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Inicio / Cuenteros Locales / Enrique_Orellana / El ángel de la guarda de Juanito

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—¡Mamá, mamá! –gritaba Juanito mientras corría a encontrarse con su madre.
—¿Qué pasa, mi amor?
—¡Una araña en mi zapato!

Gina tomó la mano de su hijo y con prisa fueron al dormitorio del niño. Ella se arrodilló cerca de los zapatos en tanto Juanito asomaba sus ojos temerosos por detrás del brazo de su madre. Gina sacó su lápiz de entre su cabello recogido y hurgó los zapatos.

—¡Ajá, aquí estás! —le dijo al minúsculo arácnido escondido. Sacó un trapo de su delantal y lo extendió en el piso, luego cogió el zapato, lo giró bocabajo y lo golpeó sobre la tela con el propósito de expulsar a la pequeña araña. El insecto cayó y comenzó a correr, Juanito dio un grito, Gina con rapidez envolvió al insecto teniendo cuidado de no matarlo.
—Ya, mi amor, no pasa nada —calmó a su hijo mostrándole la bolsa de tela que había hecho para asegurarle que la tenía atrapada.
—Mamá ten cuidado, te va a picar.

Se acercaron a la ventana, y después de abrirla Gina sacudió la tela.

—¿Por qué no la mataste, mamá? —preguntó extrañado Juanito.
—Es una criatura de Dios, sólo la he alejado de nuestro departamento para que Dios se encargue de él.
—Mamá, ¡qué susto! Cuando quise ponerme mis zapatos se cayó mi peluche y cuando lo levanté vi a la arañota en mi zapato.
—Tu ángel de la guarda te ha salvado.
—¿Mi ángel de la guarda, mamá?
—Sí. Todos los niños tienen un ángel a su lado que los cuidan de los peligros.
—Pero yo no he visto a nadie a mi lado.
—Los ángeles son invisibles, nuestro amoroso Dios ha destinado uno para ti.
—¿Y siempre me va a acompañar y proteger?
—Sí. Ahora ve a jugar que yo todavía tengo que terminar de limpiar mi oficina.

Juanito se fue aliviado, pensando en ¿cómo sería su ángel de la guarda? Se imaginó como un niño más grande que él, pero luego cambió de idea y se lo imaginó como su maestra, ella era buena, le trataba con cariño y siempre estaba atenta a que nada le pasara.

Los días transcurrían y Juanito descubría que efectivamente su ángel de la guarda lo protegía de cualquier peligro. Una vez en el colegio estuvo viendo jugar a sus compañeros con una pelota, de pronto una mariposa pasó delante de su cara y se posó al otro extremo de la banca en la que estaba sentado, se acercó para cogerla, en ese momento escuchó un golpe detrás de él, la pelota había impactado contra el respaldar del sitio que antes había estado, «por poquito y me hubiera caído la pelota», se dijo aliviado; volteó para seguir con su propósito de atrapar a la mariposa, pero ésta ya no estaba, la buscó con la mirada por todos lados sin ningún éxito. Para Juanito ella se había esfumado. Pero la mariposa volaba lentamente muy por encima de Juanito, el único lugar donde no buscó, sin embargo él se imaginó que su ángel de la guarda había tomado la forma de aquella mariposa para salvarlo de aquel seguro pelotazo para luego desaparecer.

En una clase de religión la maestra les habló de los ángeles y cuando mencionó a los de la guarda y de sus encomiendas divinas de cuidar de todo niño la mayoría de niños tomaron atención.

—¡Señorita! —pidió hablar un niño alzando el brazo.
—Dime Felipe.
—Un día casi me muerde un perro, pero mi ángel de la guarda me salvó.
—¡Señorita! —pidió la palabra una niña.
—Dime Rosita.
—El otro día manejando bicicleta estaba por cruzar una esquina pero la cadena se salió, me detuve y en ese momento un carro pasó a toda prisa. Mi ángel de la guarda hizo eso en mi bicicleta para salvarme.

Algunos otros niños se animaron a contar sus historias haciendo que creciera la confianza de Juanito de que efectivamente su ángel de la guarda lo salvaría de cualquier desgracia.

