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En las universidades contemporáneas, se puede estudiar desde medicina, derecho y física aplicada a la criogenia, criminología, botánica polar, hasta oratoria y repostería turca, pasando por trabajo social, politología, glaciología y nanorobótica.

El número de universidades es prácticamente imposible de definir, por cuanto cada día surgen algunas, incluso donde antes era impensable.

Pareciera que este fenómeno debe aplaudirse, por cuanto estaría reflejando el anhelo humano de capacitación y formación personal, que desde todo punto de vista es loable.

Pero más allá de la retórica apologista a la formación de recursos humanos y a la profesionalización de nuevas generaciones, habrá que poseer una grave incapacidad de aprehender la realidad para no darse cuenta que el mundo con todos sus médicos con sendos grados académicos, es incapaz de eliminar la malaria, curar el cáncer o prevenir la diabetes o la gripe común.

Los ingenieros nucleares de vanguardia, pese a su elaborada descripción de Muones, Gluones y Leptones, cuando se les mueve el piso no tardan mucho en demostrarnos que con la energía atómica se pudo jugar, pero a un precio indigno.

Los Ph. D. en leyes no pueden dar explicación plausible a su supuesto desarrollo disciplinar y el geométrico incremento de prisiones y celdas de seguridad, corrupción omnipresente y matanza impune a lo largo y ancho del planeta.

Los sociólogos parecen vulcanólogos: saben y describen erupciones pero no las pueden predecir ni controlar.

Los más altos cerebros universitarios brillan con luz cegadora, pero no iluminan a la sociedad. Con las excepciones de rigor, ninguna relación existe entre ser graduado universitario y mejor humano, mejor padre o criatura.

Si algo no hay en las universidades, es humildad.

La soberbia jactanciosa impera en todos y cada uno de sus nichos: los postulantes saben que los evaluarán como a ganado, revisarán sus antecedentes y calcularán su capital potencialmente explotable: nada es gratis en la universidad.

Los alumnos ordinarios saben que son como zánganos molestosos a los ojos de obreras catedráticos o reinas obesas o autoridades diversas.

El estudiante sueña ser egresado, el egresado sueña ser titulado, si posee bachelor, anhela ser magister y el magister puede vender su alma por un doctorado. Los doctores luchan por posiciones y mayor figuración, a todos ellos un pernicioso sistema les hace creer que están en el mundo para describirlo, cuantificarlo, explicarlo y manipularlo.

La humildad es contraproducente en las universidades: los currículum vitae que circulan como tarjetas de visita en estos “centros de sabiduría” no tienen otra pretensión que no sea el lucir, exponer aún a costa de parecer pavo real.

La ley del gallinero se aplica irreflexivamente: El magnífico “Señor Rector” debe ser respetado por Vicerrectores, Decanos, Directores de área, catedráticos, auxiliares, estudiantes y personal administrativo. Y los picotazos son incluso bienvenidos por los anhelantes esclavos del conocimiento, como no dudan en etiquetarse los subordinados.

Si tan paleolítica estructura de poder se pudo mantener desde Al Qarawiyin, Salerno o La Sorbona, poco prudente es pensar en desarmarla o creer posible su reingeniería. Sabe cómo mantenerse y robustecerse cada día, sabe como reproducirse como mala hierba. Tal vez no tiene cura.

Si todo lo que hacemos es generar heridas: a nuestros semejantes discriminados, incomprendidos; a los seres de la creación: manchando mares y ríos con sangre industrializada y deforestando ciegamente; a nosotros mismos con traumas y fobias y al universo en su totalidad escondiendo el corazón a las sonrisas sinceras, no quiero morir con la culpa de no intentar la revolución final.

Mi renuncia como Rector tiene como objeto precisamente hacer algo que debí hacer hace casi cuarenta años atrás: denunciar un sistema enfermo de soberbia. Motivar a los cerebros receptivos a buscar soluciones de verdad para el caos de la materia ante el espíritu.

Mañana dejo mi oficina para introducirme combativamente en un movimiento mundial que se encargará de exponer los errores de un sistema perverso y mitómano: el conocimiento es un medio, no una meta.

La meta es la trascendencia y esta pasa por la humildad y el respeto irrestricto.

Los rumores sobre mi estado mental los tomo como simple respuesta inmunológica del sistema; se que la lucha no tendrá cuartel, pero debo enfrentarla.

El Rector

Texto agregado el 23-05-2011, y leído por 473 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
19-10-2013 Y que tal sí la universidad fuera el único negocio rentable en un País. Rentass
28-10-2012 Que tengo yo que aprecio más la forma que el contenido; pero si el contenido se nivela a la forma; el equilibrio resultante no puede ser otro mas que arte. En horabuena. Pato-Guacalas
14-06-2011 " el conocimiento es un medio, no una meta."... CUANTA RAZON TIENES !!! ***** MariBonita
14-06-2011 Me gustó mucho tu texto,tienes mucha razón en lo que dices. Mis felicitaciones****** Victoria 6236013
05-06-2011 Acertadisimo tu texto, muy bueno.********** shosha
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