El día que dejé de escribir
Ella regresó un día a su ciudad, ambos sabían que lo que se prometieron después del verano se lo llevaría el tiempo, se lo llevaría viento, que todo lo que vivieron fué solo eso, un amor de verano.
Él le prometió enviarle una rosa cada día hasta que sus almas se volvieran a unir, pero no eran rosas, eran cartas, cartas que contaban un cuento que cantaban una canción o simplemente recitaban un poema inspirado en ella.
Él decía que cada día le llegaría un rosa, y que ella mediaría entre los dos la distancia, para que cuando se acordara de él y le doliera la nostalgia, esa rosa sería su silente compañía. En cada carta que le enviara le auguraría tiempos de ventura, pues esa carta había sido compañera de su alma y propietaria de toda su ternura.
Mientras el escribía las cartas como rosas, deseaba ser un mago fabuloso para bajar las estrellas y posarlas en su lecho, quería ingerir aquel fármaco precioso que lo llevaría a estar otra vez con ella, quería que las estrellas iluminaran sus sueños y los de ella.
Aquellos que no tienen fantasía no podrán entender este relato ni los otros, es muy complejo comprender que una carta como rosa pueda acortar la distancia cada día, que al quitar una hoja de papel del cuaderno para escribir la carta sea como quitarle un pétalo a una rosa, como quitarle hojas al calendario para hacer más próxima la hora en que ella volviera.
Las hojas seguían desprendiéndose del cuaderno, la hora llegaba, cada vez era más próximo su regreso, en el décimo día él le regaló una poesía…
Esta es la sexta rosa del séptimo día
que corté del ramo de estrellas
que un día puse para tí
Esta es la rosa del décimo día
que adornará la sala, y el cuarto
de tu alma y la mía
Esta es la rosa que llevará el cartero cada día
para que leas en los pétalos
las cartas escritas con las espinas de la melancolía
Esta es la rosa que no es rosa
es la carta que no es carta
es el alma que no es alma
es la rosa sin pétalos ni espinas
es solo tu recuerdo en las esquinas
es solo la ciudad en calma
es la carta que no es carta
de la sexta rosa del décimo día.
El tiempo fué pasando…. el escritor se fué cansando… sus cuentos publicados en Internet ya nadie los comentaba, eran malos, sus canciones no encantaban, sus poesías ya no hacían soñar más.
Un día él dejó de escribirle y de escribir, ella dejo de esperarlo y de esperar, el calendario se perdió, el jardín se secó, ambos lo sabían el amor de verano había pasado.
Ahora ella busca quien le escriba y él busca a quien escribirle. Acaso querrás ser tu el escritor o tu la lectora?
Yo no escribiré más para que tu no me vuelvas a leer jamás.
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