En el sur bonaerense hacía un frío que despellejaba los pensamientos.

Ni bien comenzó a clarear,ensillé mi caballo y con un trotecito manso me fui adentrando en la inmensa porción de pampa que heredé de mi familia.
Cuando llegué al primer corral de las Aberdeen Angus,una especie de colchón formado por el aliento condensado de los cientos de cabezas de ganado,permanecía suspendido por sobre los lomos de los animales.

Es mentira

Cuando me levanté y corrí las cortinas del ventanal,vi el parque de mi casa pintado de blanco.
Una bruta escarcha cubría los humildes seiscientos metros cuadrados,dándoles un aspecto de Siberia de entrecasa.
Desde su cucha compartida,Renato y Morena me miraron como preguntándome sobre el porqué de su destino perro. Como no tengo respuesta para ese tipo de preguntas y menos en idioma canino,fui hasta la cocina,tomé dos pancitos ,abrí la ventana y se los arrojé.
Grave error.La mano derecha me quedó dura como un antiguo caramelo Mú-Mú.
No lo dudé más.Coloqué dos troncos en la salamandra de hierro y me volví a acostar,tapándome hasta las orejas.
Lentamente voy recuperando la temperatura “intra mantas” que nunca debí abandonar.
Es placentero. Con un solo ojo,mirando por un pequeño espacio libre,veo como la salamandra va tomando un bello color rojizo.
Siento la mano de La Negra que se apoya sobre mi espalda.
Eso me gusta.
La temperatura sigue subiendo.
Y encima es feriado.