Todavía no había comenzado a escribir, pues para variar las ideas no tienen ni lugar ni hora para hacer su aparición, en fin, mi inspiración estaba negada aquella noche… Por más que recordaba y recordaba, no acertaba que escribir, ¿Ahora qué?, Ni modo, no era mi momento… De pronto, ¡Plaff! Una llamada telefónica, Por un momento, desconocí la voz, pero al contestar el amable saludo, me di cuenta de que se trataba de Miguel, un amigo, de inmediato pensé que se trataba solo de una llamada de cortesía o algo parecido, pero la sorpresa aumentó al comenzar a platicarme acerca de que hace poco tiempo había comenzado a leer una de mis historias… ¡Creo que fue la primera que escribiste!, -dijo-, Quedándome casi mudo, solo escuché por el teléfono como mencionaba con agrado lo mucho que le había gustado mi redacción… Si por lo menos, esto lo pudiera escuchar mi padre, otra cosa hubiera sucedido… y él que decía, que todo lo que yo escribía era solo una gran pérdida de tiempo, que nadie se tomaría ni un momento para leer el contenido… ¡Por fin, alguien, había leído! A partir de ese momento, ya no escuche nada más, pues en mi cabeza solo revoloteaban una y otra vez las frases, ¡Si uno lo hizo, podrían ser más! En microsegundos, mi ego subía y se elevaba a los confines recónditos del universo, esta vez no era un alumno el que me decía estas palabras, sino un lector.
De mi cabeza brotaron un millón de historias, países lejanos e inexplorados, gente extraña, pero sobretodo, por algunos instantes volví a recobrar la intensidad de lo perdido, de aquel sueño que se fue con un “no sirve” y que volvió con un “me gusta”.