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El Tiempo Es Relativo

El tiempo es relativo, según Einstein. De la perspectiva divina, el tiempo no es más que un mero sistema de medición de los mortales, y para los mortales, sin significación en un mundo infinito, sin principio ni fin. El tiempo es relativo. El tiempo es mortal. El tiempo existe solo si quieres que exista.

La Madre

Por un lado, en la habitación más grande de la casa blanca (por supuesto que no hablamos del edificio presidencial de USA), Marta, la madre, esposa, y co-proveedora de una familia de clase media, se desvela escondida entre las sábanas de su cama de dos plazas, con su pequeña hijita de dos años afiebrada a unos escasos centímetros, quejándose entre sus intentos por conciliar su inocente sueño. Marta a penas respira, queriendo hacer lo posible para no despertar a la pequeña que recién ha cesado de llorar. Las lágrimas le han llevado a un profundo estado de cansancio. Horas luchando contra la jaqueca inexpresable a esa edad. Solo le queda el llanto y los gritos, pero hasta eso ya se le ha agotado. Casi desmayada logró cerrar sus ojos y tras el delirio y el recuerdo de su música infantil pudo ‘‘apagar las luces’’ y soñar.
Marta quiere dormir. No puede. Simplemente no puede. Le es imposible descansar con su hija en ese estado. ¿Y si fuera cáncer? Ella conoce… ha oído casos en los que una fiebre anuncia un tumor alojado dentro del cráneo. Hoy día pareciera estar de moda el cáncer. Moriría. Definitivamente moriría con una noticia así. Antes que muriera su hijita, ella moriría. No soportaría verla sufrir de esa manera. Pero quizás está siendo muy dramática. Si, que pelotudez ser tan melodramática al pensar así. Trágica. Eso es lo que es. Acostumbrada a que todo lo que la rodea se caiga a pedazos. A excepción de su matrimonio… su familia en si… todo lo que la rodea se ha ido al carajo. Estudios, trabajo, familia de origen, negocios… etc.
Ya debería dormir, si. Es tarde, y mañana será un largo día. Por supuesto que se iniciará con una visita al médico para consultar el estado de Emilia (la bebé), y luego… bueno… lo de todos los días.
Marta cierra los ojos, y cree comenzar a entrar en el mundo de los sueños, cuando a su lado, su hija despierta de golpe, llorando y llamándole a gritos.

La Habitación Azul

Por otro lado, en una cama desarmada por completo, unos auriculares interpretan un murmullo indescriptible en la penumbra de la habitación azul. La ínfima separación de las cortinas deja entrar un poco de la luz callejera.
El hijo. El hijo no duerme. El hijo varón, repudiado por su padre ahora en su juventud, como es la costumbre, se desvela bajo las dudas existenciales. ¿Quién soy?, ¿A adónde voy?, ¿De dónde vengo? Claro que no. Hay cosas más importantes que esas para un joven universitario.
Su mente transita por sus caóticas redes neuronales, tras sinapsis nerviosas que no hayan respuestas claras. Todo es cuestionable, y el no piensa en la filosofía. Sus estudios van bien, pero no lo satisfacen. No soporta más el techo bajo el que vive, pero depende plenamente de la provisión paterna. Su novia le engaña con su mejor amigo, aunque el en realidad ya no siente mucho por ella… y su mejor amigo… no es su mejor amigo. No, la verdad es que estos problemas ni siquiera merecen su tiempo de sueño, pero aún así no logra juntar los párpados, y Radiohead no cumple su cometido al no lograr inducirle un estado de somnolencia, sino más algo de depresión.
‘‘This isn’t happening. I’m not here. I’m not here’’, dice la canción en el susurro traumático de How To Dissapear Completely (And Never Be Found Again), tras esa atmósfera cargada de tristeza que rodea a la banda.
El mira al techo, con el MP4 entre sus manos, las piernas sobre el cobertor que se encuentra mitad sobre la cama y la otra mitad fuera. Tiene sueño. Esta cansado. Quiere dormir. No puede. Lo intenta. No puede. Casi lo logra. No puede.
Si. Al cabo de sus pensamientos toma algunas decisiones. Respecto a su novia y su amigo, hablará con ambos y le dirá a ella que no la quiere, que se vaya con el y que deje de fingir, porque no le importa. A el le dirá que se vaya con ella, aunque le parezca patético que se quede con sus… ‘‘sobras’’. Va a doler.
Respecto a lo otro. Soportará vivir bajo ese techo, porque necesitará los recursos de sus padres para cambiarse de Universidad y de carrera. De este modo, puede que llegue una oportunidad de un traslado a alguna ciudad vecina, o algo más distante, fuera del país quizás. Algo que requiera una pensión o un departamento de soltero.
Si, sus planes le parecen bien. Sonríe en medio de la penumbra de su habitación azul.

