El nuestro es un amor disfrazado de reservas, deteriorado por recuerdos lejanos. Es igual a un escenario donde a diario repetimos la misma pantomima. Todos engalanados y perfumados, a veces, de aromas ajenos. Caminado de frente y con el semblante bajo.

Miles de zombis atacan la Ciudad de 8 a 10 de la mañana programados para el agandalle y la destrucción del prójimo. Caminan, suben y bajan de camiones como puercos acorralados bajo voluntades ajenas.

Insultando y metiendo codazos a sus semejantes, cuyos cuerpos muertos crujen exigiendo un poco más de espacio. Taconeo matutino e incesable (ruidos de la Ciudad que despierta) el sonido inconfundible de sueños que mueren frente a los ojos. Es el precio de la supervivencia.

Horas que se multiplican para llegar a un plural infinito (la marcha no termina).

¡Bienvenido a la oficina de zombificación! Firme aquí abajo y olvide todo lo que un día se atrevió a soñar que sería, no lo recuerde, no lo mencione, ni siquiera lo piense, es más… olvídese del lujo innecesario de pensar. Sólo corra, ábrase espacio en el infierno y provoque el milagro de mover esta Ciudad-Monstruo. Quizá, con mucha suerte, usted encuentre a alguien con vida entre tanto cuerpo muerto. Quizá, algún día volvamos a mirarnos a los ojos.

Nuestro amor con esta Ciudad, de verdad… es un amor extraño.