Era domingo cuando Gina y su pequeño hijo Juanito se fueron muy temprano a visitar a la abuela. La anciana ya estaba en la puerta cuando llegaron. Saludó a su hija con gran afecto y, al ver a su nieto, le abrazó muy fuerte diciéndole cuánto le había extrañado y lo mucho que le quería; luego le dio un amoroso beso en su frente, e inmediatamente los invitó al comedor para que se sirvieran del almuerzo que con mucho cariño había preparado para ellos.

La comida estaba sabrosa, Gina y su hijo no paraban de alabar la buena sazón y de comentar sobre su trabajo y de las buenas calificaciones de Juanito. Al terminar, y durante la sobremesa, la abuela contó anécdotas de las travesuras de Gina cuando era niña y de cómo un día se le dio por caminar por el tejado. La travesura casi le costó caro cuando dio un traspié y se cayó. Milagrosamente no le pasó nada grave, solo el susto de sus padres y un pequeño rasguño en el codo.

—¿Es verdad mamá? —preguntó Juanito.
—Sí, es verdad. Mi ángel de la guarda me salvó de algún modo —respondió Gina.
—Es por eso que ahora tu madre dicta conferencias sobre ángeles —le dijo la abuela a Juanito.

Entonces Gina le explicó a su hijo sobre Dios, de cómo creó a los ángeles, de los diferentes tipos, de la Biblia y de las tareas encomendadas por el Señor.

Un sábado por la tarde tocó la puerta Amanda, una joven que se encargaría de cuidar a Juanito.

—Juanito, me tengo que ir. Amanda se quedará para cuidarte.
Mientras Gina se ponía su abrigo, su hijo hacía lo propio con su capa de superhéroe que le habían regalado en navidad.
—Hola, Juanito —saludó Amanda—. Sí que eres un superhéroe.
—Hola —respondió Juanito.
—¡Adiós, cariño! Mamá se irá a trabajar y nos veremos más tarde. Haz tus deberes, ¿si?

Gina le dio un beso a su pequeño y salió con destino a su conferencia.

—Me iré a mi habitación a hacer mis tareas —le dijo Juanito a Amanda.
—Bien, Juanito, si me necesitas estaré en la sala viendo el televisor.

En el gran salón de conferencias todo estaba dispuesto, los concurrentes se quedaron en silencio cuando la anfitriona presentaba por el micrófono a la conferencista.

—Señores y señoras, la Dra. Gina Villalobos tomará la palabra para exponernos el tema que hoy nos ha reunido: Los ángeles de la guarda. Démosle una calurosa bienvenida con fuertes aplausos.

Los presentes aplaudieron con afecto a Gina, luego ella se acercó al micrófono.

—Gracias damas y caballeros. Pablo Perera Velamazán en su ensayo Un ángel posó su dedo sobre nuestros labios, escribió:
«Se dice, y algo de verdad no puede dejar de haber en ello, que, antes de nuestro nacimiento, antes de que nuestra madre nos dé a la luz de este mundo, hay un ángel, que, al cabo, será nuestro ángel de la guarda (o ángel custodio), que apoya uno de sus dedos, el índice en concreto, sobre nuestros labios que aún se forman, sin estar aún manchados por las palabras, y nos dice al oído, que no conoce de las palabras de los otros sino una vibración acuosa, muy despacio y bajito: Calla, no digas lo que sabes.»

Gina dejó de leer y mirando a los presentes dijo: «ahora sabemos porque tenemos esta hendidura en el labio superior», el público rió.

Mientras tanto, en la habitación de Juanito, una brisa entró por su ventana levantando a medias las cortinas, «mi ángel ha venido a jugar conmigo», pensó de inmediato. En eso, la puerta que estaba entreabierta se juntó cuando otra brisa pasó por la ventana. «Mi ángel quiere que lo siga», sonrió y se dirigió a fuera de su habitación.

Gina prosiguió:
—Cuando niños tenemos los ojos de la inocencia que nos permite ver con claridad a nuestro protector, seguramente ustedes jugaron con ellos, pero ahora de adultos, en la gran mayoría, han perdido esta capacidad de verlos.

