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El portazo resonó en la cabeza de Silvia como si del sórdido trueno de un disparo se tratara. Ella permanecía sentada en el sofá, con la mirada perdida en algún punto indeterminado del cuadro que adornaba la pared de enfrente, divagando entre lo que acababa de suceder y la idea de lo que vendría a partir de ahora. Llevaba más de media hora sin moverse, en la misma postura, con las manos cruzadas sobre su regazo e inclinada sobre si misma. No alcanzaba a comprender que había ocurrido, la cabeza estaba a punto de estallarle, no sabía si había perdido la cordura o estaba a punto de traspasar el límite entre lo real e irreal en cualquier instante. Lo cierto era que tras esa puerta, tras ese portazo, se habían marchado los últimos cuatro años de su vida, y aún no sabía el por que.
Paco se había marchado para siempre, ese era el hecho que provocaba que su mundo de ilusiones y sueños se hubiese desmoronado aquel día ¿o acaso las ilusiones y los sueños habían acabado mucho antes sin que ninguno de los dos lo supiera?. Le había dicho que se iba hacía poco más de una hora sentados los dos en el sofá. Nada de escenas de histerismo ni de dolorosos reproches, con calma y frialdad premeditada simplemente le había comunicado que se marchaba, que pensaba que era lo mejor para los dos. Todo muy comedido, muy civilizado, tal como en realidad había sido la relación entre ellos durante los cuatro años que habían convivido bajo el mismo techo. Mientras el preparaba su maleta, Silvia se había sentado en el sofá y allí se había quedado, incapaz de decir nada, de preguntar nada. Tal vez hubiese preferido una escena, poder gritarle, preguntarle, reprocharle, sacar fuera de si toda la frustración, los temores y los rencores que albergaba dentro de su corazón, pero no había sido capaz. Ahora se había quedado definitivamente sola en la penumbra de aquel apartamento que en realidad nunca había considerado suyo del todo. Alguien dijo alguna vez que se puede matar al soñador pero no al sueño, entonces ¿quien había matado su sueño y como?
Lo peor, la sensación que de verdad la mantenía en aquel estado medio catatónico, era descubrir que en el fondo de su corazón no lo lamentaba, que incluso sabía que en cualquier momento aquello iba a suceder, pero ¿por qué?, esa era la pregunta que la atormentaba. No alcanzaba a comprender como su relación, que todos sus amigos y ellos mismos habían considerado como perfecta, se había resquebrajado hasta aquel punto sin retorno. Comenzó a recordar el principio de los tiempos, de su tiempo, y ahora sí que no puedo evitar que su mirada se nublara por completo. Se habían conocido seis años antes, durante una exposición de óleos que una galería había dedicado a la obra de Paco. El lo tenía todo, apuesto, simpático, dulce, encantador y además representaba el estilo de vida bohemia que tanto seducía a Silvia. Ella se había dejado enamorar fácilmente, unas cuantas citas, un par de cenas con velas en casa de él saboreando algún rioja de reserva y esa mirada en la que ella deseaba perderse cada anochecer. De amigos habían pasado rápidamente a ser amantes, saltándose quizás algunos pasos por el camino, pero que bonito era amanecer a su lado después de una noche de lujuria y pasión desenfrenada, los primeros rayos de sol parecían tener un brillo diferente si los contemplaba mientras el la abrazaba, acariciaba su pelo y susurraba a sus oidos bonitas palabras de amor. Vivieron en un sueño durante dos años, nada parecía capaz de alterar aquel paraíso terrenal en el que no había sitio para nadie mas. Citas a escondidas, llamadas furtivas de el mientras ella estaba en la oficina, paseos románticos a la luz de la luna. Cada frase, cada mirada, eran pequeños fragmentos de poesía que se dedicaban el uno al otro y elevaban sus sentidos abandonando sus cuerpos hasta encontrarse en un mundo de sensaciones..
