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¿Quién fue Moya? ¿Quién y qué hizo ese personaje para ser tan popular?. ¡Sepa Moya! y ¡Paga Moya! son parte del acerbo popular para denotar que no se tiene idea de alguna cosa o cuando el Estado, todos los chilenos, debemos finalmente pagar un entuerto, normalmente de algún ministerio o un funcionario de las cumbres del poder.
Por ninguna parte pude encontrar a Moya y su mérito. Diversas versiones y ninguna convincente. Así que decidí hilvanarle una vida y un trajín para completar mi propio imaginario.

PAGA MOYA

Juvencio Eustaquio Moya Catrilao era el típico gañán o peón de fundo para todo servicio. Limpiaba la chanchería, bañaba el caballo del futre, arreglaba cercas y despulgaba la media docena de perros falderos de la patrona. De edad indescifrable, delgado como vara de coligüe, algo encorvado y rengo del pié derecho. Fumador empedernido, con una voz áspera como corteza de quillay, acompañada de una tos de mal agüero, iba regando escupitajos negruzcos cada doce pasos. De pocas palabras, pero atento a cumplir cualquier orden o deseo de los futres y de las mujeres de las casas. Y tenía su fama este gañán.

No aceptaba le nombraran por su primer nombre, Juvencio. Por todos era conocido como Moya o Moyita. Pero su preferencia era le llamaran Eustaquio. Y cuando así le llamaban, caminaba menos encorvado y casi desaparecía su cojera; mostrando a veces su negra y agujereada dentadura en una especie de terrible sonrisa, desplazando el eterno pucho hacia una esquina de la boca rodeada de una incipiente y lampiña barba semi canosa. Eustaquio fue el nombre escogido por su madre en agradecimiento a un patrón de fundo donde sirvió de aseadora por muchos años, Don Eustaquio Eguiguren Valdés, un catalán gordo y de cara colorada que llegó de joven en una de las tantas migraciones de aventureros y busca fortunas desde la Madre Patria.

Don Eustaquio llegó con lo puesto y las ganas de hacer dinero. Recién llegado, se contrató como estibador en Puerto Natales donde dejó todo lo que ganaba en Quintas de Recreo y casas de tías. Pero como tenía la vista fija en hacer fortuna, un día se alistó como voluntario en las tropas pacificadoras de la Araucanía, ganando solo “el rancho”, un par de mantas para cobijarse y una escopeta con abundante munición, más el producto del pillaje que pudiera conseguir. Más de tres años anduvo Don Eustaquio corriendo alambradas y matando mapuche por cuenta de terceros. Y un día decidió trabajar para él. Había conocido a una sobrina de un funcionario del Registro de Tierras y entre sábanas y mistelas la convenció le presentara a su tío. Unas cuantas visitas donde la Tía Melania con el tío como invitado, le redituaron treinta hectáreas inscritas a su nombre y que habían sido propiedad de una familia mentada Paillalef. El trigo se daba abundante y las papas de primera; y como Don Eustaquio no era quedado en eso de los negocios, en poco tiempo ya sumaban varios cientos de hectáreas sus propiedades. Y ya era hombre respetado. Más de veinte sirvientes en su casa patronal, a donde un día llegó a servir Matilde Catrilao, madre de Juvencio Eustaquio Moya Catrilao.

Del padre de Moyita nadie sabía nada. Se decía que había sido un arriero que sirvió a Don Eustaquio trasladando ganado desde los valles de su hacienda hasta los pastos cordilleranos en los deslindes con Argentina; que entre arreo y arreo se metió con Matilde Catrilao y cuando ésta estaba preñada de seis meses, desapareció. Algunos decían que arrancó con una veintena de cabezas de vacuno de Don Eustaquio al otro lado de la frontera. Pero parece que lo más cierto es que se lo echaron en una riña a cuchillo en una Quinta de Recreo en Temuco. El asunto es que Moyita nunca lo conoció y ni falta que le hizo. Creció junto a su madre en la casa de Don Eustaquio haciendo los mandados y atendiendo el caballo preferido del patrón. Hasta los doce años. Cuando comenzó su fama.

Era el único niño sirviente de la casa patronal y como su madre era una de las aseadoras, deambulaba por todas las dependencias donde laboraba su madre. Y un día desapareció un mate de plata que se mantenía en un aparador de la sala de visitas. Ante la furia de la patrona y la rabieta de Don Eustaquio, todos los dedos de las sirvientas apuntaron a Moyita, como le decían al púber Juvencio. Pese a los reclamos de inocencia de Juvencio y la fiera defensa de su madre, la decisión fue sin apelación. Durante cuatro meses Matilde debió trabajar sin paga, solo la alimentación y techo, para pagar el mate y luego debió marchar a buscar otra casa patronal donde trabajar. Fue el primer pago de Moya.

Después de peregrinar en casas de algunos parientes, Matilde y su hijo Juvencio se contrataron en una casa patronal de Colchagua, haciendo los mismos trabajos que hacían en lo de Don Eustaquio. Moyita, pese al malentendido que significó su expulsión de la casa de aquel futre, siempre se sintió orgulloso de llevar su nombre. Y sus púberes pensamientos le hacían anidar la idea de que terminaría hacendado como él, respetado y rico. Por algo se llamaba Eustaquio.

En este nuevo fundo, su dueño, Don Heriberto Larraín, era amante de los caballos de carrera. En Los Andes tenía un ara con treinta pura sangre que según él, algún día le darían gloria, fortuna y poder. Y la esmirriada contextura física de Juvencio le decía que podría hacer de él un excelente jinete, alentado por el empeño que ponía el muchacho en lavar y despulgar los potros. Y llevó un instructor desde su ara al fundo para el adiestramiento del futuro campeón.