Juanito miró a todas partes buscando a su ángel. «¿Dónde podrá estar?», se preguntó en su insistente búsqueda.

Gina continuó con su parlamento:
—Pero no todo está perdido, aún podemos darnos cuenta de su presencia si prestamos atención a esas voces que seguramente muchos de ustedes han oído cuando pensaban en un problema. Como salido del fondo de vuestros pensamientos, una idea se presenta como la solución a su predicamento. Esa idea es la voz de sus ángeles. —Los participantes asentían con sus cabezas y se decían unos a otros que aquello era verdad.

Juanito bajó por la escalera unos peldaños, se detuvo al ver a su niñera sentada en el sillón viendo el televisor «no pudo haberse ido al primer piso porque Amanda le hubiera visto», pensó. Retrocedió al segundo piso y rebuscó. Esta vez sus pequeños ojos se detuvieron mirando a la puerta del altillo, «seguro que entró al desván», se dijo.

Gina seguía en su conferencia:
—Mi pequeño hijo Juanito, me suele contar de todas esas veces que su ángel de la guarda lo ha salvado de pequeños accidentes, de lo cual me siento maravillada y me hace creer con más intensidad en la palabra del Señor y en su magnífica creación. —La concurrencia aplaudió con efusividad.

Juanito, una vez dentro del desván, buscó con la mirada sin hallar a nadie. Unos pequeños golpecitos por fuera le movieron a ver por la ventana, unas cuantas palomas estaban picando las tejas, alimentándose de algo. Juanito se imaginó que su ángel las alimentaba. Abrió la ventana y se deslizó para encontrarse con su guardián alado. Las palomas se alzaron en vuelo asustadas.

Gina miró a la concurrencia de un extremo a otro mientras decía:
—Con seguridad, en estos momentos, su ángel está con él, jugando, vigilante de que nada le pase. Y eso, damas y caballeros, me da la tranquilidad de que mi hijo está en buenas manos pues los ángeles son la perfecta creación de Dios, y todo aquel que cree en él siempre estará protegido.

Juanito recordó la historia que su abuelita le contó sobre su mamá cuando se cayó del tajado y no le pasó nada. El pequeño siempre estuvo tentado de volar, de saber lo que se sentía estar volando. Se dirigió al borde y se preparó, miró por última vez por donde habían estado las palomas, sonrió a su ángel de la guarda y le dijo: «mírame cómo vuelo, atrápame y ayúdame a volar muy alto». Y se lanzó.

Gina termina su conferencia con estas palabras:
—Quiero terminar con este pasaje bíblico —Gina bajó su mirada para leer su documento—: En Job 38 Jehová convence a Job de su ignorancia respondiéndole desde un torbellino, diciéndole con una pregunta: ¿Quién puso su piedra angular cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios? —Gina alzó su mirada a los asistentes y continuó—: damas y caballeros, esas estrellas del alba eran los hijos de Dios, los ángeles; escúchenlos, ellos están aquí para ayudarnos. ¡Gracias! —Los presentes se pusieron de pie e irrumpieron en aplausos.

Gina salió del recinto donde expuso su conferencia muy contenta y satisfecha de regreso a su casa.

Mientras se acercaba a su residencia veía con extrañeza una sombra sobre el marco de la puerta principal. Detuvo su vehículo y tan pronto se apeó dio un grito de horror, su hijo inerte pendía ahorcado con su capa, la que se hallaba atascada del otro extremo en un clavo saliente del tejado.

Texto agregado el 17-10-2011, y leído por 306 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
31-05-2020 Gracias Steve por tus comentarios. EnriqueOrellana
31-05-2020 Previsible el final. El.mundo no es perfecto. Los niños viven en la fantasía. Hay que cuidarlos. Cinco aullidos Steve
26-10-2011 Tu cuento es muy claro y de buen gusto. Creo que le falta un poquito mas de intensidad porque, te soy sincera, ya me imaginaba el final cuando estaba por la mitad de tan grata narrativa. inkaswork
20-10-2011 Atrapas al lector en una variada cantidad de sensaciones. Muy buen cuento. chilichilita
19-10-2011 Terrible. Muy bien escrito. Felicitaciones. YATAGAN
 
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