Clara Claramente Se Aclara

Clara llora. Las lágrimas le hincharon sus ojos verdes. Los restos del rimel en sus pestañas corren por sus mejillas trigueñas y desembocan en pequeñas posas saladas y oscuras sobre las sábanas.
Ella tampoco puede dormir. Su llanto es ligero. En realidad no son más que unas lágrimas. Unas escuetas lágrimas que revelan el estado tormentoso de su corazón adolescente. Su corazón enamorado. Su corazón amedrentado. Su corazón dividido.
Los problemas de las quinceañeras (o pasado unos años de los quince en realidad) son tan duros como un diagnostico de SIDA a un matrimonio que espera su primer hijo. ¿Agustín o Bruno? He ahí el dilema de la joven Clara, y los nombres que le quitaban el sueño. Casi como en un patético filme para adolescentes (obvio), Clara se hallaba ante la disyuntiva. Nada mas la perturbaba que no poder escoger entre dos amigos a los cuales quería mas allá de la simple, y mera, y común, y normal amistad.
Clara se cubre hasta la cabeza con las sábanas, limpia y cierra los ojos intentando dormir. Pero no puede. Abre los ojos y comienza a pensar, nuevamente, en toda la problemática.
Agustín fue su novio un tiempo. Agustín la engañó. Llegó Bruno. Agustín le pidió perdón. Ella engañó a Agustín con Bruno. Ella también pidió perdón. Se reconciliaron. Bruno insistió. Ella volvió a Bruno, dándose cuenta que también lo quería más allá. Caos.
Clara tomó su teléfono celular y revisó algunas fotos que tenía. Una vieja foto los mostraba a ambos (son compañeros de escuela), Agustín y Bruno, juntos, como amigos. Ella fue la declaración de enemistad.
Trata nuevamente de dormir, pero resulta claramente imposible. Pensó en unas pastillas, y en eso recordó cuando casi murió intoxicada en un intento de suicidio. Superado casi por completo aquel incidente, decidió que mejor no. Podría soportar el insomnio… y aclarar su mente. O intentarlo.

El Negocio Del Insomnio

El sofá nunca le pareció tan duro e incomodo al viejo. Se movía para un lado y para el otro, retorciéndose como gusano, con el saco de dormir para evitar un resfrío, queriendo dormitar al menos unas horitas tras el tedioso día.
Boris se sienta en el amplio mueble tomándose la cabeza con ambas manos. Carajo. No puede dormir. Aún tiene el estómago pesado por el café y el trozo de tarta de piña que tragó hace unas horas atrás después de llegar del trabajo. Tiene la panza hinchada y gruñe de vez en cuando.
No puede volver a su cama, su hija está afiebrada y no quiere molestar. Se aburre del insomnio y decide vencerlo con la televisión. Toma el control y enciende el aparato que inicia las imágenes con el volumen alto. Boris casi al instante pone la TV en ‘‘mute’’ e intenta relajarse. No escuchará nada de lo que la caja diga, pero al menos podrá ver algún partido de soccer o la retransmisión de éste o quién sabe qué mugre darán a esas horas.
El brillo de la pantalla muestra su rostro cansado y los primeros indicios de su barba incipiente. Las ojeras ya tomaron lugar en sus ojos oscuros y pequeños. El cabello negro y canoso, revuelto entre remolinos desesperados por el cansancio.
Se levanta del sofá y fue a la cocina. Abre la nevera y saca un poco de leche. Calienta un tazón en el microondas. Lo bebe casi al seco. Se queda un instante allí. Vuelve al sofá e ignora la televisión.
Los impactos luminosos, el brillo de la pantalla, los cambios de escenas, como relámpagos dispersan los fotones a través de la habitación, marcando la sombra del padre de familia en las cortinas traseras, dibujando su perfil sobre ‘‘las favoritas’’ de Marta. La nariz aguileña, pero no extravagante, dan a aquella sombra un aire de respeto, quién sabe por qué. ¿Respeto de quién en la ausencia de gente en la sala de estar?, ¿Quién sabe…?
Boris maquina dentro de su mente los negocios que tanto estrés le producen. Cada cana era una propiedad en venta. La edad era solo la excusa para lucir su corona gris. Ni siquiera era lo suficientemente viejo para lucir la corona de la sabiduría, pero su trabajo siempre fue complicado. Heredó las dificultades de su padre en el arte de las ‘‘Bienes Raíces’’. Es un excelente corredor de propiedades, y es exitoso, si, pero su trabajo consume su vida. No descansa nunca, porque aún cuando lograba dormir, en sus sueños había descubierto la forma de realizar negocios.
Es una efectiva forma de experimentar con contratos, precisos, movimientos estratégicos que aplicaría al despertar, o desecharía en caso de no dar resultados. Estos excesivos y obsesivos métodos le habían llevado a montar una poderosa sociedad inmobiliaria, casi la mayor de toda Nueva Verona.
Muchas veces despertaba creyendo que los negocios estaban ya concretados, hasta que una llamada, a los días siguientes, de algún socio, abogado, o cliente, le recordaban que todo estaba por comenzar. Pero siempre las cosas salían bien. Por supuesto que había complicaciones, si, siempre. Problemas con el dinero, o una firma. O las típicas letras pequeñas, pero su intelecto volteaba los peores negocios, en las mayores inversiones del año, a cambio de una cana, de una arruga… o de una velada eterna.

Desayuno Zombie

El olor del aceite friendo/quemando los huevos alertó a toda la familia de que Clara había preparado el desayuno.
Marta al fin había logrado hacer dormir a la pequeña Emilia y ahora entraba con un rostro de espanto a la cocina, seguida de Miguel, el hijo mayor, con su rostro de idiota (amargado, no estúpido). Boris estaba sentado en el baño con su MAC, haciendo unas transacciones matutinas.
Clara sirvió casi por inercia el desayuno a la familia. Marta no comió nada y se limitó a un poco de leche cultivada. Miguel devoró su plato, un vaso de jugo, y las sobras de su madre. Luego se unió Boris que bebió un poco de café, embutió los malísimos huevos preparados por su hija y se marchó al trabajo.
Clara tomó una manzana del canasto de frutas, la lavó y se fue a clases. Marta entró a la ducha. Miguel decidió no ir a la universidad. Emilia despertó llorando abrumada nuevamente por la fiebre.

Texto agregado el 29-08-2011, y leído por 159 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-08-2011 Genial. Una noche de insomnio para varios seres en estado de introspección. Un escrito maduro e interesante. Me gustó ***** zumm
 
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