes, el machismo, la homofobia, los prejuicios, los miedos interiores, el qué dirán, la falta de tolerancia, las amenazas, las deudas, el desempleo, las llamadas exigiendo los pagos pendientes, la pobreza, el hambre, el haber nacido en el cuerpo equivocado, la diabetes, las amputaciones, la ceguera, los embargos, la colitis en lugares públicos, la impotencia, el Alzheimer, el desden de tu amante, la esterilidad, las infecciones trasmisibles, los perros enfurecidos, los gatos negros, el café frío, las cucarachas, los ratones, el mar, el desierto, la ignorancia, las masas enloquecidas, la locura, la perdida de la auto estima, la violación, la ausencia de seres queridos, la mala suerte, la mala muerte.
El dolor antes de la muerte, la mala muerte.
El ultimo instante anterior a la muerte.
No el instante posterior a la muerte, que no es un instante, no, la muerte que es el fin de todos los miedos.

Desde mi rincón existencial, que es el ovillo de Ariadna, en los atardeceres en que levanta vuelo la lechuza de Minerva.
Andrea Guadalupe.

Texto agregado el 16-12-2011, y leído por 104 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-12-2011 Por ser nuevo en estos lugares no había tenido la oportunidad de leerte. Y me había perdido de mucho. Sabe conjugar una prosa suelta y misteriosa con una imaginación ferviente. Gracias por hacerme pasar un rato ameno en un ambiente que creas, arcano y sibilino. YATAGAN
 
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