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EL VALIENTE VIVE…

Lalo se levanto con el rostro maltrecho, la cara llena de moretones y no se rendía, a pesar de la superioridad de su oponente, el darse por vencido no estaba en el presupuesto. Nuevamente la zurda de Nabor lo mandó al suelo, una niña de hermosos ojos azules le gritó: -¡ya no pelees!-. Lo tomó de la mano y este intentó zafarse, ella tenía autoridad sobre él, no era una cuestión romántica más bien fraternal.
Nabor disfrutó su triunfo, si así se le podía llamar: la diferencia de edades era contrastante Lalo tenía ocho, Nabor catorce, mientras Lalo solo un niño (con gran espíritu) pero niño: escuálido, desnutrido. Nabor curtido por el trabajo decampo, sabía de su predominio físico y aún así se ensañaba con él.
Jamás buscó bronca con alguien que pusiera en riesgo su integridad. Lalo tenía un ímpetu poco común a pesar de perder siempre; buscaba la oportunidad de vencerlo, algo que odiaba de Nabor era su prepotente y abusiva conducta con los más débiles de la escuela, eso incluía al pequeño José: hermano de Lalo. José con solo seis años, era víctima no sólo de Nabor, si no de otros alumnos. Siempre se quedaba sin almuerzo porque se lo quitaban, Nabor no era la excepción. Si el pobre de Lalo era escuálido, José era “un tepocate”: flaco, ñango, ojeroso, enfermizo, a Lalo le molestaba que viéndolo frágil abusaran de él. Esto hacia que los hermanos tuviesen una amistad más allá del lazo fraterno. Lalo sentía la obligación de proteger al pequeño.
José admiraba a su hermano, era su héroe, era el único que retaba a la bestia; una y otra vez aunque todo estuviera en contra.
Caminaban juntos a la escuela y de regreso compartían habitación, siempre hablaban del futuro, Lalo quería jugar fútbol profesional y estudiar leyes, a su edad era idealista, perseverante, tenía la enfermad setentera del romanticismo ilusorio de poder cambiar el mundo, por eso su rebeldía y tesón a veces rayaban en la necedad.
Esos pensamientos eran herencia de su abuelo, quien fue sub-teniente del ejército y habituado a leer revistas de política de la época y a pesar de que su formación académica casi nula, autodidacta, lo habían hecho un hombre sobriamente culto y enterado (aunque carecía de objetividad) su inclinación por el partido oficial rayaba en el fanatismo. Quiso educar a los niños a la usanza militar, se decepcionó pronto, con José continuamente enfermo, desistió porque su vida corría peligro. Lalo era diferente ese niño tenía voluntad de acero, cuando el abuelo lo despertaba a las seis de la mañana para que fuera al establo y preparara los arreos de ordeña, se levantaba sin chistar, obedecía de forma instintiva a pesar de las bajas temperaturas invernales. Un día el abuelo lo castigó, con una docena de lazazos en las piernas, el dolor lo dobló pero no demostró debilidad y no derramó una sola lágrima. La abuela era todo lo contrario: una señora religiosa que los adoraba, pero Lalo mantenía su distancia, no permitía los arrumacos de la abuela por eso ella le decía que: “se enconchaba como las tortugas”
Sus padres y hermanos habían emigrado al país del norte en busca del “sueño americano” dejando a los niños con la promesa de volver; ese juramento se había alargado cuatro años, sólo recibían postales de navidad, cumpleaños, unos cuantos dólares, y la historia de familia ausente, hacía que Lalo se endureciera y José se debilitara. Al principio Lalo escuchaba las cartas de su madre, pero después se mostró incrédulo, su abuela lo reprendía diciéndole:
-¡Escucha las cartas de tú madre!- Rehuía argumentando tareas múltiples...La mamá insistió por un año, al no ver respuesta se rindió…
El fanatismo religioso de la abuela y el furor comerciante del abuelo hacían que los domingos se trasladarán a una comunidad cercana para escuchar misa, el abuelo aprovechaba para vender algunas chucherías que sabía que eran atractivas para las damas rurales: cosméticos, medias, ropa, zapatos, a pesar de su formación militar, tenia “ángel” para el comercio, las “chuleaba” diciéndoles piropos que las mujeres agradecían comprando.