Tras esos dos maravillosos años, habían decidido seguir avanzando en el sinuoso y siempre complicado camino de las relaciones sentimentales, y decidieron compartir piso. De esa manera ahorraban gastos y además emprendían la aventura de la convivencia. Al principio todo había sido perfecto, no solo habían mantenido vivo todo lo que habían compartido hasta ese momento sino que además lo habían intensificado con el hecho de tener que compartir un espacio común.
¿Cuando entonces había comenzado la cuesta abajo?, era lo que Silvia no dejaba de preguntarse sentada en aquel sofá. Intentaba retroceder en su pensamiento, había un momento, creyó discernir entre vagos recuerdos en que esa magía y esa complicidad que había caracterizado su relación se había difuminado, si no perdido. La monotonía parecía haberlos engullido. Las llamadas furtivas de Paco habían cesado, las cenas románticas improvisadas también habían desaparecido. Incluso hacer el amor se había convertido en algo rutinario y casi programado de antemano. El fuego, la pasión, todo aquello que los había convertido en una pareja única hacía mucho tiempo que ya no estaba presente en sus vidas, en su relación.
Después vino la época en que Paco se había enfrascado completamente en su pintura, lo cierto es que llevaba tiempo sin vender ni un solo cuadro y eso lo alteraba hasta límites insospechados. Se encerraba en su estudio durante horas y horas en busca de la inspiración divina, o como el solía decir “necesitaba saltar por encima de las brumas del aburrimiento” para ser capaz de crear algo que tuviera alma. ¿Y a qué se refería cuando decía aburrimiento?, ¿a ella? ¿a su relación?, ¿por qué todas aquellas interrogantes le hacían sentir aquella sensación de vacío en su interior?, quizás para ser feliz en el amor uno debe saber sin cegarse, como cerrar los ojos, y ellos no habían sabido. Silvia se había entregado por completo a su relación con Paco, casi había llegado a idolatrarlo. Ella también tenía sus inquietudes, también ansiaba encontrar ese espacio vital, pero para ella eso solo podía ser el complemento a su relación con Paco, en cambio para él, la búsqueda de su karma era algo en lo que finalmente ella no tenía cabida, es curioso comprobar como las pequeñeces matan los grandes amores.
Cuanta tristeza empezaba a sentir ahora Silvia en el fondo de su corazón al recordar todo aquello, lo seguía amando de eso no tenía la más mínima duda, pero la puerta se había cerrado definitivamente. Sabía que no había vuelta atrás posible, que era un adios definitivo. Con los ojos arrasados por las lágrimas se levantó del sofá, se acercó hasta la puerta, puso una mano sobre ella y con la otra agarró el pomo. Permaneció así unos segundos, quería salir corriendo tras él, decirle que todo podría volver a ser como antes. Después soltó lentamente el pomo, se llevó la otra mano a la boca, y con ella lanzó un beso hacia la puerta, giró sobre si misma y volvió lentamente al sofá. Justo en ese momento, al otro lado de la puerta, Paco sacó la llave de la cerradura que había estado a punto de abrir, para volver a entrar en aquella casa y pedirle a Silvia que recuperaran la magia, pero no lo hizo, y con su equipaje al hombro comenzó a bajar las escaleras.


Silvia se despertó agitada, con la respiración entrecortada, sollozando y empapada en sudor. Miró durante unos segundos al techo tratando de calmarse y despues miró el reloj de la mesita, eran las cuatro y veinticinco de la madrugada. Se giró hacia su derecha, allí acostado a su lado, dándole la espalda estaba Paco. Al notar que se movía inquieta, el se dió la vuelta, y quedaron los dos mirándose fijamente a los ojos, no necesitaban decirse nada, sus miradas lo decían todo. Justo en aquel momento, ambos comprendieron lo que iba a suceder aquel día.

Jayro, Julio de 2.002

Texto agregado el 15-09-2002, y leído por 487 visitantes. (2 votos)


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