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Vientos y huracanes
andre Laplume

Y yo que siempre supuse que un huracán era joda. Solo un vientito lindo, propicio para pasarla en casita haciéndole mimos a tu amiga. De verdad los veía bonitos o “ricos” como dicen los chicanos por aquí.
Miami, ahora que les cuento está cerquita, es decir que no se encuentra tan lejos como yo la pensaba de jovencito.
No se si estoy de vacaciones –odio la palabra vacacionando-, o si de verdad estoy pensando en quedarme. Pero que bonitos y paisajísticos que se veían los vientos que inclinaban las palmeras hacia el oeste, mientras gigantescas olas inundaban lo que podían cuando las veía desde la camita calentita de mi dormitorio.
Imaginaba a “Don Ricky”, a “Ford” desafiando tormentas y tornados como un gladiador moderno, manducándose una inmensa barra de chocolate de contorno sospechoso, diría que insinuante.
Parecía en mis fantasías un Popeye con cara de dibujito ortomolecular, digo ortomolecular y de verdad que ignoro lo que esta disciplina significa, pero me simpatiza la palabra y por eso la estoy aplicando, ¿acaso no queda bonito?
Moria C, siempre la menciona –a la palabra me refiero-, pero jamás escuché decir de que se trata esta cosa milagrosa que hace revivir a los muertos y mantiene comestible a las divas, y parece que también a algunos divos.
De lejos lo observa con el reloj del taxi funcionando su Olivia. Ella siempre rubia, con un pañuelo que le sujeta el pelo, y un Rolando de aspecto un tanto berretongo colgando sueltito de su brazo. Esta bueno tener toda la torta, mujeres, la que te gusten, sin tener que prometer amor ni ternuras, y si te dan ganitas, probar de otros frutos, quien te dice que no sea bueno, o rico chico, en jerga cubanísima.

Pero aquí estoy, todo un Ricky apendejado. A la vieja le caí en gracia, y como enviudó hace poco le apeteció darse este paseo. Unos días soleados por la Florida, con un acompañante “fané y descangayado”, que disimula con empeño los dolores matinales, más las otras falencias propias del kilometraje,. Se sacó el gustazo, y yo para que te cuento.
Era un Ricky con la cabeza para abajo, sin un peso en el bolsillo, un pende viejo a la hora y turno de pasear los nietos. Pero mi barba blanca recortada con esmero, mas un rostro patriarcal y mis habilidades para hacerle el verso la conquistaron.
Ella solo pretendía compañía –menos mal-, un tipo interesante como para presentarlo a sus amistades en aquellos pagos tropicales.

Después de varios días de recorrida le fui tomando el gustito a la aventura, buenos restaurantes, lujoso hotel, mas las pilchas que la señora me obsequiaba, lograron el efecto deseado. Puse a un lado los pensamientos culposos, desistí de recordar a esa señora mayor, -que por aquel entonces tendría no más de cuarenta años -parecida a Catherine Deneuve, - mi diosa eterna-, para colmo intísima amiga de mi familia, y yo otro tanto de su esposo, que agradecía mis favores de macho joven, con costosísimos presentes, entre ellos de fina ropa y perfumes importados, que hasta el mismísimo Lucien – su esposo- solía halagar.
Pero ahora la cosa se complicaba, no se trataba de un huracancito cualquiera. La televisión mostraba una situación complicada. Esa tarde, fue la última antes del encierro, en que salimos a caminar. Una ráfaga de viento me la puso a Ana de rodillas sobre una vereda de baldosas granuladas. Las rodilleras de su pantalón mostraron que el golpe había sido serio. La pierna derecha mostraba una mancha de sangre y no pudo seguir caminando sin mi ayuda. Había que regresar con premura al hotel y socorrerla.

El hotel lucia transformado y trastornado, estaba clarísimo que se esperaba una gran tormenta y se hablaba de apagones e inundaciones. Ya había personas rescatadas. La cara de Ana era de pánico. Se quejaba de dolor, pero era mayor el miedo que sentía. La ayudé a quitarse la ropa para intentar de curarle sus lastimaduras.Los ruidos de la tempestad que se estrellaba en los contornos del hotel eran angustiantes.
Me había quedado agua caliente del mediodía y pensé en usarla para unos mates. Busqué mi termo en el bolso, el agua estaba aun a punto y después de tomar el primero le puse el mate entre las manos tomándoselas con las mías. No se me ocurrió nada mejor que decirle que solo era una tormenta más, que no debíamos preocuparnos. El sabor y el aroma de la yerba mojada nos devolvían a Buenos Aires, al barrio.

Ella estaba sentada al borde de la cama, conecté la tele a un canal de dibujos animados para no llenarnos con noticias alarmantes. Había algo que me excitaba de esta situación. Ese día ella usaba ropa interior blanca y tenia un cuerpo atractivo. Sentada como estaba parecía una nena asustada. Tenía cara de pánico y yo comencé a acariciarla lentamente. Usé toda mi sabiduría y toda mi experiencia. Comencé a besarla mientras continuaba con mis caricias le decía cosas tiernas al oído mezcladas con obscenidades tolerables. Ella trataba de acompañar mis impulsos, que yo tonificaba con actitudes tiernas y contenedoras.
Estábamos con la nostalgia de su cama en Buenos Aires, el ventanal del dormitorio entreabierto y el movimiento pausado de las cortinas.
Ante los primeros hervores los rostros se transforman. Sus ojos y su rostro se embellecieron, estaban surgiendo los aromas una hembra en celo.

Ana no era mujer de esquivarle al bulto, ni a otras cosas.. Tampoco era morosa a la hora del sexo y del amor. No ocultaba sus deseos ni tampoco sus caprichos. Nada nos impedía satisfacernos mutuamente, éramos compinches en la falta de pudores y nos entregábamos al placer sin contemplaciones. Su disposición y la mía no se permitían atenuaciones.
Esa tarde sería única, incomparable, crucial. Lejos de casa, dibujitos animados, el rostro misterioso de un payaso entre sus piernas, besando sus recorridos, lamiendo la sangre de sus lastimaduras.
El prócer de la barba blanca de rodillas, la disposición sin atenuantes frente al hombre que la deseaba, sus ojos abiertos, sus manos empujando mi cabeza, llevando entre gemidos mi boca hacia el vértice de sus mas ocultos apetitos, al acuerdo de nuestras mayores preferencias.

El devenir de los hechos denostaba la furia de los vientos, el bramido de los huracanes, la luz que se cortaba, el silencio destrozado por la ira natural de la tormenta. Se abrió de piernas para no perturbar mis ofrendas, la oscuridad nos penetraba cuando busqué en su boca meter mis dedos, me besaba y nuestros cuerpos ardían llenos de tensión.
Me volqué sobre su cuerpo, la oscuridad creciente nos ocultaba la ridícula visión de mi rostro empapado en llanto, y de la presencia de un nene brutal, torpe y egoísta, acurrucado temeroso entre la tibieza de sus piernas, lejos del temporal y de sus caricias impertinentes y atrevidas.

Andre Laplume

Texto agregado el 28-08-2011, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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