Lalo dijo al abuelo que no los acompañaría, se quería quedar a escuchar el fútbol. La abuela renegó diciendo que se iría al infierno, la dureza de la vida le había arrebatado la inocencia y la fe. José se quedó con él. Dispusieron todo para el partido. José le preguntó a Lalo:
-¿Crees que ganemos? Lalo le contestó:
-¡Vamos a ganar!-
Escucharon ruidos en el patio, miraron por la puerta y vieron a Nabor con su pandilla (incluyendo a su hermano menor) haciendo destrozos con las plantas de la abuela, matando a las aves que la ella criaba para deleite auditivo, con sadismo y carcajadas, la pandilla se regocijaba destruyendo, torciendo pescuezos, Lalo decidió salir para enfrentarlos, se burlaron sarcásticos: -¡Mejor métanse a su gallinero a poner huevos!- la gracia fue festejada. Lalo se abalanzó contra Nabor, aquel, lo recibió con un puñetazo que lo mandó al suelo, al caer atropelló al hermano de Nabor y le abrió el labio, el niño comenzó a sangrar, eso enfureció a Nabor que arremetió contra José a quien fracturó la nariz y siguió pateándolo. Lalo llegó al límite y recordó que el abuelo guarda una pistola, corrió al interior y sacó una treinta y ocho especial de cilindro; el abuelo por seguridad le quitaba el tiro de en medio para que la pistola no se disparara accidentalmente. Lalo sabía que en cuanto él apretará el gatillo el detonador avanzaría fatídicamente.
Salió con la pistola en una mano, en la otra un machete.
-¿Para qué quieres machete si tienes una pistola?- se burló Nabor.
Lentamente Lalo bajó el machete, todos comenzaron a burlarse diciendo -¡Ya ves niño no tienes los suficientes pantalones deja esa “chingadera” antes de que te vayas a disparar!- Lalo había aprendió el uso de esa máquina, se llenó de odio y recordó los golpes, levantó la pistola la dirigió al pecho de Nabor este continuó burlándose, Lalo jaló el gatillo: la bala recorrió los pocos metros para encajarse en el pecho de Nabor, sólo una fracción de segundo le tomo llegar para incrustarse en las costillas, ir al ventrículo derecho, interrumpir la función cardiaca, fusionar el calor con la sangre que circulaba por ahí y hacer daño irreparable en el órgano vital, el camino de la bala de trayectoria recta ingresó por el plexo destruyendo parte del miocardio y teniendo como orifico de salida la espalda.
Nabor vio con incredulidad como la vida se le escapaba por aquella perforación, en breves instantes, miró la muerte reflejada en ese rostro infantil que lo miraba sin ningún remordimiento, se dio cuenta que toda la maldad había colmado a ese niño, se desbordó de forma trágica y aquella vez la burla no la haría él, los pensamientos se sucedieron rápido pero la vida se iba lenta, sintió como sus piernas le fallaban, comenzó a caer, quiso agarrarse de la vida pero la muerte lo había alcanzado. La pandilla antes jovial, estaban paralizados.
José levando la vista y vio a Lalo tranquilo antes de darles la espalda al grupo rijoso ahora convertidos en grupo de estatuas, les sentencio; -¡Mejor se van cabrones si no quieren que a ustedes también me los chingue!- se metió a la casa tomo la carrillera con doscientos tiros se la colocó a la usanza revolucionaría, sé fajo la pistola, tomó una cuantos trapos, un puño de billetes y le dio instrucción a José:
-¡Enciérrate, sólo abrirás cuando lleguen los abuelos!
- ¿Adónde vas? - le preguntó José-
Lalo le respondió:-¡al cerro!

Emilio Hernández.


Texto agregado el 25-05-2011, y leído por 98 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
24-06-2011 muy bueno Emilio, pensar que roza la realidad de una manera tan clara, una lástima verdad, los hombres no aprenden jamás.******* shosha
 
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