Poco le duró el proyecto a Don Heriberto. Una caída del caballo al galope terminó con Moyita fracturado de un tobillo y con una lesión en la columna que lo inhabilitó para seguir en su carrera de jinete. Pero el muchacho seguía sirviendo para los mandados, la poda de plantas y la atención de animales en el establo. No se perdió todo, decía Don Heriberto. Y Moyita tampoco se lamentaba mucho pues nunca se convenció de ser jinete y el trabajo en el fundo le gustaba. Podía atender a su madre y la comida no faltaba.

Allí creció y se hizo adulto. Y también se hizo frecuente cliente de Quintas de Recreo y casas alegres, como buen hombre de campo que era. No podía desmerecer ante el resto de peones y arrieros con los que trataba. Pero siempre parco en palabras, casi inadvertido. Y mano abierta con todos cuando de juergas se trataba y se caramboleaba.

Y en una de esas juergas calló preso a causa de una descomunal riña entre borrachos donde la Tía Ema. Mesas, espejos y cortinajes terminaron descuartizados en las contusas cabezas de los afiebrados contendores. Llegaron los pacos y todos para adentro. Una vez despiertos y con menos alcohol en la sangre, amontonados en el calabozo, todos apuntaron a Juvencio como el iniciador del combate. Y Moya debió pagar la multa y los daños del burdel. Don Heriberto, ofendido por el escándalo ocasionado por un peón suyo, le exigió corregirse o buscar donde irse.

Juvencio Eustaquio Moya Catrilao, para reivindicarse ante Don Heriberto, se ofreció como ayudante del cura que iba a oficiar las misas para el peonaje en el establo del fundo. Preparaba el altar, le servía el vino a bendecir por el cura, le daba vueltas las hojas de la descomunal Biblia mientras el cura leía con los brazos en cruz, y luego pasaba la manga para los diezmos de la feligresía, que luego de la misa el cura contabilizaba minuciosamente.

No faltó la oportunidad en que el cura encontró que era muy poco lo recaudado, mirando con afilado ojo acusador a Moyita, amenazando con ir con el cuento donde el futre si las cuentas no crecían en las siguientes misas. Eso le trajo a la memoria al atribulado Juvencio el mate de plata y la dolorosa partida desde lo de Don Eustaquio. Ahora su madre estaba anciana y no podía darse el lujo de perder ese trabajo. Y ya se comentaba por los campos y villorrios el episodio del mate y el del burdel de la Tía Ema.

Cada domingo, al final de las misas, Moyita sudaba frío cada vez que una mano de feligrés dejaba caer solo una o dos monedas en la manga de los diezmos. En dos oportunidades, ante la furibunda mirada del cura, debió poner unas cuantas monedas de su esmirriado bolsillo para evitar ser apuntado por el dedo acusador del cura y tener que enfrentar a Don Heriberto. Moyita pagaba la mezquina devoción de los parroquianos menos piadosos

Las mujeres sirvientes de las casas cuchucheaban chismosas los comentarios del cura en los almuerzos en la mesa patronal que seguían a las misas, sobre sus sospechas y los arrepentimientos de Moyita en la recolección de los diezmos.

Y cada vez que se extraviaba algún objeto o alguien se apropiaba de él, surgían los comentarios en los corredores sobre Moya, quien se apresuraba a pagar el precio al ama de llaves, la que fijaba el valor del bien supuesta o efectivamente perdido. La paga se iba en subsidiar diezmos y hurtos menores, reales o inventados. Ni pensar en ahorros. Asegurar la pega y el sustento para su madre, era todo su horizonte. Con un sospechoso a mano, era fácil salir impune de cualquier tentación. Era el pensar colectivo de sirvientes, peones e inquilinos de Don Heriberto.

Así se hizo popular no solo en ese fundo, sino en todos los alrededores, la afirmación de que Moya pagaba todos los entuertos. Y esa fama de pagador le persiguió hasta su muerte, embestido por un toro bravo que no aceptaba ser encerrado en el establo. Fue sepultado sin pena ni gloria en el pequeño cementerio de un pueblo cercano al fundo de Don Heriberto. Al poco tiempo, una anónima alma agradecida, seguramente arrepentida de hacer pagar a Moyita un robo y algunas monedas desaparecidas de la manga de los diezmos, colocó una placa de agradecimiento “Por el favor concedido” en la modesta y casi olvidada tumba de Moya. Y bastó eso para que rápidamente Moyita se encumbrara a la categoría de “animita” milagrosa y pagadora en la creencia popular.

Aún hoy, cada vez que un futre moderno elude impuestos o un funcionario público manilarga desvía milagrosamente fondos fiscales a su faltriquera ¿Quién paga? ¡Paga Moya! Aunque Juvencio Eustaquio Moya Catrilao hace muchas décadas que está sepultado en algún anónimo cementerio rural, ignorante de la criolla costumbre de hacer pagar a los más débiles, que con su candidez y humildad ayudó a dar origen.

raladiv

Texto agregado el 06-07-2011, y leído por 140 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-07-2011 Pobre Moya! Un relato impecable, me gustó glori
07-07-2011 ¿De donde vienen las criolladas costumbres de nuestros pueblos? Quien sabe!! Tú manera de escribirlo me hizo recordar mucho a un escritor peruano: Ricardo Palma. Pero me hubiera gustado mas que me lo cuentes antes que me lo narres. Imposible
 
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