En 1948 el prometedor novelista de origen hebreo Emil Silvertein, habiendo con todas sus letras sobrevivido a aquel estado de la muerte instaurado por el gobierno alemán, se encerró en la casa que había sido de sus antepasados en Suiza a escribir una novela definitiva sobre lo que él llamo el misterio del odio nazi. En los años siguientes por buenos modales no se le molestó y haciendo uso de sus mejores intenciones sus pocos familiares y amigos no insistieron cuando este se negó a salir de su casa, cuando no quiso recibir a nadie además de una ocasional empleada.

Varios años pasó encerrado el escritor, ya había estado encerrado por varios otros mientras duro la guerra, en los campos de la desdicha. En 1957 ya casi olvidado falleció en un incendio, como suele pasar en situaciones así las indagaciones sobre lo sucedido no encontraron las respuestas que muchos hubieran querido, pero eso sí, dejo un campo abierto a grandes y funestas especulaciones: que se había quemado por loco, que las células nacionalistas habían terminado el trabajo que empezaron, que el simple descuido del ya viejo escritor había dejado salir un fuego que por fin le dio libertad…

La verdad que tiene fama de perezosa, al parecer se había quedado dormida esta vez, pero algún guiño hizo en el funeral, donde un amigo del difunto, otro escritor judío viejísimo como el recién muerto, sacó de su bolsillo un papel casi tan arrugado como él mismo y dijo unas palabras con voz raída a la escasa concurrencia: "Aquí yace el cuerpo del hombre que como pocos con su vida logró su cometido final, dejó escrita en la memoria la más grande historia de misterio de la raza humana". Y luego se retiró para perderse en ese día nublado de mayo, no sin antes hacer una venia y lanzar el amarillento papel donde casi ya no se veía de gastada el águila de la wehrmacht que quedo cubierta de tierra, uno de los símbolos más conocidos del tercer reich.

J. U.