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Ramón Ayala, también llamado el gallego Ayala o Ayalita, era un joven anarquista. Había llegado de España a Buenos Aires, allá por 1916 en un barco llamado “El provenir”. Ayalita, de 15 años, subió como polizón y fue descubierto por un marinero anarquista llamado Bolaño, que se encariño con él y lo protegió y cuido y sacio en su cuerpo deseos sexuales y susurro en sus oídos palabras de amor. Para Ayalita fue todo un descubrimiento. Con Bolaño conoció la intensidad de la pasión sexual y a Bakunin , Kropotkin, Reclus, Proudhon y Malatesta . Compartía con Bolaño noches de lectura luego del sexo.
Llegado a Buenos Aires, Bolaño contacto a Ayalita con sus camaradas de la FORA y estos le facilitaron las cosas para conseguir empleo como estibador en el puerto de la Boca. Allí conoció a Serguei Ojarin, un camarada ruso de intensos ojos azules y una brutalidad terrible. Ayalita cayó fulminado ante la mirada del ruso y en una noche de borrachera de Serguei se acostó en su cama, mamó su verga y se entrego a él como una geisha complaciente.
Una noche el ruso de duras facciones le dijo al gallego mientras lo montaba
-te amo.
Y Ayalita se deshizo ya que jamás hubiera esperado de aquel hombre un gesto tierno o una palabra dulce. Una tarde de enero de 1919 Serguei arranco a Ayalita de la pensión y lo llevo hasta los talleres Vasena a balearse con los esquiroles y la policía. Después de aquellas jornadas Serguei juro venganza y Ayalita se conjuro a acompañarlo. Una noche prepararon una bomba casera y la dejaron apoyada sobre la mesa. Ellos excitados por la inminencia de aquel acto de justicia fornicaron salvajemente.
La mesa cedió y la bomba golpeo contra el piso. Estallo aquel cuarto de pensión despedazando los cuerpos desnudos de Ayala y Ojarin.
Entre los restos de piel, los miembros y la sangre, apretados en los deods de lo que fue la mano de Ayalita, se encontró una copia de la carta de Mijaíl Bakunin a su hermano Pablo. Allí se podía leer:
“París, 29 de marzo de 1845.
...Créeme, amigo, la vida es bella; ahora tengo pleno derecho a decir eso, porque he cesado hace mucho de mirarla a través de las construcciones teóricas y a no conocerla más que en la fantasía, porque he experimentado efectivamente muchas de sus amarguras, he sufrido mucho y he caído a menudo en la desesperación. Yo amo, Pablo, amo apasionadamente: no sé si puedo ser amado como yo quisiera serlo, pero no desespero, -sé al menos que se tiene mucha simpatía hacia mí-; debo y quiero merecer el amor de aquella a quien amo, amándola religiosamente, es decir, activamente -está sometida a la más terrible y a la más infame esclavitud- y debo liberarla combatiendo a sus opresores y encendiendo en su corazón el sentimiento de su propia dignidad, suscitando en ella el amor y la necesidad de la libertad, los instintos de la rebeldía y de la independencia, recordándola a sí misma, al sentimiento de su fuerza y de sus derechos. Amar es querer la libertad, la completa independencia del otro; -el primer acto del verdadero amor es la emancipación completa del objeto que se ama-; no se puede amar verdaderamente más que a un ser perfectamente libre, independiente, no sólo de todos los demás, sino aún y sobre todo de aquel de quien se es amado y a quien se ama. He ahí mi profesión de fe política, social y religiosa, -he ahí el sentido íntimo, no sólo de mis actos y de mis tendencias políticas, sino también, en tanto que puedo, el de mi existencia particular e individual- porque el tiempo en que podrían ser separados esos dos géneros de acción está muy lejos de nosotros; ahora el hombre quiere la libertad en todas las acepciones y en todas las aplicaciones de esa palabra, o bien no la quiere de ningún modo. Querer, al amar, la dependencia de aquel a quien se ama, es amar una cosa y no un ser humano, porque no se distingue el ser humano de la cosa más que por la libertad; y si el amor implicase también la dependencia, sería la cosa más peligrosa y la más infame del mundo, porque sería entonces una fuente inagotable de esclavitud y de embrutecimiento para la humanidad. Todo lo que emancipa a los hombres, todo lo que, al hacerlos volver a sí mismos, suscita en ellos el principio de su vida propia, de su actividad original y realmente independiente, todo lo que les da la fuerza para ser ellos mismos es verdad; todo el resto es falso, liberticida, absurdo. Emancipar al hombre, he ahí la única influencia legítima y bienhechora. Abajo todos los dogmas religiosos y filosóficos -no son más que mentiras-; la verdad no es una tontería, sino un hecho, la vida misma es la comunidad de hombres libres e independientes, es la santa unidad del amor que brota de las profundidades misteriosas e infinitas de la libertad individual...”

Texto agregado el 14-12-2011, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


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